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Sábado, 2 de Agosto de 2025
[Sábados de streaming - Películas]

Los colonos: En el margen del agujero negro

Juan Pablo Vilches

Con un genocidio en curso –y perpetrado por colonos–, esta película chilena se suma a otras importantes obras contemporáneas empeñadas en conocer y entender al genocida.

Algunas de las películas más importantes del último tiempo están montadas sobre una y la misma pregunta.

¿Quién eres, Robert Oppenheimer, que facilitaste un asesinato en masa con el celo de un artista empeñado en montar el espectáculo más grande la historia (Oppenheimer, Christopher Nolan)? ¿Quién eres, Rudolf Höss, que desapasionadamente regentabas Auschwitz como si fuera una prolífica fábrica de cadáveres, justo colindando con tu bella casa (La zona de interés, Jonathan Glazer)? ¿Y tú quién eres, Ernest Burkhart, amante esposo y asesino, demasiado estúpido o demasiado deshonesto para darte cuenta de lo que estabas haciendo y contra quién (Los asesinos de la luna, Martin Scorsese)?   

Estas películas no tratan de genocidios sino de genocidas, porque los genocidios simplemente no caben en una pantalla, o se puede intentar meterlos a martillazos con el riesgo inherente de la banalización, la simplificación o el mero cliché. Cuando el crimen es tan grande, su mala adaptación puede tomar la forma de un segundo crimen. Mucho menor, cierto, pero doloroso y –en el peor de los casos– revictimizante.

Por ello, tal vez sea mejor centrarse en los genocidas, ese material luminoso que rodea los agujeros negros y que contiene la información más fidedigna que nos queda de esos hechos insondables. De esas singularidades que rompen para siempre el tejido del espacio-tiempo.

Así las cosas, ¿quién es Segundo Molina, el chileno/chilote/mestizo que fue parte de una expedición genocida en Tierra del Fuego durante el cambio de siglo (1901), para mayor gloria y fortuna del colonizador y empresario español José Menéndez (Los colonos, Felipe Gálvez)?

Esta película chilena se nos presenta con las imágenes y los sonidos del western, pues ese género codificó para siempre las historias de frontera. Molina (Camilo Arancibia) es apenas un punto entre muchos que pululan en un paisaje fueguino interminable y en proceso de domesticación. 

Las reglas de trabajo y convivencia son brutales, y lo suficientemente azarosas como para que Segundo sea escogido para exterminar a todos los selknam de la isla, junto con Alexander McLennan (Mark Stanley), un militar retirado escocés, y Bill (Benjamin Westfall), un patibulario vaquero estadounidense asignado para la tarea por el propio José Menéndez (Alfredo Castro). ¿Por qué este Menéndez no tiene acento español, si el verdadero nació en Asturias? Ya lo veremos.    

La expedición perfila a dos personajes tan interesantes como inescrupulosos, mientras Segundo a su lado parece una tabula rasa –poco más que un niño– que se mantiene alejado de sus pequeñas reyertas por el liderazgo y que, cuando habla, dice algo demasiado sensato y demasiado humano como para que sus compañeros lo tomen en serio.

Al igual que En el corazón de las tinieblas –tanto en la versión de Conrad como en la de Coppola–, la progresión y las interacciones del grupo se ponen a prueba en los encuentros durante el viaje. Con el progresismo periférico del perito Moreno (Mariano Llinás) y su expedición; con los espíritus selknam en una noche tempestuosa; con una tribu selknam a la que diligentemente convirtieron en espíritus; y con la extraña comitiva del Coronel Martin (Sam Spruell), aparente estación terminal de este viaje al corazón de las tinieblas. Aunque las tinieblas estuvieron con los viajeros desde el principio.

La expedición perfila a dos personajes tan interesantes como inescrupulosos, mientras Segundo a su lado parece una tabula rasa –poco más que un niño– que se mantiene alejado de sus pequeñas reyertas por el liderazgo y que, cuando habla, dice algo demasiado sensato y demasiado humano como para que sus compañeros lo tomen en serio.

Entre la monumentalidad de los planos generales de la Patagonia y el silencio espolvoreado por percusiones de western, la brutalidad de este mundo se hace evidente y hasta parece natural. Bill y MacLennan la habitan como si fueran nativos, mientras Segundo solo sigue la corriente tratando de no contaminarse, hasta que la fortuna decide por él.

Lo que parecía ser un relato minimalista para denunciar un genocidio, súbitamente cambia de propósito con un salto de temporal y espacial. Punta Arenas, siete años, después. En la mansión de Menéndez, oportunamente están reunidos el magnate, su hija, el infaltable sacerdote (Luis Machín) y un emisario del gobierno, llamado Marcial Vicuña (Marcelo Alonso).

Con esta reunión de notables, el guionista y director Felipe Gálvez pone sobre la mesa la estela del genocidio y la construcción de la verdad oficial respecto de un hecho que el Estado finge no tolerar. Si bien el intercambio entre los personajes es más locuaz de lo necesario, perfila bastante bien la naturaleza transaccional de estos acomodos, en especial de aquellos que endilgan los crímenes a quienes los perpetraron mientras que eximen a quienes los financiaron para beneficiarse de ellos.

Llegado a este punto, la película nos acorrala en la sombra de la dictadura, habitada por la silueta de los Pinochet, Romo o Krassnoff y por los nombres tachados y borrados de los grandes terratenientes y empresarios que instigaron el golpe y prosperaron después. Y que –al igual que el Menéndez de esta historia– tampoco tenían acento español.

Afortunadamente, la película no se detiene en esto sino que da un paso más allá: en la ejecución misma de este blanqueo, la que nos trae de vuelta con Segundo, instalado en su natal Chiloé y casado con Rosa (Mishell Guaña), una sobreviviente Selknam que conoció en su expedición con McLennan.

La escena es poderosa por dos razones: la primera es que incluye un relato de Segundo sobre escenas del genocidio que no vimos (contando con que la imaginación del espectador maximiza naturalmente el horror de lo narrado y considerando que su filmación habría sido demasiado cara); la segunda es que todo esto involucra al cine.

Al igual que el fotógrafo ruso Serguéi Prokudin-Gorski durante la época imperial, el emisario estatal Marcial Vicuña recorre el país con su cinematógrafo para captar imágenes de todo Chile con motivo de su primer centenario como país independiente. 

En ese contexto, registra con su cámara a Segundo y a Rosa tomando té, justo después de escuchar el relato de una matanza, componiendo así una secuencia sencilla y obscena que pone de manifiesto la relación patológica de los Estados con su pasado y la instrumentalización de las imágenes para blanquear y olvidar el horror. Un horror que siempre regresa, como bien sabemos.

Antes de que la película se despida amargamente de nosotros con las patrióticas imágenes capturadas por Marcial Vicuña durante su viaje por Chile, Rosa mira a la cámara para recordarnos que hubo un tiempo en que sus hermanos selknam la llamaron Kiepja, y que cambió de nombre cuando ayudó a exterminarlos.

¿Quién eres tú, Rosa, y quién eras tú, Kiepja? Su mirada es intensa, pero no lo suficiente como para responder.

Acerca de…

Título original: Los colonos (2023)

Nacionalidad: Chile

Dirigida por: Felipe Gálvez

Duración: 97 minutos

Se puede ver en: Mubi

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No he visto la película aún, espero poder verla y apreciar en su real dimensión la brutalidad ejercida por Menendez en la Patagonia con el exterminio de los Selknam, la cual ha sido muy gráficamente narrada en el libro Menendez el rey de la Patagonia, algo que me ha dejado perplejo y atónito, por la brutalidad de un hombre que sin escrúpulos terminó con los fueguinos, similar a la famosa mal llamada "Pacificación de la Araucania", llevada a cabo por Cornelio Saavedra

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