Entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1970 transcurrieron 62 días. Estaban en movimiento redes y dispositivos ocultos que conectaban desde El Mercurio hasta citas con altos jefes militares en Santiago de Chile o apresurados viajes a Washington, sin obviar los anuncios sembrando el pánico en la economía del entonces ministro de Hacienda de Frei Montalva, Andrés Zaldívar. Todo estaba activado para intentar impedir la llegada de Allende a La Moneda.
Durante este tiempo la flexibilidad y la capacidad de adaptación a las nuevas condiciones de la dirección del MIR encabezada por Miguel serían significativas. En los hechos, el MIR dispuso varios de sus aparatos especiales para proteger el triunfo de Salvador Allende y neutralizar las acciones de la derecha sediciosa, que además contaba con el activo apoyo desde EE. UU. Particularmente efectivas fueron las redes de informaciones que, en breve tiempo y merced a la infiltración en la mayoría de las veces, consiguieron conocer casi en tiempo directo los planes golpistas de la conspiración contra Allende. Ello, debido a que la nueva organización había logrado tener acceso a ambientes y fuentes insospechadas.
También hubo un militante del MIR instalado en las estructuras directivas de Santiago de la Democracia Cristiana.
El MIR tuvo militantes infiltrados en Patria y Libertad a un muy alto nivel. En este caso, era una militante proveniente de una acomodada familia de orígenes europeos, estudios avanzados y viejas redes en la sociedad santiaguina en el Club de La Unión y los clubes de banderas, y que además tenía una desarrollada aptitud y destreza teatral. Ella hizo de gran “topa”, lo que permitiría conocer a tiempo, para desactivarlas, numerosas planificaciones de Patria y Libertad. Roberto Thieme y otros renombrados ultraderechistas confiaron en esa compañera como una “nacionalista a ultranza”. Una igual, pero que era todo lo contrario, porque ya había adquirido conciencia y pertenencia. También hubo un militante del MIR instalado en las estructuras directivas de Santiago de la Democracia Cristiana.
La seguridad del presidente electo estaba amenazada. Se requería con urgencia adelantarse a los movimientos conspirativos que buscaban por todos los medios que Allende no alcanzara a asumir el 4 de noviembre. No sólo se trataba de movimientos políticos para convencer al PDC de votar a favor de Alessandri en el Congreso, sino que estaban simultáneamente en curso movimientos dentro de las FF.AA. Muy pronto el asesinato del comandante en jefe, el general René Schneider, ayudaría a sopesar aún más lo serio de las amenazas.
Las armas utilizadas para proteger al presidente electo, en muchos casos y al inicio, tuvieron que ser las mismas que se habían empleado por los miristas en los asaltos de bancos, o sea, en las expropiaciones. Miguel Enríquez lideró ese giro radical. Fuera de la ley y prófugos hasta hace poco y en las nuevas circunstancias haciendo todo para proteger y facilitar que asumiera Allende. Pero el golpismo no se conformaba, otra vez más quería sacar las castañas con la mano del gato.
Bruno Serrano era un militante de Tareas Especiales. A veces también volvía a ser un estudiante universitario en una escuela de teatro, arte o literatura, porque eso era lo suyo. Aparentaba más edad y lo apodaban el Viejo. En un día la vida le cambiaría para siempre. Hasta ahí era un anónimo observador del proceso que había conducido a Salvador Allende a la Presidencia. Tenía todas las aprensiones de un mirista con las elecciones, pero por este nuevo presidente no ocultaba su admiración.
Dice Bruno:
El 3 de septiembre nos fueron a buscar para ir al GAP, era Max Marambio que llegaba rajado a la casa-taller. Él nos fue a avisar que por orden de Miguel nos íbamos a apoyar la “escolta” del presidente Allende. Así de corto y conciso. Y remachó:
«Ahora me llamo Ariel Fontanarrosa». Esa era su nueva “chapa”. Ese mismo día llegamos a la casa del doctor Allende en Guardia Vieja. Nos recibieron la Tati y Osvaldo Puccio, el secretario personal del presidente. Lo que no tengo claro es si nos llevaron a la casa de Puccio en la Quinta Normal primero o a la de Rodolfo Ortega, que era otro de los acompañantes que tenía el presidente. Él era piloto de la LAN en ese tiempo. Nos pasaron algo de ropa, camisas y unas chaquetas, para quitarnos la pinta de miristas con bluyín y bototos. Al día siguiente se incorporó el Mario Superby que tenía la “chapa” de “Guatón Claudio”. Junto al Max, el Pelao Melo, Rodolfo Ortega, Osvaldo Puccio –padre, por cierto–, Jaime Suárez –que era el otro acompañante del presidente–, el Coco Paredes y Fernando Gómez. A ese grupo le correspondió el día de la elección acompañar como escoltas al presidente Allende a la Fech, cuando ya se sabía oficialmente que Salvador Allende había ganado la elección y desde el gobierno de Frei Montalva, a regañadientes, habían autorizado la marcha. Luego partimos hacia la Fech junto al Guatón Claudio, al Castelo, que era Ercito Castillo, y el Max y yo en el station vagon de Rodolfo Ortega. En el Chevrolet Chevy de Enrique Huerta, que también era parte del equipo del presidente, iban él, el Coco Paredes, el Pelao Melo y el doctor Allende, a la Fech. Hasta ahí había un “equipo” de amigos del presidente que había trabajado con él en las campañas presidenciales anteriores. Entre ellos, los realmente preparados eran el Pelao Melo –Mario Melo Pradenas–, boina negra que fue expulsado del Ejército, y Fernando Gómez, que había participado apoyando a la guerrilla guevarista, y que fue uno de los que el doctor Allende había mandado al norte, a la cordillera, al rescate de los sobrevivientes de la guerrilla del Che.
El triunfo en la Fech
El periodista Emilio Rojas Gómez en su obra Tejas Verdes, mis primeros tres minutos reconstruye con minuciosidad los detalles de ese momento:
«Recién confirmado ganador en las urnas, la alegría del pueblo era indescriptible. Una muralla humana rodeaba la Alameda. De todas partes llegaban las columnas, miles de partidarios gritando las consignas, agitando banderas, marchaban hacia la Fech […] El presidente llegó casi a medianoche. Me pareció verlo, con su abrigo de piel de camello impecable, con una sonrisa de satisfacción saludando y abrazándose con todos. Yo también lo abracé.
—Felicitaciones, presidente
—Gracias, compañero.
Afuera el pueblo exigía que Salvador Allende se asomara al balcón. Su secretario personal, Osvaldo Puccio, me miró y pidió que lo anunciara, incluso no teníamos siquiera la seguridad de que el modesto micrófono funcionara. Todo había sido improvisado […] Salí al balcón y dije […] la canción nacional. Fue coreada por miles de gargantas a lo largo y a lo ancho desde Plaza Italia a Plaza Bulnes. Enseguida pedí entonar el himno de la campaña, el “Venceremos”. Mientras este era cantado, observé de reojo a Víctor Jara. Camisa blanca y pantalón negro, en el otro balcón, con cara de preocupación».
Bruno supo directamente de los preparativos que fue instruyendo la doctora Beatriz Allende, la Tati, que trabajaba muy directamente junto a su padre, desde hacía tiempo; lo suyo era la reserva, lo secreto, la seguridad y los contactos con grupos revolucionarios de Chile y de afuera.
¿Cómo fue esa noche? ¿Cómo se vivió ahí en la Alameda? ¿Qué movidas turbias y trasnochadas eran ideadas para torcer la voluntad popular? ¿Cuánto y de qué había que cuidar al compañero que pronto debía ser investido como presidente? Bruno supo directamente de los preparativos que fue instruyendo la doctora Beatriz Allende, la Tati, que trabajaba muy directamente junto a su padre, desde hacía tiempo; lo suyo era la reserva, lo secreto, la seguridad y los contactos con grupos revolucionarios de Chile y de afuera.
Cuenta Bruno:
La Tati antes de que partiéramos a la Fech hizo un pequeño plan operativo en su pieza: cómo lo haríamos, por qué calle se debían ir los autos, íbamos a llegar y, hacíamos esto […] Tampoco teníamos experiencia en eso. A la Payita la habíamos visto el mismo 4 de septiembre, mientras estábamos esperando el resultado de las elecciones. Estaban todos en el living de la casa de Guardia Vieja: la señora Tencha, la Tati, la Paya y otros personajes […] Ahí es cuando Allende sale de su escritorio y anuncia: «Sí, ganamos, permitieron la concentración […] Quiere decir que ganamos». Luego le habla a Puccio, me parece. «¿Dónde hacemos la concentración?», porque Osvaldo era como su productor. Y él le contesta que en la Fech. El doctor Allende dice: «Perfecto, ahí es por donde yo quiero que empiece este cambio, donde está el centro de la discusión política».
La pequeña e improvisada escolta había salido acompañando al mandatario electo. Esa sería una larga noche, donde habría que moverse con rapidez y sigilo. No había guardia policial para el ganador de las elecciones. ¿Descuido? ¿Desatención?
Continúa Bruno Serrano:
La Alameda estaba llena desde Plaza Italia hasta la Estación Central, y nosotros al lado del presidente, sujetando parlantes, tratando de que a la gente no les cayeran encima. Cuando el presidente terminó el discurso le dijo al pueblo reunido ahí que se fueran tranquilos a sus casas y hubo una conferencia de prensa ahí mismo. Llegaron los periodistas y se metieron entremedio. No teníamos ninguna experiencia de escolta y tratábamos de hacer lo que parecía que debíamos hacer. Por la escala bajó el presidente y nosotros lo hicimos tras él. Al “Claudio” se le cayó la pistola en medio de la multitud, entonces nos pusimos a tratar de encontrarla entre los zapatos de la gente y por eso nos retrasamos. Ahí, el presidente partió en el Chevy Nova de Huerta, directamente hacia Guardia Vieja, y nosotros fuimos detrás. Cuando retornamos, él ya estaba en el living de su casa.
De las noches por venir, esa, la del 4 al 5 de septiembre de 1970, era una de las más peligrosas. Sin escolta policial y con conocimiento que desde ese resultado en las urnas se había transformado en un blanco, los movimientos del doctor Allende dejaban de ser obvios y repetitivos. No podía estar en su residencia conocida y familiar.
Siguen recuerdos del Viejo:
No había vigilancia policial. No me extrañó, porque el presidente no había sido reconocido todavía en un evento oficial. Al día siguiente sí se instalaron un par de pacos en la puerta, pero esa noche nada. Nosotros llegamos a la casa del presidente como las 12 de la noche o una de la mañana, y de ahí casi de inmediato partimos a la casa de los padres del Coco Paredes, que estaba en Pedro de Valdivia Norte. Habíamos acordado con la Tati que el presidente no durmiera esa noche en su casa, porque podía haber un atentado en Guardia Vieja. Ahí nos esperaban. Estaban los papás del Coco Paredes, Suárez y Osvaldo Puccio, que llegaron junto con el presidente, y nosotros. Lo extraordinario fue que, como a las dos de la mañana, llamó Fidel desde Cuba para felicitar al presidente y hablaron como media hora, y nosotros estábamos con las pepas así: ¡Allende hablando con Fidel!
El sector de Pedro de Valdivia Norte, a los pies del cerro San Cristóbal, era un barrio de casas bajas, con amplios patios y jardines, tranquilo, habitado por muchos profesores universitarios. Muy cerca estaba la sede de El Comendador de la Universidad Católica, una restaurada casona patrimonial que era la sede de Arquitectura.
Esa noche nos quedamos en la casa del papá del Coco Paredes y nos turnamos. Fueron cuatro o cinco horas: uno afuera, mientras el otro dormía sentado en un sillón, el Pelao Melo entremedio, él sí tenía experiencia y era riguroso. Al día siguiente partimos nuevamente en la misma disposición: el Chevy Nova de Huerta con el presidente sentado atrás, el Pelao Melo adelante, el Max y el Coco Paredes, cada uno al lado del presidente, Huerta al volante. Puccio se fue en otro vehículo que no recuerdo de dónde salió, debe haber sido del padre del Coco Paredes, y nosotros en el station de Ortega.
El 5 había que asumir una muy recargada agenda con prensa nacional y extranjera y múltiples reuniones. Se había escogido un local grande en las inmediaciones del barrio de Plaza Brasil. Esa sería “La Moneda chica”. Cuenta Bruno:
¿Cómo se verían de pinganillas esos jóvenes que tenían escasa ropa y que hasta ese momento habían elegido sus mejores pilchas para acompañar a un atildado Salvador Allende?
El día 5 comenzó todo el proceso de organización y se armó “La Moneda chica” en la Casa del Profesor, ubicada en Catedral con Maipú. Nosotros ya funcionábamos como la escolta. A los dos días nos llevaron a la empresa Burger, para que eligiéramos “ropa decente”, camisa, corbata y toda esa historia, y nosotros escogimos nuestros ternos, porque el mismo presidente nos dijo: «Ustedes no pueden andar así».
¿Cómo se verían de pinganillas esos jóvenes que tenían escasa ropa y que hasta ese momento habían elegido sus mejores pilchas para acompañar a un atildado Salvador Allende?
Continúa mañana.
Sobre el libro y su autor:
- “El MIR de Miguel”, de Ignacio Vidaurrázaga, está impreso por Negro Editores y programado para cuatro tomos. Se puede obtener en [email protected], y será lanzado en los primeros días de diciembre.
- Vidaurrázaga tiene 66 años. Entre los 17 y los 35 años integró el MIR. Tras el golpe de estado de 1973, pasó a la clandestinidad hasta fines de 1975, cuando se exilió en Bélgica. En 1980 retornó clandestino al sur de Chile. Fue secuestrado, torturado y encarcelado entre los años 1984 y 1990. Es periodista de la Universidad ARCIS y magister en Literatura mención Hispanoamericana de la Universidad de Chile. Escribió “Martes once, la primera resistencia” (2013, Ediciones LOM). Es Diplomado en Asuntos Antárticos de la Universidad de Magallanes (2021).
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