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Viernes, 1 de Agosto de 2025
Análisis

La reforma tributaria y el Mago de Oz

Carlos Tromben

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Fotografía: Ministerio de Hacienda
Fotografía: Ministerio de Hacienda

Innumerables ejemplos confirman que las reducciones de impuestos rara vez se traducen en mayor crecimiento. En Chile se utilizó este argumento para disimular el carácter político de la reforma tributaria.

En el estado de Kansas vive Dorothy, la protagonista del Mago de Oz, y también los hermanos Koch, los millonarios lobbistas responsables de financiar cuanta causa conservadora ha habido en Estados Unidos, incluyendo la reducción de impuestos a los más ricos.

Nada raro entonces que allí tuviera lugar un experimento de magia fiscal conocido como “el experimento de Kansas”, que consistió en reducir los impuestos de primera y segunda categoría de manera simultánea.

Una suerte de integración in extremis de ambos tributos.

Fue en 2012 y la idea del gobernador republicano Sam Brownback era “inyectar adrenalina en el corazón de la economía”, incentivando la inversión y el empleo de tal manera que la menor recaudación se compensaría con creces.

Nada de eso sucedió. Al cabo de cuatro años Kansas había perdido un cuarto de su recaudación tributaria normal y el gobierno debió aplicar recortes dramáticos en los servicios y en la inversión pública. Tan desastroso fue el experimento que los propios legisladores republicanos revirtieron parcialmente los recortes para evitar una debacle en los colegios y hospitales.

Dicho esto, hay que reconocer que la reforma tributaria del gobierno chileno no es tan osada. Sus efectos sobre la ralentización de la economía irán desde lo modesto a lo irrelevante, porque su verdadera naturaleza no es técnica sino política.

En abril de este año INTERFERENCIA publicó un análisis de por qué ninguna reforma tributaria tiene realmente impacto en el PIB, salvo en el caso de una economía que viene saliendo de una recesión y cuenta con importantes reservas de trabajo y capital subutilizados. Como ese no es el caso de Chile hoy, no se visualiza otro aporte que el de simplificar el sistema derivado de la reforma tributaria de Bachelet, calificado como engorroso por los contadores.

Por ello el análisis debe centrarse en lo político: el gobierno cumple una promesa de campaña y se fortalece, con votos comprometidos por la DC a cambio de “compensaciones”, que son ciertos beneficios para las regiones, los adultos mayores y la tributación de las pymes.

Del lado de las exenciones, los adultos mayores pagarán menos contribuciones. Del lado de los ingresos fiscales, ciertos proyectos de grandes contribuyentes pagarán una contribución adicional al Fondo de Desarrollo Regional (FNDR) y los servicios de entretención digital comenzarán a pagar impuestos.

La falange decidió quedar mal con el resto de la oposición, pero bien con algunos sectores de su electorado. ¿Quién podría culparla?

Respecto de la famosa cláusula pyme, esta consiste en elevar el techo de ventas anuales por debajo de los cuales una empresa de menor tamaño se puede acoger al artículo 14 Ter del impuesto a la renta: contabilidad simplificada y una tasa del 25% sobre utilidades retiradas. Con la reintegración del sistema, estos impuestos de primera categoría podrán ser utilizados como crédito por los dueños de la empresa en su declaración personal.

Todo eso suena bastante bien en el papel, y de hecho podría ayudar a retroalimentar una dinámica de crecimiento y reinversión a nivel microeconómico, pero nada asegura que se pueda extrapolar a la economía en su conjunto.

Que la reforma tributaria incentive el crecimiento global es un acto de fe y no una constatación empírica, puesto que de reinvertir utilidades en el negocio es el resultado de una serie de factores que incluye (pero que no se reduce) al régimen tributario: oportunidades concretas de negocio, nuevos mercados, saltos de productividad, que hoy en día tienden a estar más relacionados con la tecnología que con un aumento de la contratación.

Peor aún, con la reintegración se ha creado un fabuloso incentivo a la proliferación de falsas pymes que se acogerán a beneficios que en rigor no les corresponden. Fue exactamente eso lo que ocurrió el Kansas: decenas de miles de sociedades de responsabilidad limitada, muchas de ellas vinculadas a la industria petrolera y a los hermanos Koch, dejaron de pagar impuestos simultáneamente con las pymes verdaderas. 

En el caso chileno, los beneficios a las grandes fortunas son evidentes y será probablemente la primera vez en la historia en que un gobierno completo, desde el presidente a sus ministros, se auto asignan beneficios tributarios.

En el corto plazo, si la guerra comercial entre Estados Unidos y China se traduce en una nueva recesión mundial, las cuentas públicas podrían entrar en una fase de tensión que obligue a recortar gastos. Siendo mal pensados, quizá sea esta la idea.

El daño ya está hecho porque Chile requerirá en los próximos años más inversión pública y no menos. ¿Acaso el sector privado se hará cargo de la crisis hídrica que transformará durante los próximos años el valle central en un secano? ¿Del colapso de las ciudades? ¿De la bomba de tiempo demográfica y las pensiones?

Es por ahí donde “las cabras se le escapan para el monte” al experimento chileno tipo Kansas.

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