Con la ruleta rusa del voto obligatorio y cerca de 35% de indecisos de cara la primera vuelta de la elección presidencial, la franja televisiva puede convertirse en el émbolo que mueva la aguja y convierta el conteo del 16 de noviembre en una ratificación, una sorpresa, un gran negocio, un nuevo ciclo, el último baile, el inicio de algo o la apoteosis de alguien, según sea la repartija de votos que reciba cada candidato.
Dado que los dogmas de la comunicación política no cambian mucho y nuestros electores tampoco, no se puede esperar demasiada originalidad en la oferta de las ocho candidaturas, aunque sí la exacerbación de sentimientos negativos que suelen ser enarbolados en las elecciones, pero que en esta ocasión se les da mayor preponderancia simplemente porque están en la agenda pública. Inflados y agitados por los medios, pero están, al igual que los hechos que los suscitan.
El caso más llamativo de esto parece ser el del candidato Johannes Kaiser, cuyas piezas iniciales de campaña están centradas en su persona, en parte para darlo a conocer y también para distinguirlo de otro contendiente rubio, de aspecto germánico y cuyo apellido empieza con la misma letra.
En ese registro, el candidato enumera los males y las amenazas para nuestra convivencia (estallido, inmigración, criminalidad) y les responde con más amenazas a sus instigadores y sus causantes, con la actitud del bouncer que viene a poner orden a una discoteca llamada Chile, que debe elevar sus estándares de derecho de admisión. Un bouncer de brazos cruzados que hace un vago cosplay de Donald Trump. Cuando se apropia de la consigna feminista de que “el miedo cambie de bando”, lo hace precisamente porque asume que su electorado:
1) tiene miedo, y
2) necesita reconfortarse con una retórica que asuste al origen de su miedo.
Hay que decir que el mensaje es claro y coherente con el lenguaje corporal pretendidamente intimidatorio del candidato, y funciona dentro de una puesta en escena que lo sitúa como una figura creíblemente presidencial.
Franja electoral Johannes Kaiser.

La pieza que Franco Parisi ha repetido a lo largo de los días está más cargada y es menos lograda, pero apunta a lo mismo. La cosa empieza mal: alude a olas migratorias anteriores, como si fueran un mal antiguo, en circunstancia de que muchos de esos migrantes (peruanos, haitianos, colombianos) se quedaron y se integraron en nuestro país. La pieza ignora esto y se ocupa de la oleada actual (aunque sin nombrar nacionalidades), pero centrándose en la ficción de mostrar a Parisi como el presidente que resolverá el problema. Esto le permite varias cosas:
1) hablarle al votante del norte (zona de sacrificio migratorio, en sus palabras), donde su campaña anterior fue más exitosa;
2) mostrar soluciones tecnológicas con imágenes modernas generadas por IA, presentándose como un gran y moderno gestor;
3) aparecer rodeado de algo parecido a un gabinete, ciudadanos y autoridades agradecidas, también para darle credibilidad a su imagen como presidente desde un equipo o un colectivo.
Y todo esto, sazonado con trinos a la campaña del "No" y la alegría que, ahora sí, llegará… pero con drones, minas antipersonales y alambres de púas. Suena absurdo, pero es entendible para un candidato de derecha con no pocos votantes de la antigua Concertación.
De las respectivas biografías o de sus equipos reales, ni Kaiser ni Parisi han dicho gran cosa hasta ahora. Y es fácil adivinar por qué.
Lo preocupante es que lo mismo sucede con José Antonio Kast. Sin experiencia en cargos de gestión y con un paso tan largo como estéril en el Congreso, su fortaleza claramente no está en su trayectoria sino en los problemas del país (los mismos atacados por Kaiser) y en su imagen de hombre sereno con discurso firme que supuestamente les dará solución. Su eslogan “La fuerza del cambio” aspira a generar la misma disrupción que la causada por Lavín cuando se lanzó con el alegre “Viva el cambio”, al apropiarse del cambio desde la derecha pero dotándolo esta vez de una severidad menos histriónica que la de Kaiser. Sin ser una persona que destaque por simpatía o cercanía, la franja le está aplicando ortopedia en ese sentido, situándolo en contacto con aquellas personas a las que dirige su campaña: los adultos mayores y las víctimas de delitos de inmigrantes ilegales, por poner dos ejemplos, pero siempre desde su figura.
Franja electoral José Antonio Kast.

¿Hay gabinete, respaldo o equipo de trabajo detrás? El tener como experto económico al ideólogo de las colusiones y como asesor principal al autor de la columna “Parásitos” (una operación fallida para instalar en Chile un equivalente a los “ñoquis” con que Milei ganó en Argentina), claramente desaconseja –por ahora– tratar a su entorno como un activo electoral. Y así se ha notado. Destacable en el mal sentido es su jingle, un funk que quiere ponerle algo de onda a un candidato que claramente no tiene, machacando el número del candidato a los sones de “sin comunismo”, recordándonos de paso lo básico y ridículo que puede verse el miedo. Su pieza musical dedicada a la PGU es aún peor en su infantilización del electorado.
Al igual que Parisi, Harold Mayne-Nicholls es un candidato de derecha con votantes dispersos en el arco político, con la diferencia de que estos tienen en común el reconocerle por su labor como dirigente deportivo (en el fútbol y en el olimpismo) y la apreciación de un tono mesurado, sereno y aparentemente dialogante. Por algo sacó a relucir de inmediato el activo que le generó la cercanía con Marcelo Bielsa, quien le envió su bendición por celular para que todos los votantes se enteraran.
Sin embargo, el grueso de su franja –en tiempo y recursos– está dedicado a unos sketches que hacen mofa de la desidia, corrupción e inoperancia del sector público, cuya acidez y dispar jocosidad hacen que esta franja sea una de las más reconocibles respecto de las demás… pero con el efecto de desperfilar al propio candidato, perdiendo de esta manera lo que gana en diferenciación. El candidato no es gracioso ni pretende serlo, entonces, ¿por qué su campaña apela a un recurso así? ¿Realmente cree que el sector público es como aparece en los sketches? Y más importante, ¿es creíble que esto vaya a cambiar con la mágica presencia de un nuevo presidente, solo porque este gestionó bien a la selección o porque organizó unos buenos Juegos Panamericanos?
El caso de Evelyn Matthei es aún más raro, pues exhibe lo que no tiene y esconde lo que sí tiene. La apelación a la comunidad política “Chile” a través del fútbol –la idea de “un solo equipo” y el himno nacional antes de un partido de la selección– pretende mostrarla como una estadista convocante y capaz de reconciliar a la gran familia chilena en estos tiempos tan oscuros. Con ello quedan atrás sus proverbiales explosiones de carácter, sazonadas con sinceros chilenismos, que la mostraban como una persona más bien agresiva en sus formas, aunque no en sus ideas.
Franja electoral Evelyn Matthei.

En esta ocasión optó por presentar una imagen distinta y distinguible de sus adversarios directos en esta primaria derechista (Kaiser y Kast, se entiende), apostando por esta aura más amable, la que es capaz de identificar los problemas actuales pero que prefiere centrarse en la solución antes que en la crítica a la autoridad vigente. Paralelamente a esto, lo que se ha visto en esta franja trata de situarla en entornos distintos a su hábitat urbano y de ingresos altos, al punto de ocultar incluso el equipo de intelectuales, tecnócratas y políticos que sostendrán su eventual gobierno, y que la mayoría de los demás candidatos soñarían con tener.
Esto contrasta con la franja de Jeanette Jara, quien tomó desde el principio la decisión de mostrar lo que la candidata es y lo que tiene. Su trayectoria vital, profesional y política es tratada como un activo y como un diferenciador, pues la mayoría de sus rivales no tiene mucho que mostrar al respecto, e incluso para algunos puede ser un pasivo. Del mismo modo, el spot ingenioso, elocuente y de buena factura técnica sobre el impacto cotidiano de las 40 horas, también revela que la candidata no se guardará sus logros como ministra, así como tampoco se guardará sus principales propuestas (como el ingreso vital de $750 mil, emulando la experiencia mexicana) ni –muy importante– el equipo de expertos que le ayudará a implementarlas.
Hasta ahora, es la única franja que muestra y da voz a las personas que participaron en la elaboración del programa y que trabajarían en su cumplimiento, lo que habla de una robustez que los demás no tienen o no se atreven a mostrar (aún), pero que viene envuelta en una puesta en escena luminosa y amable, como una invitación a tomar once o como un deja vu de la maternal bonhomía de la expresidenta Bachelet. Probablemente sea la campaña que mejor explota sus activos, pero a la vez da la impresión de ser demasiado sana para un periodo enfermo.
La franja de Marco Enríquez-Ominami sí parece ser de un tiempo más crispado. Con imágenes generadas por IA, una secuencia de cortos realiza diagnósticos bastantes ácidos de la situación política actual, y denunciando por igual a la izquierda y a la derecha (al igual que Kaiser y Parisi) por los diversos males que aquejan a nuestra república. Su tono agresivo y supuestamente ecuánime en sus diatribas parece responder al hecho de que el triunfo de Jara en la primaria oficialista lo dejó en un lugar estrecho dentro del espectro, en el cual se posiciona apelando a sus probadas dotes de polemista y a un descontento que se sabe ubicuo, aunque con conciencia de que él no es la opción con más ventaja para canalizarlo. Los esfuerzos por mostrar que su candidatura trasciende a su persona individual no son particularmente convincentes, aunque sí merece destacarse el enfoque original (y muy cinéfilo, como era de esperar) con que abordó las situaciones de discapacidad que viven millones de chilenos.
Franja MEO con Inteligencia Artificial.

Finalmente, la franja de Eduardo Artés parece partir del supuesto de que el futuro se encuentra en el pasado. O en los hechos pasados, mejor dicho. Una pieza de su campaña reivindicó el estallido, sus causas y sus promesas incumplidas como un faro orientador de la acción política futura, pero cuidándose de expresar estas ideas con un tono sereno y algo nostálgico pero en absoluto galvanizador.
Por otro lado, ante la necesidad de recursos para el desarrollo de programas sociales, se presentó otra pieza reivindicando la nacionalización del cobre a través de una conversación del candidato con un nieto de Salvador Allende –y también médico–, como quien conjura el retorno de una fuerza histórica con los mismos ingredientes que la desataron en la primera ocasión. Esto no es exactamente lo mismo que un ejercicio de nostalgia, pero se le parece bastante y no se puede culpar a los votantes que lo perciban de esta manera. El jingle de la campaña no apela a la nueva canción chilena ni al canto nuevo, sino a algo que suena vagamente al rock/pop de Mauricio Redolés, lo que de todas formas no desentona con la única candidatura que reivindica ser de izquierda.
Entre la ocultación ideológica o una pretendida superación del eje izquierda-derecha, ya sea omitiéndolo o levantando sus dos polos para atizarle a ambos por igual, el eje debería estar en los atributos personales (trayectoria, logros, antecedentes intachables) y en la capacidad de congregar equipos y talentos para mover desde el gobierno el pesado barco que es el Estado de Chile. Como hemos visto, la mayoría de los candidatos carecen de uno o ambos activos, lo que se agrava por la desigual posesión de un último atributo, el que podríamos llamar “madurez política para el cargo presidencial”. A la luz de lo mostrado en la franja, son pocos los candidatos que parecen haber cruzado la “línea de sombras” con que Conrad se refería al cambio que sufren las personas al ser conscientes de haber asumido responsabilidades que les trascienden. Pero bueno, quedan varias semanas para que esto evolucione.







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