Una de las obras pictóricas más famosas en la historia de Chile es “La fundación de Santiago”, del afamado pintor nacional Pedro Lira. En esta pintura se observa a Pedro de Valdivia dominando la escena desde lo más alto del cerro Huelén, rodeado principalmente de españoles que ostentan la tranquilidad de quien descansa luego de largas proezas y algunos indígenas que lo acompañan pacíficamente. Luce vestido de implacable tenida militar y señala el lugar exacto en que se localizará su anhelado proyecto: un asentamiento español en el que erigirse como Gobernador.
Esta obra se exhibe de manera permanente en el Museo Histórico Nacional, ubicado al costado de la Plaza de Armas, y fue objeto de numerosas visitas el pasado 12 de febrero, la fecha en que se conmemora precisamente la fundación de Santiago.
Sin embargo, la zona del valle del Mapocho, en que se ubicó esta ciudad de inspiración española, dista mucho de la simplificación del cuadro de Lira. Esto seguramente lo pudo ver y sufrir Valdivia en carne propia, aunque sin lugar a dudas, de manera menos glamorosa que el cuadro. En la zona en que hoy se emplaza Santiago, al contrario de lo que señala comúnmente la historiografía tradicional, existía una población originaria de lo más heterogénea y compleja.
La diversidad antes y después de los Inca
Los incas, o quechuas, llegaron a la zona del Mapocho muy pocos años antes de que llegaran a ese sector los españoles. En la historiografía se habla, de manera más o menos segura, que los Inca llegaron con afanes conquistadores a la zona central del actual Chile unos cien o setenta años antes de que Pedro de Valdivia arribara al valle central con su expedición conquistadora en 1541.
Previo a la llegada del imperio Inca, la población del valle del Mapocho se configuraba principalmente de grupos originarios que guardan evidente relación con la cultura mapuche. Una versión ampliamente difundida por la historia tradicional denomina pikunches a los pueblos que habitaban tanto el sector del Mapocho, como los valles aledaños hasta el río Maule. Sin embargo esta denominación es equívoca y simplifica la diversidad que existía en el valle del Mapocho y otros valles cercanos, porque se trata de un apelativo meramente referencial. Los mapuche de zonas más sureñas denominaban “gente del norte” (pikunche) de manera genérica a aquellos pueblos que se ubicaban hacia esa orientación cardinal, por lo que un pikunche podía ser simplemente solo un poblado apenas más meridional que el propio.
De la misma forma, los Inca solían llamar promaucaes o purum auca de manera genérica a un gran número de pobladores que se encontraban al norte del río Maule. Esta denominación significa literalmente “enemigo salvaje”. Nuevamente, el afán de esta denominación es englobar un gran número de pueblos bajo un apelativo común. En este caso, se trata de una gran cantidad de habitantes que no se habían subyugado.
La investigación llevada adelante por la etnohistoriadora Cristina Farga y el historiador Osvaldo Silva en los años 90 fue relevante para desmontar la creencia de una homogeneidad en el valle del Mapocho y otros aledaños, como el valle del Aconcagua y el Maipo. En estas investigaciones, se señala que los grupos pobladores de la zona de Aconcagua y el Mapocho correspondían principalmente a “linajes patrilineales claramente mapuche”, organizados en lo que se podría decir “señoríos”, pero que dentro de estos grupos existía una configuración cultural que respondía a numerosas vertientes.
Los investigadores citados plantean que “se visualizan claramente intrusiones mutuas de linajes y familias de Aconcagua, Mapocho, Pico, Poangue y ‘promaucaes’, portando sus propias identidades y pertenencias sociales por sólo referir la población nativa local, dándole al espacio una conformación más fragmentada y heterogénea”.
Sin embargo a esta complejidad y heterogeneidad local, se le suma la influencia de grupos no mapuches, tales como pobladores provenientes de sectores costeros, los cuales responden a una configuración étnica distinta. A esto se suma que “un número pequeño de cazadores recolectores cordilleranos llegaban a los valles en veranos”. Estos cazadores solían llegar a los valles siguiendo el camino de los camélidos, y habitaban en zonas que corresponden a lo que hoy denominamos Argentina.
Una vez que llegaron los quechua, esa diversidad cultural se volvió aún más patente. En los –aproximadamente– cien años en que convivieron estas culturas, no solo se generó una mixtura con la cultura quechua, sino que también con la de numerosos pobladores que los Inca traían de sectores más cercanos, como posiblemente atacameños o diaguitas. De esa forma, se generó en los valles próximos al Mapocho un espacio de confluencia de numerosas culturas que, sin embargo, respondían a una estructura social de señoríos que podían organizarse de manera eficaz para la guerra.
Por otro lado, también se sabe que el Cuzco, el gran centro político y espiritual del Tahuantinsuyo, recibió objetos ceremoniales y visitas de representantes oriundos de los valles del Aconcagua y el Mapocho, e incluso es posible que Michimalonco, el lonko más conocido que se enfrentó a Pedro de Valdivia, haya estado en la gran capital incaica.
Stehberg y Sotomayor: asentamiento Inca en Santiago
Una de las teorías más innovadoras respecto de la ocupación prehispánica del valle del Mapocho corresponde a la investigación que el arqueólogo Rubén Stehberg ha llevado adelante en conjunto con el fallecido historiador Gonzalo Sotomayor. Esta investigación data del año 2011, en que Sotomayor llegó a la oficina de Stehberg en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) con una serie de datos que había recopilado de documentos del siglo XVII y XVI. En esos documentos se hacía referencia a construcciones incaicas en la Plaza de Armas. Luego, en 2012, se publicó Mapocho incaico como resultado de esa investigación, a lo que siguió un proyecto Fondecyt con el que profundizaron en sus conclusiones.
Stehberg plantea que, contrario a lo que se piensa usualmente, la llegada de los Incas a la zona del valle del Mapocho se dio de forma mucho más pacífica de lo que señala la historiografía tradicional. Hay que recordar que uno de los hechos que más se mencionan en distintos documentos históricos es que los pueblos de la zona de Santiago opusieron una férrea resistencia a la llegada del imperio Inca.
En este sentido, la población local del valle del Mapocho, conocida como mapochoes, “buscó una alianza con el Tahuantinsuyo para abrir obras de agricultura más sofisticadas. Por otro lado, el Tahuantinsuyo, que estaba en una fase expansiva, aceptó realizar esta alianza con los mapochoes para extender el Tahuantinsuyo hacia el sur. Sobre la base de este acuerdo pacífico, empieza una transformación gigantesca del valle del Mapocho”, señala Stehberg.
Prueba de esto, según Stehberg, es que en el valle del Mapocho no hay ningún pukará [Fuerte militar Inca], además de que las construcciones y acequias que desarrollaron los Inca no podrían haberse realizado y ocupado sin la cooperación de la población local. Existe –por supuesto– el Pukara de Chena, pero está bien al sur del valle y parece haber cumplido funciones defensivas respecto de la población del valle siguiente, el de Colchagua, más allá de Angostura.
El arqueólogo plantea además que la zona en que hoy se encuentra Santiago tenía una gran importancia estratégica para los Inca, pues se trataba de un valle con gran potencial agrícola y además pretendían expandirse hacia el sur, para así incorporar otros territorios correspondientes al pueblo mapuche. De esta forma, no ocuparon de manera pasajera el valle del Mapocho, sino que establecieron un centro administrativo que calza de manera exacta con el lugar en que se encuentra la Plaza de Armas al día de hoy:
“Por los hallazgos de información documental histórica y por la presencia de numerosos hallazgos arqueológicos hechos en la Plaza de Armas, sabemos que ese centro administrativo no correspondía a más de ocho manzanas. La plaza era la misma que la actual. Posiblemente la plaza de los incas era el doble de más grande que la actual, y estaba rodeado de kallankas, que eran los edificios administrativos incaicos hechos de piedra. Obviamente Pedro de Valdivia se tomó esas kallankas para instalar su casa, la iglesia y la casa de otros conquistadores”, señala Stehberg.
Sin embargo, contrario a lo que en ocasiones se ha interpretado de su investigación señala que “de acuerdo a la información que hasta el momento existe, no daba para ciudad, la gran mayoría de la población vivía en chacras, (...) más allá de las kallankas habían algunas construcciones residenciales en que había algunos funcionarios, pero no daba para ciudad”.
Otras evidencias que han permitido a estos investigadores fundamentar esta tesis es la presencia de vestigios del Camino del Inca en el sector de la Plaza de Armas de Santiago. Según estas publicaciones, el Camino del Inca provenía desde el norte por lo que es hoy el eje de la avenida Independencia, Puente y el Paseo Ahumada.
Stehberg señala que no solo existió ese centro administrativo en lo que hoy es el centro de Santiago, sino que además Pedro de Valdivia lo sabía antes de iniciar su expedición. Valdivia se entrevistó con españoles que habían sido parte de la expedición de Diego de Almagro, y conocía el potencial que tenía el valle del Mapocho como lugar estratégico. Con esto en mente, Pedro de Valdivia habría salido desde Perú con la idea clara de conseguir llegar al Mapocho y así conseguir aprovechar las estructuras que habían en la zona y la locación estratégica que posee con fines militares y expansionistas.
Comentarios
Excelente información.
Gracias por la información.
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