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Sábado, 19 de Julio de 2025
[Sábados de streaming - Series]

Menem: Primero como farsa, después como tragedia

Juan Pablo Vilches

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Menem.
Menem.

Quien quiera entender a la figura de Menem y al país que lo elevó al poder, mejor que busque en otro lado. Quien quiera respuestas para los enigmas de esa época, no las encontrará. Acá hay redundancia, pero graciosa.

Cuando el resto del mundo aún no sabía quién era Paolo Sorrentino ni había visto La gran belleza (2013) con su felliniana fascinación con Roma, este director de origen napolitano logró uno de los retratos más completos de un –genuino– animal político: Il divo, la espectacular vida de Giulio Andreotti (2008).

Centrada en el pasmoso abismo que era la personalidad de este dirigente democratacristiano, la cinta se tomaba algunas licencias cómicas, como presentar a su entorno de camaradas, aliados, empresarios, policías y sacerdotes a su servicio, con letras sobreimpresas y nombres de chapa, pues en su gran mayoría se trataba de verdaderos delincuentes.

La serie argentina dedicada al ascenso al poder y al primer periodo presidencial de Carlos Saúl Menem (1989-1994) utiliza un recurso similar, presentando rápidamente a una cofradía de personajes de dudosa integridad que rodean al “turco” (Leonardo Sbaraglia) cuando ya era gobernador de la provincia de La Rioja.

Sin embargo, este proceso se realiza en torno a un personaje de otra calaña, Olegario Salas (Juan Minujín), un fotógrafo de simpatías radicales que se ve forzado por la necesidad a sacar fotos de campaña para Menem a instancias su amigo Silvio (Marco Antonio Caponi), quien además es la mano derecha del gobernador y candidato a la primaria peronista.

Desde el comienzo, la serie confiesa la premisa que sostiene todo lo que vendrá después: la imagen es política y la política es imagen. La capacidad de Olegario de captar con la cámara el arrollador carisma de Menem lo convierte en un integrante estable de su “círculo de hierro”, cuyo recorrido por el país haciendo campaña se nutre de cortes bruscos y repetitivos para vestirse de comedia. Y de comedia picaresca, para ser precisos.

Menem es un huracán sonriente que fascina a las masas, pero la serie no se detiene vislumbrar las razones de esa fascinación. Tal vez por escasez de presupuesto o por mera falta de ambición, el hábitat de esta serie es el espacio cerrado de Menem y sus satélites –tanto estables como episódicos–, mientras que el afuera, la Argentina que lo ama y le agradece el entretenimiento y una convulsa esperanza, no es siquiera un enigma. Es un incomprensible mar de fondo, que simplemente está ahí.

Con apenas seis episodios, es entendible que la serie se centre en los momentos estelares del periodo en cuestión, a saber: la campaña y la interna peronista, su toma de poder adelantada y el golpe fallido de Seineldín, el comienzo de las privatizaciones, Cavallo y la paridad con el dólar, el pacto de Olivos y el atentado a la AMIA.

Esta simplificación es justa y comprensible, sin embargo, lo que no es comprensible es que en todo este proceso no se mencionen factores políticos que suelen afectar a un gobierno, como la interna de su partido peronista, que se asume como un apéndice, o la relación con su compañero de fórmula y vicepresidente, Alfredo Duhalde, quien prácticamente no existe en este relato.   

Está bien, esto no es un documental ni es periodismo. Así lo entendió el propio Menem cuando vendió en vida los derechos de esta historia a Amazon, y así lo entendió su hija Zulema, con cuyo beneplácito se filmó esta serie. Y ello explica la renuncia a envolver la figura del protagonista con las complejidades de la política o de su propio carácter, dejándola como una mueca magnética, frenética y sumamente divertida. Y bajo esa premisa, el personaje –y el actor que lo interpreta magníficamente– parecen mal aprovechados.

Eso no quita que la serie tenga gracia. Y que también tenga gracias. Y muchas. Una es el recurso de Olegario hablándole al espectador, explicando lo necesario y recordándonos la artificialidad de esta historia. Otra es el ánimo pachanguero e irreverente con que se narran procesos técnicamente complejos y de consecuencias profundas, como las privatizaciones de Entel o Aerolíneas Argentinas y la paridad.

Lamentablemente, la irreverencia no es desmitificación; en este caso es más bien lo contrario. Lo que vemos acá, desde la interpretación de Sbaraglia, de la música escogida y de los recursos expositivos y narrativos, es una remitificación estridente de un periodo recordado como estridente, una prolongación del mito de la Argentina de la “plata dulce”, y del carnaval capitalista y mediático en cuyo centro resplandecía el presidente de la república.

Y se trata de un resplandor que permitió muchas oscuridades que la serie no tiene la menor intención de iluminar. La autoría del atentado a la AMIA –y a la embajada israelí dos años antes– queda en la penumbra, al igual que la autoría del atentado que mató a Carlos Jr., cubriéndose todo con sobreentendidos e insinuaciones que no hacen más que prolongar lo que sabíamos. Y lo que no.

En ese sentido, la serie parece aspirar a una redundancia que no alcanza a ser recursividad: a ser la recreación ficticia –y como ya vimos, reduccionista– de un periodo dado, con todo lo que se recuerda de él pero sin ganar nada con el hecho de traerlo de vuelta en el formato de serie. Es un show sobre un show, poniendo el foco precisamente en el show.

Otra dificultad importante está en el ficticio personaje de Olegario, su historia y su familia. Y acá el problema está en el diseño y no en la ejecución. Este fotógrafo carga con la misión doble de ser el creador de la imagen de Menem –que el presidente no puede dejar de mirar– y de ser a la vez el hombre común ajeno a ese mundo, y por ello condenado a desencantarse de él.

El personaje es interesante, pero sus tribulaciones colocan a la trama en registros con los que no parece sentirse tan cómoda, y que no alcanza a equilibrar el farsesco tono que tiñe todo lo demás.

Otro asunto a considerar es el timing, el hecho de ser estrenada en un contexto de nuevas privatizaciones y de un neoliberalismo ideológico y bestializado, a diferencia de las decisiones de Menem, movidas ­­–según esta ficción– por el instinto y la necesidad.

Con el inestimable aporte de Milei, la figura y la época de Menem hasta parecen simpáticas, una especie de Belle Epoque con ritmo de cumbia; una farsa que –por esta vez– antecedió a la tragedia.

 

Acerca de

Título original: Menem
País: Argentina
Exhibición: Una temporada de seis episodios (2025), por el momento
Creada por: Mariano Varela
Se puede ver en: Prime Video



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