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Martes, 22 de Julio de 2025
[Hace 50 años]

El contrabando hacia Bolivia y el narcotráfico en Colchane e Iquique durante la Unidad Popular

Raúl Pizarro Illanes

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Contrabando desde Colchane a Bolivia en 1973.
Contrabando desde Colchane a Bolivia en 1973.

En un número especial de la revista La Firme, editada por Quimantú durante la Unidad Popular, se informó y analizó detenidamente sobre el comercio ilegal y el tráfico de drogas en la zona fronteriza entre Chile, Perú y Bolivia durante el gobierno de Salvador Allende y en los años previos.

Colchane y Cancosa son dos caseríos, distantes a unos doscientos kilómetros al norte de Iquique,  en la frontera con Bolivia. Uno de esos pueblos tiene unos cincuenta habitantes; el otro no alcanza a cien; sin embargo, allí hay colosales galpones que corresponden a bodegas que almacenan toda clase de mercaderías.

Están abarrotadas de alimentos, géneros, licores y mercaderías nacionales e importadas. Hay allí toneladas de leche en polvo, azúcar, café, harina, conservas, mantequilla, hilo de coser, medias, confecciones de todo tipo, enaguas, ropa interior de hombre y de mujer, zapatos, mejorales, antibióticos y toda clase de remedíos.

Con lo que hay en las bodegas de Colchane y Cancosa se podría abastecer a los habitantes de Santiago durante unos tres a cuatro meses.

¿Por qué, entonces, esos dos villorrios del desierto tienen esas colosales bodegas? ¿Cuál es el origen de este milagro del desierto?

La respuesta a estas interrogantes hay que buscarla a unos doscientos kilómetros hacia la costa. En el puerto de Iquique.

Iquique es puerto. 70 mil habitantes. Calles largas y monótonas que se entrecruzan formando caprichosas diagonales. Las casas, de uno y dos pisos, carecen de patios. Son de madera y muestran curiosas terrazas con techo. Es, nos dicen, para que se “aireen” y para preservarlas del fuerte calor.

Iquique vive, en el hecho. De los empleados públicos. Funcionarios que gozan de sueldos un cuarenta por ciento más altos que los del resto del país.

Hace unos años, tuvo una expansión económica con la pesca. El oro en ese entonces tomó la forma de la anchoveta, que fue industrializada y dio auge a la zona.

Pero la anchoveta desapareció y cientos de goletas trabajaron sólo para el decorado del paisaje. Es ahora (en 1973) una ciudad pobre. Lo es porque, prácticamente, el aporte privado no existe. Y ello pese a las franquicias especiales que se han otorgado.

Es una ciudad con un puerto triste sin movimiento. Con negocios que languidecen. Con una población acuciada por necesidades vitales.

Pero es también una ciudad de contrastes. Existen ocho o diez "comerciantes" multimillonarios. Hombres con cuentas en dólares y libra esterlinas en bancos de Barcelona, Roma o Zurich. Viajan continuamente por América Latina y Europa. Y vuelven, sin embargo, a esa ciudad gris y callada que es Iquique. 

¿Por qué lo hacen?

Es lo que voy a contar y que explica por qué existen millonarios, aparentemente surgidos de la nada. La primera clave la dan dos nombres: Nicolás Chanez y Doroteo Gutiérrez. Y un punto de partida: Santiago de Chile.

Misteriosos camiones salen cada noche desde la ciudad de Santiago en dirección al norte. Su meta es Iquique. Parten por lo general desde Mapocho.

Van cargados con toda clase de artículos. Desde mejorales hasta máquinas de escribir y de coser. Portan bicicletas, confecciones, alimentos, té, café, leche en polvo, cigarrillos y fósforos.

El viaje dura dos días. En Iquique trasbordan la mercadería a camiones más pequeños. Son máquinas con motor reforzado que cargan tres a cuatro toneladas. Estos camiones, desde Iquique, emprenden el viaje hacia el altiplano chileno.

Y son dos son los puntos de destino: Cancosa y Colchane. Allí desembarcan lo que llevan, y reciben, en cambio, otro tipo de carga: sulfato de cocaína, o lo que es lo mismo, cocaína semi elaborada.

Regresan a Iquique, y esperan de nuevo cargar mercaderías que llegan en camiones grandes, desde el centro del país.

Desde las bodegas de Cancosa y Colchane, otros camiones llevan el cargamento hacia el interior de Bolivia. El destino es Oruro. Y desde este punto se hace la distribución a Santa Cruz y La Paz.

Es un tráfico interminable, implacablemente efectivo. Cientos de toneladas de alimentos y medicinas se van diariamente por estos conductos.

Y aquí empiezan a tallar Nicolás Chanez y Doroteo Gutiérrez. Porque ambos son los jefes visibles de las flotas de camiones que realizan esta gigantesca operación. La mayoría de las máquinas fueron adquiridas con dólares preferenciales. Dólares entregados por el Banco Central para compra de camiones destinados a incrementar la actividad industrial de la zona.

Existen ocho o diez "comerciantes" multimillonarios. Hombres con cuentas en dólares y libra esterlinas en bancos de Barcelona, Roma o Zurich. Viajan continuamente por América Latina y Europa. Y vuelven, sin embargo, a esa ciudad gris y callada que es Iquique. 

El destino, sin embargo, de esos camiones es muy distinto al espíritu de fomento que animó su entrega.

Nicolás Chanez es el propietario de la mayoría de las grandes bodegas que existen en Cancosa y Colchane. Su socio, Doroteo Gutiérrez, es propietario a su vez de una bodega de frutos del país en Iquique. Ambos han sido detenidos en repetidas oportunidades por actividades de contrabando y tráfico de estupefacientes. Pero debido a la generosa benevolencia de jueces y ministros de Iquique salen en libertad casi de inmediato.

Hay que hacer notar, paradojalmente, que Chanez y Gutiérrez son dirigentes de la Cámara de Comercio Minorista de Iquique. En tal calidad han llegado a Santiago para solicitar entrevistas a las autoridades. En esas entrevistas han pedido "más garantías para el intercambio comercial con países limítrofes".

Iguales gestiones han realizado ante las autoridades bolivianas. No sabemos, hasta el momento, el resultado de esos trámites.

Pero sí se conocen, y muy bien, las vinculaciones de estos y otros “comerciantes” con miembros del Poder Judicial. Concretamente, con Raúl Barrera Espinoza, Mario Acuña Riquelme e Ignacio Apolonio Alarcón: actuario, juez y presidente de la Corte de Apelaciones, respectivamente, de la ciudad de Iquique.

En septiembre de 1971 la Corte Suprema de Justicia recibió una denuncia concreta sobre irregularidades en que estaba involucrado el presidente de la Corte de Apelaciones de Iquique, Ignacio Apolonio Alarcón.

Los cargos iban desde compras ilícitas, hasta concomitancia con delincuentes a los que tenía la obligación de procesar. La denuncia de por sí era grave. Y como tal fue tratada por la Suprema, la que, al mes siguiente (octubre), consideró la posibilidad de enviar un ministro en Visita Extraordinaria.

La designación recayó en el magistrado Enrique Correa Labra. El ministro, sin embargo, por razones administrativas, no se constituyó en la zona, sino hasta el mes de mayo de 1972. Es decir, ocho meses después. Y tuvo que considerar de inmediato los siguientes datos: 

Estupefacientes

En doce procesos por tráfico y elaboración de estupefacientes, se advirtió una extremada benevolencia de la Corte en favor de los traficantes. Esto culminó en el proceso contra Carlos Garrido Madariaga (32.013, del Primer Juzgado del Crimen de Iquique). Allí se dejó sin efecto el autorreo con el mérito del informe del laboratorio de Policía Técnica, en que precisamente se señalaba QUE EXISTIAN EN LAS MUESTRAS ENVIADAS indicios de clorhidrato de cocaína.

Amistad

El ministro Correa Labra, en Visita Extraordinaria, tomó conocimiento a la vez de que el ministro Ignacio Apolonio Alarcón, presidente de la Corte de Apelaciones de Iquique, mantenía una estrecha amistad con un traficante· connotado, de apellido Ayala. El delincuente está recluido en la Cárcel Pública. Hasta un poco antes de caer detenido, el presidente de la Corte visitaba continuamente a Ayala en su domicilio. Y en varias oportunidades el señor presidente se hizo acompañar en esas visitas por el juez del Tercer Juzgado de Arica, Julio Campos Herreros.

Este último, es decir el juez Campos, presionó en una oportunidad al traficante Ayala para que le "vendiera" un automóvil marca Peugeot. El juez mantuvo el vehículo por un buen tiempo.

Vehículos

Si los cargos ya eran graves a estas alturas, se hicieron más patentes cuando se comprobó que el ministro Apolonio Alarcón adquirió cinco vehículos en la ciudad de Arica sin que se hicieran los correspondientes trámites de transferencia, eludiendo de hecho el pago de impuestos. Los vehículos según las investigaciones practicadas son los siguientes:

Un Acadian Beaumont, color dorado, y comprado al ex administrador de Aduanas de Arica, Guillermo Pardo. Esta transacción se hizo en el año 1969. Posteriormente Apolonio vendió el Acadian a un conocido traficante identificado como Jorge Marín Flores. Sin embargo, el vehículo estaba todavía, inscrito a nombre del tal Pardo.

Queda comprobado, entonces, que no se pagó ningún impuesto. Nunca, tampoco, figuró en la declaración Patrimonial del señor ministro.

SIGUE

El 25 de octubre de 1969 Apolonio Alarcón adquirió un FIAT 1500 en la suma de 54.268 escudos a la Distribuidora Automotriz Limitada de Arica (Factura 0083). El vehículo lo destinó al uso de una de sus hijas. La hija es menor de edad, por lo cual carece de patrimonio propio. Esto demuestra que usó su residencia en Arica para obtener una franquicia que la Ley sólo otorga a quienes la tienen realmente en la ciudad. Este no es el caso del ministro Apolonio. Ni tampoco lo es el de su hija, la que sólo estudia en la ciudad.

Por otra parte, la factura. aparece como pagada al contado. (Por esa razón, dijo la firma, no se extendió contrato de compraventa.) Sin embargo, los investigadores comprobaron que la venta se efectuó al crédito.

ALGO MÁS

Luego el ministro adquirió en la misma ciudad de Arica un automóvil Datsun 1500 (Motor M-J 626557, inscrito en Arica bajo el número 94.453, patente AAC-7, de Arica, de 1972).

Lo hizo también a nombre de su hija, que estudia en la universidad en Arica. Esta. no teniendo patrimonio por las razones señaladas, aparece teniendo dos vehículos que gozan de la franquicia de la ley de Arica. Sin embargo, este último vehículo es llevado a Iquique para el uso del ministro Apolonio.

• UN CHEVY

No terminó allí su carrera automovilística el señor ministro. Muy luego sigue con un automóvil Chevy Nova del año 1969, patente AAH-39, motor M-234-26970, chasis 113698. La máquina la compró en Arica al abogado Arturo Bustíos Sch. Pagó por el vehículo 65 millones de pesos. E hizo un pago de transferencia 60.185 escudos.

Este automóvil lo destinó a otro hijo estudiante. Hay que hacer notar aquí que el ministro Apolonio aparece en negocios con un abogado que litiga, precisamente en su Corte. Además, se investiga en estos momentos la posesión por parte del mismo ministro de un FIAT 600.

El descubrimiento de las aficiones automovilísticas del señor presidente de la Corte tuvo su origen en el propio Primer Juzgado. Allí oficiaba de actuario, desde hace muchos años, un tal Raúl Barrera Espinoza o Raúl Barrera Muñoz.

Barrera Espinoza o Barrera Muñoz, pese a su exiguo sueldo, tenía una excelente situación económica. Esto llamó poderosamente la atención de algunos funcionarios de Santiago en comisión de servicios. Y fue a raíz de una investigación policial de rutina que salió a la luz este acaudalado actuario judicial. Y no fue en su calidad del tal, precisamente, que se vio involucrado en el escándalo.

Olor a cocaína

Fue como a las diez de la noche que un grupo de policías sintió un profundo olor a éter en el centro de Iquique. La pista llevó al grupo hasta la calle Wilson, a pocos metros de la Intendencia de la provincia. El aroma emanaba de una casa ubicada al extremo sur de la calle.

Los sabuesos siguieron su camino. Cuando detuvieron el tranco, se encontraron, desconcertados, junto a una iglesia. Dudaban entre despertar o no al señor párroco, cuando el viento cambió de dirección. Y la pista se corrió hasta el 150 de la calle Wilson. Y en ese momento alguien salió de la casa signada con el número 151. El olor se hizo más intenso. No les cupo duda, entonces, que allí se estaba elaborando cocaína.

El allanamiento fue positivo. Se trataba efectivamente de un laboratorio clandestino. Y el dueño de ese laboratorio era precisamente Raúl Barrera Espinoza o Barrera Muñoz, actuario del Primer Juzgado del Crimen de Iquique.

Esa fue la punta del hilo de una madeja que enredaría, posteriormente, en un bombástico escándalo a numerosos personajes. Y en el cual aparecería vinculado también el jefe de Barrera, es decir. el juez Mario Acuña Riquelme.

CONTINUARÁ.



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