Pasado el mediodía del martes 16 de abril de 1990, ingresaron a la casa de Mónica Lagos, en la calle Amapolas, el editor general y el editor nacional de La Época, acompañados de Alejandro Hales. Esta vez quien abrió la puerta fue un hombre de unos 33 años, que se presentó como el hermano de la mujer.
Ella se había cambiado de ropa. Lucía otro peinado y estaba maquillada.
–¿Don Alejandro, se acuerda de mi?
Alejandro Hales la miró detenidamente, tratando de rememorar su cara.
Mónica Lagos le recordó el nombre de una mujer que tiempo atrás se había suicidado.
–Claro, claro. Ahora recuerdo –dijo Hales.
Los periodistas propusieron que Mónica Lagos hablara a solas con Alejandro Hales. Lo que le dijera quedaría protegido por el secreto profesional del abogado. Casi una hora después, cuando los editores regresaron, la mujer comenzó a responder preguntas. Admitió su viaje con Fernández Larios a Estados Unidos en agosto de 1976 para preparar el asesinato de Orlando Letelier, reconoció su relación con la DINA, dio nombres y circunstancias.
Antes de irse, Hales le recomendó decir la verdad. Descargaría un peso soportado por muchos años, encontraría el apoyo de otras personas, se sentiría más segura...
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En los meses previos la casa de la mujer había sido visitada por personas sospechosas, según la familia, y en toda la década del 80 Mónica había sido virtualmente abandonada por sus jefes y amigos de la DINA. No tenía trabajos ni ingresos, vivía en un estado de semi encierro y estaba consciente de que su vida no tenía mucho futuro.
Esa tarde, Mónica Lagos narró extensamente a Manuel Salazar su participación en el caso Letelier.
En la preparación del atentado a Letelier hubo que realizar la denominada inteligencia preoperativa. Había que ubicar el domicilio del objetivo, su lugar de trabajo, observar, registrar hábitos, rutinas, costumbres, identificar amistades, hacer croquis de los desplazamientos y otros detalles. Para esa tarea la DINA eligió al teniente Armando Fernández Larios.
El coronel Pedro Espinoza, a cargo de la misión, le propuso a Manuel Contreras enviar a Washington, además, a una agente femenina que colaborara en el seguimiento de Letelier e incluso, posiblemente, atrajera a Letelier a una fugaz aventura amorosa que les daría buenos dividendos. Propuso a Mónica Lagos Aguirre, a quien ambos conocían de cerca.
El equipo de agentes femeninas de la DINA estaba a cargo del mayor Rolf Wenderoth y de la mayor de Carabineros Viviana Palmira Almuna Guzmán. Se desempeñaban en el departamento de contrainteligencia, bajo el mando del mayor Vianel Valdivieso, amigo personal del director de la DINA.
Las jóvenes y atractivas mujeres operaban en varios lugares, entre ellos dos departamentos, uno en calle San Antonio, entre Huérfanos y Merced; el otro, en calle Seminario, a la entrada de la comuna de Providencia. En ambos lugares efectuaban fiestas especiales para los jefes de la DINA o llevaban a importantes personajes públicos para conseguir información.
Luisa Lagos, de 23 años en 1976, rubia y ojos verdes, tenía un cuerpo que difícilmente pasaba inadvertido; piernas torneadas, caderas sinuosas, pechos generosos y mirada coqueta, eran sus principales atractivos. Había sido bailarina en Televisión Nacional y en el conjunto Onda Brava, un cuarteto que animaba las noches en los hoteles Carrera y Crillón.
A comienzos de 1975 conoció a Vianel Valdivieso, quien le propuso colaborar con la DINA y ella aceptó. La joven, además, había sido alumna del teniente Fernández en las clases de tiro que éste dictó en la escuela de inteligencia de la DINA, en un recinto ubicado en el cajón del Maipo
El 25 de agosto de 1976, bajo las identidades falsas de Armando Faúndez y de Liliana Walker Martínez, la pareja viajó a Nueva York. El 8 de septiembre los siguió Michael Townley; en uno de los bolsillos de su chaqueta llevaba un pequeño frasco de perfume Chanel N°5 que contenía gas sarín.
El 9 de septiembre, Fernández Larios y Townley se juntaron en el aeropuerto Kennedy. En pocos minutos el primero relató todo lo que había podido averiguar sobre Letelier y le entregó al estadounidense varios mapas y planos. Poco después, Fernández y Mónica Lagos regresaron a Santiago.
Una misión periodística
A eso de las 17 horas, el vecindario de calle Amapola ya no daba más de curiosidad. Los autos que habían llegado al lugar, el movimiento de personas, radios, teléfonos celulares, eran demasiado para una zona apacible.
Alguien llamó a Carabineros. Un furgón con cuatro funcionarios al mando de un sargento se detuvo junto al auto de La Época. Los policías se aproximaron con pistolas desenfundadas y provistos de chalecos antibalas.
El sargento pidió la identificación. Consultó a su unidad, devolvió las credenciales y preguntó que hacían allí.
–Misión periodística –contestó Juan Gonzalo Rocha, lacónico.
–¿Y dónde está la noticia aquí? –preguntó el policía.
–Más cerca de lo que usted cree y más lejos de lo que yo quisiera –respondió Rocha, recordando un viejo dicho campesino de su padre.
El policía se retiró con su gente.
No se podía esperar más. Mónica Lagos entendía que en cualquier instante el sector se llenaría de periodistas, policías y quien sabe cuántas personas más. Estaba dispuesta a hablar, a contar con detalles su historia y su pesadilla personal, pero bajo ciertas condiciones de seguridad. Temía a sus antiguos jefes de la DINA.
Hablaría; pero fuera del hogar. La gerencia general y la gerencia administrativa del diario proporcionaron la solución: un lugar discreto y seguro.
El propio gerente general, Pablo Berwart, se trasladó hasta la calle Amapolas para ayudar en la operación. El hermano de Mónica Lagos, Luis, decidió acompañarla.
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Pasadas las 19 horas, Berwart, Salazar y la mujer abordaron el taxi de Luis Lagos. Tras ellos partió un auto Nissan gris, con otros dos hombres de La Época.
Había comenzado una carrera contra el miedo.
Ambos vehículos se dirigieron al centro de Santiago. Nadie los seguía. Se detuvieron en un estacionamiento ubicado en Diagonal Paraguay esquina de Portugal, junto a una estación de combustibles.
El grupo entró a uno de los edificios, subió las escaleras e ingresó a un departamento de dos ambientes. Muy luego llegarían al lugar provisiones suficientes para dos días.
Esa noche, Mónica Lagos continuó con su relato. Aceptó que se tomara una foto de su pasaporte, escribió el nombre "Liliana Walker" en una tarjeta de visita para facilitar un eventual peritaje caligráfico de Estados Unidos, y pidió que en esta primera dramática instancia se la llamara Luisa (su primer nombre), con la inútil esperanza de que sus vecinos no la reconocieran.
Ni ella ni nadie podía sospechar en ese momento que Estados Unidos no tendría interés en su persona. Esa misma noche funcionarios de la embajada en Santiago recibieron la información de lo que estaba ocurriendo, pero no hicieron movimiento alguno.
En Amapolas continuó esa noche del lunes 16 la vigilia del móvil de La Época. Cerca de las 20 horas llegó un segundo furgón policial, esta vez de la Décimo Octava Comisaría de Los Guindos. Los funcionarios repitieron el procedimiento del primero, y se fueron.
A las 22, un nervioso vecino se acercó al redactor Juan Gonzalo Rocha.
–Ustedes son de Investigaciones, ¿no es cierto? –preguntó. Y, sin esperar palabra, se respondió a sí mismo:
–No, si yo que sé que son. No me diga nada.
Rocha, consciente de que es delito suplantar funciones, trató de ser evasivo:
–¿Usted tiene algún problema?
–No, no, limpio como un yogurt.
–Entonces no se preocupe. Somos gente honorable.
–Lo que pasa es que mi mujer está histérica. Los niños no pueden dormir.
–Váyase tranquilo. Esta noche dormirá resguardado.
El vecino se retiró muy confortado. Tres horas más tarde, retornó. Rocha le habló primero:
–Usted trae toda la cara de venirnos a ofrecer un café.
–Efectivamente. Eso es lo que venía a hacer.
El vecino se retiró y al poco rato volvió con su mujer, sus niños y la nana, en caravana, con sendos tazones de café, más cuatro sandwiches de huevo frito.
–Ya sé que ustedes no pueden pasar a la casa, ¿no? –expresó la gentil señora.
–Así es la vida –contestó Rocha, agradecido.
El redactor pasó toda la noche allí, aunque ya no era necesario. A las 6 de la mañana llamó para pedir instrucciones. "A dormir", le dijeron.
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Poco rato después de la salida de Mónica Lagos, y ante la inminencia de la publicación del golpe periodístico, ella pidió que la familia fuese sacada también de la casa, al menos por un día. El diario dispuso vehículos para todo el grupo: sus padres, dos hermanas y cuatro menores de edad, incluida su hija Paula, de 8 años.
Partieron hasta un hotel céntrico, en calle Estado. Pero no estuvieron tranquilos. Su vida regular y apacible había comenzado a cambiar abruptamente.
Pasada la medianoche comenzaron a rodar las prensas de la empresa donde se imprimía La Época, en avenida Pajaritos. Los camiones del diario partieron en la madrugada con los paquetes a recorrer el país, portando el mayor golpe noticioso de los últimos años: "Yo soy Liliana Walker".
La cruda verdad
A las 6.30 de la mañana del martes 17, Mónica Lagos encendió una radio para escuchar El Diario de Cooperativa. La voz de Sergio Campos repetía insistentemente la primicia de La Época. La mujer se intranquilizó. Su hermano salió a comprar el periódico. Al ver la portada del matutino, Mónica Lagos se estremeció y tuvo por primera vez una noción clara de lo que estaba enfrentando. Era la verdad, la cruda verdad, tanto tiempo escondida.
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Lo que vino después fue un torbellino, una frenética huida de los fantasmas del pasado y de las amenazas sombrías. La publicidad del caso era una buena protección, pero se necesitaba todavía más, mucho más: una protección oficial.
Pasadas las 9, la familia anunció que no quería permanecer en el hotel y que prefería trasladarse a la casa de unos parientes. Otra vez el grupo fue trasportado fuera del centro.
En La Moneda también había inquietud. Salazar recibió un llamado del Ministerio del Interior. Le pidieron que acudiera a la sede de gobierno de la manera más discreta posible.
–Entra por los estacionamientos de la Plaza de la Constitución. Te vamos a estar esperando. Aquí está lleno de periodistas –le pidieron.
El editor nacional de La Época fue conducido a las oficinas del ministro del Interior, Enrique Krauss, quien lo esperaba con el abogado Luis Toro, jefe de la División Jurídica. El ministro quería conocer de primera fuente lo que estaba sucediendo con la buscada Liliana Walker.
Escucho atentamente y casi no hizo preguntas.
–A Lucho Toro le he pedido que se haga cargo de lo que haya que hacer. Él tiene toda mi confianza y la autoridad para proceder como estime conveniente –dijo Krauss.
Salazar se retiró del palacio de gobierno luego de acordar con Toro una visita al departamento donde estaba Mónica Lagos en las cercanías de las torres San Borja.
Esa mañana, el impacto de la revelación se dejó sentir en todos los ámbitos del acontecer nacional. Periodistas de todos los medios locales y de las agencias internacionales de noticias intentaban en vano conseguir algún dato que los condujera al paradero de Liliana Walker.
Empezaron entonces a circular los más diversos rumores.
En la tarde, Salazar llevó hasta el departamento donde permanecía Mónica Lagos con su hermano y Alejandro Hoppe, fotógrafo de La Época, a Luis Toro y a Eduardo Vío Grossi, abogado del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ambos investigaban el caso en niveles diferentes.
Durante dos horas Mónica Lagos abundó en pormenores de su trabajo en la DINA y sus diversas salidas al extranjero. También mostró el pasaporte con el que había viajado a Estados Unidos en 1978.
Primera entrevista formal
Esa noche, Mónica Lagos accedió a dar su primera entrevista a Salazar, formulada como tal y autorizada para publicarse exactamente en los mismos términos en que apareció en La Época el miércoles 18 de abril.
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Mientras esto ocurría, la familia de Mónica Lagos había señalado que no podía permanecer en la casa de sus parientes. El equipo de apoyo los había trasladado a otro departamento en las inmediaciones del Parque Bustamante. Pero la situación volvía a hacer crisis: el lugar era muy estrecho para casi una decena de personas. Caía ya la noche del martes 17. Mónica Lagos se impacientó. Rechazó otra oferta sobre un lugar más seguro, pero para ella sola, y pidió estar junto con todos, padres, hermanos, sobrinos y su hija Paula.
Por tercera vez en el día se movilizó todo el equipo de apoyo dispuesto por el gerente administrativo, Rodolfo Raventos. Ahora se dirigirían a un discreto lugar en la comuna de Vitacura.
(Continúa mañana)
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