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Martes, 5 de Agosto de 2025
[Sábados de streaming - Películas]

Los delincuentes: Reinicios y nuevos comienzos

Juan Pablo Vilches

Esta película es larga, extensa y grande. Capaz de empezar y recomenzar varias veces; capaz de contener la estela de Buenos Aires y su opuesto; capaz de contener reflejos y reflexiones sobre el cine de su país. Y sobre el cine en general. 

Por muchas razones, a Buenos Aires se la puede tachar de ciudad extrema. Su vibrante pasado como polo migratorio –causado por una gran prosperidad económica– la puso por delante en ideas respecto del resto del continente, traduciendo prontamente ese caudal en manifestaciones culturales y políticas que se proyectaron hacia el mundo y hacia el futuro.

Según estas, Buenos Aires puede ser muchas cosas. Puede ser el centro de un laberinto infinito (Borges), el producto de una teodicea sudamericana (Marechal), una trampa recursiva e interminable (Nueve reinas, Fabián Bielinsky, 2000) o una enorme jaula de todo vale (Carancho, Pablo Trapero, 2010). O puede ser también la colmena gigantesca de Roberto Arlt, donde personajes pequeños viven pequeñas historias, a veces sórdidas y a veces sorprendentes.

Ese es el registro con que se presenta Los delincuentes, acompañada por Piazzola y una melodía que evoca la sonoridad más bien triste del tango y del dolor de ya no ser. Triste como la rutina de Morán (Daniel Elías), quien parece ser el héroe de esta historia mientras atraviesa la ciudad de Buenos Aires armado del overol del burócrata (zapatos-chaqueta-corbata), el cual porta sin demasiada convicción.

Se dirige al banco en el que trabaja, cuyo mobiliario y fauna de colegas nos empujan unas cinco décadas hacia el pasado, quienes cargan con su propia rutina sin notar el comportamiento progresivamente sospechoso de un Morán que parece estar tramando algo.

Al igual que Buenos Aires, esta película también es muchas cosas y para su propia construcción también simula ser aquello que finalmente tampoco es. ¿Podría caber esto en el género del robo? ¿Un caper, como le llaman en EE. UU? Sí, si no fuera porque Morán no es atractivo ni carismático, su plan de robo no tiene nada de complejo y su ejecución prescinde del suspenso.

Y sin embargo el robo se ejecuta, y como buen anti-caper, Morán no solo no tiene un cómplice, sino que debe improvisarlo ya con los 625 mil dólares escondidos en un bolso. Y acá aparece Román (Esteban Bigliardi), a quien propone cuidar el dinero por los tres años y medio que estará encarcelado por robo.

Su colega con nombre acrónimo es también su doble opuesto. Mucho más alto y delgado, Román carece del arrojo y la capacidad imaginativa de Morán. Por tal razón, su toma de posesión del dinero –después de una breve y pragmática consideración– se convierte pronto en un calvario mayormente autoinfligido.

Acá el relato se bifurca en un Morán liberado de su trabajo y de Buenos Aires, viajando sin razón aparente a un lugar del interior, bello y luminoso por ser antes que todo la negación de la gran ciudad. En paralelo, Román sufre la presencia del dinero escondido en su closet, convertido en un personaje más que afecta la gravedad de la película, que atrae y repele como el célebre anillo único de la saga de Tolkien (y la de Jackson).

Esta parte de la historia, deudora del clásico El dinero (Robert Bresson, 1983), desemboca en un viaje de Román a los mismos parajes visitados primeramente por su colega y cómplice,  pero con el fin de sepultar al molesto enemigo compuesto de billetes. Y aquí, la película comienza de nuevo.

El quiebre hacia la segunda parte es súbito y sorpresivo, sitúa a Román en un desayuno sobre la hierba con personas afines y nombres acrónimos (Norma, Morna y Ramón, quien además lee un comic de Namor), en algo parecido a un espacio de libertad que además le abre la posibilidad de un romance con Norma (Margarita Molfino). 

Todo se vuelve plácido y sumamente real, al punto de que la guerra que le hacen en su oficina –como principal sospechoso de complicidad con el ladrón– no es más que un contratiempo, una molestia al lado de una inesperada promesa germinada de entre los billetes que ni siquiera ha gastado.

Lo que nació como el intento resuelto y torpe de dos personas por liberarse, se apropia de la película entera, cuya materia y forma parecen convertirse en una apología de la libertad en los planos cinematográfico, narrativo y existencial. Primeramente, porque en alguna parte de la historia, el paraíso que conocieron Morán y Román en el interior argentino giró en torno a la filmación de una película protagonizada por flores y realizada por gente feliz por el hecho de no necesitar nada.

La película misma exhibe orgullosamente su capacidad de reiniciarse una segunda vez, cuando resignifica una elipse de la primera parte; para volver a reiniciarse una tercera vez, cuando se cumple la sentencia y Morán y Román se aprestan a obtener su recompensa.

El cierre de todo esto –o la cuarta película dentro de la película– se toma libertades aún mayores, lanzándose derechamente hacia la abstracción para mostrar los disímiles derroteros de nuestros dos delincuentes, situados en dos lugares geográficamente cercanos pero a la vez radicalmente distintos. A un universo de distancia.  

Estamos entonces ante una película que necesita ser extensa para reiniciarse serialmente, pero también para hacerlo de una manera que no pierda la coherencia estética y de objetivos. Estamos ante una película compuesta de varias películas, y ante una historia que se abre, se bifurca, desvaría y finalmente se cierra con sus pétalos abiertos.

Esta película no solo es extensa sino también ancha, pues aspira a contener los hallazgos y aprendizajes de lo que en su momento se llamó “nuevo cine argentino” y sus alrededores. Se puede reconocer a Lucrecia Martel, a Pablo Trapero y a Daniel Burman, entre muchos otros; sin embargo, la influencia más visible parece venir del crisol de Mariano Llinás, una especie de alquimista obsesionado por inventar nuevas formas de narrar, convencido de que con ellas se podrá iluminar cosas nuevas. O tal vez aquellas que fueron olvidadas.

El cierre de Los delincuentes apuesta por el lirismo y la apertura, dejando que todo lo anterior se disuelva plácidamente en algo parecido a un estado de ánimo. Muy distinto y muy lejos de la ciudad que nos recibió unas cuantas horas atrás.

Acerca de…

Título original: Los delincuentes (2023)

Nacionalidad: Argentina

Dirigida por: Rodrigo Moreno

Duración: 189 minutos

Se puede ver en: Mubi

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