He escrito más de alguna vez en algún otro lado que una de las propiedades que más atesoro es una revista People llamada People celebrates de 70s.
En casi ciento cincuenta páginas, esa revista (que encontré por casualidad un día entrando al campus Gómez Millas por la calle lateral, en una venta de vereda) repasa las tendencias, modas, estilos y fenómenos de la cultura popular de la década de los 70, desde Los Ángeles de Charlie hasta el punk, pasando por los Carpenters, la onda disco e incluso Evil Knievel.
Sin embargo, a pesar de toda esta memorabilia setentera, el capítulo que más me inquieta y atrae del volumen es uno que se llama Back to the glory days (De vuelta a los días de gloria), donde la revista se detiene en que tres de los mayores hitos narrativos audiovisuales de aquellos tiempos, Grease, American graffiti y Happy days (Los días felices), son historias ambientadas todas en los años 50.
Este revival cincuentero se debió en su día a la crisis del petróleo (que, como indica una investigación de la editorial Siglo XXI, cierra un periodo de esplendor económico iniciado, justamente, en los cincuenta y que duró casi un cuarto de siglo) y a la sensación de que aquellos años felices habían concluido.
El autor del texto explica que este revival cincuentero se debió en su día a la crisis del petróleo (que, como indica una investigación de la editorial Siglo XXI, cierra un periodo de esplendor económico iniciado, justamente, en los cincuenta y que duró casi un cuarto de siglo) y a la sensación de que aquellos años felices habían concluido.
Estas obras eran un poco la añoranza de un paraíso ahora irremediablemente perdido.
De estos tres hitos narrativos setenteros, sin embargo, el que más caló hondo en Chile fue el primero, Grease (Brillantina), donde John Travolta, en el papel de Danny Zuko hacía sufrir a Olivia Newton-John, impersonando a Sandy Olsson.
Era una época de la segunda mitad de aquella década en que los arrestos de los directores de cine de escuela formal, como Francis Coppola, Woody Allen o Martin Scorsese, empezaban a ceder ante los blockbusters del estilo de Tiburón o La Guerra de las Galaxias.
Entonces, este musical de high-school -que se colaba desde las tablas de Chicago y Broadway a los cines latinoamericanos, y a las casas, y a los viajes en auto en las vacaciones, y a las fiestas de matrimonio con su banda sonora pegajosa e inevitable de la que se cortaron miles de casetes en aquellos días del inicio de la popularización de dicho formato musical-, fue realmente como una invasión del espíritu anglosajón premunido por la química entre la pareja protagónica que no solo intentaría sin éxito repetir en Tal para cual, sino que se transformaría en el estándar del amor escolar que sería homenajeado o parodiado, desde su relectura disneyficada que es High School Musical, hasta su reinterpretación bajo la 'moral Netflix' en Sex Education.
Todas las adolescentes querían ser Olivia Newton-John, y todos los adolescentes estábamos enamorados de ella.
Todas las adolescentes querían ser Olivia Newton-John, y todos los adolescentes estábamos enamorados de ella.
Olivia, que había nacido en Cambridge, pero que, tal como los Bee-Gees, haría carrera en Australia en sus primeros días, ya contaba con temas para encabezar las listas de singles, sobre todo en los charts country.
No bastaba con eso.
Dos décadas memorables
De algún modo la figura de Olivia Newton-John pasaba, como en un juego de máscaras de lo angelical a lo sexy, se daba tiempo para despachar no solo algunas de las baladas más memorables del pop posterior a los sesentas, como I Honestly Love You de 1974 o Sam de 1977, amén de su participación en el Festival de Eurovisión del mismo 1974, donde secundó a ABBA con Waterloo en un meritorio cuarto puesto, sino que incluso desarrollando un pop más elaborado como en el tardosetentero Deeper Than The Night de 1979.
Podría decirse que Newton-John fue, desde aquella competencia europea de mediados de los 70, la respuesta anglo a ABBA, pero quizá es mejor hoy, desde la distancia, pensar que ella junto con Agnetha Fältskog (ABBA), Debbie Harry (Blondie) y la misma Raffaella Carrà formaban un tetraunvirato de interpretes rubias que sentarían las bases para Madonna o Taylor Swift -aunque huelga decir que en continuidad, sobre todo la Olivia de Grease en estrellas cinematográficas previas como Doris Day o Sandra Dee-, e incluso para el movimiento efímero del Blonde Pop (Transvision Vamp, The Primitives, The Darling Buds) en la Inglaterra de mediados de la década entrante.
Su relación de competencia/colaboración con ABBA alcanzaría un momento cúlmine aquella noche a inicios de marzo de 1979 en que Televisión Nacional de Chile transmitió por sus centenares de antenas repetidoras y para todo el país un recital que se había realizado un par de meses antes en la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York y que a la postre fue una suerte de 'Dream Team' de la música popular de aquella década que se cerraba.
Justamente por esta voz celestial es que en tantas de sus incursiones fílmicas sus personajes se relacionaban con seres divinos: como en Tal para cual o en la propia Xanadu -particularmente en el single, Magic- donde su 'Kira' en realidad era la musa Terpsícore.
El recital se denominó Música para UNICEF y conmemoraba los veinte años de la Declaración de los derechos del niño. En él los Bee-Gees interpretaron Too Much Heaven, John Denver cantó Rhymes & Reasons, ABBA lanzaría la imperecedera Chiquitita y Olivia Newton-John haría tándem con Andy Gibb con Rest Your Love on Me.
No sería la única vez que Newton-John haría una colaboración. Allá estarían el Xanadu junto con la Electric Light Orchestra o Suddenly con Cliff Richard, ambas de 1980.
Por cierto, todos estos emprendimientos musicales descansaban sobre una voz privilegiada que disponía de un vibrato inigualable y de una tesitura que era heredera del Tin Pan Alley en esa exuberancia que resulta saltar a veces una octava completa como intervalo y que ella en persona presentó en su visita al Festival de la Canción de Viña del Mar en 2017 cuando cerrando el espectáculo acometió Somewhere Over the Rainbow donde la nota que acompaña a la sílaba "some”, es seguida de un “WHERE” a ocho cuerpos de distancia.
Justamente por esta voz celestial es que en tantas de sus incursiones fílmicas sus personajes se relacionaban con seres divinos: como en Tal para cual o en la propia Xanadu -particularmente en el single, Magic- donde su 'Kira' en realidad era la musa Terpsícore.
La idea de Newton-John como musa hace contraste con aquella idea de más arriba de sus máscaras múltiples -y con su éxito posterior Physical (1981)- y esto se evidencia de manera prístina en el segmento final de Grease, donde Sandy cambia su indumentaria de colores pasteles por el spándex y una actitud más roquera que a la postre haría escuela en las cintas de high-school, donde estas metamorfosis femeninas se volverían un tropo como el que ilustra, aunque de manera inversa, Ally Sheedy en El Club de los Cinco, y más radicalmente Winona Ryder en Heathers o Lindsay Lohan en Mean Girls.
Así, el legado de Olivia Newton-John entronca con la tradición musical no solo de los 50 y más atrás hasta los orígenes del pop anglosajón en aquel callejón neoyorkino del Tin Pan Alley, sino que también con la imagen de la mujer en el ámbito del espectáculo, dándose maña para alternar entre la dulzura y la dominancia dejando un sendero de cómo una estrella femenina puede ser varias estrellas femeninas sucesivamente, sin nunca perder el aura de genialidad y de originalidad.
Y, de paso, un puñado de temas musicales legendarios para la posteridad.
Comentarios
Al final se nos fue está
Una tremenda vocalista, mas
Aunque para muchos, y me
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