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Miércoles, 16 de Julio de 2025
Primera parte

La caída en 1982 y 1983 del “milagro económico” de la dictadura militar

Ascanio Cavallo
Manuel Salazar Salvo
Óscar Sepúlveda

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General Gastón Frez
General Gastón Frez

Este artículo corresponde al capítulo 36 del libro “La historia oculta del régimen militar”, inicialmente publicado en entregas semanales en 1988 en el diario La Época.

El “milagro económico chileno" comenzó a despeñarse a fines de 1981.

El deterioro de la economía, evidente a esas alturas, debilitó la posición de quien era considerado el gestor de los cambios estructurales ejecutados por el régimen militar. Sergio de Castro, ministro de Hacienda y factótum de la política económica, no podía sino percibir que una intensa guerrilla de intereses y posiciones se libraba en su contra.

La fragilidad quedó de manifiesto en una reunión que el presidente Augusto Pinochet realizó en el palacio del Cerro Castillo. Asistió el conjunto del equipo económico, pero hubo también otros invitados del área política, de las asesorías presidenciales e incluso de algunas grandes empresas estatales. Los generales Luis Danús, a cargo de Odeplan, y Gastón Frez, de Codelco, encabezaron la crítica a la tesis de De Castro.

Un presidente escéptico observó la defensa del jefe del equipo económico, mientras el silencio de los contertulios hacía evidente el vacío que lentamente se creaba a su alrededor.

Para abril de 1982, la evolución de las cifras era francamente desfavorable. La producción industrial había caído en un 13,5 por ciento durante el primer trimestre, mientras las ventas habían bajado en un 12,2. Los pasivos del sistema bancario, descontados capital y reservas, se empinaban sobre los seis mil millones de dólares. Ambas cifras insinuaban ya el aire trágico de la crisis.

Por los primeros datos, productores y comerciantes apuntaban contra el dólar: el precio fijo de 39 pesos asfixiaba a una economía cuyos costos internos seguían subiendo por los reajustes de salarios y el alza en los precios de servicios estatales. Por los segundos, se apuntaba contra los grupos financieros: las grandes cantidades de crédito contraído en el exterior amenazaban con poner en jaque la capacidad de pago del país.

La marcha de los números comenzaba a empujar a sindicatos y gremios hacia la resistencia política.

Pero, además, otras nubes ensombrecían el ambiente.

Un presidente escéptico observó la defensa del jefe del equipo económico, mientras el silencio de los contertulios hacía evidente el vacío que lentamente se creaba a su alrededor.

El contradictorio manejo político en ciertos casos de repercusión nacional (el asesinato de Tucapel Jiménez, los crímenes de los llamados "sicópatas de Viña del Mar") y las poderosas atribuciones conferidas tanto al Estado Mayor Presidencial como al Comité Asesor Presidencial, (COAP) complicaban el manejo de orden público casi tanto como la recesión anunciada.

El ministro del Interior, Sergio Fernández, tenía escasas respuestas para estos problemas: sus herramientas parecían limitadas por el cerrojo militar de las decisiones en La Moneda. Fernández estaba convencido de que el régimen contaba aún con la popularidad suficiente como para afrontar la recesión con costos bajos, siempre que se dieran claras señales de avance institucional, o de "apertura", como preferían decir otros. A comienzos de abril, con el subsecretario Enrique Montero, Fernández elaboró un plan político (que inauguraría el método de los "planes políticos") destinado a despejar el panorama.

Lo que se conoce de aquel plan indica que vinculaba cuatro cosas de distinto género: 1) la elaboración, acaso con más agilidad, de las leyes complementarias de la Constitución, dejando para el final la de partidos políticos; 2) la coordinación, bajo Interior y no Defensa, de los servicios de seguridad y policía; 3) la simplificación de las asesorías presidenciales para evitar duplicidad de instrucciones; y 4) la mantención de la política económica.

El 4 de abril de 1982, el director de El Mercurio, empleando el análisis de La Semana Política, dio el primer golpe de proporciones a la gestión ministerial. Escribió: "Las cosas se están haciendo mal, se están manejando con una rudeza de inexpertos, lo que provoca desánimo en los partidarios del gobierno y pone a éste en peligro de quedar sin más defensores que sus aguerridos soldados".

El temblor fue inmediato.

La severa advertencia, lanzada desde el más entusiasta diario de entre los afines al régimen, inquietó el Ejecutivo más allá de lo previsible. Arturo Fontaine debió renunciar en cuestión de días.

Pero eso no detuvo la crítica.

Y en ese clima tuvo lugar una nueva reunión del equipo económico en La Moneda, encabezado por Pinochet, Otra vez De Castro intentó la defensa postrera ante altos oficiales convencidos de que eI ministro seguía en el error. Pinochet pronunció entonces la frase definitiva.

-¿Por qué no reconocemos? Esto, tal como va, fracasó.

Llegan los generales

El viernes 16 de abril de 1982, Pinochet citó a De Castro a su despacho y le pidió la renuncia. Poco después recibió la de Fernández y la del resto del gabinete.

Pero la crisis debía mantenerse en secreto: una economía tan sensibilizada podía comenzar a corcovear en el momento menos esperado. La noticia y los nuevos nombramientos fueron calculados para el martes 20. El mismo viernes, Pinochet citó a los generales Danús y Frez. Les comunicó que uno pasaría de Odeplan a Hacienda y el otro, de Codelco a Economía.

Se presumía que la dupla era coherente, aun cuando quien los conociera debía saber que, fuera de ser cuñados, no compartían la misma visión de la economía. Ambos habían participado con el general Rolando Ramos en un secreto y pequeño Comité Económico destinado a vigilar la marcha inicial de las AFP.

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Sergio de Castro.
Sergio de Castro.

Danús estaba mucho más próximo que Frez a los postulados de una economía totalmente abierta, pero los dos, sumidos en las pasiones de esos días, habían sido acusados de "estatismo" por la ortodoxia del equipo económico. De hecho, el general Danús quería llevar los principios declarados por el modelo hasta sus últimas consecuencias. Se había opuesto en diciembre a que el Estado rescatara a los bancos falentes y proponía que se dejara quebrar a las instituciones dañadas, para dar una señal inequívoca a los inversionistas.

El sábado 17 de abril, Danús se propuso iniciar su gestión con un gesto de ese tipo. Se comunicó con el superintendente de Bancos, Boris Blanco, y le pidió que para el lunes estuvieran listas las quiebras de tres bancos: el de Fomento de Valparaíso (intervenido a fines del año anterior), el de Fomento de BÍo BÍo y el Austral.

Danús creía que la quiebra sería una enérgica y suficiente advertencia para inversionistas y ahorrantes. Confiaba en esa medida el lunes 19, cuando se presentó a La Moneda, pero Pinochet  tenía una sorpresa: ya no sería ministro de Hacienda, sino de Economía. Frez pasaría a Odeplan.

El viernes 16 de abril de 1982, Pinochet citó a De Castro a su despacho y le pidió la renuncia. Poco después recibió la de Fernández y la del resto del gabinete.

En todo caso, De Castro no seguiría en Hacienda.

Ese mismo lunes, adelantando sus planes, el ministro secretario general de Gobierno, el general Julio Bravo, anunció la dimisión del gabinete. La búsqueda del nuevo equipo duró hasta el mismo jueves 22, la fecha fijada para el juramento.

De Interior se hizo cargo el subsecretario más antiguo del régimen, Enrique Montera. A Educación ingresó el contralmirante Rigoberto Cruz Johnson y a Obras Públicas el general Bruno Siebert; en Agricultura, sobre el filo de la hora, se designó al abogado Jorge Prado.

En el área económica los cambios parecían buscar el equilibrio de tendencias. La propia recomendación de De Castro llevó a Hacienda a Sergio de la Cuadra, hasta entonces presidente del Banco Central. En su lugar quedó Miguel Kast, pese a su renuencia a aceptar tal cargo.

Pero los roces en el equipo comenzaron de inmediato.

El primero en sentirlo fue, tal vez, el general Frez, que asistió a una cena de despedida que los funcionarios de Odeplan dieron al general Danús en el Club de la Unión. El tono de los discursos -que parecía sepultar para siempre el reinado de la inteligencia en Odeplan- molestó a Frez, que lo replicó con punzante ironía. Sabía el general que Odeplan era el fortín de la ortodoxia de Chicago. Su principal impulsor, Miguel Kast, le había impreso un sello enérgico e intransigente, y los funcionarios se sentían deudores de ese legado.

El segundo síntoma grave fue la discusión sobre los bancos. Danús y De la Cuadra polemizaron una y otra vez sobre la necesidad de declarar un par de quiebras. Danús sostenía que eso encendería las alarmas. De la Cuadra creía que causaría pánico en los medios internacionales.

-iO sea -clamaba Danús- que aquí el Chicago boy soy yo!

Las discusiones sembraron dudas en Pinochet. Debido a que el jefe del Estado Mayor Presidencial, general Santiago Sinclair, comenzó a interiorizarse de los temas discutidos en los ministerios del área económica. Aquel era posiblemente el más claro indicio de que las cosas se movían en un terreno resbaladizo.

Las rebajas y el miedo

Para mal de los ministros, la discusión sobre el dólar había inmovilizado en la indecisión al gobierno. Todo seguía pendiente. El ministro De la Cuadra, asediado por los debates en el equipo de ministros y por la incesante presión de los gremios, dudaba. Sutilmente primero, con cierta franqueza después, De la Cuadra fue mostrando sus aprensiones a los hombres más cercanos de su equipo. Tal vez sería conveniente devaluar...

Fue Miguel Kast quien salió al paso de esas cavilaciones. Con su tono impetuoso, quiso emplazar a De la Cuadra para que no cediera: el modelo entero podía estar en juego si se tomaba ese riesgo. Kast sabía que se había convertido en el último pilar de esa política. En el Banco Central, rodeado de funcionarios que no seguían su rumbo agobiador, estaba obligado a moverse como nunca.

Kast se llevó a De Castro a trabajar como un reservado asesor del Banco. Un pequeño equipo se fue formando alrededor de ambos: Hernán Felipe Errázuriz, Martín Costabal, Felipe Lamarca...

Con cierta frecuencia, el grupo se reunía en las oficinas del Banco para discutir la evolución de las medidas económicas. En otras ocasiones los debates se trasladaron hasta los comedores del Club de Golf.

Algunas veces fue invitado Danús; Frez, nunca. En todo caso, los ministros militares supieron pronto que la fuerza de De la Cuadra se sustentaba en ese equipo.

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Sergio de la Cuadra.
Sergio de la Cuadra.

Como De Castro antes, el ministro de Hacienda creía todavía posible que, en lugar de la devaluación, el ajuste tomara la forma de la rebaja de salarios. El tema se convirtió en el más recurrido durante mayo del 82.

La insistencia fue tanta, que el general Danús tomó la iniciativa y ordenó que se calculara el efecto de una rebaja salarial del diez por ciento en todo el sector público. Luego llevó una conclusión hasta la reunión de los ministros del área. Según las cifras, la rebaja significaría un alivio del gasto público, que podría inspirar al sector privado para seguir la medida y reducir el gasto nacional. De la Cuadra dijo entonces que la rebaja en el sector público no serviría de nada. Que sólo tendría sentido si se hacía una rebaja general, por decreto supremo.

Danús, de nuevo representando los principios del modelo, replicó que el Estado no podía hacer tal cosa. Sólo reajustar los sueldos públicos. Si el sector privado quisiera desoírlo, nada podría hacer.

Frez, viendo que la posibilidad de la rebaja comenzaba a tomar cuerpo, abrió una nueva línea de argumentación. Bajar los sueldos sería lo mismo que aumentar la inflación. En tal caso sería preferible emitir más dinero que cortar las conquistas de los trabajadores. Y, dirigiéndose a Pinochet:

-A mí no me gustaría, mi general, que usted fuera el primer presidente de Chile que pasara a la historia por bajar los sueldos.

Pinochet dejó aquella reunión sin decir nada. Poco antes, un banquero le había hecho llegar un estudio sobre otros casos de rebajas salariales. En el memorando se recordaban tres: el del general Carlos Ibáñez, que fue derrocado poco después; el de Indonesia, donde la medida fue sucedida por un triunfo comunista, y el de Winston Churchill en los años 20, que perdió su puesto de ministro de Hacienda por una protesta militar.

Luego de la reunión, Pinochet viajó al norte.

El general Frez, consciente de las vacilaciones y temeroso de que la decisión final afectara los salarios, decidió "quemar" la idea. El método era bien conocido en el gobierno: hacerla pública.

El 27 de mayo, el mismo día que Pinochet declaraba en el norte que "no hay nada" sobre la rebaja de salarios, Frez respondía a los periodistas que "el gobierno estudia seriamente la rebaja". Danús lo ratificaría al día siguiente, agregando que ya había ordenado un estudio en las empresas públicas.

Para completar la operación, Frez preparó, con dos abogados de su confianza y fuera del staff de Odeplan, un documento con un plan completo para afrontar la totalidad de la crisis económica.

Lo trabajó en silencio y lo entregó a Sinclair para la siguiente reunión del equipo. Convencido de que De la Cuadra consultaba sus opiniones con el equipo radicado en el Banco Central, pidió que se mantuviera su autoría en el anonimato. El general Sinclair fue el encargado de leerlo.

Consistía, primero que todo, en devaluar. Luego, dar el aval del Estado a la cartera vencida (los créditos impagos) de los bancos, en el entendido de que esa cartera debía ser, a la larga, pagada por los mismos bancos. Esta garantía sólo podría concederse después de intervenir los bancos con mayores problemas, congelando sus ganancias e inyectándoles recursos del Banco Central.

El 27 de mayo, el mismo día que Pinochet declaraba en el norte que "no hay nada" sobre la rebaja de salarios, Frez respondía a los periodistas que "el gobierno estudia seriamente la rebaja". Danús lo ratificaría al día siguiente, agregando que ya había ordenado un estudio en las empresas públicas.

La proposición requería complejos ajustes técnicos, que De la Cuadra se comprometió a estudiar. Es un hecho que la discusión llegó efectivamente hasta el Banco Central, donde se congeló. Entonces la presión sobre el dólar volvió a subir.

-iNo quiero oír más de devaluación! -se molestaba Pinochet.

-No hay otra solución, mi general -insistían los militares-. Claro que le va a traer problemas. Hasta le va a costar encontrar ministros. Pero no hay otra.

El fin del dólar

El sábado 12 de junio de 1982, la Casa Militar de la Presidencia se comunicó con los ministros Danús, De la Cuadra y Frez y los citó al Ministerio de Defensa para una reunión con el presidente, a las 8 de la mañana del lunes.

Algunos de los citados creyeron que se trataba de materias militares. Los lunes, Pinochet asumía en plenitud su calidad de comandante en jefe y atendía en la calle Zenteno los asuntos institucionales. Se sabía que la primera tarea de los lunes se iniciaba con el teléfono privado conectado a un confusor de voces (que impide escuchar a quien interfiera la comunicación), desde donde el presidente hablaba personalmente con los principales agregados militares repartidos por el mundo. La llamada llegó a ser tan importante, que algunos oficiales creían caer en desgracia si su teléfono no sonaba en la mañana del lunes.

Los tres convocados se encontraron en la planta baja del Ministerio de Defensa. Ninguno parecía saber de qué se trataba. Los tres intercambiaron impresiones sobre lo último que habían dicho o hecho, los datos del mes, las discusiones recientes.

Poco después el presidente los hizo ingresar a su despacho.

-Señores ministros -dijo secamente-: idevaluamos!

Mañana: Segunda parte y final.

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las penurias que debió soportar el pueblo chileno a causa del la dictadura Sádico Militar del 73 y miles da compatriotas barriendo calle y ollas comunes

Y la segunda parte?

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