Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado sábado 23 de julio de 2022, y ahora se comparte para todos los lectores.
El sábado 25 de junio pasado el mayor general Kyrylo Budanov, jefe de Inteligencia del Ministerio de Defensa de Ucrania, dio a conocer una pieza clave en la estrategia militar ucraniana: el país se preparaba para una contraofensiva en agosto con el propósito de recuperar territorio en el sur del país.
La fecha en que esto se comunicó es importante, pues el viernes 24 de ese mes, el contrafuerte de Sievierodonetsk cayó en manos rusas, lo que supuso un duro golpe a las fuerzas militares ucranianas, y una crisis de credibilidad respecto de su capacidad de sostener un esfuerzo de guerra que repela a los rusos, ante una artillería que se mostró devastadora frente al poder militar enemigo.
Además, ese mismo 25 de junio, Ucrania comenzó a recibir los primeros Himars estadounidenses, un sistema de artillería móvil altamente sofisticado, capaz de lanzar misiles simultáneos de precisión a 300 o 500 kilómetros de distancia, dependiendo del tipo de munición. Estados Unidos entregó entre 10 y 14 de estas piezas de artillería que se han convertido en el símbolo de la potencial contraofensiva ucraniana, aunque con las municiones del menor rango de alcance y bajo el compromiso de no atacar territorio ruso.
Más allá de la real importancia militar de los Himars -Rusia dice que sus baterías antiaéreas ya saben cómo neutralizarlos y que han destruido cuatro de ellos, lo que niegan las fuentes de defensa occidentales-, todo julio ha estado empleado por parte de Ucrania en recibir una ingente cantidad de armamento occidental para lanzar una contraofensiva en el último mes del verano europeo.
Más allá de la real importancia militar de los Himars -Rusia dice que sus baterías antiaéreas ya saben cómo neutralizarlos y que han destruido cuatro de ellos, lo que niegan las fuentes de defensa occidentales-, todo julio ha estado empleado por parte de Ucrania en recibir una ingente cantidad de armamento occidental para lanzar una contraofensiva en el último mes del verano europeo. Esto, con el propósito de cambiar el curso militar de la guerra, el que actualmente se dirige hacia la derrota ucraniana, y recuperar la credibilidad perdida en torno a que Ucrania puede vencer a Rusia en el campo de batalla.
El arsenal occidental es intimidante. Solo Estados Unidos ha provisto hasta mayo más de $25 mil millones de dólares en ayuda militar -por lejos el principal aportante-, lo que se traduce -además de los Himars, los cuales lograron ya impactar un par de objetivos estratégicos- en un arsenal que incluye 821 drones, 20 helicópteros, 108 piezas de artillería Howitzer, 1.400 sistemas anti aéreos, 6.500 sistemas anti-tanques, 22 radares anti-artillería, 50 millones de municiones pequeñas y más de 300 vehículos blindados.
Con eso -además de lo que ha llegado en julio, y lo que aportan otros 37 países (todos en cantidades muy menores respecto de la ayuda estadounidense)- Ucrania pretende recuperar la ribera norte del río Dniéper y la ciudad de Jersón, ubicada al sur del país y clave para sostener en manos rusas el control del Mar Negro, la Península de Crimea y el corredor terrestre entre esa zona y el Donbás.
Se trata supuestamente del punto ruso más débil del extenso frente de la guerra, por razones geográficas, relacionadas con que ese territorio depende logísticamente de la ribera sur del Dniéper, por lo que es teóricamente posible para los ucranianos aislar tropas rusas y romper sus cadenas de suministros, si logra el control del río. Según fuentes ucranianas, ya un proyectil lanzado por un Himars destruyó uno de los puentes sobre el Dniéper, lo que debilitó la defensa rusa.
El alto consejero militar ucraniano, Myjailo Podoliak, dijo que para conseguir solo la paridad militar con Rusia, Ucrania debería contar con 1.000 obuses de calibre 155mm y 300 lanzacohetes múltiples, así como 500 tanques, 2.000 vehículos blindados y 1.000 drones, una cifra que varios analistas militares consideran fuera de toda posibilidad, pues implicaría desarmar a niveles críticos a los países donantes.
Por el lado de Rusia, sus autoridades se muestran confiadas en que la gran contraofensiva ucraniana no tendrá éxito (o simplemente no existirá como tal), y preparan el territorio para su defensa. Las bases de la confianza rusa están en que durante las fases previas de la guerra, su artillería -que cuenta desde el principio con el equivalente ruso a los Himars; los BM-30 Smerch- demolió la capacidad militar ucraniana previa, habiendo producido fuertes pérdidas en su material bélico.
En el último conteo, el Ministerio de Defensa Ruso incluye 260 aviones, 144 helicópteros, 1.589 drones, 357 sistemas anti-aéreos, 4.141 tanques y otros vehículos blindados, 762 piezas de lanzamiento múltiple de misiles y artillería y 4.453 otros vehículos militares. Si bien las fuerzas rusas han perdido también bastante material de guerra, las proporciones son incontrastables, y cabe señalar que el esfuerzo bélico ruso en Ucrania corresponde solo a una pequeña fracción de su total.
Más allá de estos números, lo que pase en Jersón durante agosto y septiembre es relevante, pues de eso dependerá el ritmo al que Occidente seguirá mandando armas en los meses venideros. Esto, pues la provisión de estos suministros empieza a debilitar los stocks de los países aportantes y a debilitar su capacidad militar inmediata. Además, ya empieza a haber señales de que algunas armas occidentales destinadas a Ucrania comienzan a entrar en el mercado negro, lo que es verosímil dada el histórico problema de la corrupción en el país. Una decepcionante contraofensiva -de tal modo- puede ser el cierre del grifo armamentístico occidental para Ucrania.
Al respecto, el alto consejero militar ucraniano, Myjailo Podoliak, dijo que para conseguir solo la paridad militar con Rusia, Ucrania debería contar con 1.000 obuses de calibre 155mm y 300 lanzacohetes múltiples, así como 500 tanques, 2.000 vehículos blindados y 1.000 drones, una cifra que varios analistas militares consideran fuera de toda posibilidad, pues implicaría desarmar a niveles críticos a los países donantes.
En cuanto a las pérdidas militares humanas, las cifras verdaderas se manejan con total sigilo, y solo hay números fuertemente influidos por las necesidades de propaganda de ambos bandos.
En junio pasado participé del Seminario Rusia-Ucrania, de la Cosa Nostra, para exponer las bases del conflicto que enfrenta a ambos países. En la ocasión hice el siguiente conteo:
Diversas fuentes de inteligencia -rusas y occidentales- han dicho que esos números de armas y soldados no son relevantes por sí solos, pues los rusos han infligido fuertes bajas entre los soldados ucranianos más preparados y con experiencia, y es más fácil reemplazar un sofisticado armamento que a quien lo opera.
En cuanto a las bajas mortales rusas, los ucranianos las calculan en 32.300 para junio (38.300 es el dato más actual), mientras que las fuentes occidentales para ese mes hablaban de 20.000 y los rusos solo de 6.500. En un foro de seguridad reciente de inteligencia en Aspen, Colorado, Estados Unidos, el director de la CIA, William Burns, corrigió la cifra hacia la baja y dijo que eran en torno 15.000 los soldados rusos muertos (y que las ucranianas un poco menos que eso).
Yendo a las bajas mortales ucranianas, además del dato entregado por Burns, lo que se ha dicho es -por parte de los rusos- que hubo 23.000 militares muertos hasta abril, mientras que las fuentes occidentales hablaban en ese entonces de 11.000 y las ucranianas de 10.000. Eso, antes de que el propio presidente ucraniano Volodímir Zelenski reconociese posteriormente en junio que en el Donbás estaban muriendo a diario entre 100 y 200 soldados ucranianos, cifras que los rusos reportaban en números que iban entre 100 y 400, dependiendo del día.
Más allá de esos números, Zelenski llamó esta semana a forjar un ejército de un millón de solados, en la lógica de sumar puntos a la credibilidad de su ofensiva en Jersón. Algo que vino aparejado con la visita de su esposa, Olena Zelenska, a Washington donde pidió más y más armas, y consiguió una nueva remesa por $270 millones de dólares. Pero, diversas fuentes de inteligencia -rusas y occidentales- han dicho que esos números de armas y soldados no son relevantes por sí solos, pues los rusos han infligido fuertes bajas entre los soldados ucranianos más preparados y con experiencia, y es más fácil reemplazar un sofisticado armamento que a quien lo opera.
Eso último es -tal vez- el gran problema ucraniano, puesto que el arsenal occidental no está listo para llegar y emplearse, pues requiere de cientos de horas de entrenamiento, las que Kíev simplemente ya no dispuso si pretende batirse en agosto en una gran contraofensiva. Al respecto, los canales pro-rusos de Telegram han mostrado las dificultades de sus rivales, con teléfonos móviles de soldados ucranianos cuyas búsquedas son tutoriales en Google, en ucraniano, para manejar armas occidentales claramente subutilizadas.
Además, la propaganda rusa ha mostrado distintas escenas de la vida cotidiana de jóvenes ucranianos -y no tan jóvenes, pues la edad de reclutamiento se elevó hasta los 40 años para hombres- que huyen de los oficiales de reclutamiento o que se esconden en sus casas. Algo que también la prensa occidental muestra -las necesidades rusas de reclutamiento-, pero que en el caso de Moscú se trata todavía de levas de voluntarios (aunque no es el caso de las levas de las autoproclamadas y pro-rusas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk).
Un último punto -a mi juicio- relevante para comprender la víspera de la batalla, es que días atrás, Zelenski destituyó a su amigo personal y jefe del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), Iván Bakanov, y a la fiscal general Irina Venediktova, dada la acción de 60 funcionarios de esas reparticiones, cuyas actividades califican como sabotaje y traición. Se trata de dos piezas claves en la inteligencia ucraniana, cuyos comportamientos -de ser cierto que jugaban en favor de los rusos- podrían explicar la eficacia de los ataques de precisión rusos en territorio ucraniano, a veces a cientos de kilómetros de distancia del frente.
Eso, pues una cosa es tener un lanza-misiles capaz de pegar en un blanco militar relevante en una coordenada exacta a 500 kilómetros de distancia y otra muy distinta es saber cuál es esa coordenada.
Algunos de los artículos relevantes que sirvieron para este newsletter:
- Ucrania intenta demostrar que puede ganar, citando ataques recientes, por Andrew E. Kramer, para The New York Times.
- Putin cree que va ganando (en español), ensayo de Tatiana Stanovaya, para The New York Times.
- Las fuerzas rusas se atrincheran mientras se anticipa un sangriento contraataque ucraniano en el sur, por Peter Beaumont desde Mykolaiv, para The Guardian.
- Por qué las armas que Occidente envía a Ucrania no serán definitivas en la guerra contra Rusia, por Luis E. Togores, para La Razón de España.
- Estas son las armas que Ucrania necesita para vencer a Rusia, por Rostyskav Averchuk desde Leópolis, para La Razón de España.
- Qué armas ha recibido Ucrania de Estados Unidos y sus aliados, por Hanna Duggal y Marium Ali, para AlJazeera.
- Armas de Ucrania: Qué equipo militar está dando el mundo, por David Brown, Jake Horton y Tural Ahmedzade, para la BBC.
- Los misiles estadounidenses de Ucrania causan nuevos problemas a Rusia, por Tim Lister y Oren Liebermann, para CNN en Español.
- La necesidad de entablar conversaciones de paz sobre Ucrania (en español), por Shlomo Ben-Ami, para Project Syindicate.
- El ejército del millón de hombres: el plan de Ucrania para liberar el sur, por Francisco Carrión en El Independiente.
- La caída de Londres: el declive militar de Gran Bretaña expone el colapso de credibilidad y capacidad de la OTAN, por Scott Ritter, en RT, el canal del estado ruso.
- Zelenski destituye al jefe de seguridad y a la principal fiscal en una reorganización de alto nivel, por Isabelle Khurshudyan y Praveena Somasundaram, para The Washington Post.
- Zelenski quiere reemplazar al principal espía de Ucrania tras fallos de seguridad, por Christopher Miller, para Politico.
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