Hace un tiempo, Netflix tuvo en su catálogo un documental de Michael Moore llamado ¿Qué invadimos ahora? (2015), aludiendo a la compulsión estadounidense de invadir enarbolando una biblia de filantropía con una mano mientras saquea impenitentemente con la otra. La propuesta esta vez consistía en dejarse caer en países europeos, pero no para llevarse recursos sino políticas públicas que resolvieran algunos de los problemas y carencias más acuciantes del país y de sus habitantes.
El plan de legalización de drogas de Portugal, la universidad gratuita de Eslovenia, las vacaciones pagadas de Italia, la nutrición escolar en Francia, la participación sindical en los directorios de las empresas alemanas y así, suma y sigue. La paradoja que Moore se complace en explotar es que muchas de estas ideas fueron creadas e implementadas en Estados Unidos en el pasado previo a la barbarie neoliberal, por lo que la figurada invasión es en realidad una invitación a restaurar algo valioso que su país perdió y –lo que es peor– olvidó.
Al ver el espectáculo total que es la película india RRR, cuesta no pensar en el estado del entretenimiento estadounidense y del agotamiento de ideas que se refleja sucesivamente en la sobreexplotación de franquicias compuestas por películas y series predecibles en su estética y en sus valores
Al ver el espectáculo total que es la película india RRR, cuesta no pensar en el estado del entretenimiento estadounidense y del agotamiento de ideas que se refleja sucesivamente en la sobreexplotación de franquicias compuestas por películas y series predecibles en su estética y en sus valores. Y cuesta no pensar en Michael Moore y en la peregrina idea de una invasión estadounidense a Hyderabad –capital del estado indio de Telangana, donde se filmó RRR– para recuperar aquello que olvidaron.
Tres mini historias, cada una con una R prominente en sus respectivos títulos (story, fire, water), configuran un mapa bastante simple de lo que vamos a ver. Una niña es secuestrada de su tribu por el gobernador británico en India; un policía indio (Ram Charan) es sistemáticamente ignorado para ascender pese a demostrar todos los méritos para hacerlo, menos el color de piel; la gobernación británica se entera de que la tribu envió a un 'tigre' (N. T. Rama Rao Jr.) a rescatar a la niña. El policía se ofrece a capturarlo, y por un giro del destino se conocen y se vuelven amigos inseparables, sin conocer sus respectivas identidades.
Este es el 'qué'; nada muy original a decir verdad. Sin embargo, lo importante es el 'CÓMO'. Y sí, con mayúsculas. El secuestro de la niña se enmarca en el maniqueísmo extremo entre la tribu y su entorno natural (lo bueno) versus la presencia de los británicos, sus aristócratas y sus tropas (lo peor). Esta dicotomía radical, indigerible en las ficciones occidentales de corte histórico, acá no solo parece tolerable sino necesaria para sustentar lo que vendrá después; y que también parece alineada con la desbritanización (por llamarla de alguna manera) que vive el país, y a la cual se debe que lo que conocimos como Bombay hoy se llame Mumbai, por ejemplo.
Por su parte, las presentaciones del policía indio y del 'tigre' son derechamente orgiásticas en su violencia, exceso e inverosimilitud, logrando establecer con el espectador una relación basada en la incredulidad ante lo que se ve –y ante la forma en que esto fue elaborado– con la promesa latente de que pronto aparecerá otra escena aún más sorprendente.
Por su parte, las presentaciones del policía indio y del 'tigre' son derechamente orgiásticas en su violencia, exceso e inverosimilitud, logrando establecer con el espectador una relación basada en la incredulidad ante lo que se ve –y ante la forma en que esto fue elaborado– con la promesa latente de que pronto aparecerá otra escena aún más sorprendente.
Y así ocurre, una y otra vez.
Este espectáculo impenitente tiene y restaura una energía y cierta ingenuidad que alguna vez conocimos y que no sabíamos que extrañábamos. Probablemente, un fenómeno análogo al éxito sostenido de las teleseries turcas, con su maniqueísmo y su romanticismo ahogado en un decoro que hace atractiva a la ficción pero no necesariamente a lo pasa fuera de ella.
Una vez que los protagonistas se conocen –en otra escena de acción de antología–, la película alterna el afianzamiento de su amistad, sus respectivas pesquisas y la aparición del interés romántico de uno de ellos, con algo de acción y también con un número musical igualmente excesivo, además de elocuente.
Así como Zhang Yimou proclamó con Héroe (2002) el inevitable ascenso de China como superpotencia mundial, RRR usa una pieza musical –ni siquiera esencial para la trama– para declararle al mundo sus aspiraciones a la hegemonía cultural, donde la 'acción', el 'sabor' y la 'candela' del siglo que viene saldrán del subcontinente.
Con coreografías complejas, multitudes de bailarines y un ritmo frenético multiplicado por el color. ¿Será para tanto? El fenómeno causado por RRR hace pensar que… tal vez.
La incredulidad con esta película sigue creciendo, incluso una vez que termina, cuando nos enteramos de que los dos protagonistas son personas reales –Komaram Bheem y Alluri Sitarama Raju– precursores de la Independencia de India en los años 20. Ambos héroes pertenecían al pueblo telugu (idioma en que se filmó la cinta, aunque Netflix la exhibe doblada al hindi), y sin embargo nunca se conocieron; pero la película se tomó la libertad de ficcionar un periodo de su juventud donde sí se encontraron, para el deleite de nuestros ojos y oídos ahítos de estímulos estandarizados.
Así como Zhang Yimou proclamó con Héroe (2002) el inevitable ascenso de China como superpotencia mundial, RRR usa una pieza musical –ni siquiera esencial para la trama– para declararle al mundo sus aspiraciones a la hegemonía cultural, donde la 'acción', el 'sabor' y la 'candela' del siglo que viene saldrán del subcontinente.
La duración de esta cinta permite que en la práctica tengamos dos películas en una, donde cada una de las dos partes tiene una estructura construida para sus respectivas escenas finales, las que en verdad lo llevan todo a un paroxismo que se ve muy poco. Casi nunca. Superando incluso finales tan radicales como el de Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino, 2009), cinta que el propio director de RRR –S. S. Ramajouli– nombró como una influencia directa para su película. Y es muy probable que Perros de la calle (1992) también lo sea.
Y con esto volvemos al principio. A los productos ideados por Estados Unidos cuya calidad y espectacularidad ya no parece capaz de replicar y menos de superar. Pero en India sí se pudo. Es más o menos lo que pasa con el osito Paddington: nacido en Sudamérica, pero criado en los valores de la ideología imperial británica, llega al Reino Unido como un amable inmigrante cuya inserción es posible porque le recuerda a los británicos los modales y la civilidad que alguna vez tuvieron (o creyeron tener) y que en algún momento perdieron y olvidaron.
Viendo lo que suele hacer Hollywood con los talentos extranjeros que coopta para revitalizarse, lo deseable es que S. S. Rajamouli no haga como Paddington y se quede trabajando en Film Nagar, Hyderabad, India.
Acerca de…
Título: RRR (Rise Roar Revolt) (2022)
Nacionalidad: India
Dirigida por: S. S. Ramajouli
Duración: 185 minutos
Se puede ver en: Netflix
Comentarios
Añadir nuevo comentario