Tres adultos hablan de facturas falsas, cajas negras y coimas en una conversación grabada y filtrada a un medio. En un momento Luis Hermosilla dice: “Ahí tenemos que cerrar el negocio y agarrar los pitos y a Jamaica”.
¿Qué está sucediendo realmente? Hay quienes sospechan la punta de un inmenso iceberg de corrupción, otros que se trata del fanfarroneo de un abogado cazurro ante unos clientes que se creen inteligentes. La fiscalía, parsimoniosamente dirigida por “Fatiga” Valencia, lo está investigando y quizá alguna vez sepamos la verdad.
Pero hay algunas pistas. Las familias Sauer y Jalaff no solo pertenecen a los pueblos del libro. Son parte de esa franja de los ricos que sufren cuando suben las tasas de interés y cae el nivel de circulante. Son empresarios “apalancados”, que usan deuda y dinero de terceros para comprar y vender activos financieros de alta revalorización. Por ejemplo, bienes raíces comerciales, oficinas, bodegas, strip centers. Mientras las tasas de interés estén bajas, las rentas generadas por estos activos permiten solventar la deuda y obtener una ganancia de capital que se acumula.
Pero hay algunas pistas. Las familias Sauer y Jalaff no solo pertenecen a los pueblos del libro. Son parte de esa franja de los ricos que sufren cuando suben las tasas de interés y cae el nivel de circulante. Son empresarios “apalancados”, que usan deuda y dinero de terceros para comprar y vender activos financieros de alta revalorización.
En los últimos años el grupo Patio, controlado hasta hace poco por los Jalaff, emitió millones de dólares en bonos que compraron las AFP y otros inversionistas. Junto con ello se asociaron con pesos pesados de Sanhattan (BTG Pactual, Credicorp y Larraín Vial) para crear fondos de inversión cuyas cuotas son adquiridas también por AFP y aseguradoras como Penta. Con esos recursos financiaron a las constructoras e inmobiliarias del propio grupo Patio. Todo iba bien mientras las deudas se pudieran solventar con la renta generada por los bienes raíces y refinanciar a tasas convenientes.
Pero el COVID cambió el escenario. Obligó a cerrar centros comerciales, restaurantes y oficinas. Ciudades completas. Obligó a los gobiernos a entregar subsidios y a los bancos centrales a imprimir dinero como países en guerra. Había que evitar hambre e ira social. El COVID interrumpió además el comercio global de bienes. La cadena logística de autos, vestuario, combustibles y alimentos se encareció. Una combinación letal que pulverizó los equilibrios e instaló el proceso inflacionista global.
En Chile se sumaron los retiros, una gigantesca masa de gasto para comprar cosas que no llegaban, o que lo hacían con desfase y a precios más altos. Cuando el IPC se disparó en dos dígitos, al banco central no le quedó otra opción que apretar.
La tasa de interés de política monetaria alcanzó a un 11,25 por ciento en octubre de 2022, la más alta en un cuarto de siglo. El banco central recurrió además a una herramienta que no usaba desde los años setenta: restringir la liquidez en pesos. A octubre de este año, nominalmente hay un 30% menos de dinero circulando en comparación con el que había en diciembre de 2021. Una cifra brutal.
Es cosa de pasearse por el centro de Santiago o de cualquier capital. Decenas de locales comerciales están vacantes, con un letrero SE ARRIENDA que nadie retira. A ello se suman oficinas vacías, edificios a medio ocupar, galpones donde los candados acumulan óxido.
Al ajuste monetario se sumó el ajuste fiscal para compensar la gigantesca infusión de recursos públicos durante la pandemia. Las becas, los fondos para la cultura, las contrataciones en el Estado central y en los municipios. Todo entró al congelador.
La última vez que el gasto público y la masa monetaria se contrajeron simultáneamente fue en 1975.
Según lo que trasunta la grabación de Hermosilla y compañía, algunos ricos estarían en problemas, sin ingresos suficientes para pagar sus deudas y recurriendo a métodos “rascas” como las facturas falsas para generar liquidez. Deben miles de millones y ya no los pueden refinanciar a tasas baratas como antes del COVID.
En la contabilidad de grupo Patio, controlada hasta hace poco por los hermanos Jalaff, se notan los efectos de este doble ajuste. Según las memorias anuales de Patio Comercial Spa, una de las empresas claves del grupo, la deuda financiera neta aumentó un 46% entre 2020 y 2022. Los pasivos financieros corrientes crecieron en un 69% y las obligaciones de terceros garantizadas personalmente por el emisor en un 367%. El apalancamiento prácticamente se les secó en estos dos años, como lo demuestra la caída en un 88% del flujo de efectivo proveniente de actividades de financiamiento.
Son datos que figuran las dos últimas páginas de la memoria anual, aquellas que nadie lee.
Según lo que trasunta la grabación de Hermosilla y compañía, algunos ricos estarían en problemas, sin ingresos suficientes para pagar sus deudas y recurriendo a métodos “rascas” como las facturas falsas para generar liquidez. Deben miles de millones y ya no los pueden refinanciar a tasas baratas como antes del COVID. Están sin cash para la fundación, para la cuota del club de golf y para los honorarios del abogado. Los pitos y a Jamaica.
Comentarios
Encantado de poder dar mi
Hermoso 🚬
NO HABIA NECESIDAD DE
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