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En su último número de noviembre The New Yorker incluyó un reportaje extenso (longread) sobre el estado actual de la “lectura de la mente” mediante dispositivos tecnológicos (The Science of Mind Reading), firmado por James Somers, que se iniciaba con los siguientes párrafos:
“Una noche de octubre de 2009, un joven yacía en un escáner de resonancia magnética funcional [fMRI] en Lieja, Bélgica. Cinco años antes, había sufrido un traumatismo craneoencefálico en un accidente de motocicleta y desde entonces no había hablado. Se dijo que estaba en "estado vegetativo". Un neurocientífico llamado Martin Monti se sentó en la habitación contigua, junto con algunos otros investigadores. Durante años, Monti y su asesor postdoctoral, Adrian Owen, habían estado estudiando pacientes vegetativos y habían desarrollado dos hipótesis controvertidas. Primero, creían que alguien podía perder la capacidad de moverse o incluso parpadear mientras aún estaba consciente; en segundo lugar, pensaron que habían ideado un método para comunicarse con esas personas “encerradas” detectando sus pensamientos no expresados".
"En cierto sentido, su estrategia fue simple. Las neuronas usan oxígeno, que se transporta a través del torrente sanguíneo dentro de las moléculas de hemoglobina. La hemoglobina contiene hierro y, al rastrear el hierro, los imanes en las máquinas de resonancia magnética funcional pueden construir mapas de la actividad cerebral. Detectar signos de conciencia en medio del remolino parecía casi imposible. Pero, a través de prueba y error, el grupo de Owen había ideado un protocolo inteligente. Habían descubierto que si una persona se imaginaba caminando por su casa, había un pico de actividad en su circunvolución parahipocampal, un área en forma de dedo enterrada profundamente en el lóbulo temporal. Por el contrario, imaginarse jugar al tenis activaba la corteza premotora, que se asienta sobre una cresta cerca del cráneo. La actividad fue lo suficientemente clara como para ser vista en tiempo real con una máquina de resonancia magnética funcional. En un estudio de 2006 publicado en la revista Science, los investigadores informaron que le habían pedido a una persona encerrada que pensara en el tenis y vieron, en su escáner cerebral, que lo había hecho”.
En los últimos tres lustros se ha depurado lo que se conoce como 'leer la mente', mediante dispositivos tecnológicos como el fMRI, pero también por los desarrollos que en paralelo están produciéndose de manera catastrófica en el ámbito de la Inteligencia Artificial, en particular por el Deep Learning.
Esta técnica, que el reportaje de Somers desarrolla in extenso, se ha venido depurando desde ya hace tres lustros, no solamente para favorecer la comunicación con pacientes en estado vegetativo, sino que para una empresa que tiene implicaciones de todo tipo, cual es la 'lectura de la mente', mediante dispositivos tecnológicos, como el mencionado fMRI, pero también, sobre todo a partir de aproximadamente 2013, potenciado por los desarrollos que en paralelo están produciéndose de manera catastrófica en el ámbito de la Inteligencia Artificial, en particular en el área que se suele denominar con el rótulo paraguas de Deep Learning.
Sin embargo, antes de arrojarnos en un detalle de algunos de estos hallazgos, puede ser importante poner en perspectiva la 'lectura de la mente' como un campo de indagación que desde hace muchísimas décadas ha profitado de los avances tecnológicos, y que, para además situarnos en el contexto de una segunda vuelta eleccionaria presidencial en Chile, tiene implicancias políticas, o como diría Foucault, biopolíticas, o, como diría hoy en 2021 Byung-Chul Han, psicopolíticas.
Para ello, primero, un par de párrafos algo más didácticos.
En la última edición (la cuarta, de 2020) del The Student's Guide to Cognitive Neuroscience Jamie Ward incluye la siguiente imagen.
Esta imagen muestra a una persona en el momento exacto en que está desarrollando una tarea que implica tomar una decisión en que se debe resolver una consulta en modalidad de test. Podría ser determinar si una palabra que ha aparecido en una pantalla frente a ella tiene la letra “f” o si le gustan más las empanadas de queso o las de pino.
Antiguamente [en los Estados Unidos, aproximadamente desde la época de la Primera Guerra Mundial, y en China desde la Dinastía Sui en el siglo VI], para recolectar datos sobre este tipo de tests, la psicología disponía de cuadernillos de respuestas, pero durante el siglo 20 empezó a dominar una tecnología que potenciaba el valor de los hallazgos llamada 'tiempo de respuesta' (reaction time, RT), que consistía en que la persona debía apretar un botón, por ejemplo, para indicar que su respuesta era afirmativa a la consulta sobre la presencia de una “f” en la palabra presentada.
El tiempo que mediaba entre el momento en que había aparecido la palabra y el momento en que se había apretado el botón correspondía al 'tiempo de respuesta' y a la dinámica completa se la empezó a llamar 'cronometría mental' [probablemente al leer esto, se venga a la mente los test psicométricos de apretar el freno cuando aparece una luz roja cuando se va a renovar la licencia de conducir].
Las pruebas de 'tiempo de respuesta', sin embargo, no son muy exactas en sus resultados: mal que mal, entre que la persona ha enviado las órdenes a su mano para apretar el botón y el momento en que este es finalmente pulsado, pasan algunas décimas de segundo. Algo que es crucial si lo que se está midiendo es cuándo la persona frenará su vehículo ante una emergencia caminera, pero mucho menos clave si se trata de detectar una “f”. Así que las tecnologías han inventado otros dispositivos, como el que en el dibujo se presenta como EMG.
Leer la mente puede referirse a lo que la mente esta viendo o escuchando o sintiendo táctilmente (percepción), haciendo o realizando motoramente (acción), pensando (imaginación) o diciendo (lenguaje) y cada una de estas órbitas está siendo abordada por las indagaciones contemporáneas.
EMG es la sigla en inglés para electromiografía, que consiste en registrar la actividad eléctrica producida por los músculos esqueléticos. Con un sensor EMG se pueden ganar décimas de segundos y determinar cuándo se va a mover la mano, antes de que se apriete el botón.
Esta segunda técnica tiene un pariente cercano en el polígrafo, que consiste en un dispositivo que registra respuestas fisiológicas como la presión arterial, el ritmo cardíaco o la frecuencia respiratoria, y que se conoce más con el nombre pop de 'detector de mentiras'.
En su libro Cómo detectar mentiras Paul Ekman quebraba una lanza para demostrar que el detector de mentiras en realidad no detectaba mentiras, sino que era capaz de determinar si la persona que estaba siendo registrada mediante sus sensores estaba siendo presa de alguna emoción: si estaba conturbada. De este modo, el uso de estos aparatos demandaban de entrevistadores expertos que pudieran al mismo tiempo poner en aprietos a personas que tenían algo que ocultar y permitir que estuvieran relajadas personas que eran inocentes. Los usos policiales de este tipo de técnicas han sido ampliamente estudiados y denunciados por la literatura.
Se puede en este punto hacer una composición de lugar y ponerse en el caso de que la tecnología de 'lectura de la mente' avance más todavía de lo que ha avanzado desde la prueba de la casa y el tenis mencionada en el inicio del reportaje del The New Yorker. Por ejemplo, el equipo del investigador japonés Yoichi Miyawaki, del Center for Frontier Science and Engineering, ha sido capaz de reconstruir imágenes sencillas que las personas están viendo solo a partir de la activación cerebral (que se registra en unidades volumétricas similares a los píxeles y que se llaman 'vóxeles'”) que registra el fMRI; mientras que el equipo de Thomas Naselaris de la Universidad de Minnesota ha seguido una ruta diferente mediante el emparejamiento de las actividades cerebrales ante una imagen con imágenes en movimiento -que suelen recogerse de millones de horas de video de YouTube-.
¿Podría alguien en el futuro meterse a mi mente y robarme los cuatro dígitos de mi clave para el cajero automático? Teóricamente, sí.
Como sostenían Martin & Chao en 2001 (Semantic memory and the brain: Structure and processes), aunque ligeramente parafreaseado, leer la mente puede referirse a lo que la mente esta viendo o escuchando o sintiendo táctilmente (percepción), haciendo o realizando motoramente (acción), pensando (imaginación) o diciendo (lenguaje) y cada una de estas órbitas está siendo abordada por las indagaciones contemporáneas.
Somers sostiene que más allá de las diferencias en la expresión de pensar, imaginar, percibir, decir, o hacer, la empresa científica conjunta entre neurociencia e Inteligencia Artificial está arribando a que existiría un nivel de abstracción en que todas estas órbitas se hermanan: si juego al tenis, o si pienso en que estoy jugando tenis, o si veo un partido de tenis, o si sueño que estoy jugando tenis, o si leo un texto de David Foster Wallace en que se habla de tenis; todo ello se refiere a una realidad que es, en último término, la experiencia -para ocupar el mismo lenguaje de Foster Wallace- del tenis.
Y todas esa experiencia es la que finalmente empieza a ser 'leída' por estos avances.
Entonces, ¿podría alguien en el futuro meterse a mi mente y robarme los cuatro dígitos de mi clave para el cajero automático? ¿o podría un gobierno autoritario de control social escanear las mentes de las ciudadanas para determinar quienes son opositoras al régimen?
La respuesta a la primera de estas interrogantes es -al menos teóricamente-, sí. De hecho con las tecnologías de juguete de neurociencia que se pueden comprar casi hasta en la Casa Royal un videojuego controlado con estos dispositivos podría, bajo una apariencia ingenua, ocultar elaborados procedimientos para extraer dicho tipo de informaciones.
La respuesta a la segunda interrogante -sobre un gobierno autoritario- es que el desarrollo está en ciernes, y de hecho por eso hoy se está hablando tanto de los neuroderechos; aunque huelga indicar, siguiendo a Alejandra Zúñiga Fajuri, Luis Villavicencio Miranda y Ricardo Salas Venegas en ¿Neuroderechos? Razones para no legislar de Ciper que los llamados neuroderechos parecen ser solo una extensión, abrumada por el desarrollo de las neurotecnologías, de amenazas a la privacidad y a la libertad y a los derechos humanos que ya están protegidos por las legislaciones.
Quizá quienes más han logrado ahondar en este último ángulo sean algunas especialistas como Joy Buolamwini, Deborah Raji, Meredith Broussard o Cathy O’Neil, quienes participan del documental Coded Bias que se encuentra en Netflix y que en una hora y media de metraje logra ahondar en las amenazas para la privacidad mental, la identidad y la libertad individual de estos desarrollos.
Algunos textos de INTERFERENCIA sobre estos temas
- Por qué la Inteligencia Artificial es racista y sexista
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