La Radio Nacional estaba ubicada en la calle Santo Domingo con Mosqueto, en las inmediaciones del Palacio de Bellas Artes. En las primeras semanas de su apertura, al ingresar había una impresionante mesa de pool, demasiado grande para ese pasillo de distribución. Un día cualquiera aparecieron por ahí Miguel y el Baucha, y puede también haber estado en esa visita Tito Sotomayor e incluso otros acompañantes. Miguel de oscuro y con su eterno chaquetón azul marino, quizás un poco más robusto. En ese instante, alguno de ellos hizo un chiste sobre el mejor destino para esa mesa… ¡Algo como imaginarla en la casa de reuniones de la dirección! Después, pasaron raudos.
El periodista Ernesto Carmona oficiaba como gerente de la reciente adquisición del MIR y, por lo tanto, es una fuente invaluable sobre la significativa y breve historia de este medio radial en su etapa mirista.
Recuerdo que Augusto Carmona y la Gladys Díaz eran los jefes de prensa, se repartían el turno y además había varios periodistas que trabajaban en la radio, entre ellos una compañera –que murió hace pocos años–, la Paty Bravo, de Punto Final. Teníamos grabadoras de la época, que eran chiquitas, pero la radio estaba muy atrasada con la tecnología, la planta era un desastre, porque teóricamente tenía un kilovatio. Después de muchos estudios y análisis con expertos, llegamos a la conclusión de que la radio tenía efectivamente 200 o
300 vatios, o sea, similar a una ampolleta grande de energía. En cuanto a su cobertura, era solo local en Santiago, pero como periódicamente Miguel hacía discursos, la radio contrataba a otras para configurar una cadena nacional, eso era muy frecuente. Generalmente hablaba Miguel, alguna vez también Van Schouwen y eso servía también para ahorrarnos el acto en el Caupolicán.
Dice Patricia Bravo:
«El MIR estaba negociando la compra de Radio Nacional, una antigua emisora, pequeña y con pocos medios. El día del Tanquetazo nos “adueñamos” de la radio. Al comienzo era un trabajo muy caótico, siempre estaba llena de gente. Había unas pocas máquinas de escribir antiguas, teníamos que hacer cola para usarlas. Después, todo se fue organizando mejor. Me quedé en el equipo estable de la radio hasta el golpe del 73. Ese año también comencé a colaborar en Punto Final».
La adquisición de la radio había requerido de un palo blanco, es decir, de una persona de intachables antecedentes personales, con solvencia económica y además que fuera de confianza de los miristas. Y todos esos requisitos al parecer los reunió un maduro médico cercano a Miguel. Prosigue Carmona.
La radio le costó al MIR 10 mil dólares del año 73. Y se compró a nombre del doctor Gustavo Molina, un hombre mayor que era miembro del MIR y amigo de Miguel, creo que era neurocirujano. Todo era una concesión legal. Luego, en la dirección de servicios eléctricos de la época, que dependía de un ministerio, no me acuerdo cuál, el jefe encargado de esto era un socialista que me dio información sobre las radios a lo largo del país, que tenían la misma frecuencia que ésta. El asunto de las radios estaba regulado por la Unesco, entonces había dos tipos en esa época: Radio AM, o sea amplitud modulada, y la frecuencia modulada (FM), que se usaba en las radios grandes para transmitir a la planta. Nosotros teníamos línea telefónica, pero no valía la pena tener FM si no cambiábamos el transmisor, que era del porte de una pieza, más o menos con tecnología de tubos. En ese tiempo, al principio yo no sabía nada de este tema, pero aprendimos. Ya estábamos en la época del transistor, y por eso contacté al ingeniero Gustavo del Campo, que era un hombre mayor y que había fabricado el transmisor a la Radio Portales, que era de alcance nacional. Ese señor sabía, era el mayor experto del país, y lo contraté para construir un transmisor. Incluso le pagué un significativo adelanto y se puso a trabajar, pero era un proyecto que no se podía resolver en una semana ni en un mes, había que unir las piezas, los transistores, qué sé yo, él sabía eso. La Radio Nacional fue adquirida por el MIR, como fecha de referencia, el día del Tanquetazo.
La adquisición de la radio había requerido de un palo blanco, es decir, de una persona de intachables antecedentes personales, con solvencia económica y además que fuera de confianza de los miristas. Y todos esos requisitos al parecer los reunió un maduro médico cercano a Miguel
El periodista Ernesto Carmona hacía tiempo que se había revelado como una persona con una altísima capacidad de gestión, con atributos para tratar con caballeros, bandidos y autoridades, porque era muy hábil, inteligente y buen negociador. Y, además, había depositada en él una gran confianza por parte de la CP. Sus dotes de organizador se extendían a áreas que desconocía, pero eso no importaba, porque sabía escoger asesores y expertos en cada nueva materia o tarea que asumía.
¿Qué era eso de organizar una radio y además del MIR?
No participé en las negociaciones de la compra, pero según me contó Humberto Sotomayor, que era jefe y amigo mío, me dijo que había estado en la negociación con Luis Sorrel, que era de origen árabe, y que habían puesto como condición que conservaran el trabajo de su esposa, que tenía en su casa, en la población Juan Antonio Ríos, en un patio muy chico, la planta y la antena de la radio. Entonces yo la convertí en empleada de la radio. Ella era indispensable si ponía al aire la radio y la cerraba en la noche, y, además, vigilaba. Además, esta dama vendía el almuerzo a los chicos que estaban ahí de guardia, día y noche, porque nadie sabía dónde estaba la planta de la radio, porque si lo averiguaban, podían perfectamente hacer un atentado.
La verdad es que ignoro si el MIR había comprado la casa incluyendo la radio, pero lo valioso era la frecuencia. Al discotecario, que era pariente de Sorrel, lo despedí porque no tenía sentido. Y el tipo se fue. La radio tenía alquilados sus espacios todo el día. Eso fue una pesadilla, porque tuve que finiquitar toda esa programación y avisaje para tener una radio efectivamente del partido. Dejé a un mexicano que parecía que tenía mucha audiencia en la mañana, con un programa de charros. Y muy pronto Patricio Manns se fue a trabajar como discotecario.
Estos son los años en que Patricio Manns milita –a su manera– en el MIR, incluso, y en algunas ocasiones fue un cercano consejero de Miguel Enríquez para cuidar su voz en medio de los discursos, al igual que Igor Cantillana y Nelson Villagra. Entre otras tareas, asumiría ser el discotecario de la Radio Nacional, porque conocía a los miristas desde su trabajo como un joven periodista en Concepción.
A Ernesto Carmona le preocupaba la seguridad de esa pequeña radio. Eran tiempos en que los “fachos” podían pasar de noche ametrallando el frontis y eso implicaba riesgos para las personas. Previsor, hizo instalar en las ventanas que daban a la calle Santo Domingo planchas de acero de cinco milímetros. Su oficina también daba a la calle y, por cierto, Carmona no quería ni ser herido, ni menos morir por no calibrar bien esos peligros.
Carmona introdujo las mejoras que pudo con el dinero entregado por la dirección del MIR.
Además, nos alcanzó para comprar una central telefónica para tener conectados todos los espacios de la radio. Lo de las ventanas era un problema de seguridad, cualquiera podía morir ahí con una ráfaga tirada desde un auto que pasaba por esa calle, porque la radio estaba expuesta. En los meses que alcanzó a operar la radio como del MIR, era intervenida por los milicos cada vez que Allende declaraba zona de emergencia y nos teníamos que someter a la censura de un milico. Me acuerdo qué nos tocó uno que nos daba bastante libertad de expresión, pero antes él tenía que leer todo lo que emitíamos al aire. Yo tuve muy buena relación con él, y cuando se fue, me dijo: «Mire, estoy tan contento de haberlo conocido, porque creo que usted es una persona normal, un caballero, yo tenía otra imagen de la gente del MIR», qué sé yo, muy elogioso. En ese periodo los milicos objetaban los textos mucho más que el milico que nosotros teníamos en la radio, eran criterios arbitrarios y discrecionales.
Ahí estaba Gladys Díaz, muy alta y de pelo largo. Su voz impresionaba. Se podría decir que tenía una voz radial, y una muy desarrollada modulación. Tenía el aura de alguien superior en tanto comunicadora. Además, de mucho carácter combinado, con una actitud muy cercana. Gladys confidencia ese momento.
Yo tenía esa sensación frustrada de los periodistas que tienen mucha información y no tienen dónde escribirla o exponerla. Y curiosamente el Tanquetazo me dio la oportunidad, porque se da la decisión a nivel de partido que nos tomemos una radio y fue la Nacional, no recuerdo los detalles de por qué elegimos esa radio. Una vez que estaba tomada se negoció con el dueño. Me acuerdo el mexicano que tocaba los chacharrientos y transmitía así: «Van llegando unas muchachas muy buenas mozas y parece que se están tomando la radio». Yo creo una fantasía de él.
A partir de ese momento nosotros tuvimos la portunidad día a día de ir denunciando todo lo que iba pasando. En ese tiempo,mayoría de nosotros prácticamente no dormíamos, teníamos colchonetas en la radio, dormíamos de 1 a 7 de la mañana. Cada dos días yo me iba a duchar a mediodía a la casa de una amiga periodista que vivía en la primera cuadra de Vicuña Mackenna, y andaba con una bolsa con ropa para cambiarme. Era un tiempo en que incluso mandé a mi hijo donde mi padre, porque no me podía ocupar de él. Todo era tan vertiginoso, que no terminábamos de redactar una noticia bomba y venía la otra.
La radio del MIR denunciaba y denunciaba. Por ejemplo, respecto de la represión a los marinos antigolpistas nosotros dimos las exclusivas. Yo era la jefa de prensa, así como Ernesto era el gerente. Todos los días llegaban noticias de allanamientos buscando armas. Todo eso era un presagio evidente, teníamos una audiencia que era un sector de Santiago, pero además había radios de provincias que tomaban información nuestra.
Otro periodista que conoció esa breve experiencia fue Horacio Marotta, estos son sus recuerdos.
El loco dueño de la radio se llamaba Sorrel y llegaba a todo Santiago y sus alrededores, era muy popular, tenía programas de canutos, música mexicana, además esa onda de llamarse por teléfono y la gallá salía al aire. Y tenía cuidadores que cocinaban en un pequeño casino, un matrimonio que llevaba como 20 años. Sorrel nos pidió que mantuviéramos el personal antiguo, otros se fueron, los canutos, por ejemplo. El mexicano se quedó con su programa y decía: «Aquí andan estos muchachos con sus pistolones», y nos ponía música, a veces teníamos que interrumpirle el programa para lanzar un flash informativo, después seguía transmitiendo. Creo que eso le
Estos son los años en que Patricio Manns milita –a su manera– en el MIR, incluso, y en algunas ocasiones fue un cercano consejero de Miguel Enríquez para cuidar su voz en medio de los discursos, al igual que Igor Cantillana y Nelson Villagra. Entre otras tareas, asumiría ser el discotecario de la Radio Nacional, porque conocía a los miristas desde su trabajo como un joven periodista en Concepción
Mientras estaba por ocurrir el golpe, el MIR decidía comprar frecuencias de radio en el sur. Bautista van Schouwen, de la CP, instruyó al periodista Ernesto Carmona, gerente de la Radio Nacional, a finiquitar la compra de a lo menos dos nuevas adquisiciones. Eso, en la idea de cómo hacer comunicaciones más efectivas y contar con emisoras enfocadas especialmente en la población rural.
Habla Ernesto Carmona:
El sábado anterior al golpe, el 8 de septiembre, el Bauchi apareció en mi casa, tipo mediodía, y me dijo: «Tienes que ir a Temuco a cerrar el negocio de la radio Lautaro». Esa radio tenía la misma frecuencia que la nuestra. El director de servicios eléctricos, un compañero socialista, del que no recuerdo el apellido, me dio toda esa frecuencia. La única radio que no querían vender era una de La Serena. Y me dijo: «No importa, porque con las otras radios la tapan». No nos permitían tener una radio de alcance nacional, tenía que ser local y con un transmisor potente, pero medio ilegal, o sea, medio pasadito del reglamento, no me acuerdo de cuántos kilovatios era. Entonces, con esa radio hacíamos una cadena propia, como la que hoy tiene la Bío Bío.
Por la inflación existente había que mover mucho circulante, y yo no tenía barretín. Recuerdo que al auto le saqué el escudo del Colegio de Periodistas, porque me daba cuenta de que ya no se podía usar. Y partí a Temuco. Antes le dije a Bauchi: «Mira la televisión, estaban desalojando el Canal 9». Ahí había trabajado. «No es el momento para andar comprando radios en Temuco». Entonces él se tomó la cabeza y dijo: «Puta, tienes toda la razón, hueón».
Achuntarle justo a cuál sería el momento preciso cuando todo se alteraría no era fácil. El golpe estaba en el ambiente como raro bicharraco que despedía fetidez. Pero muy cerca e incluso predominando, presionaban las interminables tareas, todos los planes, todos los proyectos de una organización que no paraba de crecer, al igual que un adolescente. Todo le quedaba chico, se requería inventar. El MIR continuaba desarrollándose incluso en medio de los rumores, los acuartelamientos y las alarmas cotidianas. Tener medios radiales, contar con medios de comunicación era estratégico y vital.
Entonces, cuenta Carmona que se convenció del viaje, pero tomó algunas precauciones.
Al final partí, y antes conseguí un amigo para que me acompañara. Un vecino, que no tenía nada que ver con el MIR, para no tener que ir solo. Le dije que iba a hacer un negocio y que él aparecería como contador, para que me ayudara en la negociación para bajar el precio. Cerré el negocio con la radio el lunes
10. Al mediodía del lunes almorzamos en el Mercado de Temuco. Y pasé a ver de pasadita a mi abuelo en Temuco a Santa Rosa, cerca del río. Mi abuelo me regaló un ramo de flores de su casa, no sé, unas flores muy hermosas que las veo poco ahora, camelias, unas flores rojas muy bellas. Mi amigo, cuando estábamos almorzando pasó un hueón vendiendo biblias, y él compró una, no sé para qué, entonces yo la puse atrás, para que se viera por el parabrisas trasero, al lado de las flores. Y compramos cantidad de carne en Temuco, por- que en Santiago no había. Eso lo hice por olfato, era el lunes 10 de septiembre. Recuerdo que antes también habíamos comprado otra radio a Patricio Hurtado, en Constitución. En un viaje anterior, habíamos negociado otras radios. El MIR apareció con un terreno por ahí por Renca, que era una hectárea, que yo lo fui a ver, donde íbamos a construir la planta transmisora real, con el transmisor nuevo. Ese era un predio bastante grande, debe haber sido 100 por 50, algo así. Y empecé una gestión en una entidad de la Corfo, para conseguir un tractor para limpiar el terreno. Eso se hizo y el terreno se aplanó, y alguien empezó a construir ahí la edificación de una planta. El MIR compraba muchas propiedades. También recuerdo que compré una casa en Recoleta o por Independencia, para el partido.
La Radio Nacional sería una de las primeras en ser silenciada. De muy efímera vida, estuvo al aire sólo 62 días, en los que no bajó el moño y dio coberturas a centenares de dirigencias sociales, acogió ignoradas denuncias de maltrato y torturas de los militares buscando armas o simplemente reaccionando ofuscados frente a la campaña a desobedecer a los oficiales golpistas. También, denunció en detalle las torturas y persecuciones a la marinería antigolpista.
Ernesto y su acompañante alcanzaron a retornar a Santiago el mismo día del golpe, pero las nuevas radios ya no servirían para los planes trazados.
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En los recuerdos de Horacio
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