Es comienzo de invierno de 2016 en Kiev y estamos junto a Vadym, un joven ucraniano residente en Barcelona. Las primeras nevadas cubren la capital de Ucrania, localizada en las márgenes del río Dniéper, una ciudad por la que ha pasado la historia. En el siglo XII el Rus de Kiev era una de las cinco ciudades más grandes del mundo, época de su mayor esplendor debido a su posición estratégica en las rutas que comunican el Mar Báltico y el Mar Negro y su proximidad con Constantinopla, ciudad cuya influencia les dejó la tradición religiosa ortodoxa y el uso del cirílico en las liturgias.
En su expansión desde el oriente los mongoles ocuparon Kiev entre los años 1237 y 1480. A su influencia se sumaron los siglos posteriores tártaros, polacos, lituanos, kazajos y judíos y rusos, lo que da cuenta de una rica mezcla cultural. Vadym cuenta respecto de sus orígenes que desciende de polacos y ucranianos por parte de sus ancestros maternos y de la región de Odesa, por parte de su padre. Nació y vivió su infancia en Donetsk, ciudad ubicada al oriente de Ucrania, y se mudó junto a su madre a Kiev pocos años antes de iniciado el proceso independentista de la región del Donbass. No ha vuelto a ir por allá. No quiere. La ciudad donde nació y sus barrios fueron destruidos. Varios de sus amigos tomaron bandos irreconciliables. A veces recibe noticias de familiares allá, quienes le cuentan de que el novio de una de sus primas fue ultimado en los combates y, el mismo día en que empezó la invasión de Rusia, una vecina de su infancia murió aplastada por un muro derribado durante los bombardeos.
Desde hace siete años Vadym vive en España. Para los ucranianos, al igual que para cualquier nacional de un país del sur del mundo, tener estancia legal en Europa no es fácil y los que pueden arreglan un matrimonio o consiguen el pasaporte de otro país del viejo continente. Se calcula que unos seis millones de ucranianos han emigrado desde 2014, cuando la economía se hundió. La mitad de ellos se fue hacia Rusia y el resto hacia Europa. En 2020, de 23 millones de residentes en la Unión Europea (UE) que habían nacido fuera de esta, un 11,4% eran ucranianos, constituyendo la décima mayoría. En España en las últimas dos décadas la comunidad ucraniana se multiplicó. Si en 2000 vivían apenas 1.646 ucranianos, para 2021 eran 112.034 personas.
Nos quedamos en los confines sur-orientales del distrito Pechersk, próximos al Jardín Botánico de la ciudad y casi bordeando el río Dniéper. Es un departamento en un conjunto de bloques construidos al final de la época soviética, dispuestos como piezas de lego junto a espacios abiertos con árboles, juegos infantiles y uno que otro auto estacionado, algunos de los cuales son viejos prototipos de la URSS.
Es 22 de noviembre de 2016 y se conmemoran doce años de la Revolución Naranja, una movilización masiva provocada por un supuesto fraude en las elecciones y que sacó al pro-ruso Víctor Yanukóvich, y permitió acceder al poder a Víctor Yushenko, un banquero que siendo supervisor del Banco Nacional de Ucrania (NBU) en la década de los noventa, controló la inflación, monetarizó amplios sectores económicos que hasta el momento usaban el trueque y otras formas de intercambio y promovió privatizaciones de industrias y el remate de las tierras fiscales. Con esas credenciales fue el candidato preferido de Estados Unidos y la UE y, a diferencia de las décadas anteriores, Ucrania tuvo un presidente distante de la influencia de Moscú.
En 2020, de 23 millones de residentes en la Unión Europea (UE) que habían nacido fuera de esta, un 11,4% eran ucranianos, constituyendo la décima mayoría. En España en las últimas dos décadas la comunidad ucraniana se multiplicó. Si en 2000 vivían apenas 1.646 ucranianos, para 2021 eran 112.034 personas.
De hecho, la promesa electoral de Yushenko fue aproximarse a la UE y entrar en la OTAN, contando así con apoyo mayoritario en Kiev y las regiones occidentales de Ucrania. Durante su gobierno disolvió en dos oportunidades la Rada (parlamento ucraniano) y a partir de 2008 se hizo insostenible el rechazo de los ucranianos a su gestión. Se presentó de igual modo a las elecciones de enero de 2010, obteniendo un magro 5,45 % de los votos, quedando como testigo de la segunda vuelta, la que fue ganada por su viejo contrincante, Víctor Yanukóvich.
Pese a que en lo económico el gobierno de Yanukóvich hizo crecer la economía ucraniana un 32% entre 2010 y 2014, su preferencia por las alianzas con Rusia antes que con Europa provocaron la más violenta protesta en la historia reciente de Ucrania, el Euromaidán, iniciadas a fines de noviembre de 2013 luego de que Yanukóvich no firmara un acuerdo que iniciaría los trámites de integración con la UE, junto con un Acuerdo de Libre Comercio, proceso ya negociado por su antecesor. La coalición política de Yanukóvich, el Partido de las Regiones, además de contar con el respaldo de Putin era el núcleo principal de representación de los habitantes más rusófilos, instalados en las regiones mineras del Donbass y la península de Crimea.
Las encuestas de la época del Euromaidán daban cuenta de una división de la sociedad ucraniana. En noviembre de 2013 un 38% apoyaba un acuerdo económico con Rusia, en tanto que un 37,8% prefería realizar el tratado con Europa. Del mismo modo, en relación a la integración aduanera, un 41% prefería que fuera prioritario hacerlo con Europa y un 33% preferían con Rusia. En Kiev el apoyo a la integración con la UE rondaba el 75 por ciento, reduciéndose al 30% en el sur y en Crimea y un 18% en el Oriente.
Yanukóvich tuvo varias razones para sopesar respecto del tratado: una economía como la ucraniana no tenía muchas ventajas frente a los países ricos de Europa, sobre todo en la convertibilidad de la moneda, además de que la histórica relación con Rusia mantenía un alto nivel de interdependencia de sus economías. A dichos factores se sumó la presión de Putin, quien proyectaba un tratado de asociación económica entre los países que integraron la ex-URSS, frente a una UE que exigía exclusividad en cualquier trato con Ucrania. Para hacer aún más atractiva la oferta el presidente ruso acabó poniendo sobre la mesa 3.075 millones de dólares comprando eurobonos ucranianos y Yanukóvich aceptó.
Era la noche del 21 de noviembre de 2013 cuando el presidente volvió de la Cumbre de la Unión Europea celebrada en Viena sin el tratado en sus manos. Los ucranianos se enteraron y las calles de Kiev y de las principales ciudades del oeste estallaron.
Las encuestas de la época del Euromaidán indicaban que en noviembre de 2013 un 38% apoyaba un acuerdo económico con Rusia, en tanto que un 37,8% prefería realizar el tratado con Europa. Del mismo modo, en relación a la integración aduanera, un 41% prefería que fuera prioritario hacerlo con Europa y un 33% preferían con Rusia.
La Plaza Maidán Nezalézhnosti
Con Vadym llegamos a la estación de metro Arsenalnaya, la más profunda del mundo a 105 metros bajo la superficie. En el exterior de la estación hay una plaza amplia con un letrero en su centro con el mapa de la ciudad en inglés para orientar a los turistas. Desde allí se puede llegar al Palacio Mariyinsky, edificio barroco edificado en 1750 y sede de gobierno, localizado después de atravesar el parque del mismo nombre. No hay gran movimiento, pese a ser el aniversario del inicio de las revueltas de 2004 y 2013. Un poco más allá, en la calle Mykhaila Hrushevskoho, que corre paralela al parque, hay un grupo de ancianos con carteles que dicen корупціонерів на палю (corruptos en llamas).
En el parque y en las calles alrededor aparecen pequeños monumentos adornados con flores y velas con la fotografía de soldados. En una calle contigua hay un memorial con la figura de un Cristo crucificado de madera junto a dos bloques de mármol en la que se ha grabado la imagen de las personas muertas en los días de la revuelta o en el conflicto posterior con las regiones separatistas. Hay varias velas rojas encendidas y se han depositado varias flores en el monumento.
Más allá, en un bulevar del centro se exhibe una muestra de fotos, todas alusivas al conflicto con las regiones separatistas y con intenso énfasis nacionalista.
Llegamos a la Plaza Maidán Nezalézhnosti (Plaza de la Independencia), cuyo nombre da cuenta de la heterogeneidad cultural de la cultura ucraniana. La palabra Maidán es de origen persa y fue puesta en boca en el idioma ucraniano a través de los tártaros de Crimea.
A Vadym le tocó vivir el Euromaidán en Kiev. Nos explica el significado para su generación de poder integrar la Unión Europea. Acceder sin visado a cualquier país del espacio Schengen, poder optar a una beca Erasmus o irse a trabajar con salarios mínimos que bordean los mil euros son fuertes motivaciones para los jóvenes ucranianos, cuando en su país el salario mínimo bordeaba los 70 euros (2016).
Para muchos ucranianos Rusia siempre ha representado un imperialismo, ya sea con el zarismo, el comunismo o Putin; y la herencia soviética es un pasado a dejar atrás. El mismo Vadym evidencia ese afán de distanciamiento cuando me cuenta que su bisabuela murió torturada en las cárceles de la Gestapo en Kiev. Venía arrancando desde Polonia tras la invasión, en donde había muerto su bisabuelo a manos de los mismos rusos. De igual modo la bisabuela tomó el bando antifascista, integrando las redes de resistencia ucraniana en Kiev hasta ser detectada. Fue a dar a prisión y fue torturada. Vadym estira los brazos hacia los lados imitando la posición de su bisabuela mientras cuenta que los alemanes le tiraban baldes de agua fría en pleno invierno. La mujer acabó muriendo de neumonía amarrada en las mazmorras nazis. Cuando le comento que la historia de su bisabuela sería heroica para muchas personas, me responde:
- Murió por la propaganda de Stalin.
La extrema derecha toma la iniciativa
El Euromaidán se prolongó desde fines de noviembre de 2013 hasta marzo del año siguiente, participando amplios sectores de la sociedad ucraniana. Si bien el detonante fue la no firma del tratado de adhesión a la UE, se sumó la rabia de la población ucraniana harta de gobiernos oligarcas y corruptos. La respuesta del ejecutivo de Yanukóvich fue sacar los Berkut (policía militarizada) y bandas de lumpen que dieron palizas a los activistas, lo que enardeció aún más los ánimos y desencadenaron una violenta jornada el 19 de febrero de 2014, cuando 200 mil personas ocuparon el centro de Kiev. En la ciudad de Lviv e Ivano-Frankivsk grupos de extrema derecha ocuparon los despachos gubernamentales e incendiaron una fiscalía en Ternopil.
La violencia continuó en las jornadas siguientes, apareciendo grupos armados enfrentando a balazos a la policía y francotiradores disparando desde edificios contra los manifestantes. Vadym me cuenta que participó de las protestas de Euromaidán, yendo varios días a la acampada. En su relato se trataba de sacar un gobierno corrupto. Había mucha gente, en su mayoría jóvenes, representando amplios sectores sociales. Se quedó hasta la noche del 19, cuando comenzaron a sentirse varios disparos, los que alcanzaban a gente que se manifestaba muy cerca. En ese momento sólo corrió lo más que pudo. En los días siguientes cuando los muertos bordeaban la centena, incluyendo varios policías, Yanukóvich huyó del país en dirección a Rusia.
Las manifestaciones también fueron el escenario del estreno de grupos de extrema derecha, los que al correr los días tomaron la iniciativa, como el Právij séktor, que integró a antiguos grupos neonazis de las regiones occidentales. Su estreno fue en el Euromaidán enfrentándose con gas pimienta y a tiros con la policía. Otro grupo fue Svoboda, surgidos en 2004 y aprovechando la revuelta, el 8 de diciembre de 2013 derrumbaron la estatua de Lenin levantada desde la época soviética en el bulevar Shevchenko, en el centro de Kiev. Los radicales de derecha tenían el respaldo de barras de clubes como el Spartak, Metalist Kharkiv y el Dynamo Kiev.
Disuelto el gobierno pro-ruso estos colectivos formaron milicias que se tomaron las calles de varias ciudades y comenzaron a controlar caminos. Hay varios videos de esa época que dan cuenta del acoso a personas que beben en plazas públicas y grafiteros; destrucción de casas de juego y purgas a vendedores de drogas.
Su blanco predilecto fueron las personas de origen ruso, pero de igual modo se volcaron contra gitanos, rumanos y el colectivo LGBT. Vadym cuenta que en 2013 participó en la primera marcha del orgullo gay en Kiev, la que fue prohibida por autoridades judiciales y debió realizarse en las afueras de la ciudad. Llegaron un centenar de personas y 500 contra-manifestantes. Vadym cuenta que fue pero que “tenías que tener las piernas largas para salir corriendo, porque marchamos una cuadra y tuvimos que correr arrancando otras diez”. La policía no intervino.
Si bien, las posteriores marchas de la comunidad LGBT comenzaron a ser protegidas por la policía, esto no ha sido de buena gana, sino que la libertad de expresión de este colectivo es una de las exigencias de la integración a la UE.
Si bien, las posteriores marchas de la comunidad LGBT comenzaron a ser protegidas por la policía, esto no ha sido de buena gana, sino que la libertad de expresión de este colectivo es una de las exigencias de la integración a la UE.
En Odesa, de mayoría rusófona y tras varias semanas de protesta de los pro-rusos, el 2 de mayo de 2014, arribaron militantes del Právij séktor y otros grupos de extrema derecha junto a barras bravas, quienes tras perseguir a los manifestantes, incendiaron la Casa de los Sindicatos mientras la policía hacía la vista gorda. 46 personas murieron quemadas al interior del edificio o linchadas cuando intentaban huir, en tanto otras 214 resultaron heridas.
La política de descomunización y desrusificación que prosiguió a la revuelta empujó a un referéndum en las regiones orientales, armado entre una intervención rusa camuflada y el genuino miedo de los habitantes locales. De este modo, en mayo de 2014 un 96% en Lukansk y un 89% en Donetsk votaron la autonomía respecto de Ucrania. Apoyados por Rusia (que anexionó Crimea en marzo de 2014) tomaron las armas y también formaron milicias de defensa. En respuesta, el gobierno de Petró Poroshenko, dejó de pagar las pensiones a los ancianos de dichas regiones, cortó el financiamiento estatal y movilizó un ejército de paramilitares. La confrontación desde 2014 ha dejado un saldo de 14 mil muertos.
Para enfrentar a los separatistas fue conformado el Batallón Azov, que reunió varios militantes de Právij séktor y Svoboda, junto a hinchas del equipo Metalist Kharkiv. Su entramado ideológico repleto de ceremonias paganas y simbología nazi es tan complejo como sus redes políticas, siendo su principal exponente Andriy Biletsky, contando con el financiamiento del oligarca de origen hebreo Igor Kolomoyskyi y los empresarios Serhiy Taruta y Arsen Avakov, quien sería durante el gobierno de Poroshenko el ministro del Interior de Ucrania.
Otros milicianos de extrema derecha integraron la Druzhyna Nacional, grupos paramilitares de “protección del orden público” que ejercían las funciones de policías, pudiendo detener y usar la fuerza física contra otras personas. En Kiev para 2016 la Druzhyna Nacional contaba con medio millar de integrantes.
El grado de penetración de la extrema derecha en los institutos armados ucranianos es de tal dimensión que tras el comienzo de la invasión rusa en febrero de 2022, si bien se esperaba que numerosos militantes ultras se enrolaran para aumentar el contingente de defensa, esto no se produjo en masa porque la mayoría de estos radicales ya eran integrantes de diversos estamentos armados del gobierno de Ucrania. Es el caso de Maxim Koksharov, quien era al mismo tiempo jefe de policía en la la ciudad de Shchastya (próxima a Jarkov) y comandante del Batallón Azov; o también de Sergei Yangolenko, jefe de policía en Kramatorsk (región de Donetsk), fundador del Batallón Kharkiv-1 y militante de Svoboda. Ambos resultaron muertos a pocas semanas de iniciada la invasión rusa.
En medio del Batallón Azov
Pese al rol que estos grupos de extrema derecha han jugado en la historia reciente de Ucrania, las encuestas y los resultados de las elecciones dan cuenta de que tienen ínfimo respaldo en la población. Tras estar durante tres elecciones obteniendo resultados inferiores al 0,76%, Svoboda tuvo un repunte en las parlamentarias de 2010, cuando con un 10 por ciento de la votación consiguió elegir a 37 diputados de la Rada. Sin embargo, en las elecciones siguientes su respaldo popular fue en picada. Así ocurrió en las parlamentarias celebradas en 2019, cuando fueron en lista unitaria con Práviy Séktor y otras facciones de extrema derecha, alcanzando apenas un 2,15% de los votos y con ello solo un diputado.
En la conmemoración de noviembre de 2016 también se evidencia que los grupos radicales no son la mayoría de la población ucraniana. Ya estamos en la Plaza Maidán y a eso de las cinco de la tarde una columna emerge desde la calle Mykhailivs'ka y pasa por la Plaza de la Independencia. Algunos integrantes de la columna vienen con uniforme militar de camuflaje, otros con jeans y parcas oscuras, muchos cubren sus rostros con un paño con un tridente como insignia y hay algunas mujeres, pero son minoría. Casi todos portan una bandera dividida en diagonal con los colores azul y amarillo. A diferencia de una marcha cualquiera, no se ve un sinuoso desorden, sino que avanzan en forma estructurada, manteniendo distancia entre ellos, sobre todo los que portan la bandera, manteniendo su posición en el conjunto como si se tratase de un desfile militar. En perspectiva se aprecia una multitud, pero no suman más de un millar.
Dedicado a tomar fotos la marcha me alcanza, pasa junto a mí y me rodea. La columna se detiene ante un escenario y es posible detenerse en sus rostros. La mayoría son jóvenes, muchos veinteañeros. El pelo corto y la barba cuidada predominan. Como hace frío casi todos llevan gorro, algunos con buzo de camuflaje. Sus rostros evidencian que mi presencia no es grata, pero hay más periodistas y estamos a plena luz del día. Yo sigo tomando fotos y mi ignorancia del ucraniano en ese momento no me permiten distinguir claramente la palabra Азов. Estaba en medio del Batallón Azov cuando llega Vadym y me saca.
Es de noche y por televisión tras mostrar la nota hecha del aniversario de las revueltas, transmiten en directo desde un barrio con negocios de rusos que estaban siendo apedreados por radicales nacionalistas, entre ellos los jóvenes del Batallón Azov que estaban en la marcha.
Sobre un vehículo se monta un dirigente de Azov a dar un discurso de rechazo a la influencia rusa y contra los traidores del Donbass. Hay que ir por ellos, destaca. Si bien los participantes de la marcha son una ínfima minoría, en relación a los tres millones y medio de habitantes de la ciudad, en la insurrección de 2014 esta vanguardia organizada y preparada en lucha callejera y uso de armas de fuego fue determinante.
Ya ha caído el sol y los de Azov comienzan a encender antorchas. Algunos la portan con la mano izquierda al mismo tiempo que estiran y flexionan el brazo derecho con la mano empuñada, la que posan sobre el corazón. La mirada arrogante es hacia arriba y se pierde en el horizonte. Es hora de salir de allí. A pocas cuadras la ciudad sigue con su ritmo, los pocos restaurantes abiertos en el comienzo de ese invierno se ven bullentes, la gente sigue vitrineando en los bulevar y los buses y el metro llevan a miles de ucranianos hacia sus hogares, en los confines de la ciudad.
Ya estamos de vuelta en Pechersk. Es de noche y por televisión tras mostrar la nota hecha del aniversario de las revueltas, transmiten en directo desde un barrio con negocios de rusos que estaban siendo apedreados por radicales nacionalistas, entre ellos los jóvenes del Batallón Azov que estaban en la marcha. Tiran piedras y se quiebran los vidrios de las tiendas y se ve uno que otro intento de incendio. La policía no interviene y la periodista transmite en directo.
Han pasado ya cinco años. Rusia y la OTAN han convertido a Kiev en su campo de batalla. Desde fines de febrero que las bombas rusas caen sobre ciudades ucranianas y los gobiernos europeos proporcionan armas a los ucranianos.
Según ACNUR, la guerra ha provocado que en el último mes uno de cada cuatro ucranianos hayan debido abandonar sus hogares. Hay 6,5 millones de desplazados internos y 3,7 millones en otros países. Gran parte de estos se dirigieron hacia Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. A diferencia de las recientes oleadas de refugiados producidas por guerras en países del sur del mundo y pese a que esta crisis migratoria es la más grande que enfrenta el viejo continente desde la segunda guerra mundial, esta vez empujados por la guerra, los países europeos inesperadamente no han puesto obstáculos a los ucranianos para entrar al viejo continente, abriendo así las puertas a una juventud que ha crecido desde hace décadas con la promesa de entrar en la Unión Europea.
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