Durante los tres meses que Florence Nightingale pasó en Kaiserwerth la convencieron de que ser enfermera era su vocación. Así, para proseguir su aprendizaje, ingresó a las Hermanas de San Vicente de Paúl, en París. Cuando retornó a Londres en 1853, tomó a su cargo la dirección del Sick Governesses Home.
Allí instaló una especie de montacargas para que las enfermeras anduvieran menos y no se cansaran, abrió ventanas para que entrara el aire fresco, e insistió en que con frecuencia se fregara el suelo, se lavara la ropa y se bañara a los enfermos. Reorganizó la compra de provisiones, y pudo así ahorrar dinero suficiente para elevar los salarios miserables de las enfermeras.
Cuando estalló la guerra de Crimea, Rusia y Francia disponían de hermanas religiosas para cuidar de los heridos, mientras que en las tropas inglesas sólo servían de enfermeros algunos ordenanzas sin instrucción ni vocación.
Florence Nightingale se instaló en el hospital de Scutari, en Turquía, en 1854 con 38 enfermeras, 35 de ellas procedentes de hermandades católicas o anglicanas. El hospital tenía más de seis kilómetros de salas, con unos dos mil pacientes. El equipo era escaso y las habitaciones destinadas a las enfermeras estaban sucias e infestadas de ratas.
el_hospital_de_scutari_en_turquia.jpg
En lucha incesante contra la burocracia militar, y con la ayuda de su amigo Sidney Herbert, ministro de la Guerra, Florence Nightingale llevó adelante reformas radicales e incluso pagó de su bolsillo parte del equipo necesario.
Sin lugar a dudas, es a Florence Nightingale a quien se la reconoce como la verdadera fundadora de la Enfermería moderna, la que introdujo las ciencias de la salud en los hospitales militares, reduciendo la tasa de mortalidad del ejército británico del 42 al 2%. Ella protestó contra el sistema de pasillos de los hospitales y luchó por la creación de pabellones; puso de manifiesto la relación entre la ciencia sanitaria y las instituciones médicas: escribió un texto de crucial importancia sobre la enfermería moderna; creó la Army Medical School en Fort Pitt, Chatham, y fundó la primera escuela de formación de enfermeras, el St. Thomas´s Hospital, en 1860.
En 1856, al término la guerra, los ingleses consideraban a Florence una heroína, y su nombre se hizo sinónimo de eficiencia y valor. El público agradecido contribuyó con la entonces enorme suma de 200 mil dólares al Fondo Nightingale destinado a la fundación de una escuela de enfermeras.
florence_nightingale.jpg
En 1859, Florence Nightingale publicó las revolucionarias "Notes on Nursing", donde demostraba que la elevada mortalidad, invariable por aquel entonces en los grandes hospitales, era evitable e inhumana. En un mes se vendieron 15 mil ejemplares del libro.
La Escuela Nigbtingale
La primera escuela inglesa de enfermeras abrió sus puertas en el Sto Thomas' Hospital de Londres en 1860, con 15 alumnas bajo la dirección de Sarah Elizabeth Wardroper, viuda de un médico. El programa escolar comprendía: adiestrar enfermeras para hospitales, preparar a otras como instructoras y especializar a las encargadas de visitar a los enfermos de los barrios pobres. Las alumnas estudiaban durante un año en la escuela, y luego pasaban a formar parte del personal del Sto Thomas' Hospital durante dos años para adquirir experiencia.
En la escuela ingresaron dos tipos de alumnas: muchachas ricas y educadas, que pagaban una cuota escolar y de quienes se esperaba que pasaran a ser inspectoras y maestras, y jóvenes de humilde condición social, a quienes el Fondo Nightingale pagaba un modesto salario. Todas llevaban un vestido sencillo de color castaño, con cofia y delantal blancos, y estaban sometidas a la férrea disciplina de la directora Wardrope. He aquí la descripción que una de ellas hizo de sus quehaceres diarios:
"Levantarse a las 6; desayuno y oración a las 6:30; a las 7, en las salas, haciendo camas y lavando a los enfermos; a las 8, oración y lavado de palanganas, escupideras y otros utensilios en el cuarto de baño, muchas veces con frío glacial; 9:30, té o chocolate, y pan con mantequilla; a las 10, vuelta a las salas, para recibir órdenes del médico encargado; comida a las 12:45; de nuevo a las salas a la 1:30; a las 2, aparecen en las salas los médicos, rodeados de estudiantes, con una hermana asistente que lleva el tintero y una temblorosa alumna con una palangana de agua para que el médico se lave las manos después de palpar al enfermo; clases clínicas: 3:30, tiempo libre; a las .5, una hora para el té; a las 6, retorno a las salas; 8:30, vuelta al Hogar Nightingale para la cena; 9, oración".
A fines de siglo XIX por todo el imperio británico florecían escuelas Nightingale, y muchas de sus egresadas pasaban a ser jefas de las enfermeras de otros países.
La Guerra Civil estadounidense
El 14 de abril de 1861, día en que el presidente Abraham Lincoln convocó a 75 mil voluntarios del ejército de la Unión, no existía un cuerpo de enfermeras militares. Las únicas enfermeras adiestradas tanto en el Norte como en el Sur de Estados Unidos, procedían de congregaciones religiosas. 600 hermanas de 12 órdenes fueron las primeras voluntarias que pasaron a los hospitales más importantes. Al parecer, el gobierno prefería que fueran hombres los que asistieran a los pacientes; las mujeres quedaron limitadas a la lavandería y al depósito de vendajes.
En el plazo de un mes después de la citación inicial de Lincoln pidiendo voluntarios, la doctora Elizabeth Blaekwell, primera médica de los EE.UU., había organizado la Women's Central Association for Relief en Nueva York, para adiestrar enfermeras de guerra. Unas 150 jóvenes fueron instruidas durante tres meses por médicos y cirujanos en el Bellevue Hospital, y por la propia dra. BlackweIl en la New York lnfirmary for Women and Children.
A medida que la guerra se intensificaba, la recién creada Comisión Sanitaria de los EE.UU. reclutó a dos mil mujeres no adiestradas para que sirvieran lo mejor posible bajo la égida de Dorotbea Díx, reformadora social de 60 años de edad. Cientos de otras mujeres se presentaron sencillamente en los campamentos y ofrecieron sus servicios como cocineras, lavanderas y para vendar heridos.
Una de esas voluntarias fue Clara Barton, quien abandonó su puesto de maestra para ayudar a cuidar a los primeros heridos y enfermos de la contienda. Sirvió en las campañas de Wilderness y Spotsylvania. En plena refriega, algunas balas le perforaron la ropa e hirieron a hombres que estaban en sus brazos para ser atendidos.
La noche de la batalla de Antietam, un cirujano que había transformado en hospital una vieja granja, echó una ojeada al último chonchón agonizante que le quedaba y le dijo a Clara Barton que cuando su llama se apagara quedarían en la oscuridad mil hombres heridos y dolientes. Con la misteriosa habilidad con que siempre conseguía aparecer con pertrechos, Clara se alejó y volvió luego de una hora con 30 linternas y más velas de las que el médico pudo contar.
En 1865, Clara Barton ayudó a identificar los muertos del campo de prisioneros de Andersonville, y estableció allí el primer Cementerio Nacional. En 1881, fundó la Cruz Roja Nacional Norteamericana.
Mary Ann Bickerdycke, de Galesburg, Illinois, fue considerada la enfermera-heroína más destacada de la Guerra Civil. Después de seguir el curso breve del doctor Samuel Hahnemann sobre homeopatía, se presentó voluntaria como enfermera en el Regimiento de Infantería 22 de Illinois. Prestó servicio en 19 terribles batallas desde Fort Donelson, al noroeste de Tennessee, hasta Savannah, en Georgia; organizó cocinas, lavanderías, equipos de enfermeras, la distribución de provisiones y servicios de ambulancia, en hospitales de campaña erigidos sobre la marcha. Por la noche, recorría con una linterna los campos de batalla abandonados, buscando sobrevivientes entre los cadáveres.
Instrucción de enfermeras
La doctora Marie E. Zakrzewska, polaca que había sido comadrona-jefa en el Hospital Real de la Charíté de Berlín y más tarde también en la New York lnfirmary, fundó en 1862 el New England Hospital for Women and Children.
Después de luchar durante nueve años, tanto con las autoridades hospitalarias como con los médicos, consiguió establecer en 1872 una escuela de enfermeras que ofrecía un curso de un año con sólo doce clases dadas por médicos, sin libros ni tareas. Las horas de servicio eran de 5:30 de la madrugada a 9 de la noche, sin horas para estudio o recreo, ni tardes libres, ni asueto los domingos.
A finales del siglo XIX había en EE.UU. 432 escuelas de enfermeras; de ellas 40 establecimientos basados en el plan Nightingale.
Educadora de primera línea
Nacida en Canadá de padres ingleses, Isabel Adams Hampton no había cumplido aún los 30 años cuando fue escogida para organizar la escuela de enfermeras del nuevo Johns Hopkins Hospital, en 1889, en Nueva York. Estableció un programa de doce horas diarias, que incluía tiempo para las comidas, recreo y cierto límite a la tarea diaria. Fue la primera que defendió la jornada de ocho horas y una carrera de tres años para las enfermeras.
Cuando los EE.UU. entraron a la Primera Guerra Mundial en el mes de abril de 1917, sólo se disponía de 400 enfermeras militares con poca práctica, en comparación con las ocho mil enfermeras de la Cruz Roja, experimentadas en inundaciones, incendios y epidemias. El jefe de Sanidad Militar nombró superintendente del Cuerpo de Enfermeras Militares a Jane Arminda Délano. Gracias a sus esfuerzos, la Cruz Roja puso a disposición de las fuerzas armadas, en poco más de un año, unas 20 mil enfermeras, las que fueron enviadas a hospitales de base, campamentos, hospitales de evacuación y móviles, y trenes-hospitales.
Muchas sirvieron en equipos quirúrgicos, cerca de las líneas de combate. En la contienda perecieron 296 enfermeras norteamericanas, entre ellas Jane Délano, víctima de la pandemia gripal de 1918.
Símbolo de patriotismo heroico en la guerra fue una joven maestra inglesa llamada Edith Cavell, quien fundó la primera escuela de enfermeras de Bélgica. Cuando estalló la guerra, permaneció en su hospital, y ayudó a organizar una ruta secreta de evasión para los soldados aliados; aprehendida, confesó haber ayudado a escapar a unos 200 hombres.
edith_cavell_fundadora_de_la_priera_escuela_de_enfermeras_de_belgica.jpg
Segunda Guerra Mundial
De las 75 mil enfermeras que sirvieron en las fuerzas armadas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, las que prestaron el servicio más peligroso fueron las especialmente preparadas por la Fuerza Aérea. Volaban de un lado a otro en aviones convertidos en rústicas ambulancias; tenían que socorrer a heridos apilados en tres hileras a cada lado, trabajando a presión atmosférica reducida, lo cual disminuía la saturaci6n de oxígeno de la sangre y expandía el aire contenido en las cavidades orgánicas.
De los 173.527 soldados enfermos y heridos, evacuados por vía aérea en 1943, sólo murieron 11 en pleno vuelo.
Servicios igualmente heroicos prestaron las enfermeras que trabajaban en ciudades sometidas a bombardeo aéreo. Muchas de ellas murieron cuando los hospitales eran alcanzados durante los ataques relámpago a Londres. Otras fueron heridas o muertas en actos de servicio, al formar parte de equipos de salvamento en el lugar del ataque, teniendo muchas veces que trabajar mientras continuaban cayendo bombas.
Rebasar las fronteras del cuidado clínico estricto se convirtió en algo habitual en cualquier hospital bajo cargo militar. En 1942 y 1943 el Hospital General Combinado de Doshan Tappi en Teherán hubo de enfrentarse a sendas epidemias de malaria. Si bien la inquietud de los comandantes británicos no era tanto por razones humanitarias como por mantener sanas a las tropas acantonadas en Persia e Iraq, a los pacientes nunca les faltó un trato preocupado de las enfermeras.
En esos mismos años, el Hospital de Cotugnio, en Nápoles, también sufrió la propagación de la malaria, coincidiendo con la liberación de presos serbios tras la retirada del ejército alemán. Las enfermeras británicas criticaron la falta de humanidad derivada del fascismo por parte de sus colegas italianas: "Una mujer italiana, desnuda salvo por un chal rasgado y cubierta de tantos piojos que se les podía ver saltando por su cuerpo, fue dejada en el suelo mientras el personal la miraba despreocupadamente y rociándose con anti-piojos".
Las autoridades anglosajonas fueron haciéndose más conscientes del importante problema que supondría un eventual esparcimiento de estas epidemias, y en ese sentido se reclutaron diversas unidades que bregaron contra los vectores y agentes transmisores de la infección. Destaca el trabajo que se realizó en la zona de Bombay, donde acampaba un buen número de efectivos británicos.
Otra importante enfermedad con la que tuvieron que luchar en los años de guerra fue la tuberculosis. Durante la ocupación de Polonia, los alemanes se adueñaron de los centros médicos. Al iniciar la retirada, se llevaron gran parte del equipamiento de estos establecimientos, dejándolos en una situación precaria. En todos los países invadidos durante la guerra la situación fue similar: en Hungría se pasó de 6.500 camas destinadas a tuberculosos a 500, Holanda perdió tres importantes sanatorios y en Grecia se estimó una carencia de 5.000 camas. Una vez más la falta de plantilla era el problema que más se repetía en estas naciones.
Las enfermeras de la Segunda Guerra Mundial desarrollaron, ingeniándoselas para proveer a sus pacientes cuidados, no solo para el cuerpo sino también para su entereza interior. Hicieron que esos valores fueran algo propio de la profesión, llevándolos como estandarte del heroísmo que suponía poner en riesgo su propia vida en pos de los demás. Durante la campaña norteafricana tanto los Afrikacorps de Rommel como las “Ratas del Desierto” del Octavo Ejército de Montgomery contaron por primera vez con enfermeras en sectores cercanos al frente.
Una vez trasladadas a las zonas de combate, durante batallas tan decisivas como la de El Alamein en Egipto, la habilidad y el entrenamiento recibido hicieron que funcionaran con resolución y una calmada presencia. En una ocasión un general alemán capturado le preguntaría a la enfermera Kyle por qué se mantenía en un lugar tan peligroso y bajo fuego enemigo. Ella contestaría que era también una soldado, y que no había recibido órdenes de retirarse.
El valor de las australianas
Al inicio de la campaña del Pacífico, en diciembre de 1941, Australia contaba con la presencia del Australian Army Nursing Service en Singapur. Esta expedición constaba de 65 enfermeras militares. Previamente al ataque de Pearl Harbor, la nación austral había estado enviando tropas para dar soporte a las guarniciones británicas. En septiembre de ese mismo año había llegado el Decimotercer Hospital General Australiano para asistir a la Octava División Australiana. En este hospital, la hermana Vivian Bullwinkel, de 26 años, servía como enfermera generalista.
Coincidiendo con la agresión a Hawai, los japoneses iniciaron la invasión de Malasia. En febrero de 1942 la situación se volvió insostenible, sin recursos ni tiempo para recibirlos, las opciones eran la retirada o la aniquilación. Rápidamente se ordenó la evacuación del servicio de salud aun cuando las enfermeras querían permanecer en sus puestos. La hermana Jessie Simons declaró que "la sugerencia de abandonar a nuestros pacientes nos disparó la presión arterial". Sin embargo, la situación era tan desesperada que todas ellas hubieron de embarcarse siguiendo las órdenes del alto mando. La travesía hasta Australia se efectuaría en cualquier embarcación disponible, dada la limitación de navíos a la que tenía acceso la armada aliada.
Los buques habían de avanzar bajo el intenso fuego de los aeroplanos japoneses, que barrían las cubiertas constantemente dejando numerosos muertos y heridos entre los pasajeros. En el carguero Empire Star dos enfermeras protegieron de los proyectiles a los pacientes con sus propios cuerpos, recibiendo posteriormente la Medalla al Valor.
Bullwinkel y el resto de enfermeras australianas navegaban en un pequeño yate que había pertenecido al Rajá de Sarawak, y que ahora acogía a 265 pasajeros. El bajel no representó ningún reto cuando los monoplanos japoneses les alcanzaron. En la vorágine que supuso el hundimiento y la huida a nado hacia las islas cercanas, la negación del suceso era la única manera que tenían de continuar trabajando para la supervivencia propia y la salvaguarda de la ajena en su labor como enfermeras. Aún sin recobrarse de este shock, estudiado como neurosis de guerra, el grupo de 22 enfermeras supervivientes enfrentó la muerte sin llorar ni intentar huir cuando, al rendirse, los soldados japoneses las fusilaron en la playa de Radji, cerca de Sumatra. Sólo la suerte hizo que la bala destinada para Vivian Bullwinkel no la matara.
Tras esconderse en la selva, encontró a un soldado británico que también había sobrevivido, y quien se convertiría en su paciente. Mantenerle con vida, su labor como enfermera, sería lo que le mantendría a ella funcionando. Posteriormente, Bullwinkel vivió como prisionera de guerra en diversos campos de Sumatra entre 1942 y 1945. En estos lugares, la condición humana era puesta a prueba, siendo fácil derrumbarse y rendirse ante la perspectiva de una muerte asegurada. El hecho de aceptar que había cuestiones que quedaban fuera de control y la imperiosa determinación de sobrevivir fue lo que motivó que Vivian resistiera. Una vez terminada la guerra, ya en Australia, los medios se harían eco de la masacre en la playa de Radji y los padecimientos en los campos de prisioneros.
Salvando huérfanos
Irena Sendler evocó los mismos valores que aquellas enfermeras del Pacífico Occidental cuando su historia, después de permanecer 40 años en el olvido, salió a la luz. En un país en el que el final de la guerra había millón de huérfanos, esta enfermera polaca logró extraer y salvar a 2500 niños que vivían en el gueto de Varsovia. Ocupaba un puesto en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia durante la ocupación nazi, encargándose de proporcionar alimento a los pequeños de aquel barrio y tratar de ayudar a los judíos de cualquier forma posible.
Las extracciones Sendler las realizaba a través de agujeros en el muro del gueto, por las alcantarillas o entre cajas de ladrillos. Irena llevó un libro con el registro exhaustivo de todos ellos, que escondió bajo un manzano de su jardín. Cuando los alemanes la arrestaron y torturaron, se mantuvo en un rebelde silencio.
Vea la primera parte de esta serie de artículos aquí.
Comentarios
Añadir nuevo comentario