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Jueves, 17 de Julio de 2025
[Sábados de streaming – Series de TV]

La diplomática: Empujando el techo de cristal

Juan Pablo Vilches

Una seguidilla de incidentes internacionales son el terreno donde florece una opaca diplomática estadounidense como embajadora en Londres. A esta buena mezcla de apoteosis con tour de force se le filtra la propaganda, eso sí.

El portaviones británico Corageous no se ve muy real ni convincente mientras navega por el golfo Pérsico, y menos aún cuando lo envuelven unas llamas aún menos creíbles tras recibir el impacto de lo que parece un misil. Las consecuencias de este incidente internacional prontamente llevan a la serie lejos de los efectos especiales de este tipo –por suerte– para lanzarla a los espacios burocráticos, aristocráticos y casuales donde los países resuelven sus diferencias conversando. Es decir, la diplomacia.

Kate Wyler (Keri Russell) es una funcionaria de segunda línea de la Secretaría de Estado estadounidense (equivalente a nuestra Cancillería), quien súbitamente es nombrada embajadora en el Reino Unido a pocas horas del ataque al Corageous, para sorpresa suya y de su esposo Hal (Rufus Sewell), un mañoso y egocéntrico embajador de carrera.

La llegada de los Wyler a su residencia en Londres parece sacada de Dowton Abbey –con mansión y ejército de mayordomos–, lo que sirve al look glamoroso que caracteriza a esta serie y también a la impronta aristocrática que la diplomacia nunca perdió del todo. En ese ambiente refinado y ostentoso, alternando con la moderna embajada de EE. UU. en Londres, la trama oscila entre el aterrizaje forzoso de Kate en su nuevo trabajo y la agonía de su matrimonio con Hal.

Y esta es una de las premisas de La diplomática, donde lo profesional se mezcla con lo personal y donde una frase relativa a su oficio puede entenderse como una crítica de pareja; donde las confusiones están ahí para complicar la vida y no como recurso humorístico, aunque podrían serlo.

Tras uno de sus muchos éxitos, la enésima guerra que impide en un par de semanas, confiesa a su esposo y al canciller británico que su vertiginoso trabajo es como una droga.

La misma doble trama ocurría en Grey’s Anatomy, de la misma creadora de esta serie (Deborah Cahn), en Legalmente rubia (Robert Luketic, 2001), y en otros productos orientados a la gratificación y al empoderamiento femenino para la Generación X, cuyos motivos y humores se asoman entre la sucesión de incidentes internacionales y las conversaciones de alta política que tienen lugar en la órbita de Kate.

Lo personal es público y viceversa, y en ese transitar la serie toma la forma de un torbellino cuyo centro es Kate, y donde rápidamente cobran importancia su asistente en la embajada (Ato Essandoh); el ministro británico de Relaciones Exteriores (David Gyasi); el Primer Ministro británico (Rory Kinnear) y la jefa de estación de la CIA en Londres (Ali Ahn).

Muchos personajes, muchos países, muchas instituciones y muchos intereses, lo que naturalmente conlleva tramas complejas y diálogos veloces y apretados. De todo eso hay en esta serie, y sin embargo su guion se las arregla bastante bien para darle al espectador un par de oportunidades de entender lo que va ocurriendo sin tratarlo de idiota.

En otras palabras, el equilibrio entre el vértigo que hace entretenida a la serie, y las pausas necesarias para que sea comprensible, está bien logrado; y todo puntuado además con muy buenos cliffhanger (finales abiertos) al final de cada episodio, lo que convierte a este producto en suculenta carne de maratón.

Para hacer todo más creíble, su creadora diseña este mundo ficticio bastante parecido al real. El presidente de los Estados Unidos es un not-Biden; mientras que recurrentemente se alude a su vicepresidenta (not-Harris), una mujer más joven cuyo marido se metió en problemas, por lo que eventualmente dejará el cargo. Y dentro de la lista corta para sucederla está Kate, quien sin saber ni imaginarse nada fue destinada a Londres para ser sometida a un examen. O a un casting más bien.

Cuando el plan (y los conjurados) son revelados ante nosotros y después ante la embajadora, se repite varias veces la idea de lo ventajoso de que Kate asuma la vicepresidencia sin necesidad de hacer una campaña, resaltando que las personas dispuestas y aptas para someterse al circo preelectoral son precisamente aquellas que no deberían gobernar. Y viceversa, las personas que deberían gobernar son aquellas que preferirían no hacerlo ni competir para hacerlo. Como Kate.

Esta promoción del ascenso femenino no es contra los hombres sino contra el “techo de cristal”, antigua metáfora para referirse a las limitaciones supuestamente invisibles que impiden a las mujeres ascender al pináculo del dinero, el prestigio y el poder.

Obviando esta discreta confesión de la bancarrota del sistema democrático, podemos decir de que a partir de acá (final del tercer episodio) las cartas quedan puestas sobre la mesa.

El contexto internacional tensionado por la guerra en Ucrania y recalentado con el ataque al Corageous, constituye un segundo acto donde la serie acelera en ritmo y complejidad, de la que Kate sale airosa con una limpieza semejante a la ministra Nyborg, de Borgen.

No solo eso, además se le aparece un potencial e inesperado interés romántico y, lo más importante, se divierte. Tras uno de sus muchos éxitos, la enésima guerra que impide en un par de semanas, confiesa a su esposo y al canciller británico que su vertiginoso trabajo es como una droga.

Entonces ya no se trata de impedir guerras, sino de brillar porque sabe que está siendo observada y porque la endorfina del poder la está seduciendo, y la serie nos dice claramente que esto no tiene nada de malo sino lo contrario. De hecho, si hay algo de lo que se puede acusar a esta serie es que nos está “vendiendo” el empoderamiento femenino, con la incongruencia de promocionarlo a través de un retorcido casting para quien podría ser la primera mujer presidente de los EE. UU.

Con esta información y con el final espectacularmente abierto de esta primera temporada, es esperable que las siguientes entregas del ascenso de Kate se titulen La vicepresidenta y La presidenta. Y probablemente sea así porque toda esta promoción del ascenso femenino no es contra los hombres sino contra el “techo de cristal”, antigua metáfora para referirse a las limitaciones supuestamente invisibles que impiden a las mujeres ascender al pináculo del dinero, el prestigio y el poder.

El lamentable hecho de que esta agenda todavía sea necesaria revela que, en EE. UU., el techo de cristal no ha sido del todo roto, sino que a lo mucho lo han empujado hacia arriba. Esto tiene diversas consecuencias no deseadas, y una de las menos importantes es que series con aceptable rigor político y destreza para manejar diversos registros se resientan –aunque sea un poco– cuando se les cae la propaganda del bolsillo.

Y no hablamos de la propaganda pro-occidental. Esa es tan obvia y esperable que no amerita una palabra más.

Acerca de...

Título original: The Diplomat
País: EE. UU. y Reino Unido
Exhibición: Una temporada de ocho episodios (2023- )
Creada por: Deborah Cahn
Se puede ver en: Netflix

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