Septiembre, para los circenses, es época de circo. Tradicionalmente, en sus años dorados, diferentes circos llegaban hasta Santiago para la mejor temporada del año en términos de ganancias, pues era una de las actividades infaltables para las familias chilenas, al menos hasta los años 90.
Lun Lee -mi padre y homónimo, descendiente también de migrantes chinos que llegaron al norte de Chile- recuerda con precisión la fecha en que su vida se volcó hacia el circo. “Fue tres días antes del 17 de enero de 1997, en Viña del Mar”, dice este trabajador circense, que durante 25 años ha viajado por casi todo Chile y parte de Sudamérica.
“El circo no es para cualquiera, hay que ser aventurero. Mucha gente viene, pero son pocos los que se quedan”, comenta con el tono de quien ha enfrentado dificultades en su camino.
Desde pequeño, Lun Lee siempre tuvo un espíritu nómada. “Siempre me gustó viajar. Tomaba mi mochila, un pan con mantequilla, unas naranjas y viajaba a ver a la Universidad de Chile. Siempre fui así”, afirma.
Desde pequeño, Lun Lee siempre tuvo un espíritu nómada. “Siempre me gustó viajar. Tomaba mi mochila, un pan con mantequilla, unas naranjas y viajaba a ver a la Universidad de Chile. Siempre fui así”, afirma.
Frente a la pregunta sobre lo mejor del circo, responde sin dudar: “Conocer otros lugares, viajar; la gente con la que uno comparte”. ¿Son como una familia? “Familia hasta ahí no más… igual se ven rivalidades, envidias, al final es como cualquier otra empresa o trabajo, con la diferencia de que aquí somos nómadas”, responde entre risas. Pero aclara: “aunque yo nunca he visto una pelea, sí muchas discusiones, pero peleas nunca”.
La primera vez que pisó una pista fue a sus 25 años. “Llegué por necesidades laborales. En ese entonces el sueldo mínimo rondaba los $70.000 pesos y en el circo ganaba $160.000 al mes. Era buena paga”, explica.
Así comenzó su aventura en el Circo Los Picapiedras Sobre Hielo en Viña del Mar. Durante cuatro meses se sumó a las filas de los empleados que iban de gira con el circo. “Allí me ofrecieron irme a trabajar a Bolivia con el circo, pero rechacé la propuesta”, pues, según comenta, aún no se sentía preparado.
Dentro del circo, dejó de ser Lun Lee y se convirtió en el Samuray. Un compañero de trabajo le puso ese apodo inspirado por su larga cabellera y su moño característico. También era conocido como Gallardo, no por su valentía, sino por su parecido con Marcelo Gallardo, ex jugador de River Plate y exitoso técnico del equipo.
En 1999, algo cambió. A diferencia de su decisión en 1997, decidió embarcarse esta vez hacia Colombia en una nueva gira con el circo. ¿Qué fue lo que cambió? “Yo ingresé al circo armando y desarmando carpas y cuando decidí irme a Colombia ya era jefe de pista, tenía una mejor posición”, explica.
Dentro del circo, dejó de ser Lun Lee y se convirtió en el Samuray. Un compañero de trabajo le puso ese apodo inspirado por su larga cabellera y su moño característico.
Como jefe de pista estaba a cargo del espectáculo. Su responsabilidad incluía todos los elementos que conformaban la pista: los implementos que los artistas utilizaban durante sus funciones, las vestimentas, los tiempos de la función y la cortina. “La paga ya era mejor y era una buena oportunidad”, concluye.
Conexión Chile-Colombia
Durante diez días, Lun Lee estuvo a bordo del Sebastakis, un barco con tripulación filipina y oficiales croatas que zarpó desde Valparaíso con destino a Buenaventura, en Colombia. El viaje incluyó paradas en Callao, Perú, y Guayaquil, Ecuador.
“Hasta el día de hoy mantengo amistades; mexicanas, colombianas, venezolanas, ecuatorianas, peruanas, nicaragüenses, salvadoreñas y cubanas”, enumera con orgullo.
Recuerda con emoción cómo durante esos días recibió correspondencia desde Chile. Su madre, Iris, es decir mi abuela, sentada en el comedor, leía entre lágrimas una carta que su hijo le había enviado desde el barco. Junto a la carta iba una foto de él desde la tina de la enfermería del barco, donde la tripulación lo había acomodado para el viaje.
Paralelamente, él se emocionaba al recibir una carta que su madre le había enviado desde Chile. La carta iba acompañada de una fotografía de su hijo junto a su sobrino, es decir mi primo. Eran los primeros días de un viaje que duraría casi tres años y que lo mantendría alejado de su país.
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Lun Lee admite que el miedo fue una de las emociones que sintió al abandonar su país, pero su espíritu aventurero y la oportunidad de conocer otras partes del mundo eran una recompensa suficiente.
Su primer choque cultural fue al desembarcar en Colombia, donde se encontró con militares apostados en cada esquina.
Pasó dos años recorriendo la Colombia de Andrés Pastrana, ex presidente y figura histórica del Partido Conservador colombiano. Recuerda haber vivido la tensión política del momento durante sus viajes por distintas partes del país, cuando Colombia estaba arrastrada por una profunda crisis de gobernabilidad y corrupción producto del auge del narcotráfico, el cual estuvo cerca de dominar el país, y la violencia política que enfrentaba a militares, policías, guerrilla y paramilitares.
“Hasta el día de hoy mantengo amistades; mexicanas, colombianas, venezolanas, ecuatorianas, peruanas, nicaragüenses, salvadoreñas y cubanas”, enumera con orgullo.
Más allá de la tensión política, salir muy tarde en la noche era prácticamente imposible. “La última función era a las 19:00 horas -algo impensable para Chile donde la última comienza a las 21:00 horas-, después de eso ya era muy complicado”, comenta. Y añade: “Las discotecas comenzaban a funcionar a las 19:00 horas y solían durar hasta un poco más de la medianoche”.
“A veces estábamos jugando baby fútbol, que allá le dicen micro, y llegaban los militares en sus camiones a hacer requisa y se llevaban a los colombianos que no habían hecho el servicio militar”, agrega. “Se decía que después los llevaban a combatir a la selva”.
Lun Lee vivió en primera persona uno de los episodios relacionados con una de las políticas de Pastrana, durante la vigencia de la política de Seguridad Democrática que repartió terrenos. Esta política también fue conocida como despojo de tierras.
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En medio de este contexto, mi padre estaba en plena función cuando recibió el aviso de un grupo paramilitar. Le informaron que detonarían unas bombas porque uno de los dueños de las tierras no había pagado el dinero correspondiente a los grupos que operaban en la zona, “como una especie de impuesto”, explica. Inmediatamente, su padre dio aviso a los encargados del circo.
Pocos minutos después, dos explosiones en las cercanías del circo hicieron temblar la carpa. “La gente corría de un lado a otro, fue un caos total”, recuerda. Días después, se enteraron que la explosión había sido causada por dos balones de gas que habían estallado.
Pasa un silencio entre los recuerdos que Lun Lee escarba entre su memoria. Se toma su tiempo y dice: "Falta lo más importante, la melancolía. Hay varios momentos en que a uno se le caen las lágrimas", confiesa y agrega "uno recuerda a la familia... e intenta llevar sus costumbres para evitar la soledad".
Tradiciones circenses
Una de las tradiciones que perduran en el circo surge de la diversidad cultural de sus trabajadores, quienes a menudo provienen de diferentes partes del mundo y acompañan a varias compañías en sus giras.
“A veces estábamos jugando baby fútbol, que allá le dicen micro, y llegaban los militares en sus camiones a hacer requisa y se llevaban a los colombianos que no habían hecho el servicio militar”, agrega. “Se decía que después los llevaban a combatir a la selva”.
Así, mi padre recuerda haber degustado una variedad de platos y haber conocido diversas culturas, gracias a que los propios trabajadores del circo preparaban comidas típicas de sus respectivos países.
Una de las costumbres más arraigadas es que, cuando se acercan las fiestas patrias de ciertos países, los trabajadores se toman un tiempo para preparar comidas tradicionales y compartirlas con el resto del equipo circense.
“Cuando estuvimos en Colombia, lo más difícil fue encontrar aceitunas para las empanadas. Tuve que llevar unas envasadas”, recuerda Lun Lee. “Colocamos una bandera, preparamos un asado y compartimos. Fue emocionante celebrar nuestras fiestas patrias en otra parte del mundo, bajo la bandera chilena”, rememora con nostalgia.
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“Me emocionó ver la bandera flameando en la embajada”, confiesa, recordando su visita al consulado para excusarse de votar.
Como hijo de un trabajador circense, tuve la oportunidad de vivir la tradición de celebrar las fiestas patrias. En una ocasión, durante una celebración colombiana, tuve la oportunidad de conocer recetas como el caldo de gallina vieja y probar la yuca. Era un niño disfrutando en la carpa de la confitería, adornada con globos y banderas tricolor.
Otra tradición que aún se conserva son los partidos de fútbol. “En Colombia jugábamos mucho contra batallones militares, intentábamos organizar partidos con ellos. Con los batallones era más ordenado”, dice. Esta práctica también se aplicaba en Chile, donde a menudo jugaban contra Carabineros.
“Cuando estuvimos en Colombia, lo más difícil fue encontrar aceitunas para las empanadas. Tuve que llevar unas envasadas”, recuerda Lun Lee. “Colocamos una bandera, preparamos un asado y compartimos. Fue emocionante celebrar nuestras fiestas patrias en otra parte del mundo, bajo la bandera chilena”, rememora con nostalgia.
Sin embargo, una tradición circense que ha cambiado con el tiempo es la de los animales.
En los primeros años, los animales eran una parte importante de las funciones en los circos, pero tras denuncias de maltrato fueron prohibidos. Hoy en día es raro ver espectáculos que incluyan animales en los circos, a lo sumo suelen ser animales domésticos como perros, no los exóticos que se transportaban en jaulas especiales y eran exhibidos al público como un zoológico ambulante.
A pesar de todo, mi padre tuvo la oportunidad de convivir con verdaderos iconos del circo, como el tigre Ramadán o Bola de Nieve, quienes eran parte central del espectáculo. Los rostros de estos animales eran bordados con lentejuelas en las ropas que la empresa entregaba a los trabajadores.
A pesar de llevar 25 años en el circo, Lun Lee recuerda su mejor etapa como trabajador los años que estuvo en Colombia. Sus argumentos son variados, pero el principal de ellos es la gente.
"Lo que más ha cambiado es el público. Antes el circo se llenaba y era una atracción que llegaba a las ciudades. Hoy en día hay otras cosas, hay más mall, la gente prefiere ir al cine, incluso los mismos celulares han provocado que las personas se alejen de los espectáculos", reflexiona.
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La azarosa vida circense de mi padre, desde mi perspectiva
Desde niño, siempre admiré la vida nómada de mi padre. Soñaba con la libertad de viajar de un lugar a otro, de conocer el mundo. “Conozco de Arica a Puerto Montt”, dice mi padre, quien recorrió prácticamente todo Chile a bordo de un camión de circo.
Esperaba con ansias la temporada en que el circo llegaba a Antofagasta para poder ver a mi padre. Para mí, era como el gitano Melquíades de la novela Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, un personaje errante que una vez al año llegaba con inventos a la ciudad de Macondo.
Mi padre no traía inventos, pero llegaba cargado de anécdotas, historias y dulces exóticos y picantes que acompañaban la ausencia paterna producto del trabajo.
A pesar de todo, mi padre tuvo la oportunidad de convivir con verdaderas estrellas del circo, como el tigre Ramadán o Bola de Nieve, quienes eran parte central del espectáculo. Los rostros de estos animales eran bordados con lentejuelas en las ropas que la empresa entregaba a los trabajadores.
Era mágico poder conocer el circo más allá de lo que permiten los ojos de un simple espectador. Podía recorrer la carpa durante el día, ver la mesa de sonido, la mesa de las luces y explorar los recovecos de la carpa sin problema. Cuando alguien me preguntaba quién era o qué hacía en determinado lugar, simplemente respondía “soy el hijo del Samuray” y la gente entendía rápidamente.
Esa estirpe me ha permitido conocer innumerables circos e innumerables espectáculos. Hasta el día de hoy, prácticamente puedo ir a cualquier circo donde conocen a mi padre y simplemente pasar.
También tuve la oportunidad de trabajar en varias ocasiones en el circo y es algo mágico. Más allá de las dificultades, producto de lo incómodo que es vivir como nómada, hay algo que te atrapa y que te llama, una fuerza inexplicable que te invita a abandonar tu vida y sumarte a la dura vida circense.
"Volvería a escoger esta vida"
Trabajar en el circo no es una vida fácil y Lun Lee lo tiene clarísimo, pero en retrospectiva asegura que volvería a escoger esta vida errante. Frente a la pregunta su respuesta es inmediata, "si, la volvería a escoger sin dudas", lo dice hasta con cierto orgullo.
Esperaba con ansias la temporada en que el circo llegaba a Antofagasta para poder ver a mi padre. Para mí, era como el gitano Melquíades de la novela Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, un personaje errante que una vez al año llegaba con inventos a la ciudad de Macondo.
"Hay dificultades, como no tener electricidad o no tener agua, aunque en los circos en los que trabajé -que podrían considerarse grandes- no tuvimos mayores dificultades, cada circo es una realidad", comenta. "Hay cosas como tener que bañarte con un balde entre las butacas de las carpas, por eso esta vida no es para cualquiera", agrega.
"Pero a mí me lo ha dado todo, tengo a mi familia, le di educación a mis hijos e incluso una casa en Viña del Mar". Asimismo, recuerda casi con una melancolía romántica los primeros meses trabajando en el circo cuando dormía debajo de los camiones sintiendo el frío de la noche.
Aunque ya no es el jefe de pista que solía ser años atrás, Lun Lee actualmente trabaja como soldador en el circo Hermanos Vasquez Acuático. Va de un lado a otro y aunque ha intentado abandonar la vida de circo, más temprano que tarde, siempre vuelve. "Sí, volvería a escoger esta vida", repite una vez más.
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(*) El autor de este artículo es hijo del protagonista de esta historia.
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Son vidas de grandes
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