Durante el verano austral las imágenes apocalípticas que dejó el coronavirus en China, tenían cierta textura de ficción. Ciudades completamentamente aisladas y una autoridad sanitaria tanto o más severa que la propia policía, parecían más sacadas de películas hollywoodenses que de un noticiero central.
Se sabía que la epidemia llegaría tarde o temprano a Chile, pero no había nociones de lo que implicaba exactamente. Eso, tal vez hasta que la enfermedad llegó con fuerza a Italia, Corea del Sur e Irán, cuando las estrictas medidas adoptadas dejaron de parecer cuestión de la cultura política china y fueron más cercanos los efectos en la salud pública. Luego, el 3 de marzo, apareció el paciente cero del país, en Talca, y empezó la cuenta regresiva para sumarse el libreto mundial que indica que estamos al incio de una ola pandémica de grandes proporciones, en la cual es clave lo que haga o no la autoridad. Fue entonces cuando sonó la campana en La Moneda.
El presidente Sebastián Piñera fue a Megavisión a dar una entrevista el jueves 12 con el propósito de decir que no iba a renunciar, luego de que la idea se instalase durante la semana que pasó, pero el compromiso era ofrecer una entrevista amplia, lo que incluía el coronavirus. En la ocasión Piñera informó que las medidas del gobierno serían dadas a conocer el sábado 14 de marzo, pero tuvo que adelantarlas al 13. Chile había entrado a fase epidémica 3, y se estaba a minutos de llegar a la centena de casos positivos, con lo que el espiral exponencial de contagios hace del coronavirus una amenaza concreta y cotidiana para cualquier persona que viva en Chile.
Se acabó el alcohol gel en el comercio establecido, hay compras masivas de papel tissue, varios particulares empezaron a adoptar medidas preventivas, como la organización del Lollapalooza que decidió suspenderlo, empresas de Sanhattan que empezaron modalidades de teletrabajo, las universidades de Chile y Católica, suspendieron las clases, y varios apoderados que decidieron no llevar a sus hijos al colegio este lunes. Incluso en Plaza Dignidad en plena movilización los vendedores ambulantes tenían ya en su oferta el alcohol gel que no hay en farmacias.
En ese escenario, en que los civiles adoptaron responsabilidades públicas, para muchos las medidas adoptadas por el gobierno son insuficientes, por mucho que Piñera haya dicho que han escuchado a expertos chinos y coreanos. Cada vez son más quienes dicen que es necesario adoptar medidas más restrictivas y preventivas, como lo es cerrar las escuelas y liceos, o adoptar restricciones más profundas a las fronteras terrestres, marítimas y aéreas, e incluso paralizar las grandes ciudades para evitar el contagio en el trabajo o el transporte público.
Restricciones así tienen un impacto económico de grandes proporciones, al punto que es muy difícil zafar a nivel mundial de una recesión; se cortan las cadenas de suministro, la fuerza laboral se ve disminuida por largas cuarentenas o periodos de recuperación de la infección, el turismo se reduce, al igual que el comercio y en general todo el sector de servicios, y se vive un momento similar a una huelga general, solo que más largo, pues se estima en meses los momentos álgidos de expansión epidémica.
Eso, en el balance de cualquier gobierno, plantea un problema que se parece mucho a una cuerda floja: si se pierde el equilibrio por un lado y se adopta un enfásis exacerbado de perspectiva de salud pública, la economía puede recibir un golpe fatal, y si el desiquilibrio es para el otro lado, es posible enfrentar una emergencia sanitaria de grandes proporciones y alta mortandad, por la saturación del sistema asistencial, si es que no se logra evitar que el brote epidémico ataque a demasiadas personas a la vez.
Si ya es difícil esa ecuación para cualquier gobierno, Sebastián Piñera y Jaime Mañañich, la tiene mucho más complicada.
El factor crisis social
El día que Sebastián Piñera anunció las medidas contra el coronavirus tenía una energía distinta, más parecida al momento en que su gobierno rescató a los 33 mineros, que cuando enuncia y anuncia diagnósticos y políticas equivocadas basadas en la represión para enfrentar una crisis social y cultural que lo supera.
Pero perdió ese tiro, pues a diferencia de cuando se jugó completamente por el rescate -contra todo pronóstico- en su primer gobierno, ahora sus medidas pasaron muy fácilmente por tibias para una población que ya está adoptando acciones más severas sin esperar que hable la autoridad sanitaria.
El problema es que la sospecha sobre las razones de dicha tibieza recae sobre la necesidad de favorecer el dinero, pues es evidente que las medidas más restrictivas afectan profundamente la economía del país, algo que si se transforma en recesión tiene el potencial de llevar al gobierno a su fin, dado el nivel críticamenrte bajo de aprobación del presidente y una crisis de legitimidad que se ve insoluble.
Además esa actitud lo enfrenta al evento público más relevante del semestre, que es el plebiscito del 26 de abril, cuando se estima que el país estará en su momento más álgido epidémico.
¿Debe suspender el plebiscito el presidente?
Haga lo que haga pierde. A menos que logre instalar al ministro de Salud Jaime Mañalich como una autoridad sanitaria fuerte y legítima.
Si el gobierno suspende el plebiscito y Mañalich no se instala, todas las fuerzas favorables al Apruebo van a criticar al gobierno por buscar tiempo para lograr el fin del proceso constituyente. Eso, sumado a nuevas jornadas de protesta, pueden lesionar a una autoridad sanitaria a la que nadie hace caso, y de pasada agudizar la epidemia. Si no lo suspende, y eso lleva a una crisis sanitaria percibida como mal manejada, también el escenario es terminal. En especial si es que la participación es muy baja.
O sea, la clave es Mañalich, pero ¿Puede transformarse el ministro de Salud en una autoridad legítima y respetada frente a una crisis?
Según Marcos Vergara, médico salubrista y director del Instituto de Neurocirugía, Mañalich tiene una oportunidad, pues las circunstancias exigen un liderazgo como el del ministro de Salud, para constituir una autoridad sanitaria, central y fuerte, capaz incluso de morigerar los efectos políticos de cualquier decisión en torno al plebiscito. Es una apuesta de legitimidad de liderazgo.
Sin embargo, Jaime Mañalich es de los peores ministros evaluados, en un gobierno con desaprobaciones históricas. El coronavirus podría revertir eso, creando un Leviathan por necesidad histórica.
Lo que está por verse es si Piñera -quien no tiene juego alguno- permitirá que brille un ministro sobre él. Y está por verse también si Mañalich es capaz de concentrar en su persona -con su carácter frontal- las nociones de sentido común y comunitario que emergen en Chile, ante una pandemia que -por feroz que sea- no va borrar de un plumazo el actual momento histórico y social.
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