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Jueves, 7 de Agosto de 2025
[Voces lectoras]

Cómo hacer frente a los agrotóxicos: nuestra experiencia en el valle del Limarí

Consuelo Infante (desde Monte Patria)

Plaguicidas en Valle de Elqui. Fuente: Universidad Católica del Norte

Plaguicidas en Valle de Elqui. Fuente: Universidad Católica del Norte
Plaguicidas en Valle de Elqui. Fuente: Universidad Católica del Norte

La irrupción masiva de los químicos ha mejorado el rendimiento y la rentabilidad de muchos campos. La contracara: el explosivo aumento de bebés que nacen con malformaciones o deficiencias cognitivas y alimentos cuya toxicidad es desconocida para el consumidor final. ¿Qué hacer?

Qué se puede y qué no se puede comer, es una cuestión que atraviesa la historia de la humanidad y de todas sus culturas. Nadie osaría comerse de buenas a primeras un hongo, por bonito que se vea en el jardín o en el bosque, porque la experiencia humana indica que podría ser mortal. 

Desde que se introdujo la agricultura química en nuestros campos, hace no más de 40 años, al menos aquí, en la comuna de Monte Patria, no había conocimiento sobre qué efectos podrían producir tomates o porotos verdes tratados con agrotóxicos. Sólo se sabía que los gobiernos los promovían, que el INDAP daba crédito a los cultivos, y que el rendimiento, la presentación y la comercialización era mejor, al menos en los primeros años. 

Eso sí, se escuchaban rumores. De un empresario agrícola se decía que tenía pacto con el diablo, porque su fundo sacaba las mejores uvas, pero cada año se le moría el trabajador a cargo de aplicar las fumigaciones. A los plaguicidas se les llamaba líquidos o productos, nadie advertía que eran veneno. De hecho, vecinos cuentan que antes jugaban a dispararse bajo los parrones, mientras aplicaban los tóxicos con las bombas en la espalda.

Con el paso de los años, comenzaron a aparecer enfermedades nuevas en la comuna. Síntomas como cefaleas, mareos, vómitos eran comunes después  de las aplicaciones. Se comenzaron a prender algunas alertas, pero menos de las necesarias. A muchos les preocupaba también que los suelos mismos necesitaban cada vez más insumos para lograr una producción que justificara la inversión. 

El 2010 se inauguró en la localidad de Flor del Valle la escuela especial Masttay, la primera de la región. Las autoridades buscaban hacerse cargo del aumento de malformaciones, autismos, problemas cognitivos con las que nacían las nuevas generaciones. Pero eludieron preguntarse cuáles serían las causas del fenómeno. 

El 2018 se publicaron los resultados de un estudio realizado por la Universidad Católica del Norte y la Universidad del Maule sobre los efectos de agrotóxicos en la población laboral y no laboral del Valle del Limarí y del Valle del Elqui; en nuestro valle, en el Limarí, las muestras se tomaron en la localidad de Caren. Los resultados eran concluyentes: se podía demostrar la relación entre exposición crónica a organofosforados y deterioro cognitivo de adultos mayores (Parkinson, Alzheimer) y niños (hiperactividad y problemas de concentración).

Pese a la contundencia de los antecedentes, y a que el equipo médico a cargo compartió los resultados con las autoridades de turno, en la comuna no hubo cambios sustantivos. Los organofosforados y el resto de la batería química asociada a la producción de alimentos, siguió aplicándose como siempre y en extensiones de terreno cada vez más grandes.

Esto motivó a un grupo de personas y organizaciones locales a sacudir la normalidad en el valle: comenzaron a dar charlas informativas sobre los agrotóxicos, se realizaron capacitaciones para entender la legislación vigente y se capacitó a muchos sobre cómo denunciar irregularidades.

No es el objeto de estas líneas sembrar el pánico. Ese ya está sembrado. Pero ha llegado el momento de cuestionarnos si el actual modelo es sostenible en el largo plazo. Tal vez deberíamos buscar maneras de producir nuestros alimentos con menos, o incluso mejor, sin químicos, potenciando el comercio local, líneas cortas y descentralizadas entre la producción y el consumo final.

En noviembre de 2020, en la villa El Palqui, que está rodeada de monocultivos, principalmente plantaciones de uvas de exportación y cítricos, varios vecinos informaron sobre los síntomas asociados a la intoxicación aguda por plaguicidas. Además, se alentó a los lugareños formalizar denuncias para que el tema pasara de las redes sociales al sistema de salud; es decir, que se concurriera al consultorio, se pidiera que se aplicara el protocolo sanitario por intoxicación, y que la Seremi de salud concurriera a fiscalizar. Aunque todo esto está contemplado en la legislación actual, ni el consultorio ni los vecinos tenían información al respecto.

Sin embargo, mucha gente se negó a denunciar o ir al consultorio porque “no sirve de nada”, o porque no querían comprometer las pegas de sus parientes en esos mismos campos.

Es más, para nuestra sorpresa en una radio local un médico aseguraba que estos síntomas respondían a un cuadro viral habitual en estas fechas. Nadie hacía la relación con que era temporada alta de aplicación de agrotóxicos, salvo las y los vecinos afectados, a los que les parecía evidente que el veneno destinado a los cultivos les estaba llegando a ellos de rebote.

En diciembre  de 2021,  desde el Consejo Comunal Campesino,  integrado por organizaciones y personas que buscan permanecer en el territorio rural,  conversamos con el alcalde de Monte Patria, Cristian Herrera, y decidimos sentarnos en una misma mesa diversos actores involucrados. La idea era mirar en conjunto el problema y buscar soluciones.

Durante estos últimos dos años nos hemos reunido periódicamente con empresas, la Seremi de Salud, el servicio municipal de Salud, el sindicato de temporeros y con el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA). Y hemos logrado que preste más atención sobre el modo de producir alimentos que tenemos en nuestro país.

Hoy, por ejemplo, entre quienes hemos participado de ese espacio, se asume que lo que se le está echando a los cultivos es veneno. Por lo tanto, es crucial calibrar bien los equipos, aplicar los agrotóxicos sólo cuando hay condiciones climáticas pertinentes; en lo posible no aplicar según instrucciones en la etiqueta, sino según el requerimiento del cultivo, pues mientras menos veneno se aplique mejor. Parece obvio, pero lamentablemente no lo es. 

Buscando que esto resulte cada vez más obvio, desde octubre del año pasado la Seremi de salud está desarrollando un programa piloto en la comuna. Ahí están capacitando al personal de salud sobre cuestiones básicas como: qué significa intoxicación aguda por plaguicidas (que no es que la persona se esté muriendo, sino que exhiba sintomatología determinada derivada de una aplicación), cuál es la sintomatología asociada, cuál es la importancia para la política pública de que los casos se notifiquen. Es decir, cautelar para que los procedimientos establecidos en la ley para resguardar la salud de la población y de los ecosistemas, efectivamente se cumplan y sean conocidos por la comunidad.

Hoy no basta etiquetar los alimentos con una tabla nutricional. Es necesario informar a los consumidores de cómo se está produciendo ese alimento, cuánta carga tóxica tiene para llegar a verse bonito, grande y tolerar los tiempos de traslados a los mercados de China o Europa, cuánto veneno quedó en el aire, en el agua, en la tierra, bioacumulándose, y haciendo cada vez más difícil la remediación ambiental. 

El trabajo colectivo ha demostrado frutos, pero los cambios son lentos; entre otras cosas, porque hay una inercia sumamente peligrosa que elude hacerse las preguntas de fondo y avanzar hacia cambios significativos. Y esta inercia no es sólo de quienes vivimos en Monte Patria, o de quienes la explotan, o de quienes administran la comuna, sino que es una inercia país.

Es un hecho que en cada vez más familias hay casos de cáncer, obesidad, diabetes, enfermedades autoinmunes como el celiaquía (en que nuestros cuerpos se defienden de lo que le damos de comer)… ¿y aun así no sospechamos que hay algo malo en nuestra comida? 

Hoy no basta etiquetar los alimentos con una tabla nutricional. Es necesario informar a los consumidores de cómo se está produciendo ese alimento, cuánta carga tóxica tiene para llegar a verse bonito, grande y tolerar los tiempos de traslados a los mercados de China o Europa, cuánto veneno quedó en el aire, en el agua, en la tierra, bioacumulándose, y haciendo cada vez más difícil la remediación ambiental. 

No es el objeto de estas líneas sembrar el pánico. Ese ya está germinando. Pero ha llegado el momento de cuestionarnos si el actual modelo es sostenible en el largo plazo. Tal vez deberíamos buscar maneras de producir nuestros alimentos con menos, o incluso mejor, sin químicos, potenciando el comercio local, líneas cortas y descentralizadas entre la producción y el consumo final.

No es que no se pueda. Pese a todas las dificultades y cortapisas que ha introducido el modelo químico en nuestra agricultura, todavía existen cientos de colectivos que han mantenido otras prácticas, como distribuir “semillas con historia”, las que no requieren ser compradas cada año a multinacionales como Monsanto.

No sólo aún existen estos productores pequeños y medianos, sino que son cada vez más. En otra entrega daremos cuenta de este mundo que, en medio de la ofensiva química, ha cuidado maneras antiguas pero también modernas de cultivar de manera equilibrada. Tal vez sean modelos menos rentables, pero son propios y desde ahí garante de la libertad, la salud y la soberanía.

*Consuelo Infante es periodista, mamá y aprendiz de campesina. Vive hace 8 años en la comuna de Monte Patria.

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No solamente es el daño a los humanos. Mucha fauna es afectada, y para que decir de los polinizadores, sobre todo de las abejas que la tienen en todo el mundo al borde del colapso y desaparición. Las empresas productoras de Agro Toxicos tienen mucho poder, y su red de apoyo comprada se encuentra enquistada en los legisladores, estados y gobiernos.

Reportaje impactante. Revela el poco cuidado por las personas, en aras de mejor productividad y ganancias, sin tomar los debidos resguardos de aislamiento humano en la aplicación de plaguicidas, aprovechándose de la necesidad de trabajo y falta de difusión de los nocivos efectos sobre la salud de estos habitantes. Urge implementar modelos de producción más sustentables.

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