Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado 4 de diciembre de 2024 y ahora se comparte para todos los lectores.
Vivimos tiempos peligrosos, pues -hasta cierto punto- todos los focos de inestabilidad mundial están en incremento, interconectados -desde Kiev a Seúl-, sobre polvorines y bajo los mismos fantasmas.
Ayer el presidente surcoreano, el conservador Yoon Suk-yeol, decretó la ley marcial, la que le permitía gobernar con amplios poderes, sin la Asamblea Nacional y con el control de los medios de comunicación, invocada contra la oposición de centroizquierda de Corea del Sur, acusada de favorecer los intereses de Corea del Norte.
Pese a que las tropas surcoreanas se movilizaron, intentando bloquear el paso de los congresistas a la Asamblea, finalmente ésta eliminó la ley marcial y hoy el futuro de Yoon pende de un hilo, con renuncias en su gabinete y un proceso de impeachment en su contra.
Dos semanas atrás, el 17 de noviembre, los fantasmas norcoreanos también hicieron su aparición, dando inicio a una quincena marcada por grados de inestabilidad sin precedentes en lo que va del siglo 21. Fue entonces cuando The New York Times, informó que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, había autorizado a Ucrania a usar los misiles de mediano alcance ATACMS sobre territorio ruso, dada la supuesta presencia de fuerzas norcoreanas en Kursk. Este es el artículo, firmado por Adán Entous, Eric Schmitt y Julian E. Barne: Biden permite a Ucrania atacar a Rusia con misiles estadounidenses de largo alcance. Luego, se informó que, además, Biden había aprobado el uso de minas antipersonales, lo que está prohibido bajo la legislación internacional.
La respuesta de Rusia fue el cambio de su doctrina nuclear el 19 de noviembre, mediante la cual quedan autorizados los ataques nucleares en caso de ataques con armas convencionales por parte de potencias occidentales que impliquen el riesgo de quebrar la seguridad del país, entre otras medidas tendientes a hacer más rápido el gatillo ruso (acá se puede revisar el documento del Kremlin).
Ucrania efectivamente realizó ataques con ATACMS contra los territorios rusos de Briansk y Kursk, dos días después del anuncio del Times, también el 19 de noviembre. Algo que implicó una drástica respuesta militar rusa, cuyo elemento más disruptivo fue el ataque a una planta industrial militar ucraniana en Dnipró con un misil balístico hipersónico que no se había visto antes, el 21 de noviembre.
Después de momentos de especulación, el mismo presidente ruso, Vladimir Putin, informó el 22 de noviembre que se trataba de un Oreshnik, un proyectil de alta precisión y velocidad, con capacidad nuclear, y capaz de destruir objetivos estratégicos a miles de kilómetros de distancia, sin la posibilidad de detenerlo con la tecnología antiaérea disponible. Según informó la prensa rusa, uno de estos misiles -los que estaban en etapa de prototipo, de los cuales Rusia contaría con 50 a su haber (la inteligencia occidental piensa que tiene solo 10) y que se prepara para la producción a escala- es capaz de golpear un centro de decisión en Londres en 19 minutos después de que es lanzado.
Asimismo, Putin precisó que estos misiles pueden ser usados contra centros de decisión y que la parte rusa avisaría a la población ucraniana en caso de usarlos contra objetivos en ciudades, lo que se vio como una amenaza directa a los altos mandos de Kiev. Algo que luego fue refrendado el 28 de noviembre, cuando mencionó explícitamente la capital ucraniana como objetivo, si es que no se detenían los ataques con ATACAMS.
Es así como el mundo -a partir del 17 de noviembre- se ha visto envuelto en lo que parece ser la escalada más peligrosa del siglo.
Si bien cuando Biden permitió sobrepasar la línea roja de los ATACMS los funcionarios designados por Donald Trump y su propio hijo, Donald Trump Jr. fueron críticos de la escalada, con el correr de los días, estas posturas fueron más bien silenciadas, y en su reemplazo llegaron nuevos nombramientos de autoridades más bien cercanas a las posturas anti-rusas.
Quizá el punto de quiebre de la administración entrante -que fue electa con un discurso de paz- fue la llegada del general Keith Kellogg, como el principal negociador estadounidense para el conflicto de Rusia y Ucrania, cuya propuesta -bautizada como ‘Paz a través de la fuerza’ es congelar la línea del frente mediante un cese al fuego, para luego hacer llegar tropas occidentales a territorio ucraniano y amenazar a Putin con un flujo de armas incontrastable hasta que no se siente a negociar el intercambio de los territorios ucranianos en manos de Rusia por el ingreso de Ucrania a la OTAN.
Es decir, lo que pretende Washington -sea con Biden o Trump- es propinar de todos modos una derrota estratégica a Moscú, con un alto al fuego destinado a comprar tiempo para movilizar los ingentes recursos occidentales hacia su máquina bélica, para luego volver a la carga contra las supuestamente desgastadas fuerzas de Rusia, habiendo calculado que el peso económico del país le hace imposible competir en una carrera armamentista de largo aliento.
Algo que -desde luego- Rusia va a intentar evitar a toda costa, buscando acelerar el derrumbe de las fuerzas ucranianas, la capitulación y la conducción del proceso político de Ucrania post Volodimir Zelenski.
La actual postura de Estados Unidos, que parece no variará mucho cuando Trump asuma el 20 de enero de 2025, de todos modos, no parece tomar por sorpresa a los rusos, pues al parecer no era solo un dispositivo comunicacional la afirmación de Putin que prefería a Kamala Harris en la Casa Blanca, pues era -al menos- predecible, a diferencia de Trump.
En este escenario, en que parece que la única salida aceptable para las partes es la victoria total, poco a poco, todas las zonas que rodean Rusia, parecen estar incendiándose con fuego occidental.
Si bien Israel -al parecer- no tenía otra alternativa que un cese al fuego con Hizbolá en El Líbano, el Medio Oriente mantuvo su inestabilidad, habiéndose visto directamente amenazados los intereses rusos en la zona, al suceder una amplia ofensiva de las fuerzas sirias pro-occidentales, respaldadas por Estados Unidos y Turquía (y Ucrania, según los rusos), las cuales se tomaron Alepo, la segunda ciudad siria más grande, lo que supone una amenaza directa al presidente sirio Bashar Al-Assad, quien cuenta con el respaldo de los militares rusos.
Con esto, a Rusia se le complejiza el frente sirio, y caen a tierra todos los avances que el país había hecho con Turquía, país que incluso estaba coqueteando con la idea de unirse a los BRICS ante la evidencia que muestra que es muy difícil que sea aceptado en la Unión Europea.
Paralelamente, un cuarto intento de crear un cuadro agudo de inestabilidad por parte de la oposición pro-europea de Georgia ha tenido lugar principalmente en Tiflis, la capital de este país del Mar Negro que conformó la Unión Soviética, el cual también representa una amenaza a la estabilidad de su vecina Rusia, en un esquema político muy similar al de Ucrania, previo a la guerra.
Finalmente volvemos al otro lado del espacio euroasiático, a la península coreana, donde lo que parece ser un intento de autogolpe por parte del presidente Yoon, podría ser parte de los intentos de desestabilización de Rusia, y -en este caso- de la también vecina China.
Aunque pareciera que el capítulo surcoreano responde más bien a causas endémicas, por acusaciones de corrupción, la excusa de Yoon -la supuesta infiltración de agentes norcoreanos- da pábulo para incorporarlo a este tumultuoso fin de año, el que promete ser el más inestable en décadas, cuyas dinámicas no parecen tener atajo inmediato.
¿Cuál es el riesgo de todo esto?
Sin dudas, la amenaza nuclear está más cerca que nunca desde la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Los expertos advierten que el mayor riesgo de esto es que el escalamiento de las hostilidades tiende a acelerarse -lo que podría estar pasando-, que esto llegue a un punto en que se transforma en exponencial y -luego- sin retorno, cuando vaya a una velocidad tal que los actores no lo puedan detener.
Es así cómo este conflicto actual ha sido señalado como el inicio de una Tercera Guerra Mundial (es decir el fin de la vida humana en el planeta) o una Segunda Guerra Fría. Sin embargo, comienzan a aparecer grandes diferencias con ambos referentes, lo que ha llevado al primer ministro polaco, Donald Tusk, a advertir que nos adentramos en lo desconocido.
¿Una Guerra Mundial de ‘baja intensidad’, por no decir, no nuclear, a medio camino entre el Armagedón y una guerra convencional más o menos desatada de escala mundial?
Al parecer a eso está dispuesto a llegar Occidente, pues todo indica que no creen en las amenazas nucleares de Rusia.
¿Está Putin blufeando?
Algunos quieren pagar para ver.
Comentarios
Añadir nuevo comentario