En China los cineastas son agrupados por generaciones, como si cada uno fuera parte de una cohorte de egresados de una estructura formativa estatal, puesta al servicio de la generación de piezas culturales, las que a su vez deben estar al servicio de una determinación colectiva (más nacional que ideológica), a fin de presentarla de la mejor manera hacia los propios y hacia los demás.
El cineasta Jia Zhangke pertenece y sobresale en la sexta generación, la siguiente de los célebres Zhang Yimou, Chen Kaige y Tian ZuangZuang, y desde su complicado debut en 2008 –Xiao Wu, sobre un carterista, en un país donde oficialmente no hay delincuencia– su obra se ha dedicado a registrar la vertiginosa evolución de China hasta su estatus actual de superpotencia en ascenso.
Una obra sorprendente, hay que decirlo desde el principio, por el agudísimo contraste entre la austeridad de los recursos desplegados y la enorme ambición que le da su razón de ser.
Ya en sus ficciones iniciales, abordó la metamorfosis de las ciudades del interior por las necesidades productivas determinadas a nivel central, y siempre considerando el efecto e interrelación de dichos procesos con los actores de la cultura: víctimas, testigos y finalmente cronistas del inevitable paso del río en cuyos extremos están el pasado y el futuro.
En paralelo a sus ficciones, Jia ha incursionado reiteradamente en el género documental, siendo el último Nadar hasta el mar se vuelva azul (2020). Una obra sorprendente, hay que decirlo desde el principio, por el agudísimo contraste entre la austeridad de los recursos desplegados y la enorme ambición que le da su razón de ser.
Empecemos con los recursos. Con la historia oral. Con el testimonio de dos ancianos de la provincia de Shanxi –tierra natal de Jia–, contando cómo un escritor y líder político llamado Ma Feng revolucionó la agricultura local en los años 50, generando una prosperidad inédita en la zona, junto con la posibilidad de que las parejas se casaran por amor, erradicando para siempre los matrimonios concertados por las familias.
Con una puesta en escena sencilla y cotidiana, con tiros de cámara alternados entre planos generales y otros con mayor cercanía, los relatos de estos ancianos son sumamente eficaces a la hora de evocar un mundo, uno ajeno a nosotros, casi inconcebible a veces. Un mundo que tiene un correlato visual en ficciones como El rey de los niños (Chen Kaige, 1988), donde el Estado chino ya proyectaba una determinación hacia el presente que hoy conocemos desde la más absoluta precariedad material. En la película de Kaige, enviando jóvenes a ser profesores rurales en escuelas donde unos cuantos bambús amarrados contienen nada más que niños, cuadernos ajados y jóvenes oficiando de profesores.
Los testimonios de los primeros voceros, y de la hija del ya mencionado Ma Feng, dan cuenta precisamente de esa voluntad grande y férrea que ha movilizado a más de mil millones de personas, sosteniéndose en el esfuerzo individual de muchos y encauzándolo hacia la visión que se está concretando hoy.
El recurso de la historia oral se manifiesta en todo su poder, al dejar que los gestos y las inflexiones de voz hablen por las estrecheces, los golpes de suerte, los hechos traumáticos y las relaciones significativas que esculpieron las voces de estos escritores.
Así llegamos al único instante de este documental en que se recurre a material de archivo para hablar del pasado, no para que cuente sino para que muestre su diferencia con el presente. Particularmente en la ciudad natal de Jia, Fenyang, donde el director organiza un festival literario con la participación de los escritores más reconocidos de China.
De los literatos invitados, tres de ellos serán los voceros para el resto de la película: Jia Pingwa, nacido en 1952; Yu Hua, nacido en 1960; y Liang Hong, nacida en 1973. Los testimonios de estos escritores de tres generaciones diferentes son puestos en orden cronológico para que la evolución de China, en lo grande y en lo pequeño, se haga evidente en las vivencias de estos narradores, incluso antes de que lo fueran. O, mejor dicho, especialmente antes de que lo fueran.
El recurso de la historia oral se manifiesta en todo su poder, al dejar que los gestos y las inflexiones de voz hablen por las estrecheces, los golpes de suerte, los hechos traumáticos y las relaciones significativas que esculpieron las voces de estos escritores; algunas de cuyas frases más memorables sirven de énfasis o de separación entre los 18 episodios –bloques temáticos de contenido, más bien– en que se divide esta película.
Así, las vidas de los escritores se convierten en palabras, las que a su vez esculpirán la conciencia y la determinación de otros, quienes recitan las frases y versos a la cámara; porque la transformación de China pasa por el trabajo, la tecnología y –sobre todo– por aquellas palabras que dan cuenta de lo que cambia y de lo que no. Y el documental contiene y envuelve todo esto con un gesto sencillo y ligeramente solemne, como si cada palabra fuera la expresión de una sola y gran voluntad.
Es muy decidor que el último testimonio, de la escritora Liang Hong, ahonde como ningún otro los sacrificios que su entorno inmediato debieron realizar para mantenerse como familia y de paso hacer posible la trayectoria de Hong hacia las letras y la docencia. En esto, Jia vuelve a un tópico que desarrolló con más holgura en su documental de 2008, 24 City (también en Mubi, y también muy recomendable), sobre el cierre de una fábrica para convertir el terreno en un enorme y moderno conjunto de departamentos.
El relato de estas vidas aplastadas no tiene ni un ápice de denuncia, sino que están ahí para ser objeto de homenaje, por asumir un costo necesario para el bienestar colectivo.
Fusionando entrevistas reales con otras recreadas con actores famosos, Jia enmarca este cambio urbano con las historias de las personas que trabajaron en esta fábrica, con un claro énfasis en aquellas que hicieron los sacrificios mayores por cumplir con lo que se esperaba de ellos. Sin embargo, el relato de estas vidas aplastadas no tiene ni un ápice de denuncia, sino que están ahí para ser objeto de homenaje, por asumir un costo necesario para el bienestar colectivo. Algo así como una estatua a quienes murieron construyendo la muralla china.
Habiendo pasado esta sección, como un mal trago tan necesario como un remedio, el documental se despide con un breve y vivaz relato, uno que le da su nombre y resume el sentido de todo lo que vimos. Bien cerrado, coherente, pero también hermético y convencido de su propia retórica, y sin dejar espacio ni margen para la crítica o la duda.
Tal vez las generaciones siguientes (de cineastas y espectadores) puedan moverse en dicho espacio.
Acerca de…
Título original: Yi zhi you dao hai shui bian lan (2020)
Nacionalidad: China
Dirigido por: Jia Zhangke
Duración: 112 minutos
Se puede ver en: Mubi
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