A diferencia de otros procesos eleccionarios, en las primarias presidenciales de 2021 lo que se ha robado la atención no ha sido la actitud del periodismo hacia los candidatos, sino la postura de ciertos candidatos hacia el periodismo. El confuso planteamiento del programa de Daniel Jadue respecto de una Ley de Medios fue solo el inicio de una telenovela que a lo largo del último mes no ha hecho más que sumar nuevos episodios a la espera de un final incierto.
En una actitud previsible, la totalidad de la prensa tradicional se manifestó contraria a la idea del candidato comunista de ejercer –o al menos de “evaluar la implementación”– algún tipo de control sobre el concentrado sistema de medios existente en Chile. “Estoy tan contento de que muchos de los medios me ataquen todos los días y me traten de hacer pebre, porque eso me va a convertir en el candidato de la gente que no les cree a los medios”, manifestó en una entrevista online con la UAI. Algunos días después, esta vez aludiendo a sus rivales en las primarias, agregó en un punto de prensa: “hacen campaña en los medios porque no pueden salir a la calle”.
Si bien está lejos de ser el primer presidenciable que critica la concentración de medios, falta de pluralismo, opacidad del avisaje estatal y carencia de un sistema de medios públicos, Jadue marca un precedente al optar por no responderles a determinados periódicos, en una actitud que pocos se habían permitido antes.
La molestia del alcalde de Recoleta con la prensa tradicional –es un férreo detractor de El Mercurio y Canal 13– se ha visto confirmada con su negativa a colaborar con La Tercera, diario que a comienzos de año lo vinculó con un caso de licitaciones irregulares de luminarias. Es así como Jadue se restó en las últimas semanas de sendos artículos del buque insignia de Copesa. Primero, cuando se publicaron las declaraciones de impuestos de los seis candidatos que van a primarias y, luego, cuando el diario desplegó un especial dominical –sesión de fotos incluida– con las principales ideas fuerzas de cada uno de ellos.
Aun así, Jadue, su comando y su partido parecen tratar a la prensa tradicional con una doctrina de cuerdas separadas. Mientras el candidato opta por no responder las llamadas de La Tercera, el PC parece no tener problemas en conceder entrevistas a ese diario, El Mercurio y otros medios cada vez que son requeridos. Es así como Ramón López participó en el ciclo de entrevistas realizado por Economía y Negocios a los encargados económicos de los seis precandidatos, Guillermo Teillier fue entrevistado extensamente el 10 de julio en La Tercera, y Camila Vallejo junto con la economista Javiera Petersen hicieron lo propio el 11 de julio con El Mercurio.
Si bien está lejos de ser el primer presidenciable que critica la concentración de medios, falta de pluralismo, opacidad del avisaje estatal y carencia de un sistema de medios públicos, Jadue marca un precedente al optar por no responderles a determinados periódicos, en una actitud que pocos se habían permitido antes.
Esto se explica no solo por la supuesta ventaja que el candidato comunista llevaría respecto de Gabriel Boric –de hecho, Jadue se ha bajado de otras entrevistas, debates y conversatorios–, sino también por la pérdida de influencia que la prensa tradicional ha tenido en el último tiempo para determinar la agenda y encauzar el relato del país. En otras palabras, nunca fue menos riesgoso que hoy lanzarse con dureza en contra de un sistema que requiere a todas luces una revisión de las reglas que lo rigen.
¿Debemos seguir leyendo Reportajes de El Mercurio todos los domingos tal como hace 10 años? La respuesta es sí, pero por motivos distintos a los de hace una década. Un nuevo Chile está naciendo, pero el antiguo Chile aun no deja de existir.
Dicho esto, sería un error ignorar por completo el poder que aún les cabe a los medios tradicionales chilenos. Sorprendido por el revuelo que ha causado en círculos progresistas el tratamiento que El Mercurio le ha dado a la Convención Constituyente, el periodista Mirko Macari admitió en Twitter hace pocos días no leer ya el diario de los Edwards porque “es muy fome y no marca la agenda”. Y agregó: “Hace 10 años esos mismos medios construían realidad. Hoy no pueden ni siquiera instalar al presidente de la Convención”.
Pero una cosa es admitir cómo se ha debilitado la muñeca negociadora de este tipo de medios y otra muy distinta es optar por sencillamente ignorarlos. De manera extensa se ha estudiado cómo la prensa escrita es el espacio que la élite utiliza para comunicarse entre sí, generando un espacio único para quienes están fuera para ver cómo piensan los sectores más acomodados.
Este tipo de medios se convierte así en una rendija voyerista a lo más íntimo del alto empresariado y los cerrados círculos del poder. Pero, así como este mismo grupo de chilenos decidió ignorar por décadas una serie de señales inequívocas que emanaban desde los distintos territorios –lo que les impidió ver venir el estallido social de 2019–, cerrar los ojos por completo ante la existencia de un grupo de medios tradicionales podría ser un error igualmente grave.
¿Debemos seguir leyendo Reportajes de El Mercurio todos los domingos tal como hace 10 años? La respuesta es sí, pero por motivos distintos a los de hace una década. Un nuevo Chile está naciendo, pero el antiguo Chile aun no deja de existir. Ignorar la influencia que la prensa de élite aún tiene sobre parte de la población es tan voluntarista –o ingenuo– como pensar que el poder de la dictadura terminó con el traspaso de mando de marzo de 1990.
Chile y su sistema de medios viven un inédito y tardío reacomodo de piezas. Mientras uno de los precandidatos mejor posicionados en las encuestas se permite darle un portazo a un diario de circulación nacional, un periodista de vasta trayectoria reconoce ya no leer el otro periódico que completa el duopolio de nuestra prensa escrita.
El declive en el consumo e influencia de los medios tradicionales chilenos es innegable. Su falta de reacción ante una sociedad que les gana en velocidad y desconfía de ellos parece indicar que se trata de un fenómeno que no tendrá vuelta atrás. Aun así, es prematuro firmar el acta de defunción de un paciente que desde su cama se aferra a todo lo que tiene a su alcance. La sabiduría popular puede ser buena consejera: se han visto muertos cargando adobes.
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