El sábado 18 de noviembre de 2017, un día antes de la elección presidencial en la que Sebastián Piñera y Alejandro Guillier pasarían a segunda vuelta, El Mercurio publicó un editorial titulado 30 años en perspectiva. En el texto se celebraba la quintuplicación del PIB per cápita, el hecho de que el IPSA se había multiplicado por 55, el número de transacciones con tarjetas de crédito y la cantidad de vehículos motorizados, entre otras cifras.
La conclusión era una sola: en Chile no existía ningún tipo de malestar profundo producto del modelo de desarrollo ni había elementos para advertir la presencia de una “caldera social”. La población estaba “satisfecha” ya que una gran mayoría de los logros se había conseguido gracias al “propio esfuerzo” de las personas.
Cuatro años y un estallido social más tarde, la mirada del comité editorial mercurial no puede ser más opuesta. Basta revisar, por ejemplo, su página editorial del 10 de octubre para entender cómo nos muestran un país que se cae a pedazos. "Camino de destrucción", "oportunismo electoral", "utopías fundacionales", "violencia narcoterrorista", "demagogia sin límites" y "trayectoria autodestructiva" fueron algunos de los calificativos vertidos en apenas tres párrafos.
La conclusión era una sola: en Chile no existía ningún tipo de malestar profundo producto del modelo de desarrollo ni había elementos para advertir la presencia de una “caldera social”. La población estaba “satisfecha” ya que una gran mayoría de los logros se había conseguido gracias al “propio esfuerzo” de las personas.
La visión del país –que a diario excede las monótonas páginas editoriales y se cuela en portadas, entrevistas y reportajes– parece no tener asidero en la realidad que vive Chile, sino más bien temores atávicos de un puñado de editores. Si hace cuatro años el objetivo era asegurar el triunfo de un candidato que mantuviera sin mayores variaciones el sistema, el objetivo hoy parece ser apuntalar a quien nos haga retroceder esos mismos cuatro años para así retomar el rumbo del que nunca debimos habernos despegado.
En agosto y septiembre, cuando Sebastián Sichel aún lideraba las encuestas en el sector oficialista, los halagos a su programa de gobierno eran generosos. El candidato había “adoptado definiciones relevantes”, había logrado “marcar pauta”, tenía “voluntad de establecer orden”, privilegiaba “un proyecto de futuro” y actuaba con “coherencia”. Tras su desfonde y consecuente arremetida de José Antonio Kast, el apoyo a las propuestas del candidato de ultraderecha han sido más tenues. El foco, sin embargo, ha estado en las críticas a su rival más competitivo.
El Mercurio ha sido persistente en las últimas semanas para arremeter contra las propuestas de Gabriel Boric. El 3 de noviembre se criticó no solo la tardanza en la publicación del programa, sino también su contenido general (“un ánimo dirigista” que “genera más dudas que certezas”); el 4 de noviembre se cuestionó su programa de medios públicos (“un intervencionismo estatal de riesgoso alcance”); mientras que el 5 de noviembre los dardos fueron contra el financiamiento de sus medidas (“la ausencia de justificaciones […] sugiere ignorancia, ingenuidad o improvisación”).
La sombría visión del presente chileno ha venido acompañada por las mismas voces de siempre. Desde Libertad y Desarrollo, Hernán Büchi asegura a página completa en La Tercera que Chile vive un “camino de decadencia”, mientras que la incombustible Lucía Santa Cruz aprovecha su columna en El Mercurio para advertir que en las elecciones presidenciales se juega “la supervivencia de la democracia participativa” ante la amenaza de “la refundación total del país”.
En lo que parece ser una estrategia bien planificada, la sombría visión del presente chileno ha venido acompañada por las mismas voces de siempre. Desde Libertad y Desarrollo, Hernán Büchi asegura a página completa en La Tercera que Chile vive un “camino de decadencia”, mientras que la incombustible Lucía Santa Cruz aprovecha su columna en El Mercurio para advertir que en las elecciones presidenciales se juega “la supervivencia de la democracia participativa” ante la amenaza de “la refundación total del país”.
En las páginas económicas, en tanto, la tribuna es para columnistas y encuestas de dudosa metodología que pretenden hacernos creer que un eventual gobierno de izquierda nos hará retroceder medio siglo.
El episodio más reciente de la narrativa apocalíptica fue la aprobación en la Cámara de la acusación constitucional contra Sebastián Piñera. El Presidente, cuyos hombros deberían cargar con prácticamente todas las críticas a lo sucedido durante estos cuatro años, ha sido presentado como una víctima más que como un victimario. Mientras La Segunda optó por titular su portada del martes 9 de noviembre con 5 episodios del Naranjazo –endosando toda la energía al Congreso y prácticamente escondiendo los motivos que originaron el impeachment– El Mercurio y La Tercera optaron por editorializar con Demoliendo las instituciones y Un degradante espectáculo político. Vale la pena aclarar que en ambos casos se hacía alusión al rol de los diputados y no al grueso prontuario del primer mandatario.
Mientras esto ocurre, la Convención Constitucional –uno de los blancos favoritos de El Mercurio desde su instalación a comienzos de julio– disfruta de algunas semanas de asueto, pero debe entender que volverá al centro de los cuestionamientos una vez que se lleve a cabo la segunda vuelta el 19 de diciembre.
Lo que se cae a pedazos no parece ser Chile sino tan solo un modelo que, con luces y con sombras, ordenó los destinos del país durante las últimas tres décadas con la ayuda –complicidad, dirán los más críticos– de los mismos medios que hoy pronostican la llegada de las siete plagas.
Comentarios
Eso lo hacen los medios de
Si no se contrarresta el
Siempre lo mismo, pueden
Crear un clima de
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