En 2014, el guionista Dan Gilroy debutó como director con Primicia mortal (o Nightcrawler), un convincente neo-noir cuyo protagonista y extrema premisa sorprendieron y agradaron.
Jack Gyllenhaal interpretaba a Leo Bloom, un delincuente común que súbitamente se da cuenta de que hay una línea rentable de negocio en la caza de noticias, especialmente de aquellas que involucran persecuciones, balas, drogas y sangre. Y esto, porque también hay una inelástica demanda de esos contenidos por parte de las cadenas de televisión estadounidenses, especialmente de aquellas que profitan con la clase media blanca, alimentando su temor y su histeria.
La cinta avanza junto con las progresivas transgresiones morales de Bloom, llegando a –¡horror de horrores!– aquel momento en que el protagonista fabrica los hechos de sangre para filmarlos y después venderlos.
Pues bien… hold my caipirinha. Cinco años antes del estreno de Primicia mortal, el estado brasileño de Amazonía estaba sumido en un escándalo gigantesco, que ya había trascendido al resto de Brasil y del mundo, por causa del diputado estatal Wallace Souza, acusado de narcotráfico y de ordenar los asesinatos que después cubría con su programa Canal Livre.
Desde el capítulo inicial, se nos cuenta la historia con vértigo, alternando muchos testimonios de personas cercanas a Wallace –como sus hijos, hermana y colaboradores de Canal Livre– y otras que lo miraron de lejos y lo combatieron.
Como se lee. Este productor y presentador televisivo creó el programa más visto en la historia de Amazonía, lo que lo catapultó a ser además el diputado más votado en dicho estado… hasta que un narcotraficante y presunto colaborador suyo lo acusó de liderar una asociación criminal, que asesinaba a sus competidores del narco, lo que a su vez era utilizado para aumentar la audiencia del programa. Lleve dos, pague uno.
La serie documental brasileña Killer Rating (Daniel Bogado, 2019) se propone contar esta historia, asumiéndola extrema y aún inverosímil después de diez años de ocurrido el escándalo. Lo hace en estricto orden cronológico y situándonos en Manaos, ciudad capital de la Amazonía, como un territorio violento, oscuro y que recuerda al infernal Rio de Janeiro que se nos muestra en Tropa de Elite (José Padilha, 2007).
Desde el capítulo inicial, se nos cuenta la historia con vértigo, alternando muchos testimonios de personas cercanas a Wallace –como sus hijos, hermana y colaboradores de Canal Livre– y otras que lo miraron de lejos y lo combatieron. Los testimonios son tantos y tan elocuentes que no es necesaria la existencia de un narrador ni de los intertítulos; y están tan bien escogidos que –a lo largo del documental– mueven el péndulo de la credibilidad entre la culpabilidad de Wallace y la posibilidad de que efectivamente todo haya sido un complot contra él.
Entonces, el espectador es bombardeado por testimonios e interpretaciones contradictorias de los hechos narrados, pero además es sometido a sucesivos cliffhangers al final de cada capítulo, con revelaciones súbitas que pueden cambiarlo todo. En otras palabras, la rocambolesca historia de Wallace Souza es moldeada por los realizadores para que la audiencia se sienta sobre una montaña rusa, con subidas y bajadas de sorpresas e incredulidades.
Visualmente hablando, la serie también es generosa en recursos y coherente con la naturaleza excesiva de su historia y de la manera de contarla. Abundan primeramente las recreaciones, al estilo de Tropa de Elite, como ya dijimos; también las difusas y pixeladas imágenes de archivo, principalmente del propio programa de Wallace, donde a su vez abundan los cadáveres y la sangre que tanta audiencia le dieron. Su mala calidad y definición contrastan con las imágenes actuales de Manaos: su luz, la espesa selva colindante y el Amazonas, por cierto, en especial aquel lugar donde el agua de uno de sus afluentes se une a la del río, dejando a la vista dos masas de agua de colores distintos, que dividen la pantalla y dividen la realidad.
Y a medida que la historia avanza, y se enreda, y aparecen nuevos asesinos, nuevos asesinados, nuevos testigos y nuevos acusadores, la serie opta por la reiteración, de imágenes y mensajes, en una dinámica más propia de la TV del siglo 20 que la del streaming del siglo 21.
La serie parece empeñada en confinar la historia al estado de Amazonía y a la ciudad de Manaos; a su aislamiento, a la lejanía y a los monstruos que salen de ahí. Porque Wallace podría ser uno de ellos. Pero hay otros, y peores.
Si a eso le sumamos una música en general ominosa, la serie nos lanza a la cara siete capítulos de truculencia, exceso y reiteración, los que lejos de saturar o molestar, se siente como el ropaje adecuado para deformada e inverosímil realidad que nos están contando. Un ropaje que además no pretende volar más alto ni cubrir otras bases.
Por ejemplo, ¿hay alguna elaboración respecto de la orfandad percibida de la ciudadanía respecto del narcotráfico y su consecuencia en el posterior devenir político del país? No. ¿Se reflexiona sobre el tipo de adhesión política que genera una figura como Wallace y si eso tiene algún correlato con la situación general de Brasil y con el bolsonarismo que apareció algunos años después? Tampoco.
Por el contrario, la serie parece empeñada en confinar la historia al estado de Amazonía y a la ciudad de Manaos; a su aislamiento, a la lejanía y a los monstruos que salen de ahí. Porque Wallace podría ser uno de ellos. Pero hay otros, y peores.
El último capítulo es particularmente ambiguo al respecto. Por un lado no mezquina evidencia del amor y la lealtad que supo despertar Wallace entre sus familiares, colaboradores y una base importante de ciudadanos. Por otro, tampoco esconde el hecho de que tras la desaparición política de Wallace, la ciudad no solo mejoró sino que empeoró, al ser colonizada por un grupo narco enemigo, que simplemente mostró su poder con una crueldad inédita en esos lugares.
Tal vez por eso la serie se evita grandes disquisiciones o juicios sobre lo que el caso Wallace nos puede decir de Brasil. La realidad habla, y habla fuerte: es posible que exista gente como Wallace y que esa gente llegue a tener poder; y también es posible que a alguien así lo termine sucediendo gente aún peor. Gente que ni siquiera se toma la molestia de fingir.
Bajo ese discurso, y por diversas evidencias y decisiones que toma la serie, la tesis del complot contra Wallace nunca parece descartarse del todo, dejando al espectador el veredicto al respecto. Teniendo que elegir entre dos realidades terribles.
Lo que no queda al arbitrio del espectador es la certeza de que eso es poco importante si se compara con el infierno que se desató después, el que además aparece como inevitable.
Acerca de…
Título original: Bandidos na TV (2019)
Nacionalidad: Brasil
Dirigido por: Daniel Bogado
Duración: Una temporada de siete episodios
Se puede ver en: Netflix
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