Este artículo corresponde al newsletter La Semana, exclusivo de Interferencia del domingo 19 de enero de 2025 y se comparte hoy para todos sus lectores.
Donald Trump será el 47° presidente de Estados Unidos a partir del lunes 20 de enero, con lo que muchos esperan que se inicie una nueva etapa en las relaciones internacionales, marcadas por reordenamientos, más o menos bruscos, de acuerdo al poder efectivo de cada uno de los países, bloques y subbloques.
Si bien esto ya era una realidad desde antes -con Rusia remeciendo el orden post-soviético y China ampliando su influencia global de la mano de ingentes inversiones por todas las regiones del mundo y nuevas alianzas, entre las que destaca BRICS-, Estados Unidos no había acusado recibo, hasta ahora, que Donald Trump se decidió a mostrar dientes y músculos.
De este modo, Trump -junto con buscar aplacar los lejanos conflictos en Europa y Oriente Medio-, hizo que el mundo pusiera atención al mapa americano, amenazando con implementar una versión incluso más agresiva que la Doctrina Monroe, la que en el siglo 19, bajo los auspicios del 5° presidente estadounidense James Monroe, proclamó “América para los americanos”. Algo que buscaba una alianza continental de los países recién independizados de las potencias europeas, pero, que en la práctica terminó entregando la hegemonía del Hemisferio Occidental a Estados Unidos como potencia naciente.
Así, Trump le dijo a sus vecinos inmediatos -México y Canadá-, que las reglas están a punto de cambiar, con lo que -al menos en términos de comercio exterior- se buscará acabar con la lógica paritaria que rige la subregión desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1992.
Los gestos no pueden ser más claros.
Trump ha dejado ver que le importa un comino los problemas que podrían causar en México su idea de expulsar masivamente a migrantes, no solo mexicanos, a través de su frontera sur. Tampoco está muy interesado en la soberanía del vecino del sur, al declarar que declarará organizaciones terroristas a los carteles mexicanos, lo que le permitiría operar contra ellas en territorio de México.
También -como para que quede claro el tenor de sus intenciones de pasar por sobre cualquier decoro diplomático y hablar en lengua de poder- Trump llamó a cambiar el nombre del Golfo de México, que une Estados Unidos y México, como el Golfo de América. Una provocación, sin duda, pero que cumple con representar la idea de que con Trump habrá una patada al tablero.
En el caso de Canadá, Trump ha sido aún más mordaz, al llamar en repetidas ocasiones a su vecino del norte como Gran Estado, y a Justin Trudeu como su gobernador, en una clara alusión de un trato de Canadá como si fuese uno de los estados de Estados Unidos. El asunto no solo llegó hasta ahí. Trump dijo y publicó fotos de mapas en los que llamaba a imaginar el poderío de un país fusionado entre Canadá y Estados Unidos; una especie de Amerikanishe Anschluss.
Como es evidente, estas declaraciones trajeron respuestas airadas de mexicanos y canadienses, pero, no pasó desapercibido el relativo silencio de los británicos, para quienes una anexión de Canadá por parte de Estados Unidos sería un golpe a su poder y prestigio, considerando que el país pertenece a la Commonwealth -el último resabio del imperio británico- y reconoce al rey Carlos III como su soberano.
Trump tampoco tuvo problemas como para torear a sus aliados europeos continentales al proponer la compra de Groenlandia a Dinamarca, una inmensa isla en el Ártico que ha adquirido valor estratégico dado el relativo descongelamiento de ese Océano y la posesión de grandes reservas de tierras raras, indispensables para el desarrollo de la industria digital.
Dinamarca reaccionó con una prudencia muy cercana al miedo, indicando que entiende que Estados Unidos necesita más garantías para disponer de Groenlandia en términos militares y económicos, y que la isla no está a la venta, cuya decisión depende de que los groenlandeses se independicen y así lo decidan. Algo complejo, dado que -cuando Trump inició su jugada-, envió a su hijo Donald Trump Jr. a la isla, donde despertó las simpatías de los locales, quienes tienen profundos resentimientos con la administración danesa.
Finalmente, Trump dijo que Estados Unidos debería recuperar el control del Canal de Panamá, el que se cedió a Panamá en 1999 dado los acuerdos de 1977 entre Jimmy Carter -quien murió, tal vez simbólicamente, justo en medio de la polémica- y Omar Torrijos.
Trump dice que la administración panameña favorece el comercio de China por sobre el de Estados Unidos, con lo que se estaría violando uno de los principios de derecho internacional que dice que el Canal no puede discriminar. Los panameños niegan tal acusación y acusan las pulsiones del tradicional imperialismo gringo propio del siglo 20 que azotó la región.
Pero, lo concreto es que el cambio climático -que implica menos lluvias en esa zona de Centroamérica, con la que se alimentan las exclusas del Canal- y el crecimiento exponencial del comercio internacional marítimo, hace insuficiente esta infraestructura, cuyo control puede representar ventajas geoestratégicas clave.
De este modo este siglo seguramente estará marcado por grandes y conflictivos proyectos de infraestructura en el continente americano, en los cuales se disputarán China y Estados Unidos su presencia, como ya pasó con el mega puerto de Chancay, construido con capitales chinos en Perú.
Esto es particularmente clave en Centroamérica, dado que desde hace mucho tiempo se plantea la duplicación del Canal de Panamá, con una ruta alternativa capaz de doblar su capacidad o la construcción de un nuevo Canal en Nicaragua, aprovechando el Lago Cacibolga, el más grande de la subregión. Pero, la disputa también llegará al extremo sur del continente -es decir, Chile y Argentina-, por la esperada nueva importancia del Estrecho de Magallanes, el único paso natural y seguro que une los océanos Atlántico y Pacífico.
¿Aspavientos de un bully de un país en decadencia?
Probablemente cuando Trump termine su gobierno -a los 82 de edad- el mapa americano no habrá cambiado de colores, pero eso no significa que Estados Unidos no haya ganado posiciones en una especie de segunda oleada imperialista.
Al respecto, habrá que ver si es que -una vez pasada la Guerra de Ucrania y la tregua en Gaza- Trump y Xi Jinping convienen una fórmula de reparto del mundo al modo de las distintas conferencias de postguerra que trabajaron el mapa global con compases y escuadras.
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