Cuando las contradicciones sociales llegan al grado de agudización que han alcanzado en nuestro país, necesariamente se extrema el uso de los medios de dominación ideológica. Medios que se alimentan del desconocimiento en que la mayoría de la población permanece respecto de la estructura económica en que se desarrollan sus actividades cotidianas. En este sentido, es muy gráfica la agitación desatada en torno a las relaciones comerciales y financieras con el bloque socialista.
El senador Renán Fuentealba, presidente además del Partido Demócrata Cristiano, trató por todos los medios de iniciar una polémica con el doctor Allende, adjudicándose (en representación de su colectividad) la postura de defensor de la independencia económica y cautelador "del interés de Chile (…) por lo que la DC siempre ha luchado" (carta al general Prats del 18 de diciembre de 1972).
En una carta abierta de amplia difusión, Fuentealba planteó al Primer Mandatario ocho preguntas sobre algunos problemas que, según el parlamentario, había logrado detectar el Departamento Técnico del PDC. Algunas interrogantes: era efectivo, o no, que el gobierno había celebrado convenios comerciales que obligaban a adquirir en la Unión Soviética "equipos anticuados e insuficientes” (pregunta 1); si el gobierno había renunciado a las amplísimas posibilidades que ofrece el mundo industrial moderno", orientando hacia la URSS o sus "mercados cautivos” las cotizaciones para determinados proyectos de desarrollo industrial (pregunta 3). La quinta pregunta cuestionaba el patriotismo del presidente, por haber facilitado el acceso "a los secretos industriales y a la experiencia de nuestras grandes empresas mineras a un competidor potencial como la Unión Soviética.
Vale decir, plantean que la independencia se genera por la inserción de Chile al sistema capitalista mundial, sistema que está en su fase superior de desarrollo llamada imperialista.
Plantear la defensa de la independencia económica en esos términos significa que:
a) Dicha independencia se genera en las "amplísimas oportunidades que ofrece el mundo industrial moderno". De éste. debe excluirse a la Unión Soviética y sus "mercados cautivos", lo cual, si entendemos como tales mercados cautivos al bloque socialista en general (no esperamos del senador y su equipo técnico diferenciaciones entre la URSS y China Popular, por ejemplo), nos reduce este mundo al sistema capitalista. Vale decir, plantean que la independencia se genera por la inserción de Chile al sistema capitalista mundial, sistema que está en su fase superior de desarrollo llamada imperialista.
b) La independencia económica se pierde o se reduce en la medida que se comienzan a abandonar los lazos que expresan dicha inserción y se establecen relaciones con países socialistas. En este sentido, la carta de Fuentealba es bastante explícita, pues contiene expresiones de rechazo a relaciones comerciales (preguntas 1 Y 4), financieras (preguntas 2 Y 6), y tecnológicas (preguntas 3 y 5).
Si se excluye de estos planteamientos el anticomunismo exacerbado, propio de una situación pre-electoral (“los soviéticos se están apoderando de nuestros secretos"), nos encontramos con la vieja receta desarrollista que proclamó por décadas la ''necesidad'' de la sacrosanta inversión extranjera.
Aquí es donde aparece el aprovechamiento ideológico de la ignorancia popular, puesto que el senador Fuentealba -y la derecha en general- está promoviendo como fórmula nueva, la misma que la burguesía y el imperialismo aplicaron en Chile hasta 1970.
Por esta razón es que resulta importante conocer algunas de las facetas del proceso económico de Chile, integrado al sistema capitalista mundial, y también las características que dicho desarrollo y dicha integración determinaron sobre el funcionamiento del sector industrial.
Desarollo industrial e imperialismo
El capital imperialista en general -y estadounidense en particular- se ha orientado siempre de preferencia hacia el sector minero-exportador de nuestra economía (de acuerdo con el Survey of Current Business del Depto. de Comercio de USA, en 1968, el 60,9 por ciento de las inversiones estadounidenses tenía ese destino); pero el desarrollo industrial chileno está también indisolublemente ligado al capital extranjero.
La industria en Chile se mantuvo en una situación embrionaria hasta que el propio sistema capitalista mundial, a través de las empresas de las potencias imperialistas, se decidió a darle un impulso.
El primer gran negocio del imperialismo fue la venta de los bienes de capital que requería la industria nacional que se realizaba a precios monopólicos y crear, además, sólidos lazos de dependencia tecnológica.
Este hecho está directamente ligado al control internacional de la tecnología de avanzada que detentan esas empresas. El acelerado proceso de desarrollo tecnológico que caracteriza al “mundo industrial moderno” y que es propio de las potencias imperialistas -principalmente Estados Unidos- desde fines del siglo XIX, tiene un importante efecto sobre su mercado de bienes intermedios, fundamentalmente de bienes de capital.
De una parte, el desarrollo tecnológico conlleva el desarrollo del sector productor de bienes de capital, lo que implica la necesidad de nuevos mercados en donde colocar la sobreproducción. La demanda de nuevos mercados es también provocada por la reducción del plazo de reposición del capital constante en las empresas originadas igualmente por el acelerado desarrollo tecnológico -que torna tempranamente obsoletas maquinarias y equipos- que aún podrían seguir prestando servicios productivos por mucho tiempo más y que, en muchos casos, probablemente no están siquiera totalmente amortizados al momento de ser ya tecnológicamente obsoletos.
Esta situación se vio agravada históricamente a raíz de la gran crisis del 29 que, si bien redujo los niveles de producción al interior de las grandes potencias, mantuvo prácticamente inalterados (por motivos de la competencia monopólica) los procesos de generación de nueva tecnología.
La mejor salida era destinar el equipo obsoleto a producir en mercados foráneos que garantizaran, además, altas tasas de ganancias, hecho que permitía maximizar la ventaja de controlar tanto la nueva como la vieja tecnología. Estos mercados, obviamente, debían ser aportados por los países periféricos a las potencias. Para ello era necesario que en esos países se desarrollara previamente un sector industrial que hiciera efectiva una demanda de importaciones por las maquinarias y equipos que expresaban materialmente la tecnología obsoleta.
Fue solamente en ese momento que la burguesía nacional pudo desarrollar definitivamente el sector industrial de la economía basándose en los medios que el imperialismo proporcionó y sigue proporcionando, puesto que una vez que se construya una base tecnológica para la industria, no queda más alternativa que seguir alimentándola con nueva tecnología del mismo origen. Por así decirlo, una vez que se adquiere la primera máquina, no queda más alternativa que comprar todos los repuestos y el equipamiento al mismo vendedor en el futuro, las máquinas que contemplen a la primera también tendrán que comprarse ahí. De este modo se fue estructurando una base tecnológica “nacional”, cuyas características pasaron a ser determinadas por las necesidades del desarrollo autónomo de las potencias imperialistas y no en función de los requerimientos objetivos de la economía nacional. Esta es una de las bases de la situación de "dependencia tecnológica-industrial" a la cual nos referiremos en detalle más adelante.
El primer gran negocio del imperialismo fue la venta de los bienes de capital que requería la industria nacional que se realizaba a precios monopólicos y crear, además, sólidos lazos de dependencia tecnológica.
Pero las necesidades del imperialismo eran tales, que no se limitó exclusivamente a estimular el desarrollo del sector industrial de la economía proveyendo su base tecnológica, sino que también se preocupó de entregar un estímulo más directo, instalando sus propias subsidiarias en sectores claves.
Así fue como ya en 1920 se instalan la Compañía Sud Americana de Explosivos, subsidiaria de E.Y. Du Pont de Nemours y la Compañía Chilena de Representaciones, "AGA", productora de oxígeno y gas de acetileno, subsidiaria de A.B. GasaccumuIator-, "AGA". En 1921 la British American Tobacco Company, subsidiaria de la empresa del mismo nombre; en 1927, la Compañía Chilena de Fósforos, subsidiaria de Svensks Tandsticks Aktiebolaget A.B.; en 1928, Otis Elevator Company, ensambladora de ascensores y subsidiaria de la empresa del mismo nombre; Parke Davis & Company, de productos farmacéuticos y J&E Atkinson Company, fabricante de perfumes, subsidiarias todas de las empresas del mismo nombre. Posteriormente, en 1929, se instaló RCA Victor a producir discos por cuenta de su homónima estadounidense.
Durante la década de los 30 y como efecto de la ya señalada necesidad del imperialismo de ampliar sus mercados de exportación de bienes de capital tecnológicamente obsoletos, se produjo una nueva oleada de inversiones directas en el sector industrial chileno. Vale decir. se crearon nuevas industrias que demandaran maquinarias y equipos a los gigantes industrializados.
El intento de desnacionalización total
Después de la Segunda Guerra Mundial, la expansión industrial no correspondió sólo a la necesidad de las empresas imperialistas de contar con un buen mercado de exportación, sino que también a la de exportar su propio capital a fin de desarrollarse, dado el cada vez más restringido marco de sus propias economías nacionales, que ya alcanzaban -en el caso de la potencia hegemónica, Estados Unidos- el auto conferido status de "economía de bienestar".
Se trataba, esta vez, de un intento consciente de copar el sector industrial, desnacionalizándolo. Así fue como las inversiones estadounidenses en el sector industrial, prácticamente se duplicaron entre 1965 y 1968, aumentando de 37 millones a 69 millones (Survey of Current Business US, Department of Commerce.)
El imperialismo procedió primero a "probar" los mercados, entregando licencias de producción y autorización de uso de determinadas tecnologías condicionándolo a una participación minoritaria en la propiedad del capital o, más directamente, del control gerencial de la empresa.
El proyecto, incuestionablemente más serio se aplicó también de manera mucho más calculada, apelando a todos los mecanismos que proporcionaran el control monopólico mundial de la tecnología y el dominio político que el imperialismo tiene sobre la burguesía nacional, cuya aspiración máxima -convencida ya de lo utópico de la competencia- era una integración "beneficiosa'' con él.
Así fue como el imperialismo procedió primero a "probar" los mercados, entregando licencias de producción y autorización de uso de determinadas tecnologías condicionándolo -además de su pago, problema del que daremos cuenta más adelante- a una participación minoritaria en la propiedad del capital o, más directamente, del control gerencial de la empresa. Paralelamente a ello, el mismo imperialismo se beneficiaba de una frondosa legislación cuyo único objetivo era estimular la penetración del capital extranjero.
En este sentido, y sólo para citar un caso, cabe considerar la historia del “Estatuto del Inversionista”, cuya primera versión data de 1954, con el DFL 437 que, a fin de "atraer" al capital extranjero a instalarse en el país, entregaba franquicias tales como la congelación de los tributos vigentes a la fecha del aporte y liberación de aranceles aduaneros. Este decreto fue modificado con posterioridad, mediante la Ley N° 1208, de agosto de 1956, modificación que tendía a restringir las franquicias en algunos casos, y en otros, a hacerlo extensivo también a las empresas nacionales dándoles a estas las mismas garantías que ya se habían concedido a las empresas extranjeras. Pero, posteriormente, en la década de los sesenta, cuando, como ya dijimos, la burguesía nacional terminó de comprender lo ilusorio de plantearse un sentido competitivo con el imperialismo, se volvió a los esquemas entreguistas anteriores, a través del DFL 258 de 1960, conocido como el anterior por "Estatuto del lnversionista".
Resulta realmente lamentable que, para aquella fecha, los componentes del "equipo técnico” de don Renán Fuentealba fueran todavía muy jovencitos -o estuviesen de- "magíster" o "doctorado" en alguna universidad norteamericana- como para "detectar" ésta, que sí era una escandalosa apertura de las fronteras económicas de nuestro país.
Un interesante estudio realizado por Roger Burbach, del North American Congress on Latin America, NACLA (“The Evolutlon of Imperial Institutions. The Chilean Experience"), desarrollado a través del Centro de Estudios Socio Económicos (CESO) de la Universidad de Chile, permite demostrar que en 1970, 44 de las 100 mayores empresas industriales del país eran controladas directamente por inversionistas extranjeros; otras ocho se habían desarrollado bajo control foráneo, pero en la actualidad no presentan signos de ese control. Por último, al asumir el presidente Allende, 36 empresas eran controladas directamente desde el exterior.
Estas empresas representan el verdadero centro motor del sector industrial de nuestra economía.
Ellas, como puede comprobarse, han nacido directamente aliadas al capital imperialista extranjero o capital proveniente del “mundo industrial moderno". Las características de funcionamiento de estas empresas representan literalmente, por lo tanto, "las amplísimas oportunidades" que ofrece este "mundo" que tanto atrae a nuestros burgueses y sus representantes.
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