Estamos donde tú estás. Síguenos en:

Facebook Youtube Twitter Spotify Instagram

Acceso suscriptores

Sábado, 19 de Julio de 2025
48° aniversario de su muerte (I)

La infancia y la adolescencia de Miguel Enríquez en Concepción

Ignacio Vidaurrázaga

la_familia_enriquez_espinoza_a_fines_de_los_anos_50.jpg

La familia Enríquez Espinoza a fines de los años 50.
La familia Enríquez Espinoza a fines de los años 50.

Este artículo corresponde al Capítulo 2 del primer tomo del Libro “El MIR de Miguel”. Aquí, el autor cuenta los primeros años del futuro líder del MIR y de su formación muy acomodada y burguesa.

En el presente y de apariencia, la casa de Roosevelt 1674 aún parece estar exactamente igual, ubicada en el radio céntrico de la ciudad, muy próxima al hospital y a la Universidad de Concepción.

Ahí vivió la familia Enríquez-Espinosa, conformada por don Edgardo y doña Raquel, tres hijos hombres mayores y una sola hija: Inés, en la actualidad la única sobreviviente de ese hogar. Por cierto, sus remembranzas son significativas al momento de reconstruir a esta familia penquista. En su tiempo esa vivienda fue adquirida a través de la Caja de Empleados Públicos y Periodistas. Antes, la familia había vivido en Caupolicán número 112, en Concepción. Y aún antes –en 1943– en la casa número 120, en el Apostadero Naval de Talcahuano.

Cuenta Inés:

Los juegos cuando muy niños eran sólo entre nosotros; de vez en cuando había algún primo o prima de visita. La nana, que era muy querida por nosotros y que fue nuestra segunda madre, se llamaba Celfia Romero, era de Coelemu y vivía en la casa. También había empleada, o “niña de mano”, como se le llamaba, que se dedicaba al aseo y a cocinar, y la nana le ayudaba a veces. Además, venía a lavar una señora, un día a la semana, y se llamaba Laurita.

Don Edgardo Enríquez recuerda en el texto de Gilbert y a propósito de Miguel en estos primeros años que el director del colegio inglés […] lo llamaba smiling, es decir sonriente.

Los temas cuando niños eran típicos de esa edad, sobre cosas simples: comentar sobre el niño que vivía a la vuelta de la casa, o sobre la familia X, o sobre situaciones en el colegio. Los cuatro íbamos a un colegio bilingüe, inglés, el St. John’s. No sé cómo mi padre podía pagar esas cuatro colegiaturas, porque era un colegio caro. También, la micro que nos recogía en la esquina de la casa y nos llevaba al colegio, que estaba en la avenida Pedro de Valdivia. El colegio era muy british, muy bello, de buen nivel de enseñanza y exigente. Los cuatro sacábamos buenas notas, tampoco extraordinarias, pero aceptables.

Don Edgardo Enríquez recuerda en el texto de Gilbert y a propósito de Miguel en estos primeros años que el director del colegio inglés […] lo llamaba smiling, es decir sonriente. Y agrega: «A comienzos de marzo de 1955 fuimos a matricularlo en primer año de humanidades en el Liceo de Concepción hasta 1959 y ahí se conocieron con Bautista».

Y en esas remembranzas aparece el nombre de un perro regalón de la familia que se llamaba Gurkha, según don Edgardo. Es Inés quien continúa: Ya más grandes hablábamos de temas relativos a lo que sucedía en el país y en el mundo. El más informado y leído era Marco y también el que más hablaba. Yo más bien escuchaba y aprendía de todo eso. Miguel intervenía, pero seguía con mucha atención a Marco, a quien todos admirábamos. Lo veíamos como un joven medio genio. Todos en general teníamos buena salud, a lo más nos resfriábamos. Mi padre era quien me diagnosticaba y me daba tratamiento de antibióticos.

Biblioteca exactamente no había, pero sí estantes con libros, y como no había televisión, leíamos mucho; también íbamos al cine. Las noticias las recibíamos por la radio y por los periódicos. Mis hermanos eran sociables, sobre todo Miguel y Edgardo, yo algo, Marco nada. Jugábamos en casa a juegos de mesa: ludo, damas, ajedrez, mahjong, Metrópoli, no cartas, o salíamos en patines. La autoridad principal era mi padre, mi madre le seguía. Los dos nos impulsaban al estudio, a ser buenos alumnos, a la higiene personal y a cuidar la salud.

En la casa de Roosevelt había cuatro dormitorios en el segundo piso. Miguel y Edgardo dormían en uno. Marco en otro, yo en el que quedaba muy cerca del cuarto de mis padres. Mis padres eran lo que se denomina “padres devotos”, dedicados por entero a sus hijos, y eso creaba un mundo inmenso de afecto y seguridad para nosotros.

Que era originaria de Temuco y que había egresado de Derecho de la Universidad de Concepción, cuenta Inés sobre su madre Raquel: Era una señora de su casa, tenía sus amigas, pero estaba muy pendiente de nosotros. Mis tres hermanos nacieron en casa, mi madre fue atendida por mi padre. Para mi nacimiento él prefirió que a mi mamá la atendiera un doctor en una clínica de Talcahuano. Mi mamá cosía, bordaba, tejía, salía a hacer compras, organizaba a las empleadas de manera muy amorosa, sin autoritarismo.

Dos cosas recuerdo de ella desde que era muy niña: que estudiara y sacara una carrera y fuera independiente económicamente, y que no engordara ni comiera en exceso. La nana nos adoraba a Miguel y a mí, y nos defendía de regaños de mis padres, ella era increíble. Era notablemente inteligente, aunque analfabeta. Mi mamá quiso que aprendiera a leer y escribir y nunca lo consiguió. Íbamos todos los años a un fundo en Chillán a la casa de un señor hacendado que adoraba a mi padre. Lo pasábamos de maravilla, andábamos a caballo, nadábamos en piscina o en un río.

miguel_y_edgardo_enriquez_espinoza.jpg

Miguel y Edgardo Enríquez Espinoza.
Miguel y Edgardo Enríquez Espinoza.

Prosigue Inés:

Doña Inés y Humberto Enríquez Froedden eran hermanos de mi padre. Eran muy intensos, sus visitas a la casa eran ocasionales, pero llenaban el ambiente con sus historias de la Cámara y el Senado. Los mirábamos con respeto, admiración y mesurado cariño. Ambos eran demasiado centro de mesa. Eso a mí me cansaba, pero los escuchaba. Humberto tenía fama de ser un político brillante, Inés era considerada una mujer valiente, corajuda, peleonera y feminista.

No hubo auto durante muchos años, aunque mi padre tenía uno con chofer por ser director del Hospital Naval de Talcahuano. Más adelante, cuando éramos preadolescentes Miguel y yo, mis padres compraron un auto nuevo automático. Eso significó que fue fácil que ellos aprendieran a manejar, y yo siendo muy joven también, pues a escondidas sacaba el auto del garaje y daba la vuelta de la manzana, teniendo 12 o 13 años. Miguel y Marco no lo hacían; Edgardo sí, pero con el permiso de mis padres.

Había ciertas reglas de orden ético: jamás abusar de los otros o usar la violencia, pero no siempre resultaba, éramos niños y había dinámicas que nuestros padres no presenciaban y entonces no podían controlar. Pero en general había una fuerte unión familiar.

En la casa de Roosevelt había cuatro dormitorios en el segundo piso. Miguel y Edgardo dormían en uno. Marco en otro, yo en el que quedaba muy cerca del cuarto de mis padres. Mis padres eran lo que se denomina “padres devotos”, dedicados por entero a sus hijos, y eso creaba un mundo inmenso de afecto y seguridad para nosotros. Había ciertas reglas de orden ético: jamás abusar de los otros o usar la violencia, pero no siempre resultaba, éramos niños y había dinámicas que nuestros padres no presenciaban y entonces no podían controlar. Pero en general había una fuerte unión familiar.

Sobre la adolescencia de mis hermanos: iban a fiestas, a veces yo también con alguno de ellos. Tenían novias, duraban años o muy poco, eso era muy variable. No eran donjuanes.

En nuestra casa religión no había, mi padre, que era masón, era muy privado en sus creencias. No estimulaba el ateísmo ni el agnosticismo, pero no le gustaban la Iglesia Católica ni los curas. Mi madre en eso no opinaba. Había mucha música clásica, en discos LP que compraba mi padre. Él también nos tomaba películas y fotos por miles, primero en blanco y negro y luego diapositivas a color. Le encantaba. Mis padres siendo muy distintos se entendían bien, con sus altos y bajos como todo el mundo.

Ricardo: el primo-tío

Aparentemente uno podía imaginar otra historia de parentesco, pero Ricardo Froedden, de similar edad a los hermanos Enríquez, era el tío de los que serían después sus dirigentes. Y primo de ese señor de recia voz que sería médico naval, rector y después ministro, que era don Edgardo. Dice Ricardo:

Mi primo en verdad era don Edgardo, el viejo, y los jóvenes eran mis sobrinos en segunda generación se puede decir. Mi madre contaba que cuando Edgardo se casó con Raquel, mi padre, que tenía una casa grande en Salinas, a la entrada de Talcahuano, les ofreció esa vivienda y se fueron a vivir con mi familia, hasta que más adelante le asignaron una casa en el Apostadero Naval, como médico de la Armada. También estaba la cosa de los masones, mi viejo se metió a la masonería en algún momento, aunque no alcanzó a gastar muchos cartuchos.

Miguel tenía un gran respeto y una veneración por su padre. Marco era el que sentaba las polémicas contra la beatería, contra toda la jerarquía del poder, le gustaba poner temas complicados a raíz de las noticias que salían.

En tanto, el viejo Edgardo persistió y llegó a ser el gran maestro de la masonería de Concepción. Seguramente por esas cosas y por otras, cuando murió mi padre, la tía Rosalba primero y luego el viejo Edgardo tenían la preocupación de ir a vernos a menudo, una vez al mes o cada dos. Una vez que nos invitaron a almorzar, a la casa en Roosevelt, ya era la época en que ellos estaban metidos en política y yo todavía no me vinculaba… Debo haber tenido 18 o 19 años, y andaba con un terno que era del viejo Oreste que me habían acondicionado.

En el patio habían instalado una barra y yo me subí, como había estado en el Colegio Alemán me gustaba la gimnasia, y al hacer una voltereta me di cuenta de que tenía un zapato con un hoyo y me dio vergüenza, andaba con terno muy elegante y con zapatos con hoyo, me bajé de la barra y no me subí más, pero no me dijeron nada.

Éramos universitarios, Miguel entró con 16 desde el Colegio Inglés que estaba en Pedro de Valdivia, que a diferencia de los alemanes no tenían kindergarten, por lo que se entraba a primer año. Luego, lo matricularon a primera preparatoria del liceo “Enrique Molina” y se saltó el sexto año, pareciera que la preparación del Colegio Inglés era bien avanzada. En la casa del viejo Edgardo al mediodía se escuchaba el Reporter Esso. Edgardo padre ponía la radio más fuerte y todos se quedaban callados escuchando al periodista Luis Hernández Parker.

Miguel tenía un gran respeto y una veneración por su padre. Marco era el que sentaba las polémicas contra la beatería, contra toda la jerarquía del poder, le gustaba poner temas complicados a raíz de las noticias que salían. También, tenía una relación muy estrecha con Inés, la quería mucho, se sentaban a la mesa, le tomaba la mano, una cosa increíble. Yo con mi hermana eran puras peleas, educados en la sociedad patriarcal los hombres mandan, entonces con mi hermana era un afán que me obedeciera, esa era mi relación con ella.

La pieza del fondo

La pieza del fondo se asemejaba a un laboratorio, a un sitio secreto de junta, a un espacio de elegidos. En los hechos reunió todas y otras acepciones. Porque también fue el espacio de libertad permitido para el hijo varón menor de la casa. Una entrada y salida independiente resolvía permisos y retos. Miguel comenzaba a administrar su libertad cerca de su familia, pero sin tener que rendir pormenorizada cuenta.

Todas las historias pareciera que comienzan en un sitio preciso y esta también. Inés Enríquez así lo recuerda:

Mi padre construyó un pequeño departamentito, al fondo del patio, con un cuarto y un baño, que fue donde se instaló Miguel. Edgardo ya no vivía en casa, pues se había mudado a Santiago para estudiar Ingeniería Civil. Ese cuarto separado de la casa hizo que Miguel fuera más independiente en cuanto a sus entradas y salidas de la casa, pues podía entrar por el patio directamente a su cuarto.

La pieza del fondo se asemejaba a un laboratorio, a un sitio secreto de junta, a un espacio de elegidos. En los hechos reunió todas y otras acepciones. Porque también fue el espacio de libertad permitido para el hijo varón menor de la casa. Una entrada y salida independiente resolvía permisos y retos. Miguel comenzaba a administrar su libertad cerca de su familia, pero sin tener que rendir pormenorizada cuenta.

miguel_enriquez_a_comienzos_de_la_decada_del_60.jpg

Miguel Enríquez a comienzos de la década del 60.
Miguel Enríquez a comienzos de la década del 60.

Juan Saavedra, el Patula, añadirá:

Yo estudiaba Derecho y en esa etapa recuerdo haber ido a la casa de Miguel, que era muy cerca de la universidad, íbamos a tomar once y conversábamos. Nos atendían bien: nos daban leche y queques y nosotros lo agradecíamos, porque siempre andábamos muertos de hambre. Después nos íbamos a una pieza que el padre de Miguel construyó, porque la casa era una casa Ley Pereira de clase media, y con los cuatro hijos les quedó chica.

Entonces, al fondo construyeron una habitación con un baño y ahí vivía Miguel con su hermano Edgardo, pero éste ya había partido a estudiar a Santiago. La pieza tenía acceso por el garaje y había que enfrentarse con dos enormes perros, por eso había que esperar que los sujetaran y correr hacia la pieza del fondo. Fue ahí que me enteré de que ellos estaban en contacto con una serie de grupos revolucionarios en Santiago y Concepción, entre ellos el grupo de Pedro Enríquez de los troskos, y que se quería formar un gran ente con todos.

La amistad y la confianza serían el piso básico para la reflexión de ese grupo de jóvenes. Primero fueron las preguntas y el estudio, discusiones e intercambios entre ellos. Todo estaba en sus inicios. Pero todo sucedía en Concepción, territorio de luchas obreras y de creación artística, un contexto con inmejorables condiciones para germinar críticas y subversiones.

Esa pieza del fondo en los albores de esta historia la conocieron varios de los conjurados. Por cierto, Marcelo Ferrada Noli y Bautista van Schouwen. Ahí también llegarían Andrés Pascal y un compañero de estudios y de luchas: el Bombita Gutiérrez.

Edgardo Enríquez Froedden –en testimonios a Jorge Gilbert– también se refiere a la significación de esa habitación en esta historia: «Siempre lo digo en broma, que el MIR se formó en la pieza de mis hijos que tenían al fondo de nuestra casa». Luego, y de inmediato, se refiere a cómo apreciaba lo que sería la organización que por entonces se fraguaba, entre otros sitios, en esa pieza del fondo: «Creció rápidamente y en forma tan violenta, que muy pronto pasó a ser mayoría entre el estudiantado de Concepción. Era un partido de gran honestidad, violento, valiente, pero al mismo tiempo formado por gente sumamente inteligente y preparada».

Después, en el transcurso de la siguiente década, el devenir de la historia depararía a la familia Enríquez-Espinosa fuertes dolores relacionados con sus dos hijos mayores y con uno de sus yernos.

La amistad y la confianza serían el piso básico para la reflexión de ese grupo de jóvenes. Primero fueron las preguntas y el estudio, discusiones e intercambios entre ellos. Todo estaba en sus inicios. Pero todo sucedía en Concepción, territorio de luchas obreras y de creación artística, un contexto con inmejorables condiciones para germinar críticas y subversiones.

Mañana: Parte II y final.

En este artículo



Los Más

Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan artículos gratuitos este mes.

En este artículo



Los Más

Comentarios

Comentarios

Miguel, inolvidable

Me encantó leer esto sabía de.la historia de Miguel y el mir y los admro eternente por su compromiso con los más.debiles y desposeídos de.este país enormes revolucionarios de verdad valientes

Muy interesantes sus articulos

Típico burgués acomodado con síndrome de Peter Pan que se quedó pegado en el par de panfletos que leyó a los 12 años.

Miguel en nuestro corazón para siempre

El enlace a la segunda parte no está activo. Repite la primera parte

Añadir nuevo comentario