En 1973 se estrenó en cines La grande bouffe (Marco Ferreri), una grotesca comedia en la que cuatro hombres aparentemente exitosos deciden encerrarse en una casa señorial en París para comer hasta morir. Sostenida por los excesos y el carisma de sus protagonistas (Mastroianni, Noiret, Piccoli y Tognazzi), la cinta retrataba la pulsión autodestructiva de cierto ethos de izquierda tras la derrota política que se vivía y se vislumbraba con el fin de la década anterior. En suma, era un fin de mundo.
Casualmente (sí, claro), en la película que nos ocupa otros cuatro hombres –mucho más poderosos que los mencionados– organizan una especie de retiro para jugar al póker en la casa de uno de ellos, llamada Mountainhead. Sin embargo, la intención inicial degenera en una disparatada deliberación respecto de cómo lucrar ante el desastre global –otro fin de mundo– que ellos mismos provocaron.
¿Tan poderosos son? Pues sí. Uno de ellos es Ven Parish (Corey Michael Smith), una versión más joven y menos acomplejada de Elon Musk, cuya red social capaz de generar imágenes muy verosímiles tiene a una mitad del mundo en guerra y a la otra mitad en guerra civil. Otro es Randall Garrett (Steven Carrell), el patriarca y mentor del lote, que combina la fragilidad física de Steve Jobs con el racismo de Peter Thiel.
El tercero es Jeff Abedrazi (Ramy Youssef), una especie de Sam Altman (Open AI) cuya app de inteligencia artificial puede distinguir las imágenes reales de las falsas… y resolver buena parte de los problemas generados por Ven. Y finalmente está Soup van Yalk (Jason Schwartzman), el único no billonario del grupo (apenas tiene 521 millones de dólares), que asume su rol de anfitrión como si además fuera el mayordomo de sus potentados amigos.
La presentación por separado de cada uno de ellos es eficaz y eficiente. Con pocos pincelazos se revelan las sombras de sus entornos de poder y sobreexigencia, pero siempre acompañadas de conflictos personales –una enfermedad terminal, una esposa sexualmente inquieta y así– que les confieren una humanidad que no se suele ver en este tipo de películas.
Ahora, ¿qué tipo de película es esta? Una sátira, principalmente, que mira desde el escándalo el hecho de que nuestro destino colectivo dependa de personajes tan frágiles y tarados, en su acepción literal. No es que sean estúpidos, simplemente cargan taras que les impiden sopesar el daño que provocan en el mundo, o darse cuenta de la enferma sociabilidad que los une.
La película se toma bastante tiempo en exhibir la relación de fraternidad cruzada por la competencia, donde el afecto, la envidia y el rencor fluyen histéricamente de un lado hacia otro, especialmente cuando tres de los involucrados exigen a Jeff que venda su IA para que Parish pueda apagar el incendio que provocó y, de paso, salvar su lugar como presidente de la empresa.
A estas intrigas salpicadas por afectos y rencores, se le suman hábilmente las consideraciones y especulaciones políticas a partir del desastre que está incendiando el mundo, el que es percibido por ellos como un gigantesco daño colateral, y también como una igualmente enorme oportunidad de saltar a la política: no para ser candidatos sino para apropiarse de países semifallidos –mencionan a uno bastante cercano del nuestro– o incluso dar un golpe en el propio EE. UU.
En este despliegue de banalidad y delirio, el único personaje que parece conservar cierto anclaje con la moral común es Jeff, quien no solo se niega a vender su empresa sino que piensa genuinamente que Ven y su red social son un peligro para el mundo. Al verbalizar sus aprensiones al patriarca Randall, la película se ve obligada a cambiar. Y no necesariamente para mejor.
Tres de los protagonistas se conjuran para asesinar al moralista e incómodo Jeff, lo que se traduce en largas secuencias de deliberación (o autoconvencimiento, mejor dicho), planificación y ejecución. Estos episodios se arrastran en la pantalla con la torpeza de sus personajes, la que lamentablemente se confunde con la torpeza de la propia película para darle un desenlace a la altura de su premisa.
El problema es más de escritura que de ejecución. Esta película se presentó como una sátira, una forma de comedia que busca burlarse de una realidad situación, resaltando sus aspectos ridículos aunque sin la necesidad de ser graciosa; mas cuando llegamos a un intento de asesinato entre amigos, entramos al terreno de la comedia física y de equivocaciones, la que sí debe ser graciosa para no verse ridícula. Y eso no ocurre aquí.
Si el desenlace es fallido y, por ende, decepcionante, su epílogo levanta el conjunto y se despide del espectador dejándole un recuerdo más amable. Por una parte, lanza más capas sobre la verdadera personalidad de Jeff y su anómala relación con Ven. Por otra, retoma y cierra con los respectivos sueños, traumas y preocupaciones que dan a sus cuatro personajes esa pátina de humanidad que se esfuerzan tanto en perder.
El guionista y director que parió esta película es Jesse Armstrong, el mismo creador de Succession (2018-2023). Se le nota la buena mano para esculpir dramas cruzados por ambiciones y afectos que se afectan mutuamente, y que se desarrollan a puertas cerradas; de espaldas al mundo, sus cámaras, sus algoritmos y sus pantallas. Esta película nos enseña (o nos recuerda) que el arcana imperii de nuestro mundo digital es igual de inaccesible que el de Maquiavelo, César o Napoleón. Aunque nos quieran vender lo contrario.
Otra cosa que nos enseña (o nos recuerda), es que se puede hacer sátira sin la necesidad de convertir a los personajes en altavoces diversos de una sola forma de idiotez, donde todos los chistes son en el fondo el mismo chiste. Al lado de productos como No miren arriba (Adam McKay, 2021), esta película parece escrita por Billy Wilder; pero convengamos en que la vara viene bastante baja.
Acerca de…
Título original: Mountainhead (2025)
Nacionalidad: EE. UU.
Dirigida por: Jesse Armstrong
Duración: 109 minutos
Se puede ver en: Max
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