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Miércoles, 6 de Agosto de 2025
[Revisión del VAR]

A trabajar se ha dicho

Roberto Rabi González (*)

"La ANFP parece no tener un proyecto de selección, sino apenas una administración de resultados cortoplacistas. No hay un centro de alto rendimiento estable, no hay una política nacional de desarrollo de talentos, no hay una estrategia que articule a los clubes, y la relación con las divisiones inferiores es difusa. La Roja se convierte así en un reflejo exacto de nuestro fútbol local: frágil, pobre en infraestructura, cada vez más dependiente de los éxitos pasados".

La Selección Chilena de fútbol vive, los momentos más dramáticos del ciclo inevitable del desencanto. Aferrados todavía a los resplandores de una generación dorada que supo disputarles la hegemonía a potencias continentales, transitamos un presente que no termina de asumir su precariedad, ni se atreve —con la radicalidad necesaria— a imaginar un futuro distinto. A medio camino entre la memoria y el miedo, la Roja termina de manera lenta y dolorosa las clasificatorias sudamericanas rumbo al Mundial de 2026 con muchas dudas y sin convicción alguna, más señales de agotamiento que brotes verdes, y una dirigencia que insiste en la fórmula del ensayo y error como método.

Chile ocupa actualmente el último lugar en la tabla de posiciones en unas clasificatorias que ampliaron a 6.5 los cupos para la Copa del Mundo, o sea, para no clasificar debíamos no solo no destacarnos, sino derechamente formar parte del grupo de los países con muy poco desarrollo futbolístico como Venezuela y Bolivia. Y no sólo lo hicimos, sino que conseguimos -provisionalmente tal vez, muy probablemente no- el último lugar. Nuestro recorrido ha sido errático: sin un once fijo, sin una idea consolidada, sin un liderazgo claro en la cancha. En algunas fechas iniciales, el equipo apenas mostró chispazos de juego colectivo ante Perú y Paraguay, pero sucumbió de forma gris frente a rivales directos como Venezuela y Ecuador. La reciente derrota frente a Argentina en calidad de local sin duda no es lo peor que mostró la Roja. Pero si se vio algo de dignidad, se pierde inevitablemente entre la maldita amalgama de resultado -lo que queda: perdimos, una vez más- y precedentes: toda la serie de partidos penosos que Chile ha jugado, incluyendo la Copa América 2024.

La estadística es cruda, pero fiel: Chile tiene una de las delanteras menos efectivas de la eliminatoria, sufre sin balón, y no ha sido capaz de sostener partidos a ritmo competitivo durante 90 minutos. Más allá del sistema táctico —que ha oscilado entre líneas de cuatro y tres defensas, según el rival de turno— lo preocupante es la ausencia de identidad. Este equipo juega a ratos como si no supiera lo que quiere, ni tuviera claro lo que puede.

El peso simbólico de la Generación Dorada sigue orbitando como un fantasma que impide avanzar. Arturo Vidal, Gary Medel, Alexis Sánchez, Claudio Bravo: todos ellos, ídolos legítimos e irreprochables en su legado, parecen arrastrar al equipo a un umbral de transición infinita. Ni el cuerpo técnico ni la ANFP han tenido el coraje —o la estrategia— para generar un corte claro. El problema no es que sigan jugando; el problema es que no hay claridad en su rol.

Mientras otros seleccionados han sabido articular el recambio desde el centro del proyecto (Uruguay con Bielsa es el caso más elocuente), en Chile pareciera que la irrupción de los jóvenes está pensada como un recurso, no como un propósito. Darío Osorio, Víctor Dávila, Alexander Aravena, Marcelino Núñez, Marcos Bolados aparecen sin continuidad, sin confianza estructural, como fichas móviles de una pizarra sin narrativa. Cierto, nunca se pensó que alguna vez podrían tener el brillo de las estrellas de la generación dorada, pero nuestros mejores jugadores jóvenes son el futuro, y un futuro que tal vez no gane copas, pero si se le hubiese tomado en serio, muy probablemente se habría evitado esta debacle terminal.

Si los jugadores lucen desconectados, el entorno institucional no da señales mejores. La elección de entrenadores ha sido errática, tardía, sin coherencia de largo plazo. Pasamos de la promesa de Rueda al pragmatismo estéril de Lasarte; luego vino la apuesta de Berizzo, que terminó con renuncia en medio del torneo y un camarín a la deriva. La llegada de Ricardo Gareca supuso una luz de esperanza, pero hasta ahora ha sido insuficiente para ordenar el tablero.

La ANFP parece no tener un proyecto de selección, sino apenas una administración de resultados cortoplacistas. No hay un centro de alto rendimiento estable, no hay una política nacional de desarrollo de talentos, no hay una estrategia que articule a los clubes, y la relación con las divisiones inferiores es difusa. La Roja se convierte así en un reflejo exacto de nuestro fútbol local: frágil, pobre en infraestructura, cada vez más dependiente de los éxitos pasados.

El fútbol chileno vive una encrucijada. No se trata solo de quedar fuera del mundial. Se trata de qué modelo de país futbolístico queremos: uno que planifica o uno que improvisa; uno que genera talentos o uno que los exporta prematuramente sin formación; uno que se entrega a la nostalgia o uno que acepta su realidad y trabaja por revertirla.

El ciclo exitoso de 2007-2016 fue fruto de una mezcla virtuosa entre entrenadores con mirada profunda (Bielsa, Sampaoli), jugadores hambrientos, clubes comprometidos con el desarrollo formativo y una generación social que creía en lo colectivo. Hoy, ese pacto está roto. Si queremos recuperar algo más que una clasificación, necesitamos reconstruir ese horizonte común, con decisiones valientes y dolorosas. No basta con cambiar de entrenador, lo que por cierto hoy sería la más grande de las estupideces, atendiendo a que no queda nada en juego, de delantero o de esquema. Hace falta cambiar de mentalidad.

El tiempo no espera. El reloj de arena ya empezó a correr. Fuera del Mundial de 2026, el mundo no se acaba ni el fútbol tampoco. ¿En qué está esa gran planificación para estar de vuelta en algún momento no muy lejano?

Supongo que ya se está avanzando en silencio y con seriedad. Si no, tal omisión sería absolutamente imperdonable.

* Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

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Debe haber una restructuración total..La anfp debiera ser intervenida pues de ahí viene el descalabro. Mejorar el torneo nacional urge.. está malísimo.Darle urgencia a la formación de talentos.En el fondo..hacer un aseo profundo está actividad.

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