Según la leyenda, en 1897 el escritor estadounidense Mark Twain publicó una carta donde afirmaba que “los rumores acerca de mi muerte han sido groseramente exagerados”. Estaba respondiendo a una serie de rumores que circulaban acerca de su salud y de sus finanzas personales.
Algo parecido está sucediendo hoy con el dólar. Las noticias de su muerte son prematuras, pero tienen fundamento en una serie de factores macrofinancieros y de comercio internacional.
En los últimos treinta años las políticas monetaria, fiscal y comercial de los Estados Unidos han descansado en una correlación imposible para cualquier otra nación: una deuda pública y un déficit comercial de proporciones gigantescas, gestionados en su propia moneda nacional, que a su vez es utilizada en prácticamente todas las transacciones entre terceros países.
El déficit fiscal norteamericano ni siquiera era un problema sino como parte de la solución: generaba el activo financiero más seguro y apetecido del mundo, por su volumen y liquidez: el bono del tesoro a diez años.
Hasta agosto 1971 estas transacciones se realizaban mediante tipos de cambio fijos entre todas las monedas y el dólar, el que a su vez era convertible en oro a una tasa también fija. Funcionó mientras Estados Unidos era el mayor exportador de bienes y capitales, pero los conflictos en el sudeste asiático, la carrera espacial y armamentista terminaron por hacer tambalear este orden impuesto tras la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos no podía simplemente monetizar el su déficit fiscal puesto que su masa monetaria M1 solo podía crecer en función del oro disponible, cuyos saldos de hecho decrecía frente a los de Alemania, Japón y los países árabes exportadores de petróleo.
La solución de Richard Nixon a este entuerto fue sencilla, audaz y brutal: terminar con la convertibilidad dólar oro, negociar una salida honorable para la guerra en Vietnam y abrir relaciones diplomáticas con China. Había nacido el nuevo orden mundial.
Un orden que se mantendría con altibajos, pero siempre articulado en torno al dólar. Durante el gran apretón monetario de 1979-82, que hizo quebrar a toda América Latina, la deuda con los bancos estaba denominada en dólares y los gobiernos endeudados como el chileno salieron a cazar dólares donde los hubiera.
Durante las crisis globales de los años 98-99 y 2008-2009, a las naciones ahogadas el FMI los ayudaba con líneas de crédito en dólares. Si la crisis explotaba en territorio propio, ya fuera por la burbuja financiera puntocom o por la burbuja inmobiliaria subprime, la respuesta era exactamente igual: la FED compraba bonos de deuda pública, los pagaba con dólares recién impresos y asunto resuelto. Del problema social que se hicieran cargo Dios y Netflix.
El déficit fiscal norteamericano ni siquiera era un problema sino como parte de la solución: generaba el activo financiero más seguro y apetecido del mundo, por su volumen y liquidez: el bono del tesoro a diez años. Los países que acumulaban superávits comerciales con EE. UU. acumulaban también enormes stocks de bonos, y así operaba el patrón-dólar, una diplomacia financiera no reconocida como tal.
Y entonces llegó el COVID, una amenaza exógena a la economía, pero que llevó el modelo hasta su paroxismo en términos de liquidez y su punto de quiebre político.
El mundo multipolar será un mundo multidivisas, y para que eso ocurra deberán darse una serie de condiciones que todavía no existen.
Hoy se habla de la muerte de dólar tal como en su momento se rumoreó la muerte de Mark Twain, un coloso literario endeudado y vulnerable. Es una noticia prematura, pero que algún día se materializará. Los antiguos socios de Estados Unidos han comenzado a perder la paciencia y varios se han vuelto derechamente hostiles. El unilateralismo de Bush y el nativismo de Trump socavaron las alianzas políticas. Ahora Biden no da pie en bola y enfrenta a una rebelión saudita que, a pesar de lo que se diga, no es la primera (la anterior fue en octubre de 1973). El resultado, según se ha anunciado, es que de ahora en adelante sauditas y chinos, chinos y brasileños saldarán su comercio bilateral en sus propias monedas. Rusia contribuirá lo suyo para desdolarizar los mercados mundiales de energía, y todo ello supondrá una pérdida notoria de influencia, a la vez que un encarecimiento estructural del capital en la cuna del capitalismo.
Es comprensible porque, después de todo ¿dónde se cometieron las especulaciones más temerarias, las más ridículas? La emprendedora que engañó a inversionistas sofisticados en miles de millones con un testeo de sangre trucho. Los adolescentes que jugaban con bitcoins. La tienda de mascotas que nunca facturó un centavo. ¿Por qué habría de seguir subsidiando el resto del planeta cosas así a través del privilegio del dólar y la sobreoferta de deuda pública de los Estados Unidos de América?
Hoy existe una curiosa convergencia entre la izquierda y la derecha libertaria para dar por muerto al dólar, pero la transición será probablemente mucho más lenta. El mundo multipolar será un mundo multidivisas, y para que eso ocurra deberán darse una serie de condiciones que todavía no existen. ¿Qué espera China para liberar su tipo de cambio y promover un mercado de deuda pública en yuanes? Probablemente lo veremos cuando el escenario mundial ya no admita otra salida.
Comentarios
Se agradece el esfuerzo de un
Excelente artículo. Gracias
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