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Jueves, 7 de Agosto de 2025
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¿Se está desnixonizando el orden global?

Andrés Almeida

El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al mandatario chino, Xi Jinping

El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al mandatario chino, Xi Jinping
El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al mandatario chino, Xi Jinping

El mundo ya no está dividido bajo los parámetros de la Guerra Fría que dibujó Richard Nixon después de su visita a China, pero la guerra ruso-ucraniana pareciera mostrar que los equilibrios de las viejas potencias geopolíticas se están subvertiendo. La duda es ¿hasta qué punto?

Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado viernes 18 de marzo de 2022, y ahora se comparte para todos los lectores.

Antes de febrero de 1972 el mundo era un lugar relativamente ordenado. Al menos así lo parecía, pues por un lado estaba Estados Unidos y por otro la Unión Soviética, en un esquema bipolar, dividido entre capitalistas y comunistas; fuerzas antagónicas que se enfrentaban en guerras de baja intensidad para evitar una conflagración nuclear, pero que sostenían ideologías irreconciliables y mutuamente excluyentes.

Desde luego, todo era mucho más complejo, pues existía ya desde 1961 el Movimiento de Países No Alineados, donde varias potencias regionales -principalmente asiáticas y africanas- sentaban su derecho a no estar bajo la órbita de ninguna de las dos superpotencias, lo que incluía a Yugoeslavia, un estado europeo, oficialmente socialista, pero que se negaba a alinearse con la Unión Soviética.

Así y todo, parte del orden 'natural' consistía en que la Unión Soviética fuera aliada -al menos no enemiga- de la República Popular China, nacida después de la Segunda Guerra Mundial, bajo la tutela de Mao Zedong, un histórico líder aliado de los soviéticos, quien impuso un régimen de características muy similares, con un régimen mono-partidista, donde el Partido Comunista era el rector de la vida social, cultural, política y económica de la república.

A partir de febrero de 1972 todo eso cambió, con la visita del presidente estadounidense Richard Nixon a China, en un acto de audacia diplomática que implicó sacar completamente a los chinos de la órbita soviética, agudizando sus diferencias, las que empezaron en los 50 y se remarcaron en los 60; y buscar un pacto -tácito en lo político y muy evidente en lo comercial- entre la China comunista y los Estados Unidos capitalistas.

Este pacto, entre otras cosas, incluyó a partir de 1979 una especie de solución de compromiso para Taiwán, exprofeso ambigua, en la que los estadounidenses reconocieron el principio de 'una sola China' -por lo que la embajada de Estados Unidos 'migró' de Taipéi a Beijing-, aunque en la práctica Estados Unidos no abandonó a la isla a su suerte, pues persistió un compromiso semi formal de defenderla militarmente, el que se instituyó en 1982. 

Los resultados son conocidos. Estados Unidos se impuso a la Unión Soviética, la cual implosionó, mientras que el régimen chino, primero, sobrevivió al derrumbe de los 'socialismos reales' de los 90, y luego, prosperó -mediante profundas reformas económicas a partir de los 80, que la integraron al comercio y el capitalismo global- hasta convertirse actualmente en la segunda potencia económica global, con perspectivas de ser la primera en torno a la década de los 30 de este siglo.

Pero, bajo radar, Rusia -el país eje de la Unión Soviética- no desapareció completamente del mapa de poder geopolítico, y de manera más o menos sigilosa, bajo el régimen de Vladimir Putin, terminó acercándose a la China de Xi Jinping, en el entendido de que ambas potencias se complementan en el horizonte euroasiático y ártico, en la ideología iliberal, y en el diagnóstico de que el poder hegemónico de Estados Unidos está en declive.

Eso es, sin desafiar abiertamente a Estados Unidos con una alianza formal de apoyo mutuo, pero lo suficientemente cierta y clara como lo fue la Declaración conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las relaciones internacionales entrando en una nueva era y el desarrollo sostenible global. Un largo documento en el cual ambos países -en el contexto de los Juegos Olímpicos de Invierno de febrero pasado en Beijing- concordaron una visión conjunta sobre el orden mundial, el que incluye el rechazo a la expansión de la OTAN, y que fue calificado como un acuerdo de amistad "sin límites".

Dicha declaración fue 20 días antes del inicio de la invasión rusa a Ucrania, y se tomó como un respaldo tácito de los chinos a la acción de Rusia, país que inició las hostilidades justamente para evitar el ingreso de su vecino a la alianza militar atlántica occidental.

Sin embargo, la postura oficial de China es de neutralidad, en la que se ofrece como mediador, reconociendo la soberanía de Ucrania, pero considerando legítima la preocupación rusa por su seguridad ante la expansión de la OTAN hacia Ucrania, razón por la cual se abstuvo de condenar la invasión en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde ambos países tienen derecho a veto, junto a Estados Unidos, el Reino Unido y Francia.

Es en ese contexto que, en los recientes días, han aparecido varios artículos de la prensa estadounidense que acusan a China de apoyar económica e incluso armamentísticamente el esfuerzo militar ruso, de desarrollar propaganda prorrusa a través de los medios estatales chinos y de promover un escenario para echarle el guante a Taiwán.

La situación produjo un impasse diplomático, en cuanto el embajador chino en Estados Unidos, Qin Gang, escribió una carta en The Washington Post: Embajador chino: En qué estamos en Ucrania donde reitera la posición oficial china, y establece diferencias entre la situación de Ucrania, un país reconocido por los chinos, y Taiwán, el cual no es un país formalmente reconocido por Estados Unidos, tal como se explicó.

El asunto llegó a los gabinetes de Joe Biden y Xi Jinping, quienes sostuvieron una conversación telefónica, en la que -de acuerdo con la prensa estadounidense- el presidente estadounidense presionó a su par chino para que no haga nada que pueda aliviar las fuertes sanciones económicas occidentales contra Rusia, con la amenaza de represalias, en caso contrario.

Una buena crónica de este llamado está en El País, donde Macarena Vidal y Liyiker Seisdedos, dan cuenta de la respuesta china: Xi advierte a Biden de que las relaciones entre Estados no deben llegar al “nivel de confrontación”.

También ambos presidentes abordaron los avances en las negociaciones entre rusos y ucranianos, quienes se abrieron a convenir que Ucrania no formará parte de la OTAN y que Rusia reconocerá el gobierno de Volodímir Zelenski, pero la prensa de Estados Unidos y de Europa mantienen cierto 'optimismo' respecto de que la guerra no va bien para Putin.

Es en ese entendido, son varios los artículos que interpretan que China no tiene nada que ganar ahí, salvo compartir el oprobio mundial con Rusia -habiendo incluso algunos que advierten que China podría compartir el destino de 'paria' que le cabe a Rusia- con lo que buscan crear un clima de opinión para aparecer presionando a Xi Jinping para que abandone a su colega ruso.

El más interesante de estos artículos es -tal vez- el de The Economist, La guerra en Ucrania determinará como China vea al mundo, en el cual se postula -no sin dudas- a que Xi Jinping preferirá negociar un orden post bélico sin Putin o con este minimizado.

Ahora, el calificativo de 'paria' difícilmente cabe para China (The Economist no llega tan lejos), pues -a diferencia de Rusia- ese país está ampliamente conectado a las cadenas logísticas mundiales, lo que incluye largamente a Estados Unidos, por lo que la exclusión china 'a la rusa' significaría el colapso de varias industrias occidentales, y el de la economía mundial en un plazo no muy largo.

También se ha señalado que la economía china es diez veces más grande que la rusa, por lo que mantener la alianza con un socio tan pequeño no compensaría un nuevo orden tipo Segunda Guerra Fría en el cual China quedase fuera del "lado correcto de la historia", ante una guerra en la cual Occidente tiende a predecir como imposible de ganar por parte de Rusia.

Sin embargo, la lógica geográfica euroasiática, mediante la cual China accede a Europa y al Ártico por tierra (y por tren), a través de Rusia, y el arsenal militar y nuclear de su vecino -que sigue siendo la segunda fuerza militar más poderosa del mundo-, con quien además comparte 4.250 kilómetros de frontera, siendo la quinta más larga del mundo, suenan a un dibujo seductor de reordenamiento del mundo que dejó Nixon.

También es dudoso que China se deje amedrentar dado el ejemplo de la India, un país ascendente en población y economía, que ha desafiado incluso de manera más directa el cuadro de sanciones económicas de Estados Unidos y Europa. Al respecto, es interesante el newsletter de Dave Lawler, de Axios, el que en su reciente entrega se titula; India socava el impulso de aislamiento de Rusia, en el que se muestra un escenario todavía más complejo en el Asia, ya que China e India son rivales en la región, y Rusia juega como factor de equilibrio.

Entonces, la pregunta es más bien ¿qué le conviene a China?

No hay perspectiva como para responder, pues todo depende del resultado de la guerra, que sigue incierto. 

De todas formas, como contrapunto, la alianza chino-rusa no está escrita en piedra, ni respecto de su duración ni contenido, pues todavía guarda las formas y no se convierte en un pacto político-militar al estilo de la OTAN. 

Además, históricamente son muchas las veces en que ha habido desencuentros entre rusos y chinos.

Solo en el siglo 20 -siguiendo a León Trotsky en La Revolución China y las tesis del camarada Stalin- la Unión Soviética abandonó en 1927 -en la práctica- al Partido Comunista Chino de Mao, al aliarse en la lucha anti-colonial con el Kuomintang, dirigido por Chiang Kai-shek, con lo que los comunistas chinos debieron esperar al fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1949, para llegar al poder. Es decir 22 años. 

También está en la memoria del Partido Comunista Chino las humillaciones cruzadas entre Mao, ya en el poder, y los líderes soviéticos Iósif Stalin y Nikita Jrushchov, y los desentendimientos durante la Guerra de Corea, más conflictos territoriales fronterizos, lo que en conjunto llevó a la ruptura chino-soviética que se materializó completamente en 1962, y que diez años después, en 1972, abrió la posibilidad de un pacto tácito chino-estadounidense, el cual organiza el poder mundial al día de hoy. 

Durante la visita de Nixon a China, la salud de Mao ya estaba deteriorada y ambos líderes solamente se encontraron una vez, siendo Zhou Enlai el hombre fuerte que puso en práctica el giro estratégico chino. En la ocasión Mao bromeó con Nixon: "nuestro viejo amigo, el generalísimo Chiang Kai-shek, no aprueba esto", dijo respecto del viejo aliado de los estadounidenses, quien tras perder la guerra se había apertrechado en Taiwán, fundando la República de China, la cual era considerada por los comunistas chinos como la "irredenta" provincia de Taiwán y reconocida hasta entonces por Estados Unidos como la China 'legal' ante Naciones Unidas.

Según cuenta Nixon en sus memorias, a esas palabras de Mao siguió un diálogo humorístico e irónico entre ambos líderes, en el cual el presidente de Estados Unidos no mencionó, pero debió pensar, en Nikita Krushev, el líder soviético que en ese momento veía la creación de un reordenamiento mundial que no le convenía, y sin el cual tal vez habría podido sobrevivir la Unión Soviética a su colapso, 19 años después.

Eso sí, han pasado 50 años del encuentro entre Nixon y Mao, y los equilibrios de las viejas potencias están subvertidos. La duda es ¿hasta qué punto?



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