Fue una investigación periodística de casi tres años, que reunió cerca de cuarenta entrevistas, la que dio origen al libro La sonrisa de Gladys del periodista Richard Sandoval. Este libro repasa la vida de la reconocida dirigenta comunista desde su nacimiento en Curepto, en la región del Maule, pasando por su militancia comunista y lucha social, hasta los últimos días de su vida llevando a cuestas un cáncer al cerebro.
Editado por Planeta, el libro contiene relatos inéditos de sus amigos, familiares, ex compañeros de partido y de sus círculos políticos, el libro describe escenas conmovedoras que buscan perfilar a la mujer en sus facetas más íntimas.
“Para mi escribir este libro fue una experiencia maravillosa que significó mucha entrega y mucha disposición emocional para entrar a un mundo como el de Gladys Marín que está lleno de sentimiento", cuenta Sandoval.
“Este libro viene a llenar su historia, un personaje que de pronto injustamente se le muestra de un color agrio, desde el enojo o lo problemático, siendo que es tremendamente alegre y feliz y toda su lucha la llevo adelante bajo el imperativo de la felicidad y del amor. Eso es Gladys Marín en su complejidad”, comenta el autor a Interferencia.
Una investigación que, asegura, viene a iluminar otras dimensiones de la ex presidenta del Partido Comunista (2002-2005), retrata a Gladys familiar, una Gladys madre y amiga, a una mujer común y corriente, expuesta a todos los riesgos posibles por defender la lucha social y la dignidad del pueblo.
“Para mi escribir este libro fue una experiencia maravillosa que significó mucha entrega y mucha disposición emocional para entrar a un mundo como el de Gladys Marín que está lleno de sentimiento. Hay mucho amor, desgarro, una infinita amistad, mucho humor, anécdotas y alegrías”, afirma Sandoval.
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El libro ya está disponible en librerías en todo el país y en Buscalibre.
A continuación, puedes leer dos extractos del libro:
Golpe de Estado
En las radios ya se escucha el bando militar número 10. Gladys Marín no está en casa y es oficialmente una de las cien personas más buscadas de Chile. A juzgar por la amenaza que su existencia implica para la Junta Militar, su vida nunca más volverá a ser la misma. Ni tampoco la vida de sus hijos, ni la de Jorge, ni la de nadie que se haya aproximado a su entorno más íntimo.
Desde ahora, Gladys será fugitiva y pasará los días, los meses y los años en medio de la incertidumbre, entre sueños y añoranzas, amparada siempre en la lucha política y social como la única manera de conseguir algo de tranquilidad; la paz que le permita volver a dar un abrazo a sus amados sin los sobresaltos de la sombra constante de rifles y mordazas.
Las personas más adelante nombradas deberán entregarse voluntariamente hasta las 16:30 horas de hoy, 11 de septiembre de 1973, en el Ministerio de Defensa Nacional. La no presentación significará que se ponen al margen de los dispuesto por la Junta de comandantes en jefe, con las consecuencias fáciles de prever.
"Comienza, entonces, una distancia forzada que pocas familias pueden soportar. Por el bien de ella, de Jorge, por el bien del Partido; pero sobre todo por la seguridad de ellos, Rodrigo y Álvaro, se inician —contra su voluntad— los catorce años de separación que marcarán para siempre las vidas de dos chiquillos".
La Moneda arde en llamas y el presidente Allende ha terminado con su vida. El sonido de los aviones que aún sobrevuelan los cielos de Santiago no impide a los niños escuchar los bandos presidenciales que se repiten una y otra vez. Rodrigo tiene doce años; y Álvaro, diez. Escuchan el nombre de su mamá en boca de los más rudos tonos militares. No saben muy bien por qué buscan a Gladys, una persona buena que siempre se ha dedicado a ayudar a las personas, piensan; tampoco identifican con precisión cuáles son los riesgos a los que se expone la mamá en las garras de la milicia; pero temen. Lo cierto es que temen. Los abuelos tratan de morigerar el ánimo bélico que cubre al barrio, como a cada rincón del país, pero los niños de pronto lloran. Sospechan, intuyen, que nada bueno le pasará si quienes la buscan la logran encontrar.
Comienza, entonces, una distancia forzada que pocas familias pueden soportar. Por el bien de ella, de Jorge, por el bien del Partido; pero sobre todo por la seguridad de ellos, Rodrigo y Álvaro, se inician —contra su voluntad— los catorce años de separación que marcarán para siempre las vidas de dos chiquillos próximos a hacerse hombres. Dos niños que cambiarán voces, gustos y las formas de sus cuerpos, un camino en el que su madre no los podrá acompañar.
Una madre que, desde la separación, potenciará su maternidad “hasta el más infinito grado de dolor y valoración”.
*
—Están ocurriendo cosas complicadas en el país, tengo que despacharlos. Hoy las clases duran hasta aquí.
La voz de la profesora de Rodrigo se repite en cientos de escuelas a nivel nacional. La Escuela número 48 de la Plaza Ñuñoa no es la excepción. La clase duró apenas quince minutos. No hay ánimo ni seguridad para ni un segundo más. Lo mismo ocurre con la clase de Álvaro. Incluso, hay profesores que no llegan, dando espacio a que los más desordenados corran y griten a modo de travesuras, ignorando lo que ocurre en las calles de la capital. Son las diez de la mañana y todos los niños deben regresar a casa, anuncian desde la Inspectoría. En la calle Cervantes, que queda a cinco cuadras del colegio, la Nana espera para anunciar que los niños deberán quedarse donde los abuelos, en Simón Bolívar con Holanda. Álvaro recuerda que el regreso a casa lo hacen junto a la tía Cecilia Coll, esposa de Hugo Fazio, con cuyos hijos comparten barrio y escuela.
—Llamó el papá y dice que los tengo que ir a dejar. Se cambian de ropa y nos vamos —anunció la Nana.
"La última vez que los hermanos vieron a su mamá fue la mañana del mismo 11 de septiembre de 1973. Muy temprano, en la mañana, los niños notan algo extraño. Si bien siempre Gladys y Jorge se levantan temprano, en esta ocasión conversan demasiado, en un tono de evidente preocupación".
El hombre que vende el diario por el barrio, el Rigo, se detiene a comentar el escenario que se configura en el país. Comenta una frase que marcará a Álvaro durante toda la jornada:
—Esto va a ser como la dictadura de Franco, en España.
“Nos cambiamos de ropa, la Nana hace otra pequeña bolsa con más ropa, y a eso de las doce llegamos a la casa de los abuelos”, rememora el menor de los hermanos.
Gladys, por su parte, vive su propia travesía.
*
La última vez que los hermanos vieron a su mamá fue la mañana del mismo 11 de septiembre de 1973. Muy temprano, en la mañana, los niños notan algo extraño. Si bien siempre Gladys y Jorge se levantan temprano, en esta ocasión conversan demasiado, en un tono de evidente preocupación. El papá habla mucho por teléfono y eso no es normal. Antes de salir, con la certeza de estar decididos a defender el Gobierno que han construido en los últimos tres años, sin jamás imaginar que este es un adiós que puede durar una década, Gladys y Jorge se despiden de Rodrigo y Álvaro. La despedida es extraña.
—Vamos a estar comunicados. Que les vaya bien en la escuela. Cuídense.
Son un poco menos de las siete y media. El día comienza a ser distinto a cualquiera de los de la última semana.
En la sede del Comité Central del Partido, que se ubica a tres cuadras del Palacio de La Moneda, solo está Américo Zorrilla, histórico sindicalista que se convirtió en ministro de Hacienda de la Unidad Popular entre noviembre de 1970 y julio de 1972. Gladys llega a las nueve de la mañana y se sorprende de no ver a nadie más. No era lo que esperaba. En lugar de soledad, esperaba encontrarse con un aparato de defensa y combate que, en realidad, nunca existió.
"Don Américo indica entonces que Gladys tiene que tomar el micrófono y hablar ante el país por la radio Magallanes. Gladys es la última dirigenta comunista que habla a través de la frecuencia que más temprano fue ocupada por el presidente Allende".
Gladys está demudada. Como lo sintió dos días antes al llegar de Europa, en la reunión que tuvo con Víctor Díaz, Mario Zamorano y Uldarico Donaire, cuando “no podía entender la actitud —mayoritaria— de aceptar algo increíble: la pérdida del Gobierno de la Unidad Popular. ¿Y en qué quedaba la decisión de defender como fuera el Gobierno? No se sabía del golpe, pero sí que se caminaba a algo imparable. La falta de profundidad en el análisis, la ausencia de una estrategia sólida que asumiera el problema del poder y la defensa del proceso revolucionario, nos conducía a ello”.
Don Américo indica entonces que Gladys tiene que tomar el micrófono y hablar ante el país por la radio Magallanes. Gladys es la última dirigenta comunista que habla a través de la frecuencia que más temprano fue ocupada por el presidente Allende:
El pueblo de Chile, sus trabajadores, la clase obrera, la juventud han escuchado las palabras del presidente, compañero Salvador Allende. Los momentos y horas difíciles para nuestra patria que estamos viviendo, se han venido denunciando en forma reiterada; los intentos antipatriotas por derribar el Gobierno legal, constitucional y democrático se están consumando. Aquellos que han jurado y que han proclamado defender la Constitución y la ley, hoy se levantan en forma cobarde, no solo contra el Gobierno elegido por el pueblo, se levantan contra los trabajadores, contra la clase obrera, contra todos aquellos sectores que, durante tantos años en nuestro país, esperaron tanto e hicieron tanto por tener un Gobierno que recogiera sus derechos y sus reivindicaciones. Pero la historia no puede retroceder. Por momentos difíciles que estemos pasando, por situaciones de momentáneo retroceso que pudieran ocurrir, el pueblo seguirá avanzando. Mantenemos nosotros el estado que ayer nuestro Partido, la Comisión Política del Partido Comunista, entregó a la opinión pública, en el cual llamó a mantenerse alerta y vigilante: cada cual en su puesto de combate. A veces, la forma y el instante de combatir puede cambiar, puede variar, pero se trata de que cada uno de nosotros tiene que seguir manteniendo su moral en alto y entender que seguiremos adelante defendiendo lo que el pueblo ha conquistado. Aquellos que consciente o inconscientemente han ayudado a la situación que hoy vive el país, tendrán que sacar sus propias cuentas y tendrán que responder ante la historia.
“Hago un llamado a nuestro pueblo y a la juventud a mantener la unidad, la organización y la vigilancia. Estar alertas a las instrucciones que la Central Única de Trabajadores y nuestros partidos entregarán en las horas que vienen”, agrega la secretaria de la Juventud desde la sede partidista ubicada en la calle Teatinos, de Santiago, donde se comienzan a escuchar cada vez más cerca las balas y el trote de las botas militares.
Faltando ocho minutos para el mediodía, aviones bombarderos de la fach inician el ataque a La Moneda, que comienza a incendiarse desde el ala norte. Por tierra la balacera contra la sede del Poder Ejecutivo es incesante, y se acompaña de bombas lacrimógenas que no dejan de ser lanzadas durante, al menos, dieciséis minutos. En tanto, otros aviones emprenden rumbo a Tomás Moro, para bombardear la casa presidencial.
"Gladys se trasladó hasta la sede de las Juventudes Comunistas, hasta donde llegó luego de un fugaz paso por la sede del Regional Capital. Aquí resiste hasta tarde, incrédula ante la situación que se está viviendo, mientras diversos compañeros le dicen que se tiene que ir, que acá corre peligro".
En casa de los abuelos paternos, los niños suben al segundo piso para observar por la ventana de la habitación del tío Mario, hermano de Jorge, cómo los Hawker Hunter surcan los cielos de la ciudad provocando un sonido escalofriante. La imagen a los niños les queda para toda la vida. El abuelo, abajo, escucha la radio Chilena y, además, tiene encendida la televisión. Las imágenes que llegan son de una destrucción inimaginable. La Moneda destruida, el pabellón patrio quemándose, los funcionarios del edificio en el suelo, boca abajo, con un fusil apuntando sus cabezas. Los tatas se muestran muy angustiados, caminan de un lado a otro buscando respuestas que no llegan, seguridades improbables. Ellos saben, o al menos imaginan, por los años que tienen, lo que podría venir para su hijo y su nuera.
Gladys se trasladó hasta la sede de las Juventudes Comunistas, hasta donde llegó luego de un fugaz paso por la sede del Regional Capital. Aquí resiste hasta tarde, incrédula ante la situación que se está viviendo, mientras diversos compañeros le dicen que se tiene que ir, que acá corre peligro. Pero Gladys no cree, se niega a dejar su Partido. Hasta que finalmente cede y es trasladada hasta la población Clara Estrella, una modesta zona de la actual comuna de Lo Espejo. La operación es coordinada por Juan Carlos Arriagada, encargado de organización de la Jota, quien la llevará a diferentes lugares en los siguientes días tratando de salvar su vida. Juan Carlos, pocos años después, se empareja con Marta Friz, la mejor amiga de Gladys. Pero ahora es solo el compañero que le está tratando de salvar la vida, mientras su rostro y nombre se estampan en todos los medios de comunicación que logra cooptar la Junta Militar.
Mientras escucha los disparos que los militares percutan en las calles y pasajes del barrio, Gladys teme que allanen la vivienda que la acoge. Puede escuchar cómo los gritos marciales abren puertas de casas contiguas. Los nervios la consumen, pero aguanta. Se pone un delantal que le presta la mujer dueña de casa, se toma el pelo y se amarra un pañuelo en la cabeza. Le preparan una cama cedida por los niños del hogar. Respira, arrinconada en una pieza de la periferia de la ciudad, sin saber cuál será su rumbo, a dónde irá a parar mañana.
Afuera, en las poblaciones de Lo Espejo, como en cada rincón modesto del territorio nacional, el Chile del sueño utópico de la Unidad Popular se consume.
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El abrazo de Moscú
En el aeropuerto, Rosa no sabe cómo va a reaccionar Gla-dys cuando la reconozca. Está nerviosa, situación lógica cuando reina la incertidumbre ante la manera en que los cercanos afrontan un desastre. Se pone en sus zapatos, e intuye que al poner un pie en Moscú la compañera de Jorge podría derrumbarse. Vino al aeropuerto preparada para eso. La desaparición de un esposo, compañero de tantos años, en la familia y en la lucha de las calles polvorientas, puede derribar a cualquiera, incluso a la Gladys, por lo que Rosa se ha mentalizado para secar lágrimas y prestar el hombro, como lo haría cualquier amiga que se precie de tal. Pero lo que ocurre cuando Gladys aterriza la descoloca.
"Una vez en su departamento, tras recorrer los pocos metros del piso de parqué que separan la puerta de su escritorio, Gladys revisa otra vez todas las cartas que alguna vez recibió de Jorge en la clandestinidad; cúmulo de papeles reunidos cuidadosamente en el estante especialmente dedicado a su familia".
Gladys aparece y luce íntegra. Nadie que la viera pensaría que ha debido soportar el peso emocional del derrumbe de un cerro sobre ella. En el abrazo de reencuentro, no bota ni una sola lágrima, como si el viaje a Costa Rica hubiera sido uno más del itinerario rutinario de la solidaridad. Contra todos los pronósticos que Eugenia repasó en su cabeza antes de acudir al terminal aéreo, acá no hay nadie a quien consolar.
La actitud valiente, y sobre todo digna, impacta a Eugenia; sin embargo, luego, con el paso de los minutos comprende aquella disposición como plenamente consecuente con la personalidad de su amiga, con el tipo de liderazgo fuerte que ha construido. No es tiempo de llorar, sino de luchar, es tiempo de búsqueda y denuncia, se reafirma.
Una vez en su departamento, tras recorrer los pocos metros del piso de parqué que separan la puerta de su escritorio, Gladys revisa otra vez todas las cartas que alguna vez recibió de Jorge en la clandestinidad; cúmulo de papeles reunidos cuidadosamente en el estante especialmente dedicado a su familia. Entre las miles de letras de añoranza, deseos de reencuentro e imágenes nostálgicas, aparece el nombre de Marieta, la hija que nunca se llegó a concebir. También están las cartas que narran las travesuras de Rodrigo y Alvarito.
Pero es un texto el que queda como el recuerdo más imperecedero de su historia de amor con Jorge. Es el poema de Konstantin Simonov en que él le ruega que lo espere, que por favor no haga tal de olvidarlo, porque aquello sería, en el acto, eliminarlo de su vida, desterrarlo de este mundo.
Espérame y volveré,
no hagas caso
de quienes insisten
en que es hora de olvidar.
Los versos no pueden salir de la mente de Gladys. Sabe que en esas letras está la vida de su esposo, su legado, la esperanza. Simonov no lo sabe, ni siquiera logra imaginar que su poema glorioso en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tres décadas después de la caída de nazismo, se está convirtiendo en la clave para alimentar el alma de una mujer que lo único que requiere son fuerzas para seguir luchando con un rostro que no puede bajar la guardia, no puede mostrar desazón ni lágrimas, porque su rostro se ha convertido en un símbolo de resistencia e ilusión en todo el mundo comprometido con los perseguidos chilenos.
Con la constante negativa, Gladys ahora solo tiene un papel como la prueba del mayor deseo de Jorge. Lo toca, y vuelve a leer los versos. “En medio del fuego, tú fuiste quien me salvó”. Las palabras calan como las de ninguna otra carta pudieron hacerlo.
Entonces, ahora nadie le saca de la cabeza a Gladys que debe conocer al legendario artista soviético, debe saber mirar a los ojos al hombre que creó las palabras que se han convertido en la más pura muestra de amor de Jorge, en su más manifiesta expresión de anclaje al mundo de los vivos, de deseo inclaudicable de vivir, si no es en carne y hueso, en la memoria de quienes deben seguir con la tarea.
Así, entre la conmoción y la pena, el aliento y la esperanza, pasan los días en una capital sobre la que se abren camino los tímidos rayos de sol de una primavera gris a los ojos de Gladys, y se inicia la búsqueda entre los hoteles de una ciudad de varios millones de habitantes.
—Necesito que lo encuentres, Eugenia, por favor.
Rosa insiste pero no logra dar con una respuesta positiva del entorno de Konstantin Simonov. El escritor ruso es uno de los más famosos del país, y la barrera de sus asesores es amplia antes de lograr verle la cara. Rosa recorre varios hoteles de Moscú en su búsqueda, pero resulta imposible volver al departamento con una cita pactada para Gladys, quien solo lo quiere conocer, quizás como una forma de extender el amor que Jorge sentenció en sus letras.
Con la constante negativa, Gladys ahora solo tiene un papel como la prueba del mayor deseo de Jorge. Lo toca, y vuelve a leer los versos. “En medio del fuego, tú fuiste quien me salvó”. Las palabras calan como las de ninguna otra carta pudieron hacerlo; y así, bajo la estela de su perfume Chloe que se desprende de sus ropas para dominar el departamento entero, piensa a su amado, amparada en el anhelo de su sobrevida en alguno de los centros de detención clandestinos que los criminales del Estado han sembrado como si se tratara de maíz sobre la tierra fértil en los barrios de su país doloroso en la distancia.
Gladys supo esperar, y de seguro murió esperando el reencuentro, con sus restos, con su cuerpo, sus huesos, su presencia. En los meses que transcurrieron hasta que finalmente sellara su retorno a Chile, por la vía clandestina, Gladys nunca dejó de soñar con ese reencuentro, con el abrazo al son de la música clásica que siempre los unió en la esperanza.
Como diría años después en sus memorias, refiriéndose a los muertos, a los detenidos desaparecidos, “solo la lucha puede mantenerlos vivos y no reducirlos a un recuerdo”, “nuestro duelo será siempre activo”, “¡Ya nos quisieran como viudas dolientes!”.
Pero no solo ella esperó. También, hasta el último segundo antes de su muerte, esperó por ella Jorge, como lo prometió en su carta enviada a la embajada de Holanda, a la calle Las Violetas de Providencia, el 7 de noviembre de 1973, donde Gladys esperaba en medio de la angustia y el dolor, noticias sobre su siguiente paradero.
Estaremos separados, ojalá por poco tiempo, pero si así no fue yo te esperaré los meses, los años o los siglos que fuesen necesarios. Eres mi tesoro personal, mi pequeño tesoro, la envoltura más interna de mi corazón, la sal de mi vida, el aire y el cielo. Estás en mí y yo te acompañaré hasta el fin del mundo y estarás conmigo en cada minuto. Un hilo invisible de un material no inventado por el hombre, de infinita resistencia, me une a ti. Eres mi alegría y orgullo. ¿Entiendes? Junto al gran camino elegido, que da razón a la vida, eres lo íntimo; mi decisión de luchar (compromiso de veinte años), de ser combatiente digno, se une a lo personal, a ti y esto (que el enemigo quisiera quebrar para quebrarnos) me acompañará hasta que nos reunamos a tener el hijo, a mirarnos los ojos, a estar juntos.
Y aunque quisieron, ni los enemigos ni el paso del tiempo pudieron quebrar eso: la conexión entre ambos a la que Jorge se aferraba escuchando la canción de la alegría de Beethoven, cerrando los ojos para imaginar los de su amada en el secreto de la clandestinidad. Así también lo expresa la carta de Jorge a Gladys, fechada el 12 de junio de 1974, enviada a la embajada de Holanda:
Siempre estará, siempre estaremos. Ahí está, ahí ha estado por decenas o centenas de millones de años y ahí estará por millones de años más. Tú y yo formamos parte de una cordillera de hombres y mujeres que se extiende de norte a sur, que es imponente, que es vigía, punto de referencia para muchos y que es casi inmortal.
Con la mente puesta en esa cordillera que no ve desde Moscú, que solo logra reconstruir con su imaginación, la cordillera de los paseos juveniles junto a Jorge y los amigos por Lonquimay, la cordillera blanca que se ha vuelto el más imponente testigo de la tragedia de Chile, Gladys prepara su regreso. Porque ya no puede estar lejos, no es justo para ella ni para su lucha, la personal y la colectiva. Porque, como diría años después en sus memorias, refiriéndose a los muertos, a los detenidos desaparecidos, “solo la lucha puede mantenerlos vivos y no reducirlos a un recuerdo”, “nuestro duelo será siempre activo”, “¡Ya nos quisieran como viudas dolientes!”.
Los días de Gladys en el exilio se acaban. La normalidad de la nieve y los grados bajo cero quedarán como un recuerdo de los tiempos más urgentes de denuncia y de reclamo, pero también como aquellos que le arrebataron al amor de su vida. Las botas verde agua y los gorros moscovitas darán paso a pelucas, nombres falsos y cambios en su cuerpo destinados a camuflar su notoria identidad.
Sería el tiempo de la dentadura limada y los pómulos anchos, cambios realizados en su rostro para esquivar su reconocimiento en el país de la dina y la cni. Será el tiempo de comenzar a vivir sin vesícula, como afirma su compañero en la clandestinidad Óscar Azócar, quien comenta para este libro que Gladys se operó antes de viajar a Chile para evitar una colecistitis.
Será el tiempo de Chile, porque nunca en el exterior dejó de ver a Chile.
Andaba por ciudades y no veía ciudades, la única ciudad que veía era la ciudad de la lucha, la ciudad de Jorge, a la hora del toque de queda, la ciudad donde los compañeros resistían. Quería, necesitaba volver.
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Comentarios
Sabrá ella que muchos
Gladys Marín, una auténtica
Me compré el libro, lo estoy
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