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Lunes, 16 de Junio de 2025
[Sábados de streaming - Documentales]

Tres documentales de Patricio Guzmán (2010-2019) – El país antes de octubre

Juan Pablo Vilches

A 50 años del golpe, se pueden ver en Netflix las películas que este célebre documentalista realizó en la década previa al estallido. Las tres son un viaje histórico, biográfico, geográfico y cósmico; muy bello, pero que se siente lejano de estos tiempos mezquinos.

No es la primera vez que a alguien se le ocurría esto. De hecho, La frontera (1991) y El entusiasmo (1998) de Ricardo Larraín formaban parte de una trilogía que cubriría la geografía chilena pero que se frustró pues la tercera película –que habría transcurrido en la zona central de nuestro país– nunca vio la luz.

Sin embargo, ahí estaba y está la idea de que Chile es un país lo suficientemente largo y diverso como para contener muchas tragedias y olvidos, y que su diversidad de paisajes nos puede decir cosas distintas sobre lo que somos y sobre los traumas que cargamos.

Patricio Guzmán –autor de La batalla de Chile– llevó la premisa un poco más lejos y abrió el territorio nacional hacia uno más amplio –hacia el cosmos completo para ser exactos–, lo que generó resultados sorprendentes para un género tan concreto como suele ser el documental.

El resultado fueron tres cintas hermanas que a su vez parecen primas de las ficciones de Terrence Malick; tres cintas que se mueven con la fluidez de un pez entre la historia reciente de Chile –es decir, del golpe hasta ahora–, la biografía del propio Guzmán y la proyección de ambas cosas hacia el desierto, las estrellas, el mar, la cordillera y mucho más allá.

La primera cinta (Nostalgia de la luz, 2010) es la que más resonancia tuvo en su momento y la que conserva el mayor prestigio, probablemente por ser la primera, la que fijó el tono de lo que vendría y presentó las cartas del naipe.

Ahora bien, este conjunto de desplazamientos –con prosa del propio Guzmán, una música de carga dramática y triste, y planos donde abunda lo bello y lo sublime del paisaje chileno– apunta a una caracterización poco convencional de la memoria. La memoria como hecho o como acto; como función que cada individuo ejecuta para (sobre)vivir o como entramado colectivo que se desborda desde y hacia las cosas y los elementos que nos rodean.

La primera cinta (Nostalgia de la luz, 2010) es la que más resonancia tuvo en su momento y la que conserva el mayor prestigio, probablemente por ser la primera, la que fijó el tono de lo que vendría y presentó las cartas del naipe con que se jugarían las partidas siguientes. Vista ahora, sigue pareciendo el fruto de una búsqueda y de un hallazgo: el de mostrar la tragedia chilena como una insignificancia ante el orden cósmico y a la vez como una colisión cuyas olas se siguen propagando por el tiempo y el espacio.

Lo que está en lo grande está en lo pequeño; como es arriba, es abajo. La variada y precisa selección de voceros permiten al autor conectar los restos de los desaparecidos sepultados en el desierto de Atacama con las estrellas que los miran. Sin embargo, esa mirada privilegiada –por ser la del autor– se asume a sí misma como una de las muchas posibles, puesta al lado de otros relatos que buscan dar otros sentidos a la secuencia de barbarie, pérdida y espera que configura la herida que aún sufre nuestro país.

Lo interesante es que al escuchar a esa pluralidad de voces articuladas por la propia mirada y voz de Guzmán, se configura en tiempo real un tejido de hechos, percepciones y emociones que podríamos llamar “memoria”. Una que no puede estar en la mente de una sola persona ni ser capturada por los libros, y que apenas puede ser vislumbrada –con su fortaleza y su debilidad– por obras como la de Guzmán.

La sempiterna herida de Chile es la protagonista de la segunda entrega de la trilogía (El botón de nácar, 2015), situada en el extremo sur Chile y del mundo. Acá la mirada no está puesta en la tragedia como hecho cósmico sino más bien en la desaparición completa de un cosmos, propiciada por el genocidio de los pueblos selknam, kawésqar y yámana para que alguien se hiciera rico.

Lo que vemos no es pensamiento mágico; no se apela a la magia homeopática ni a la contaminante para unir lo aparentemente ajeno, sino a la ciencia, la historia, la palabra y la intuición. Y ciertamente a la emoción.

Los testimonios de los últimos descendientes de estos pueblos, así como sus recuerdos, las palabras de su idioma y las imágenes que los retrataron, también aparecen como la estela de un barco que se va –lentamente y en tiempo real–, dejando al documental sostenido por igual en las columnas de la belleza y de la tragedia. Ambas en grado superlativo.

Esto queda particularmente claro con el extraordinario episodio dedicado a Jemmy Button, el aborigen fueguino que, en palabras de Guzmán, viajó en el tiempo desde la edad de piedra hasta la revolución industrial inglesa para devenir en un extraño, en una época y la otra. La prosa del narrador junto con las imágenes de cavernas de piedra y hielo, elevan este relato particular como el epítome de las barbaries y los absurdos del genocidio patagónico, así como un eje que articula la película completa, hacia adelante y hacia atrás. Vinculando y dándole también otro peso al episodio dedicado al mar como cementerio de los ejecutados por la dictadura.

Lo que vemos no es pensamiento mágico; no se apela a la magia homeopática ni a la contaminante para unir lo aparentemente ajeno, sino a la ciencia, la historia, la palabra y la intuición. Y ciertamente a la emoción.

Tal vez esa sea la pata más coja de la tercera obra de la trilogía (La cordillera de los sueños, 2019), doblemente anclada en la cordillera y en el Santiago que cubre cada mañana con su sombra.

Si bien los entrevistados y sus historias son tan interesantes como en las cintas anteriores, se ve que esta última entrega juega con menos elementos y menos registros. Parece una trenza con menos hebras, la que puede establecer su punto principal respecto del Chile actual y su triste genealogía, pero no puede despegar tan fácilmente hacia todos los otros planos que –intuimos– le habría gustado cubrir.

La trilogía de películas sobre nuestro país tiene un valor artístico y patrimonial innegable, al tejer ante nuestros ojos la urdimbre de la memoria.

A 50 años del golpe, Netflix agregó a su catálogo esta singular trilogía de películas sobre nuestro país, las que tienen un valor artístico y patrimonial innegable, al tejer ante nuestros ojos la urdimbre de la memoria y –si esta persevera– de una identidad. Compleja y generosa como el territorio y el país que estos documentales nos muestran… y que no se parece mucho a lo que tenemos hoy.

También está el valor histórico de registrar el estado de ánimo ante la situación pre-estallido, que hoy se ve tan cronológicamente lejana aunque espiritualmente no tanto. Lo que pasó después fue recogido por otro documental, llamado Mi país imaginario (2022), pero claramente esa ya es otra historia.
 

Acerca de…

Título original: Nostalgia de la luz (2010)

Nacionalidad: Francia, Alemania, Chile y España

Creado por: Patricio Guzmán

Duración: 90 minutos

 

Título original: El botón de nácar (2015)

Nacionalidad: Francia, Suiza, Chile y España

Creado por: Patricio Guzmán

Duración: 82 minutos

 

Título original: La cordillera de los sueños (2019)

Nacionalidad: Francia y Chile y

Creado por: Patricio Guzmán

Duración: 84 minutos

 

Las tres se pueden ver en Netflix



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Comentarios

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