En el siglo XIX ningún presidente viajó al extranjero. El Congreso tendría que haberle dado permiso por varios meses, considerando el tiempo que pasaría embarcado.
Para empezar, el gobernante tenía que enfrentar guerras y revoluciones, quedándole el tiempo restante para administrar el país. Pero imaginemos que Manuel Montt, en 1852, luego de derrotar al general José María de la Cruz Prieto en la batalla de Loncomilla, decidiera aceptar una invitación de la Reina Victoria (que entonces tenía sólo 33 años). El viaje a vapor desde Valparaíso hasta Southampton, en Inglaterra, duraba 40 días. Y gracias a que la línea inglesa Pacific Steam Navegation Company disponía de los barcos más modernos. Así sólo en el transporte emplearía casi tres meses.
En el siglo XX el primer mandatario que salió al extranjero fue Pedro Montt, y a Argentina, aprovechando que en 1910 ya corría el trasandino. De los diez días que estuvo ausente, ocho destinó a viajar. Montt, de 64 años, tenía su salud muy quebrantada (una avanzada arterioesclerosis con su secuela cardíaca).
Los médicos le aconsejaron que renunciara al viaje, por lo agotador y porque debía pasar el túnel a más de dos mil metros. Pero Montt consideró que era su obligación como presidente de Chile estar presente en el centenario de la Revolución de Mayo, que depuso al último virrey español. Sería huésped del Presidente Roque Sáenz Peña, el que a su vez vendría a Chile cuatro meses más tarde, a nuestro propio centenario. Montt no imaginaba que ni él ni tampoco su sucesor (Elías Fernández Albano) estarían vivos para una fecha tan cercana.
Es posible que de no haber realizado ese viaje, Montt hubiera vivido. varios años más. Porque el viaje parecía programado por su peor enemigo.
Viaje de enfermo
Este viaje tuvo todas las características propias de una gira presidencial, que es la de estrechar vínculos. Porque un mes y medio después iniciaba otro viaje al extranjero, y mucho más lejos: a Alemania. Por primera vez un gobernante chileno iba a Europa durante el ejercicio de su administración (Jorge Montt al año siguiente de dejar el mando había ido a Europa en comisión del gobierno).
Montt tenía mucha fe en los médicos berlineses y en las propiedades del agua de las termas alemanas. Era bastante precavido: lo acompañaba un doctor alemán residente en Chile (Guillermo Münnich) y un sacerdote (Daniel Fuenzalida), más su esposa Sara del Campo y su secretario privado, Manuel Valdivia.
Es posible que de no haber realizado ese viaje, Montt hubiera vivido. varios años más. Porque el viaje parecía programado por su peor enemigo. Se embarcó en el crucero Esmeralda, en Panamá trasbordó al barco comercial Taugus, y en Nueva York se embarcó en un buque alemán, el Kaiser Wilhelm der Grosse. El viaje hasta Bremen había durado un mes. En el trayecto, sus diplomáticos, con muy poco criterio, le habían preparado visitas y recepciones. Como en Panamá estaba de visita, el presidente estadounidense, Guillermo Taft, lo incorporó en los festejos. Y en Estados Unidos liberó, Sara del Campo tuvo el capricho de ir a conocer Boston, lo que significó una larga travesía en tren.
Y para que su corazón se sometiera a prueba, en Nueva York se embarcó su alcalde William Gaynor, quedando de comer esa noche juntos. Como Gaynor no se presentó, indagó y supo que había sido víctima de un atentado.
La misma noche que había desembarcado en Bremen, murió de un fulminante infarto en su habitación del hotel Hilmann, cuando sólo lo acompañaba su secretario, pues su mujer estaba en el elegante comedor donde una orquesta hacía más grata la cena.
En septiembre de 1945, el presidente Juan Antonio Ríos estaba ya con su salud resentida: el cáncer deterioraba su organismo, sin que él lo supiera.
Casi un año antes, el 17 de octubre, había sido operado de una úlcera al duodeno, según le dijeron los médicos. Ya creyéndose restablecido, decidió aceptar la postergada invitación del presidente Truman y de otros gobernantes del continente.
Sería el primer presidente chileno que viajaba al extranjero en avión. Lo hizo en un avión de itinerario de la Panagra. Los diarios de la época hablaban del “colosal Douglas 54”, que permitiría que despegando en la mañana del 28 de septiembre, desde el aeropuerto de Cerrillos, podría aterrizar al día siguiente en Miami.
Cincuenta y cinco días se prolongó el viaje de Ríos, porque después de Estados Unidos pasó a Canadá, y luego voló a Cuba, para después completar quince países del continente, en aviones comerciales.
La Panagra había tenido varias gentilezas: liberó de pago a Ríos y a los siete miembros de su comitiva (iba sin su esposa Marta Ide, pero sí con uno de sus tres hijos, el subteniente de Ejército Carlos Ríos); le entregó la conducción del vuelo al "as" de sus pilotos, el capitán Warren Smith, norteamericano casado con chilena y con casa en Las Condes, y que había realizado mil 900 travesías sobre la cordillera. Asimismo, permitió que un funcionario de la Presidencia se hiciera cargo de la atención a bordo al presidente y su comitiva.
El avión fue escoltado hasta Arica por tres North American de la FACh.
En Cerrillos, Ríos se mostró jovial. Al embajador Claude Bowers, que viajaría tres días después, le preguntó: "¿Algún encargo?". A Frei, su ministro de Obras Públicas, le dijo: "Siga adelante". A su hijo Fernando: "Acuérdate de que tú quedas dueño de casa", y a Alfredo Duhalde, que quedaría de vicepresidente: "Confío plenamente en ti". A la despedida no fue nadie de la derecha.
En Miami, Ríos se trasladó al avión privado del presidente Truman, denominado "la vaca sagrada".
Cincuenta y cinco días se prolongó el viaje de Ríos, porque después de Estados Unidos pasó a Canadá, y luego voló a Cuba, para después completar quince países del continente, en aviones comerciales. En Panamá se sintió mal y debió guardar varios días de reposo en cama. La información oficial dijo que se vio aquejado por una gripe. Sacando fuerzas, el consejo de gabinete tuvo frases de optimismo para resumir su gira.
Al mes siguiente, el 17 de enero, se agravó y tuvo que recluirse en su casa de Villa Paidahue, en La Reina Alta, dejándole la vicepresidencia a Duhalde.
Viajes de Gabriel
Gabriel González Videla hizo dos viajes al extranjero. El primero fue a Argentina y Brasil, en 1947, y el segundo a Estados Unidos, en 1950.
El primero, pese a ser tan breve, tuvo su pequeño suspenso porque ya sus relaciones con el PC eran tirantes. Y El Siglo atacó el viaje, porque iría a visitar a dos dictadores militares que habían puesto fuera de la ley a los comunistas: Juan Domingo Perón y Eurico Gaspar Dutra. La Moneda recordó que la invitación para que el presidente chileno visitase Río (entonces Brasilia no existía) estaba pendiente desde su antecesor Getulio Vargas.
Ibáñez debió suspender su viaje a Estados Unidos por la situación interna chilena, pero en 1956 asistió a la reunión de presidentes en Panamá. Alessandri viajó a Washington invitado por el gobierno del presidente Kennedy. Ninguno llegó hasta Europa.
También hubo suspenso porque hasta una semana antes no se sabía quién iba a quedar como vicepresidente. Todo dependía del resultado de la Convención Radical en la que estaban en pugna una corriente encabezada por Luis Alberto Cuevas, que apoyaba a Gabriel González en su ruptura con el PC, y otra, tildada de "comunicante", con Lucho Bossay y Alejandro Ríos Valdivia.
De haber triunfado la segunda, Bossay habría quedado como vicepresidente. Pero al vencer la primera, González Videla pensó dejar a Cuevas como vicepresidente y a Bossay de ministro del Interior. Esto último para viajar tranquilo y que los comunachos no le agitaran a las masas (el PC anunciaba una huelga general). Pero el CEN no le aguantó: Cuevas debía quedar de vicepresidente y Rosende de ministro del Interior.
El mismo Cuevas le dijo: "Ya no hay tranquilizantes para el PC. Pero una personalidad enérgica como Rosende lo podría adormecer".
González Videla viajó en un avión de la Fuerza Aérea brasileña que vino a buscarlo y a dejarlo, incluyendo una escala en Buenos Aires donde fue huésped de Perón.
Su segundo viaje lo realizó a Estados Unidos el 11 de abril de 1950. Ya estaba declarada la guerra fría y él era un aliado grato, ya que en Chile había perseguido al PC.
Ibáñez debió suspender su viaje a Estados Unidos por la situación interna chilena, pero en 1956 asistió a la reunión de presidentes en Panamá. Alessandri viajó a Washington invitado por el gobierno del presidente Kennedy. Ninguno llegó hasta Europa.
Frei llega a Europa
Eduardo Frei Montalva, que se propuso y cumplió en mantener relaciones con todos los países del mundo, incluso la Unión Soviética, pasó a ser el primer presidente que era recibido por todos los jefes de Estado de la Europa occidental. En Londres se paseó en carroza acompañado de la Reina Isabel, la que le ofreció una recepción en el Palacio de Buckingham.
En París revistó las tropas junto al presidente, el general Charles de Gaulle; en Alemania se paseó con Konrad Adenauer, el constructor de la nueva nación germana, y fue a conocer el Muro de Berlín acompañado del canciller Willy Brandt; en El Vaticano el Papa Paulo VI le confirió la condecoración de la Santa Sede.
En un libro de Guinness chileno habría que anotar que Frei fue el único presidente de la República a quien el Congreso le negó el permiso constitucional.
Frei también visitaría casi todos los países del continente, en especial Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, donde fue artífice del Pacto Andino.
Pero por paradoja, Frei no podría viajar a Estados Unidos, correspondiendo a la invitación que le formulase el presidente Lyndon Johnson.
En un libro de Guinness chileno habría que anotar que Frei fue el único presidente de la República a quien el Congreso le negó el permiso constitucional.
El insólito hecho se produjo el 17 de enero de 1967 (Radomiro Tomic anotaría la hora, 14.28, para marcar la "ignominia"). En las elecciones de dos años antes la DC había conseguido amplia mayoría en la Cámara de Diputados (82 parlamentarios), pero en el Senado, que se renovaba por parcialidades, estaba en minoría.
El "Cuadrillazo"
Y por 23 votos contra 15, el Senado le negó la autorización "para ausentarse del territorio nacional". En el "cuadrillazo", como la llamó la DC, se juntó la derecha y la izquierda.
Al fundamentar su voto los senadores de oposición, se dieron situaciones pintorescas. La derecha fustigó a Frei porque su gobierno había protestado por la invasión de tropas norteamericanas a Santo Domingo, y porque no aceptó la ocupación por Fuerzas Interamericanas de la Paz; también señaló que cada día su estilo de gobierno se parecía más al de Fidel Castro... Y como era un gobierno de fisonomía antinorteamericana, no veía el motivo para que viajase a Washington.
La izquierda, por su parte, se oponía al viaje porque el gobierno de Frei "estaba vendido al imperialismo norteamericano".
La senadora comunista Julieta Campusano, la primera del PC que votó, leyó la declaración de la Comisión Política, en la que, entre otras consideraciones, fustigaba a Frei por sumarse a la condena al régimen cubano.
Frei debió escribirle al presidente Johnson disculpándose debido a que "por fuerza mayor" no podía viajar.
Otro contrasentido lo dio el senador nacional Pedro Ibáñez. Expresó su alarma "por el aislamiento absoluto en que se encuentra Chile como consecuencia de la pertinaz política del gobierno de la DC de inmiscuirse en asuntos ajenos". Y en virtud de ese supuesto aislamiento, le negaba el permiso a Frei para viajar a Washington.
Cuando el senador Renán Fuentealba (DC) votó, hizo ver el doble standard de la derecha, aún en sus más preclaros hombres. El senador nacional Francisco Bulnes, el "Marqués", había votado para negarle el permiso, y sin embargo defendió el derecho de Ibáñez a realizar el mismo viaje. Y leyó sus palabras de nueve años atrás: "Si el Congreso niega al presidente, sin un motivo gravísimo, la posibilidad de estos contactos", había dicho Bulnes entonces, "tal vez no vulnera la letra de la Constitución, pero indudablemente viola su espíritu".
Frei debió escribirle al presidente Johnson disculpándose debido a que "por fuerza mayor" no podía viajar.
El canciller Gabriel Valdés expresó: "El rechazo del permiso constitucional es un hecho insólito y mezquino en nuestra vida institucional". El entonces senador Patricio Aylwin manifestó: "No se trata de un viaje más o menos, por trascendental que pudiera ser para el interés de Chile. No es tampoco una nueva escaramuza en el juego de esa pequeña política que tanto entretiene a ciertos personajes. Se trata de la función que corresponde al Congreso en una democracia moderna. Los parlamentos como órganos de Estado deben ser eficaces. Eficaces para colaborar y no para estorbar, para lograr soluciones y no para impedirlas".
En su enojo, Aylwin agregaba: "La conformación partidista del Senado no corresponde a la del país. Desde el momento que los derrotados en las urnas, y situados por eso en la oposición al gobierno, pasan a ser mayoría en alguna rama del Congreso, el sistema se desarticula y la acción”.
El sucesor de Frei, el doctor Salvador Allende, tuvo mejor suerte y el Congreso, no obstante tener mayoría opositora, nunca le negó la autorización para viajar, incluso a Moscú, o ir a las Naciones Unidas a explicar su “revolución a la chilena, con vino tinto y empanadas”.
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