Enero, verano en Chile. Los amantes del fútbol navegamos entre rumores sobre contrataciones y refuerzos de los distintos clubes, reestructuración de los de los equipos, actividad gremial de los futbolistas profesionales, etc. Humo, mucho humo. Y del juego… poco. Partidos amistosos, sin tradición sólida, la incertidumbre de si se jugará o no la Supercopa, todo a la espera que comiencen, a gotas, los torneos oficiales. A fines de enero la Copa Chile y luego en febrero el Campeonato Nacional y la Copa Libertadores.
Este panorama no siempre fue así.
Durante buena parte del siglo pasado, los campeonatos oficiales comenzaban bastante más tarde, y los primeros meses del año eran tierra fértil para campeonatos de verano de muy buena calidad, que además de permitir a los equipos experimentar con sus nuevos jugadores, suponían una mezcla atractiva de competitividad y espectáculo. Equipos nacionales e internacionales se enfrentaron en un contexto distendido, pero no exento de rivalidad. A los hinchas, en tanto, partidos atractivos les permitían mantenerse conectados con su pasión futbolera mientras disfrutan de la temporada estival.
La historia de los torneos de verano en Chile está marcada por clásicos como la Copa Viña del Mar, que se jugó con cierta regularidad entre 1976 y 2009 atrayendo a equipos de primer nivel de Chile, Argentina, Brasil e incluso algunos europeos, como el FC St. Gallen, suizo. Si vamos más atrás, es imposible no rememorar los torneos de verano jugados en Santiago entre 1942 y 1977, en general agendados al finalizar el campeonato nacional de Primera División, como término de la pretemporada o con anterioridad al inicio del torneo estelar. Fueron triangulares, cuadrangulares, pentagonales y hexagonales memorables en que lucieron figuras como Pelé y equipos de primerísimo nivel europeo, como la selección de Checoslovaquia o el AC Milan.
Hoy no todo es espectáculo y alegría bajo el sol inclemente. En los últimos tiempos, estos torneos han enfrentado críticas por la baja convocatoria de público y el desinterés de algunos clubes grandes en participar. Además, la falta de organización y de auspiciadores ha dificultado la continuidad de varios certámenes tradicionales. Por ejemplo, la reciente derrota de Colo-Colo frente a Racing tenía todos los ingredientes para ser un show de fútbol para el recuerdo. Sin embargo, la Academia cuidó a varios titulares y le bastó jugar a media máquina para ganar. Con un público bastante poco entusiasta, por cierto. Esto plantea la pregunta: ¿están los torneos de verano en riesgo de desaparecer o simplemente necesitan un buen empujón?
La respuesta podría estar en la innovación. Incorporar nuevas dinámicas, como formatos de competencia más atractivos o actividades paralelas que involucren a las familias y a la comunidad, podría revitalizar el interés. Además, apostar por la transmisión en plataformas digitales podría ampliar el alcance de estos eventos, llegando a audiencias que tradicionalmente no asisten a los estadios. Y, sobre todo, que los organizadores crean en lo que están entregando como espectáculo, que lo cuiden y lo protejan.
Que entiendan que un buen campeonato de verano, por muy amistoso que sea, no tiene por que ser un mero entrenamiento intrascendente, pues si se hacen las cosas bien, alguna vez podremos ver brillar nuevamente a los mejores del mundo en su mejor versión.
¿Por qué menos?
(*) Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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