Antes de que el asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis incendiara Estados Unidos por varias semanas, la ciudad de Baltimore tuvo su propio y traumático estallido por un homicidio semejante, perpetrado contra un joven de 25 años llamado Freddie Gray.
Entre las muchas secuelas de este caso, estuvo el foco de atención que se puso en el Departamento de Policía de Baltimore (BPD, por sus siglas en inglés) y su conducta respecto de la comunidad –afroamericana, principalmente–, lo que permitió descubrir un asombroso caso de corrupción institucionalizada en su Unidad de Búsqueda de Armas.
El caso fue reporteado por un periodista del Baltimore Sun, Justin Fenton, quien publicó un libro titulado We Own This City, el que fue llevado a la pantalla por George Pelecanos –productor y guionista– y David Simon –creador– de The Wire.
Visto así, la serie La ciudad es nuestra puede verse como una heredera y continuadora de The Wire, dado que los mismos autores hablan de los mismos problemas en la misma ciudad y llegando más o menos a la misma conclusión. De la que hablaremos más adelante.
¿Es tan así? En principio, sí, pues persiste la intención de explicar problemas sociales complejos sin reducirlos artificialmente, por lo que tenemos una serie coral con tres protagonistas que se mueven en mundos distintos y que no coinciden en pantalla, precisamente para cubrir las diversas bases que explican la inconducta policial expresada en brutalidad y corrupción, tan endémica la una como la otra.
Persiste la intención de explicar problemas sociales complejos sin reducirlos artificialmente, por lo que tenemos una serie coral con tres protagonistas que se mueven en mundos distintos y que no coinciden en pantalla, precisamente para cubrir las diversas bases que explican la inconducta policial expresada en brutalidad y corrupción, tan endémica la una como la otra
Y hay que advertir que el capítulo inicial puede ser confuso, porque las hebras de los tres protagonistas se alternan con cierta velocidad y porque los personajes importantes son muchos, y porque, para colmo, esta historia/mosaico ni siquiera está contada de manera lineal.
Uno de los protagonistas es Wayne Jenkins (Jon Bernthal), el carismático sargento que lidera la cuestionada Unidad de Búsqueda de Armas, y quien abre y cierra el telón de esta serie con un apasionado discurso acerca de las buenas prácticas policiacas que –ciertamente– él sigue a pie juntillas (guiño guiño).
Su caída es el reloj que marca el avance de la trama, con el sencillo y eficaz recurso de los raccontos ordenados cronológicamente a partir de su nutrido expediente de infracciones. Este papel es también el más demandante desde lo actoral, pues su tránsito no solo consiste en la degradación ética sino de una progresiva disociación con la realidad que explica bastante el fenómeno en cuestión.
Otro es Sean Suiter (Jamie Hector), el reverso de Jenkins prácticamente en todo. Policía de homicidios, afroamericano y apolíneo, cuyo involucramiento en la historia principal es sabiamente postergado hasta bien avanzada la serie, y en cuya mirada rebota la irreversible desconfianza que la comunidad siente por él, su placa y su uniforme.
La apuesta de esta serie, entonces, es por la complejidad; con el afán de persuadirnos de que todas las variables están consideradas y con la confianza que da el hecho de que todo lo que se muestra en pantalla efectivamente ocurrió.
Y finalmente está Nicole Steele (Wunmi Mosaku), una abogada de la división de derechos civiles del Departamento de Justicia, quien hace las veces de una reportera que conversa serialmente con todos los involucrados en el problema en cuestión.
Sus preguntas y sus reacciones provocan que la ciudad nos explique –y a veces se siente muy evidente– las diversas patologías que la aquejan por causa del BPD, desde los incentivos perversos para encarcelar al primer joven negro que pase por ahí, o la impunidad de oficiales evidentemente trastornados, o la lenta y torpe burocracia del Estado de Maryland y de la alcaldía de la ciudad, donde todo se reduce a números que no significan nada.
La apuesta de esta serie, entonces, es por la complejidad; con el afán de persuadirnos de que todas las variables están consideradas y con la confianza que da el hecho de que todo lo que se muestra en pantalla efectivamente ocurrió. Pero esa complejidad en algún momento debe consolidarse en la simpleza: una simpleza del diagnóstico y también de la acción resultante… y digamos que ninguna de las acciones resultantes cambiará la situación general.
Cuando la serie toma forma tras el tráfago inicial, se hilvana como una trenza con las tropelías de Jenkins, la parsimonia de Suiter y las peregrinaciones de Steele, siendo la más significativa la que esta última realiza con un policía retirado y profesor en la academia, interpretado por Treat Williams, una leyenda del cine estadounidense.
Y eso no es casual.
Una población que no confía en la Policía ni está dispuesta a participar como jurado en casos contra policías por temor a represalias; una autoridad pública preocupada por las cifras de arrestos y homicidios mientras la ciudad está fuera de control y mientras la misma Policía solo obtiene financiamiento para pagar incentivos contraproducentes.
Ese personaje cumple la (demasiado evidente) función del oráculo, quien debe hablar por Simon, Pelecanos y Ed Burns, ex policía coautor de The Wire y coproductor de esta serie, a fin de pronunciar llanamente la explicación y el origen de la maraña procedimental que hace posible la brutalidad y la corrupción: la guerra contra las drogas no solo es inútil sino perniciosa. Como toda guerra, necesita soldados, y los soldados no vigilados suelen saquear.
Cuando la serie entra en este terreno, no estamos solo ante el lamento por la precariedad de Baltimore tras su desindustrialización (el tópico general de The Wire); sino ante algo más profundo y, tal vez, terminal.
Lo que estamos viendo aquí, y con una bien lograda sensación de verla en cámara lenta y en pantalla grande, es la caída de Baltimore en la categoría de los estados fallidos: aquellos que no pueden resolver problemas básicos de la vida en común, pues sus instituciones se desnaturalizaron, y empeoran los problemas porque no los entienden ni tienen las herramientas materiales ni humanas para hacerlo.
Una población que no confía en la Policía ni está dispuesta a participar como jurado en casos contra policías por temor a represalias; una autoridad pública preocupada por las cifras de arrestos y homicidios mientras la ciudad está fuera de control y mientras la misma Policía solo obtiene financiamiento para pagar incentivos contraproducentes.
En apenas seis capítulos, se nos muestra convincentemente esta situación catastrófica y se señala explícitamente su causa: la guerra contra las drogas, declarada por Richard Nixon en 1971 y profundizada sucesivamente por las administraciones posteriores. Mientras el narcotráfico, sus ingresos y sus inyecciones de liquidez al mercado financiero no paran de crecer.
Más de 50 años después, Baltimore parece al borde de convertirse en un Estado fallido y no se ven muchas perspectivas de que esto se vaya a revertir. Tal vez es más rentable que todo siga así.
Acerca de...
Título original: We Own This City
País: Estados Unidos
Exhibición: Una temporada de seis episodios (2022)
Creada por: David Simon y George Pelecanos
Se puede ver en: HBO Max
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