La pandemia acercó a mucha gente a la labor epidemiológica y también atrajo a muchos a ensayar ‘bolas de cristal’ tecnológicas para anticipar lo que ocurriría semanas o incluso meses después. En aquel momento, quienes nos dedicamos a la epidemiología desde antes de que estuviera de moda, explicábamos que no se trata de una ciencia predictiva, sino de un conjunto de técnicas que, en el caso de las enfermedades trasmisibles, permiten su control en las poblaciones.
Sin embargo, pasados varios años, es posible anticipar ciertas tendencias. Una de ellas es la constatación de que, hasta ahora, la vuelta masiva de las personas por las vacaciones ha venido asociada a un brote.
En efecto, fue en esta época -en 2020- que se comenzó a detectar los primeros casos de Covid-19. En 2021, marzo también tuvo su brote de vuelta de vacaciones, y en 2022, en mismo mes, nos encontramos con el mayor peak producido hasta ahora en Chile, con hasta cuatro veces más casos por semana que cualquier peak anterior. Esto último es muy interesante, pues coincidió con un momento de excepcional cobertura de vacunas, no logrado posteriormente.
Nuevos casos covid-19 2023

Podemos identificar varios factores en esta dinámica.
Uno de los fundamentales es la vuelta de las personas desde sus vacaciones en el extranjero. Los masivos viajes fuera de Chile implican la llegada de gente que ha estado expuesta a diferentes realidades epidemiológicas y a virus que, aunque no constituyan necesariamente variantes nuevas, están sujetos a suficiente variabilidad ‘en detalles’, como para desafiar nuestras defensas colectivas.
Este año debemos tener en cuenta el efecto del fin de la estrategia de Covid Cero que había aplicado China y que significó un brote importante entre su población durante los meses invernales de allá (y de verano de acá). Dado el volumen de la población china (más de 80 veces mayor que la de Chile, con 1,4 mil millones de habitantes), es indudable su potencial como punto de partida de nuevas oleadas pandémicas. La poca transparencia del llamado ‘gigante asiático’ es un factor a tener en cuenta cuando se trata de entender el efecto dominó que puede producir lo que ocurra allá. Aun cuando sus autoridades han declarado oficialmente el fin del brote - asumiendo que esto sea verdad-, de todos modos, su efecto podría sentirse a este lado del mundo.
Los masivos viajes fuera de Chile implican la llegada de gente que ha estado expuesta a diferentes realidades epidemiológicas y a virus que, aunque no constituyan necesariamente variantes nuevas, están sujetos a suficiente variabilidad ‘en detalles’, como para desafiar nuestras defensas colectivas.
Otro factor relevante es el de la mayor exposición de la población a situaciones de riesgo, como el transporte público. Tomando un ejemplo extremo, podemos visualizar esta diferencia en la forma en que opera el Metro de Santiago en vacaciones, con mayor espacio, muchas veces bastante desocupado, comparándola con su funcionamiento a partir del llamado ‘super lunes’. El resultado es mucha gente hacinada por tiempos prolongados, lo que implica un riesgo mucho mayor de trasmisión.
Esto último se ve agravado en esta época por el cambio de temperaturas asociado al fin del verano. En ciudades como Valparaíso ya es notorio cómo la gente comienza a cerrar todas las ventanas en el transporte público ‘para no enfermarse’. Está arraigado en nuestra ‘sabiduría popular’ la idea de que hay que encerrarse para que no entre el frío y con éste las enfermedades. Es curioso, pensando que William Harvey había planteado hace ya más de 400 años la relación entre la circulación del aire y la salud. Los pueblos americanos que construyeron grandes ciudades antes de la llegada de Cristóbal Colón también sabían lo importante de mantenerlas adecuadamente ventiladas. Sin embargo, la seudociencia del siglo 20 instaló esta idea de que hay que encerrarse para evitar enfermedades, lo que ha seguido instalado hasta ahora. Cabe señalar que la administración de Sebastián Piñera no hizo nada por cambiar esto, ensimismada en campañas centradas en un ‘triunfalismo vacunal’.
A este respecto, cabe tener en cuenta que, si bien las vacunas no son una solución mágica a la trasmisión del virus, ni mucho menos; sí pueden colaborar a reducir su velocidad. Esta vuelta de vacaciones nos encuentra con coberturas bajas, tanto en las vacunas monovalentes, (que se enfocan al virus en su forma original), como a la bivalente (que considera las variantes tipo Omicrón, más trasmisibles).
Ante esta situación, también es interesante plantearnos la capacidad y posibles estrategias de respuesta a nivel de la administración de salud.
Un factor positivo y de alta relevancia es la capacidad actual de los equipos técnicos. Esta vez, el Ministerio de Salud (Minsal) está encabezado por una de las mayores especialistas en control de enfermedades trasmisibles del país. La ministra Ximena Aguilera fue, de hecho, una de las expertas enviadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) ante el primer brote de SARS CoV1 en China.
Y no se trata solo de las capacidades en sí de la persona que encabeza la cartera, sino que también las del general de este equipo ministerial, que tiene preparación técnica real; muy lejos de los tiempos de Jaime Mañalich o Enrique Paris.
Debemos tener en cuenta también la capacidad de priorizar este tema en el momento actual. Aquí cabe considerar al menos dos elementos relevantes: la deuda de prestaciones no Covid pendientes y el escenario de confrontación con las Isapres en el plano tecnopolítico.
Sin embargo, debemos tener en cuenta también la capacidad de priorizar este tema en el momento actual. Aquí cabe considerar al menos dos elementos relevantes.
Por una parte, después de años de reenfocar el sistema de salud hacia la respuesta a la pandemia se generó una importante deuda en otras prestaciones de salud. Para responder a la pandemia, los equipos debieron reformular radicalmente sus actuaciones y dejar de lado grandes áreas, como la salud mental, los controles de personas crónicas y la resolución de patologías complejas en los hospitales. Las restricciones en el uso y la capacidad de los espacios de atención contribuyeron a generar esta deuda de prestaciones.
Por otro lado, en el plano tecnopolítico, el Minsal se encuentra en un escenario de confrontación frente a un sistema de Isapres que se ha hecho inviable, al exigírseles mayor ética en sus cobros. Las Isapres concentran un gran poder, acumulado por décadas de trenzas que las ligan a las grandes fortunas, y no solo respecto de las de este pequeño país con vistas al mar. Razón por la cual reaccionan como elefantes heridos, utilizando todo su poder, que incluye el amplio poder parlamentario de las derechas (y de algunos que se dicen más a la izquierda), para priorizar su problema en la agenda de la salud, por sobre otros más importantes, como podría ser este eventual rebrote.
Estos estertores finales de las Isapres implican, por un lado, que el Ministerio deba prestar considerable atención a la dimensión política del conflicto, en un escenario donde La Moneda no ‘presta demasiada ropa’, al avecinarse cambios en los equipos ministeriales, lo que debilita a todas las carteras, aunque estén bien evaluadas.
Por otro lado, el desplome de ese símbolo del neoliberalismo, de la salud entendida como un bien de mercado, implica una transferencia de un importante volumen de personas desde un sistema fallido al sistema público, considerando que el sistema privado atiende al 17% de la población. Si tomamos en cuenta las estimaciones hechas por las propias Isapres, estas han pronosticado un aumento de hasta 71% en las prestaciones insatisfechas, si es que se produce una migración masiva a Fonasa, lo que representa el ingreso de un gran volumen de pacientes con problemas de salud mayores respecto de los usuarios habituales de Fonasa.
Si bien este proceso masivo de migración del sistema privado al público debe producirse con posterioridad a un eventual nuevo brote, los equipos de salud requieren prepararse desde ya para ese escenario. Algo que además va generar presión desde antes, dada la posible migración adelantada de quienes anticipan el colapso del sistema privado y quieren evitar esperar hasta el último minuto.
Un posible nuevo aumento de casos encontraría, entonces, al sistema tensionado en varios sentidos.
La buena noticia es que la experiencia de años previos nos ha ido mostrando que deberíamos esperar un brote ‘más suave’.
Es difícil esperar que se pueda reparar el daño provocado por las malas campañas de comunicación de la administración pasada. Por ello, es razonable pensar que esta tendencia seguirá un curso natural, sin gran impacto de las intervenciones que se puedan implementar.
Por un lado, los primeros brotes significaron que mucha gente en condiciones delicadas de salud falleciera por causas directamente asociadas a Covid o incluso por otras causas, dadas las tensiones previas al sistema. Esto implica una reducción de la población en mayor riesgo de complicaciones. Personas que -por desgracia- están ahora fuera de la ecuación, pero cuya ausencia hoy ‘alivia’ el sistema.
Por otro lado, las nuevas variantes han mostrado menor impacto en casos graves y muertes. Se suma el hecho de que la población ha adquirido progresivamente inmunidad, lo que no es un fenómeno de todo o nada, sino una gradual mayor protección. Es esto también incide que, biológicamente, cualquier virus que vaya a perdurar, requiere no matar rápidamente a quienes infecta, lo que introduce una presión evolutiva no despreciable.
En conclusión, existe una razonable probabilidad de que en las próximas semanas tengamos una nueva subida de casos de Covid y el escenario más probable, si esto llega a ocurrir, es de una enfermedad con pocos casos graves y no demasiado letal.
Es difícil esperar que en tan poco tiempo se pueda reparar el daño provocado por las malas campañas de comunicación de la administración pasada, como para que cambien los hábitos de ‘encerrarse para evitar que entre el virus’, o usar la mascarilla como amuleto, esté o no indicada para la situación y, de cualquier manera.
Por ello, es razonable pensar que esta tendencia seguirá un curso natural, sin gran impacto de las intervenciones que se puedan implementar.
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