Estamos donde tú estás. Síguenos en:

Facebook Youtube Twitter Spotify Instagram

Acceso suscriptores

Viernes, 19 de Abril de 2024
Octubre de 1969

Historia: la rebelión del general Viaux y el Tacnazo

Manuel Salazar Salvo

Hace 50 años se produjo la primera asonada militar que -en parte- anticipó lo que iba a venir. El intento del golpe de Estado tomó por sorpresa al gobierno de Eduardo Frei-Montalva. Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes de este movimiento militar? En esta serie de varios capítulos, INTERFERENCIA reconstruye la historia.

Admision UDEC

En las elecciones parlamentarias de 1965 el Partido Demócrata Cristiano, PDC, arrasó en las urnas y consolidó su posición para actuar como partido único de gobierno. Los derechistas partidos Liberal y Conservador, por su parte, decidieron unir sus fuerzas y constituir un nuevo referente político al que denominaron Partido Nacional, y al que sumaron a los miembros del pequeño partido llamado Acción Nacional, fundado en 1963 por Jorge Prats Echaurren, que había conseguido apenas el 0,62 % de los votos en los últimos comicios.

No obstante su escasa representatividad, los integrantes de Acción Nacional consiguieron la mayoría de los cargos en la dirección del nuevo conglomerado surgido en abril de 1966. Su primer presidente fue Víctor García Garcena, secundado por el pratista Sergio Onofre Jarpa.

En julio de 1967 el gobierno llamó a retiro a ocho generales, incluido el comandante en jefe del Ejército, Bernardino Parada. Pocas semanas después hizo lo mismo con el comandante en jefe de la Armada, el almirante Jacobo Neumann. Una semana más tarde, en el tercer piso del Club de La Unión, decorado con claveles rojos y todas sus arañas luminosas encendidas, se realizó un almuerzo en honor al marino. La manifestación la ofreció el almirante en retiro Ronald Mac Intyre y estaban presentes Hugo Zepeda, Jorge Prat y Sergio Onofre Jarpa, entre otros destacados miembros de la derecha.

Entre corvina con mayonesa y pollo con arvejitas y champiñones, Mac Intyre dijo que la destitución de Neumann había producido sorpresa y confusión. Pidió que se legislara para que los altos mandos de las Fuerzas Armadas se retiraran sólo por enfermedad o extrema vejez y que, si se les pedía su renuncia, las causales deberían explicársele al Congreso para que todo el país las conociera. Más tarde, antes del último brindis en copa de pata larga, los asistentes comentaron con indisimulado entusiasmo las tácticas políticas de Onganía, Castello Branco y otros militares que en Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay dirigían gobiernos castrenses. Varios de esos nuevos regímenes militares tenían su raíz ideológica en el integrismo católico y en las relaciones establecidas por oficiales de diversos países en la Europa de la postguerra. 

ceremonia_militar_en_el_regimiento_de_artilleria_tacna.jpg

Ceremonia militar en el Regimiento de Artillería Tacna
Ceremonia militar en el Regimiento de Artillería Tacna

Los nacionalistas, insertos en el nuevo partido de la derecha, con el apoyo de los parlamentarios del sector y los medios de comunicación afines, se transformaron en voceros de las demandas de la oficialidad joven. Tal apoyo político fue acompañado de actividades secretas para alentar los actos sediciosos que comenzaron a impulsar los uniformados “rebeldes”.

La muerte del teniente Merino 

El 12 de noviembre de 1965, poco después de la muerte del teniente de Carabineros Hernán Merino Correa, en Laguna del Desierto, en la zona patagónica, en un confuso incidente con gendarmes argentinos, la comisión de Defensa del Senado sostuvo una urgente y secreta reunión con el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. En el fondo, la única pregunta que atravesó el encuentro fue: “¿Está Chile preparado para enfrentar una emergencia militar? Y la inquietante respuesta fue que no lo estaba en absoluto. El episodio marcó el inicio de los planes modernizadores de las  FF.AA., incipientemente asumidos por el general Bernardino Parada, comandante en jefe del Ejército, con la creación de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales, en 1966.

 

Los escasos recursos disponibles permitieron también cambiar la metodología de instrucción del Ejército, fundada en los parámetros prusianos de comienzos de siglo. Se solicitó al Cuerpo de Infantería de Marina –de formación estadounidense– que reinstruyera a los oficiales y clases del Ejército en una formación militar básica más acorde con los tiempos que corrían.

La medida no gustó mucho –en realidad, no gustó nada– a los hombres del uniforme gris. En la Escuela de Infantería de San Bernardo, el entonces capitán Hernán Saldes Irarrázaval inició, con la venia de sus superiores, una virtual revolución militar. Se llegó a contratar los servicios de un consumado cuatrero, recluido en la cárcel de San Bernardo, para que mostrara las ventajas del corvo como elemento del combate cuerpo a cuerpo y de la rápida eliminación de centinelas.

En todo caso, los medios presupuestarios asignados a la Defensa Nacional no permitieron mayores avances. Los políticos, según los círculos militares, no lograban comprender y asumir las claras debilidades militares chilenas, y menos la peor de las posibilidades de conflicto estudiadas por los estados mayores institucionales: la HV3 (Hipótesis Vecinal 3), la temida guerra simultánea con Perú, Bolivia y Argentina.

Durante la administración del presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970) las fuerzas armadas sufrieron su peor momento como corporación, cuando el presupuesto que, en general, había promediado el 13%, cayó al 9%, provocando una serie de movimientos de descontento entre la oficialidad joven y la suboficialidad, tales como el “Manifiesto de los Tenientes”, la “Reunión de la Pílsener”, la “renuncia” de los estudiantes de la Academia de Guerra y el denominado “Tacnazo”.

Como se planteaba en la Fuerza Aérea: “América Latina debe enfrentar los inquietantes problemas militares de la guerra fría y sus secuelas de subversiones, si no quiere ser pasto seguro de las huestes marxistas leninistas, cuyas tropas ya se encuentran en algunas partes del continente”.

El gobierno de Frei solicitó a las fuerzas armadas su colaboración para la promoción popular y en la política habitacional. Más de dos décadas después, el general (R) Alejandro Medina Lois recordaría que “…con los escasos medios del ejército motorizado y con cargo a la bencina que era para instrucción, entonces había que andar trasladando poblaciones… lo que no lo dejaba de indignar a uno como oficial”.

Junto a este nuevo rol social, se acentuó la presencia militar estadounidense. Hubo un respaldo oficial a la Operación Unitas, reuniones de inteligencia con argentinos y estadounidenses, creación de escuela de comandos y otras iniciativas que fortalecieron la política antisubversiva.

Rebelión en la Academia de Guerra

En mayo de 1967,  la oficialidad joven de la Armada entregó una carta a su alto mando y a las autoridades políticas donde manifestó “...la urgente necesidad de mejores medios técnicos y de alza en los sueldos”. La misiva, denominada por la prensa como el “Manifiesto de los Tenientes”, mostró nítidamente la inquietud de los mandos medios de la Escuadra Nacional, convencidos de lo que para ellos era una evidente desidia de sus jefes y de las autoridades políticas.

En agosto, se publicó una carta en el diario El Mercurio, supuestamente escrita por un comandante,  que resumía el pensamiento de un sector importante de los militares y que en parte señalaba: “...no tenemos derecho a deliberar en política; pero no somos tarados mentales”, agregando que “en estos momentos está, justamente, produciéndose efervescencia en nuestra oficialidad joven y nada bueno puede traer”.  En su carta el firmante “coronel NN”, exigía remuneraciones dignas para los uniformados y un aumento en el presupuesto destinado a la defensa.

Coincidentemente empezó a circular el libro “Frei frente a frente. El Kerensky chileno”, editado en Buenos Aires por Fiducia, donde se afirmaba que “Elementos de las tres armas estarían seriamente contrariados con el proceso de izquierdización que el Gobierno está promoviendo en todos los sectores de la vida nacional”.

En un subcapítulo titulado “Insatisfacción en los medios militares”, se publicó un cuadro comparativo de los sueldos pagados en la Corporación de la Reforma Agraria (Cora) y en la Corporación de Mejoramiento Urbano (Cormu), versus los obtenidos por los oficiales de las Fuerzas Armadas. Bajo el cuadro se comentaba: “Esto significa que un muchacho de 18 años, con 4° año de humanidades, que recién entraba a prestar servicios en Cora o Cormu (demócrata cristiano desde luego, como todos los que se habían instalado en esos y otros servicios), ganaba más que un general de Ejército o de otras Fuerzas Armadas, con 40 años de servicio y con muchas jornadas de intensa preparación y perfeccionamiento profesional”. El libro fue prohibido y requisado.

general_bernardino_parada.jpg

General Bernardino Parada
General Bernardino Parada

 

Miembros de la misión militar de Estados Unidos hicieron llegar a oficiales chilenos algunas listas de las remuneraciones de militares de los diversos países latinoamericanos. Los chilenos aparecían comparativamente en los escalones más bajos.

Por esos días  se congregó en el Club Militar más de un centenar de oficiales jóvenes del Ejército. En el encuentro, conocido como la “Reunión de la Pílsener”, los uniformados deliberaron acerca de la situación económica que afectaba a su institución y la actitud poco comprometida que manifestaba el alto mando frente a la frustración profesional y personal que los afectaba.

Un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea de Chile, FACh intentó encauzar el malestar a través de algunas reuniones donde participaron tenientes y capitanes. Uno de los involucrados, el comandante de Escuadrilla (r) Carlos Castro, en esos años estudiante de la Academia de Guerra, afirmó que el contacto con los miembros del Ejército fue Horacio Toro. El 18 de marzo de 1968 se realizó una asamblea en el Club Militar a la que asistieron 45 capitanes, tenientes y subtenientes, todos del Ejército. Pretendían ponerse de acuerdo para ir al Congreso Nacional y reclamar por la postergación de los ascensos de 20 oficiales, entre coroneles y generales. Acusaban al gobierno de usar a los militares en la represión en las zonas de Emergencia de Chuquicamata y El Teniente.

La rebeldía militar estalló el 1º de mayo en la Academia de Guerra del Ejército, cuando 98 de los oficiales alumnos pertenecientes al curso regular y al de informaciones, a través de sus profesores jefes, presentaron individualmente su renuncia a la institución. En la Academia Politécnica, en tanto, otros 54 tomaron igual decisión. Esa actitud, según el general (r) Horacio Toro Iturra, involucrado en el movimiento, comenzó a ser imitada en los restantes institutos militares.

El general (r) Horacio Toro recordó años después:

El descontento por el estado de postración institucional era creciente en el Ejército. Sentíamos la necesidad de expresar públicamente nuestro malestar de modo que pudiera ser percibido por el Alto Mando y el gobierno, y así encontrar un camino de salida para esa desmoralizante situación pero con la precaución de no configurar ninguna forma de delito militar. El curso de acción que elegimos fue el de presentar nuestras respectivas renuncias a los comandantes de cuerpo o jefes de altas reparticiones, indicando escuetamente la razón de ella, con la intención de ampliar verbalmente la fundamentación si se presentaba la ocasión de conversar con nuestros superiores. Acordada la forma de actuar, se procedió a ‘correr la flecha’, de amigo a amigo, en una cadena que se tejió día a día con gran persistencia y reserva.

Cuando tuvimos ‘masa crítica’, los oficiales más próximos o amigos de los comandantes de regimientos o de los jefes de reparticiones les plantearon lo que estaba ocurriendo. Ese fue el momento culminante de la operación; los jefes podrían haber reaccionado violentamente aplicando todo el peso disciplinario, pero conocieron sólo el último eslabón de la cadena y también vivían los mismos problemas que el resto de la institución. El resultado fue que en el marco de las divisiones que estaban en ebullición, los comandantes de unidades se consultaron, analizaron la situación y decidieron.

Hubo jefes que aprobaron de inmediato lo actuado y se convirtieron en impulsores de la idea frente a sus compañeros de grado que tenían mando de tropas. Otros se resistieron pero, de todos modos, as renuncias fueron presentadas un día preciso en Santiago, San Bernardo, Puente Alto, Los Andes, San Felipe, Quillota, Viña del Mar y Valparaíso. El efecto fue el de una bomba de neutrones. Estaba todo en pie; aparentemente no había ocurrido nada, pero el corazón del Ejército estaba convulsionado. Los comandantes de división recibieron las renuncias de sus comandantes de regimientos y en un infructuoso esfuerzo trataron de congelar el fenómeno guardándolas en sus cajas fuertes. El comandante en jefe fue mal informado; se trató de minimizar frente a él la dimensión de lo ocurrido, pero al final el hecho trascendió a las esferas de gobierno y se produjo el relevo del ministro de Defensa y del comandante en jefe del Ejército, tal como lo conoció el país a través de escuetas informaciones periodísticas.

Aquella actitud, la más grave de las ocurridas hasta ese momento, fue motivada por la paralización en el Congreso del proyecto de aumento de las remuneraciones del personal de las Fuerzas Armadas, en contraste con la rapidez con que se había aprobado el reajuste de la dieta de los congresistas pocos días antes. 

Sale Miqueles y entra Castillo

La crítica al alto mando que llevó consigo las “renuncias” significó para el entonces comandante en jefe del Ejército, general Luis Miqueles Caridi el ser llamado a retiro junto a los generales Jorge Quiroga Mardones, René Cabrera Soto y Rodolfo Abé Ortiz. El ministro de Defensa, Juan de Dios Carmona, fue reemplazado por el general (r) Tulio Marambio Marchant; en Hacienda, Sergio Molina le entregó su cargo a Andrés Zaldívar. El mando del Ejército lo asumió el general Sergio Castillo Aránguiz, primo de los hermanos Jaime y Fernando Castillo Velasco y tío de Raúl Troncoso Castillo, prominentes figuras del PDC.

general_sergio_castillo_aranguiz.jpg

General Sergio Castillo Aranguiz
General Sergio Castillo Aranguiz

 

Por esos días, Luis Hernández Parker, considerado el mejor redactor político de la época, escribió en la revista Ercilla: “Las renuncias de los ‘académicos’ no eran, necesariamente, actos de rebeldía. Es habitual que muchos oficiales cuelguen sus uniformes porque la actividad privada les ofrece mejores perspectivas. Pero, en este caso, la repetición cotidiana había sobrepasado las fronteras normales, y los 152 oficiales no se retiraban únicamente ‘porque ganamos poco y afuera ganamos más’. Protestaban por las rentas de otros servicios y vociferaban por la ‘insensibilidad de los políticos, que sólo escuchan a los gremios que gritan y se declaran en huelga”.

En 1968, unos 80 oficiales que estudiaban en la Academia de Guerra presentaron sus expedientes de retiro voluntario y se quejaron de los bajos sueldos.

Coincidentemente con las protestas de los oficiales de las Fuerzas Armadas, ese mismo mes de mayo de 1968, el Movimiento de Acción Democrática publicó en la prensa un llamado al ex presidente Jorge Alessandri (1958-1964) para que aceptara ser candidato en las próximas elecciones de septiembre de 1970. Un comité de recolección de firmas encabezó la iniciativa, integrado por Eduardo Boetsch, Adolfo Silva Henríquez, Jaime Guzmán Errázuriz, Guillermo Feliú Cruz, Jorge Délano y Hugo Gálvez. Ese movimiento se amplió en marzo de 1969 al Movimiento Independiente Alessandrista que encabezó Ernesto Pinto Lagarrigue y formaron Ernesto Ayala, Eduardo Boetsch, Guillermo Carey, Carlos Cruz Coke Ossa,  Jaime del Valle Alliende, Jorge Délano, Hugo Gálvez, Jaime Guzmán Errázuriz, Eugenio Heiremans, Fernando Léniz, Eliodoro Matte, Luciano Morgado, Enrique Ortúzar, Julio Phillippi Izquierdo, Miguel Schweitzer, Gisela Silva Encina, Rafael Valdivieso Ariztía, Federico Willoughby y Antonio Zamorano, entre otros.

En 1969 los oficiales de la Academia de Guerra efectuaron una simulación bajo una condición clave: los militares debían tomar el gobierno.

Irrumpen Marshall y Viaux Marambio

El malestar en el Ejército no se detuvo con el cambio de ministro de Defensa ni con el nuevo comandante en jefe. Es más, se encauzó a través de dos altos oficiales que aparecieron como líderes naturales. Los oficiales de las armas de Infantería y Blindados se identificaron con el mayor Arturo Marshall Marchesse; y, los de Artillería, Ingeniería  y Caballería, con el general Roberto Viaux Marambio.

general_tulio_marambio.jpg

General Tulio Marambio
General Tulio Marambio

 

Marshall, segundo comandante del regimiento “Yungay”, con asiento en la ciudad de San Felipe, encabezó un complot que se inició con reuniones clandestinas y  empezó a tomar forma en agosto de 1969, durante los ensayos de la Parada Militar en el entonces Parque Cousiño. Su intención era manifestarse a través de un golpe de Estado y en pocas semanas consiguió el apoyo de 18 unidades del Ejército que se plegaron a su movimiento a través de sus oficiales. El capitán (r) Fernando Nieerad comprometido en la conspiración junto al capitán Eduardo Hancke, recordó años después unas conversaciones con un grupo de aviadores de la Base Aérea El Bosque, liderados por el capitán de escuadrilla Carlos Castro, con un sector de la Armada a través de un capitán de corbeta, y con el comandante del Grupo Móvil de Carabineros, un coronel de apellido Nilo, para fundar una Junta Militar compuesta por seis oficiales, inicialmente jóvenes, quienes debían ir retirándose de ella en la medida que oficiales de mayor graduación se integraran a la conjura.

En sus líneas centrales la operación militar que ideó el Movimiento 19 de Septiembre, como más tarde pasó a denominarse, fue “...que una vez terminada la Parada Militar que conmemora el Día de las Glorias del Ejército, las 18 unidades de la institución debían acuartelarse y proceder a entregar munición y armamento de combate a sus conscriptos. Mientras esto ocurría las tropas de los Regimientos “Yungay” y “Guardia Vieja” debían rodear el Club Militar pasadas las 23:00 horas, a fin de entregar al Presidente de la República, presente en la Parada, una carta en la que se exigía la renuncia del gabinete, del alto mando de las Fuerzas Armadas y el reconocimiento de la Junta Militar. Paralelo a esta acción, el Blindado Nº 2 y la Escuela de Suboficiales debían tomarse los Arsenales de Guerra, quedando de esta forma el gobierno sin capacidad de reacción inmediata”.

La conspiración  quedó al descubierto el 17 de septiembre tras la confesión de tres capitanes de infantería ante su superior. La delación en la que incurrieron estos oficiales determinó que Marshall decidiera, en primera instancia, no asistir a rendir honores al Presidente de la República cuando éste se dirigía al tradicional Te Deum de Fiestas Patrias, llegando con su unidad de formación con evidente retraso. Al día siguiente, mientras la Parada Militar se desarrollaba con aparente normalidad, la oficialidad comprometida procedió a ocupar sus puestos según la planificación acordada. Sin embargo, sus intenciones fracasaron al enterarse de la detención de Marshall y de los capitanes Nieraad y Hantke por efectivos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).

En este artículo



Los Más

Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan artículos gratuitos este mes.

En este artículo



Los Más

Comentarios

Comentarios

GRACIAS

recomiendo ver en youtube mi entrevista con el general Viaux en la carcel de Santiago en 1973; sentó la base de la condena al golpe de estado de Pinochet en el Tribunal Russell II celebrado en Roma en 1975.

Soy hijo del General Bernardino Parada Moreno y me interesa este articulo.

Añadir nuevo comentario