En estos momentos las expectativas de la Roja de clasificar al próximo mundial son mínimas. Es cierto, aún falta la segunda parte de la clasificatoria, pero Chile ha mostrado un desempeño muy pobre y los resultados han sido desastrosos: estamos últimos en la tabla de posiciones. Una luz de esperanza aparece a lo lejos con la brillante participación de la selección sub 15 en el Campeonato Sudamericano de su categoría, y siendo así parece razonable concluir que es el momento de pensar a mediano y largo plazo. Deberíamos tomarnos en serio la idea de comenzar un proceso que no generará resultados inmediatos pero que requerirá de toda nuestra energía para ser exitoso. Y sería razonable buscar a los mejores para que lo encabecen.
Si bien es cierto el cuerpo técnico que encabeza Ricardo Gareca no ha logrado ni siquiera consolidar un estilo de juego, y parece no estar consciente de la debacle que está protagonizando, en la medida que tras cada derrota el discurso del “Tigre” suele ser autoindulgente y poco realista, no nos sorprende que no se haya generado una presión popular y mediática para que renuncie. Parece bastante obvio que un nuevo entrenador, por bueno que fuera, no lograría torcer el destino y conseguir que la selección clasificara al mundial, considerando el material humano disponible. Además, ya se han transformado casi en una letanía preguntas del tenor ¿para qué vamos a ir el mundial? ¿para hacer el ridículo? El peor error que podríamos cometer ahora sería pretender que un nuevo entrenador conseguiría transformar nuestro presente. Por lo mismo, con calma y buena letra, debemos tomar decisiones con la mirada puesta en el futuro, desde ya en el Mundial 2030, pero tal vez más adelante aún. Y para eso es fundamental que el director técnico que venga después de Gareca, asuma, más que como estratega de los partidos inmediatos, como el líder de una planificación que debe considerar múltiples factores, en particular el fútbol cadete.
Así, debemos potenciar la inversión en formación de jugadores jóvenes y en tal sentido se requiere que todo nuestro fútbol formativo, tanto de los clubes profesionales como las academias de fútbol de todo orden a nivel nacional, se pongan las pilas con programas de entrenamiento que no solo se centren en las habilidades técnicas, sino también en la educación táctica y física. Y para que los recursos sean bien empleados, es imprescindible que un líder establezca los lineamientos generales de lo que buscamos, de otro modo, si cada cual trabaja e invierte según su propio saber y entender, pero desligado de un verdadero proyecto que nos convoque, probablemente los resultados sean dispares y no resulten funcionales a la meta principal.
Es importante también implementar sistemas de scouting más efectivos en todo el país, e incluso fuera de Chile, asegurando que jóvenes talentos de zonas rurales y urbanas tengan la oportunidad de ser descubiertos. De otra manera, si no somos capaces de encontrar nuestra mejor materia prima, buena parte del esfuerzo se estará malgastando. También es crucial que la cabeza de la selección adulta esté atenta a dicho trabajo.
No basta con lograr que nuestros valores jóvenes sean fuertes y talentosos en el juego, es imprescindible invertir en el desarrollo integral de los jugadores, incluyendo su mentalidad. Para ello, programas de apoyo emocional y psicológico pueden ayudar a los jóvenes a lidiar con la presión, la competencia, los incentivos perversos, los distractores y a estar preparados en definitiva para asumir el protagonismo cuando sea necesario, dejando atrás nuestra tradición de jugadores talentosos que maduran muy tarde y, a veces, nunca.
Asegurándonos también de que tengan acceso a una educación formal, ya que esto les brinda herramientas para su vida personal, tanto dentro como fuera del fútbol. Por cierto, es necesario trabajar para que nuestros muchachos tengan experiencias en ligas extranjeras, lo que les permitirá adquirir experiencia y mejorar su nivel de juego, y es en ese escenario, más que en cualquier otro, en que necesitamos que sus cabezas adolescentes estén centradas en la importancia de su rol.
En síntesis, necesitamos un hombre que asuma que para mejorar es necesario invertir, y tenga la capacidad y disposición de preocuparse no solo de lo evidente. También, por ejemplo, del fútbol femenino, para crear una cultura futbolística más inclusiva y diversificada, asegurando que las niñas también tengan las mismas oportunidades de desarrollo. De fomentar la colaboración entre la selección nacional y los clubes locales para garantizar que los jugadores jóvenes tengan oportunidades de jugar permanentemente en torneos estelares. De generar una cultura de trabajo en equipo y la cohesión grupal desde una edad temprana, lo que puede ser fundamental en el desempeño colectivo en torneos internacionales. De utilizar tecnología y análisis de datos para mejorar el rendimiento individual y colectivo, de fomentar la formación continua también de los entrenadores locales, pues de su desarrollo y actualización dependerá también el rendimiento de una futura y mejor selección nacional.
El futuro entrenador de la selección tendrá un trabajo muy arduo y crucial, en buena medida condicionado por su capacidad de conocer ampliamente nuestra realidad en todos sus extremos. Tal vez sería hora de darle la oportunidad a un entrenador chileno, si cumple todos esos requisitos. Pero lo fundamental es que decidamos con calma quien asumirá dicha titánica tarea.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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Se repite la historia, Xabier
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