Los chilenos poseemos ciertas cualidades que nos diferencian inequívocamente de personas de otras partes del mundo. Una de ellas es el acento, que no tan sólo es inconfundible; sino además de ser difícil de imitar, es el mismo que expone un habitante urbano a lo largo de los más de cuatro mil kilómetros de extensión del territorio nacional sudamericano. A esta singularidad se está sumando otra que por una parte avergüenza, pero que por otra facilita la lucha contra ella.
En efecto, debido a la habilidad de quienes ostentan el poder y principalmente por la benevolencia de la ciudadanía, la corrupción en Chile ha adquirido su identidad. Este mal se ha configurados con tres rasgos que ensamblados armónicamente la hacen totalmente diferente a la corrupción que se presenta en otras partes del planeta.
La primera cualidad diferenciadora es la hipocresía entendida por las expresiones que divergen de lo que realmente se siente o se piensa. Ciertamente durante muchos años varios chilenos se jactaban de ser una isla en una Latinoamérica corrupta. Se hacía gala de que éramos los probos del barrio. Se trataba de manera peyorativa a los países vecinos debido a los numerosos actos corruptos que ellos exponían. Sin embargo, la corrupción en Chile era tan galopante como sutil. Y ante varios síntomas evidentes de que este mal crecía de manera acelerada, aquí la mayoría de los líderes de opinión se apresuraban en bajarle el perfil, excusando a los malhechores como seres humanos que cometen errores o que se trata sólo de casos aislados. Pero lo cierto es que la corrupción chilena es tan prevalente como la de otros países donde también está enquistada, tan solo que en nuestro país se desenvuelve de manera más elegante, sigilosa y excusable.
La segunda cualidad diferenciadora es la ubicuidad, aquella omnipresencia que hace casi imposible desenvolverse en un escenario donde la corrupción esté ausente. Indiscutiblemente los tres poderes del Estado, gremios empresariales, municipalidades, fuerzas armadas, universidades y otros entes tanto públicos como privados hacen su aporte con varios de sus miembros en el gran baile de la corrupción. Es más, este mal ha llegado a meterse en instituciones que justamente son las responsables de combatirla, contaminado a policías, jueces y fiscales.
La tercera cualidad diferenciadora es la impunidad, porque aquí en Chile los corruptos reciben penas ridículamente ligeras al ser descubiertos. Este trato tiende a ser más amable mientras más alto se posicionen los corruptos en la jerarquía del poder, pareciendo que el mayor rigor penal y social recae preferentemente en gente pobre.
El ensamble de estas cualidades genera episodios en nuestro país que aunque reales, parecen ser el guion de relatos fantásticos. Son como narraciones de pura ficción. Se asemejan a cuentos que al ser escuchados sólo se conciben en mentes imaginativas. Ejemplos sobran.
Que la escuela La Greda de Puchuncaví sea quien cierra por la presencia de metales pesados en la sangre de los niños que allí estudian y no cierre la empresa que la contamina, es una cuestión surrealista. Que todos los expresidentes reciban una pensión vitalicia de más de diez millones de pesos mensuales mientras muchos otros compatriotas, también exfuncionarios públicos como ellos, reciben una pensión miserable, es algo obsceno. Que la empresa privada SQM haya financiado ilegalmente campañas a políticos de todo el espectro político y que los beneficiados hayan salido libres de polvo y paja, es una abominación. Que Sebastián Piñera luego de andar fugado de la justicia en 1982 por el caso Banco de Talca y luego de haber sido multado por uso de información privilegiada en el 2007, haya sido electo no una sino dos veces como Presidente de la República, es una extravagancia.
Sin duda alguna estas situaciones recién descritas ocurren con tanta holgura solo aquí en Chile y en ningún otro lugar del mundo. Y si existiera vida inteligente en otra parte del universo, resultaría difícil creer que allí ocurrieran. Es más, si existieran universos paralelos tampoco ahí pasarían estas cosas.
Al comprender como se combinan estas tres cualidades y los nefastos e insólitos efectos como los ejemplificados, la mayoría de los habitantes de este país pueden por una parte sentirse ultrajados, pero por otra pueden motivarse para combatir la corrupción. En efecto, si la corrupción logra una identidad que la diferencia de otras, permite distinguirla de mejor manera y así apuntarle con mayor nitidez tal como un cazador lo hace cuando su presa destaca en la espesura del bosque.
(*) Lucio Cañete Arratia es académico de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile. El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile.
Comentarios
Muy buen comentario y
Excelente análisis. Me
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