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Miércoles, 3 de Septiembre de 2025
Columna

2020-2021: el bienio de los profesores helicópteros

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Foto: Colegio de Profesores
Foto: Colegio de Profesores

Llega diciembre y con esto el cierre de los semestres académicos, un trabajo de locos, después de un año de locos. Acá los descargos de uno de los tantos miles de docentes.

Foster Cline y Jim Fay en 1990 llamaron “padres helicóptero” a aquellos que están tan encima de sus hijos (estudiantes) que estos últimos sienten que los tienen bajo el foco todo el rato. El fenómeno se inicia en los años setenta en Inglaterra y no ha hecho más que crecer. La llegada de los smartphones instaló, entonces, las campanitas de whatsapps con unos aterradores, “¿dónde estás?”, y también los grupos de papás y mamás de curso con datos de última hora un domingo a las diez y media de la noche con la dirección de una librería que atiende 24/7 y que tiene la maldita cartulina (¡) que hay que llevar sí o sí el lunes a primera hora.

Lo que ha propiciado esto, sobre todo en estos dos años que se llevan de pandemia, es que los muchachos escolares no solo experimenten una sensación de permanente inutilidad y falta de autonomía, que eso era justamente a lo que apuntaban Cline y Fay, sino que a un abrumarse por el hostigamiento permanente. 

Había algunas preguntas y respuestas, se daban libros por leer que se retiraban de las bibliotecas, y luego se fotocopiaban en fotocopiadoras que solían denominarse, “la del Luchito” (que cobraba cinco pesos menos que “la de los del Colo”), finalmente, raramente los estudiantes interactuaban con la o el profe fuera del aula.

Es cierto que la “paternidad helicóptero” parece ser más un fenómeno de las clases medias y altas sobre todo en países o comunas del primer mundo, que en Chile llega a extremos de formar a una generación que no sabe usar la movilización pública, que se estresa ante el menor escollo vital porque todo siempre parece requerir de una solución inmediata y a una sensación de inoperancia basal. 

Pero la novedad del bienio es que hoy los padres (y madres) helicóptero han empezado a ceder espacio, al pasar sus pupilos desde el colegio a las aulas universitarias, a los “profesores helicóptero”.

Yo me he convertido en uno de ellos y esta es mi -compleja- experiencia.

Cuando uno hacía clases a fines de los años noventa los celulares eran unos armatostes churumbélicos que más parecían una mochila y que solo usaban personas como Teminator. Los estudiantes asistían a las clases sin ellos, y uno las dictaba leyendo del libro, haciendo esquemas y escribiendo con tiza en un pizarrón negro. Había algunas preguntas y respuestas, se daban libros por leer que se retiraban de las bibliotecas, y luego se fotocopiaban en fotocopiadoras que solían denominarse, “la del Luchito” (que cobraba cinco pesos menos que “la de los del Colo”), finalmente, raramente los estudiantes interactuaban con la o el profe fuera del aula. Había, eso sí, un “horario de atención de alumnos”, que se anotaba como tal en los Programas de Curso que se entregaban en la primera clase del semestre, a menudo señalado como los miércoles de 11:30 a 13:00 en la oficina 503 del quinto piso de la Facultad, donde la profesora hacía hora y nunca nadie llegaba a preguntar nada a lo largo de semanas, semestres y años.

Los estudiantes se rascaban con sus propias uñas.

Muchos, a menudo quienes venían, como señalaba Pierre Bourdieu, de familias a su vez universitarias -esto es, con mayor capital cultural-, se adaptaban rápido a los tejemanejes de la rutina estudiantil de la educación superior. Sabían cómo estudiar, cómo leer, cómo contestar las pruebas, hacer presentaciones grupales e informes. O también lograban captar el “curríulum oculto”, como detectó en los setentas Benson R. Snyder, profesor del MIT: donde los estudiantes seniors adoptaban a algunos mechones y les pasaban sus “biblias”; apuntes con las claves para tener éxito en esta y otras de las universidades más empingorotadas del mundo, muy en la onda de la Ivy League.

Otros estudiantes naufragaban. Dejaban de asistir a clases. Se perdían en los alrededores del barrio universitario recién descubierto: con sus salones de pool, bares de viejo, juegos de video. A menudo estos últimos provenían de familias -y de colegios- con menos capital cultural. No tenían ni hermanos, ni primos, ni compañeros en el entorno de la U, así que quedaban huachos; sin poder hacer redes, grupos de estudio, ni acceder a las “biblias” de los seniors.

En 2020-2021 todo eso entró en pausa.

Y así llegamos a que, ese profesor que en 1999 solo veía a sus estudiantes en clases y para el que su horario de atención de alumnos resultaba un páramo, ahora se ha transformado en un ser multitasking de doble jornada y de 168 horas semanales de trabajo potancial.

Corren, tal como en las praderas del Lejano Oeste, las salsolas, por Avenida República. Vacía como el desierto.

No hay carritos de sopaipillas.

Las tiendas venezolanas de completos gigantes (2 x 700 pesos más un vasito de bebida genérica cola) están cerradas o han quebrado.

Los Entrelatas se ha aherrumbrado y las cervezas Escudo de litro dormitan calientes y desvanecidas en refrigeradores apagados.

El Luchito y los del Colo se han dedicado a otra cosa y sus máquinas fotocopiadoras han alcanzado la obsolescencia programada.

Y todo en clases se hace por el computador y por el smaprtphone, que ya no solo es de Terminator,

Y al rescate de estos años de mierda ha llegado, entonces, nuestro profesor helicóptero.

El profesor helicóptero ha cargado todos los libros de cada curso en pdf (o djvu o epub o lo que sea) en una carpeta de Dropbox, y también todas las ppts no solo de este año sino que de una década hacia atrás. Ha grabado todas las clases, una por una -centenares de horas-, en Zoom. Y no solo las tiene en los Canvas o Blackboards que les facilitan las diversas universidades, sino que guarda respaldos en sus discos duros (y el terabyte de espacio que trae cada disco duro estándar en estos años ya empieza a quedar pequeño). Esto lo sube a un Drive extra que sirve de “super respaldo” por si los servidores de la universidad se incendian.

Además hace todas sus pruebas por Drive, donde levanta formularios que envía con hora de toma de prueba indicada con pelos y señales a sus estudiantes, y la corrige tan solo 24 horas luego del cierre de la prueba (cuando antes se podía tomar quince días en corregir, si es que). Aparte de lo anterior, el profesor helicóptero se comunica por whatsapp con cada curso. Vía mensajes generales para cada pormenor general, y en mensajes directos para cada caso particular. Responde a los whatsapps que le envían sus estudiantes siempre en menos de cinco minutos, con soluciones puntuales, concretas, detallades y desestresantes.

Recibe mensajes a las más altas horas de la madrugada y los fines de semana, con problemas de todo tipo personales, familiares, psicológicos. Deriva, soluciona, apoya, apaña. Se ha comprometido a no estresar a sus estudiantes y a inicios de semestre, al plantear su logística en la tétrada Zoom-Dropbox-Drive-WhatsApp, promete que nunca va a enviar un mensaje él o ella misma fuera del horario de clases o en fin de semana: a lo más una charla TED que va a iluminar a los estudiantes sobre un tema especial que vieron la semana anterior, o una recomendación de un documental en Netflix.

Y así llegamos a que, ese profesor que en 1999 solo veía a sus estudiantes en clases y para el que su horario de atención de alumnos resultaba un páramo, ahora se ha transformado en un ser multitasking de doble jornada y de 168 horas semanales de trabajo potancial.

El resultado para 2022 es que tendremos (algunos) estudiantes que llegaran a su tercer año de carrera, el año que se llama en muchas carreras del “ombligo”, y que ya deberían ser seniors, que, ¡nunca han tomado una micro!, que no conocen ni la universidad, ni lo que es una biblioteca, ni a los de las fotocopias del Colo:

Estudiantes de séptimo medio.

Y la profesora helicóptero tendrá que dejarlos de una vez por todas que se frustren, fracasen, se reencuentren, se autonomicen.

Porque si no se toman cartas en este asunto, el 2026 vamos a necesitar de los jefes helicóptero.

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Comentarios

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Interferencia, podría hacer una investigación del trabajo del profesor y su remuneración. Se encontraría con sorpresas que se hablan. O como manejan los dineros en el sistema subvencionado. Muy buena columna.

Muy buen sitio, lo leo y saco conclusiones.

Esto es peor que la pandemia, peor que la generación de cristal. Tendremos futuros profesionales universitarios, profesionales, técnicos etc. ineptos, muy terrible, sin contar profesores estresados y frustrados.

En esta parte de la evolución del "homo pedagógicus chilensis" se tendrá que hallar una otra vuelta de tuerca que permita la asimilación y la superación sui generis de este estatus. Creo que podría haber sido más catastrófico en ese nivel, tal como lo es en la escuela básica y en educación parvularia, donde si no cuentas con la familia del homo estudianticus, este se desorienta con efecto inmediato mientras más la familia lo asume como un ser dependiente, o mientras más se aleje de él. ¿Solución? Todo está por verse.

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