Los libros La cueva del Senado y los 45 senadores y La Cámara y los 147 a Dieta fueron publicados en 1968 por Eugenio Lira Massi, una de las mejores plumas del periodismo chileno, temido y querido por políticos de la época, gracias a sus perfiles incisivos y sus crónicas sarcásticas de la actividad parlamentaria.
Para muestra de su mordacidad, relató una vez que en el baño de la sede legislativa nunca faltaba el enjuague bucal “que los honorables parlamentarios ocupan preferentemente para borrar los rastros de alguna ingestión alcohólica. O, para decirlo más claramente, para disimular la caña”. Entre la anécdota y el análisis de fondo, el periodista sabía reconocer la buena política y lograba capturar con agudeza el sentido esencial de la deliberación democrática.
Quién sabe lo que habría escrito hoy día Lira Massi acerca del Congreso Nacional y de esas prácticas de aquello que el profesor de la Universidad de Londres, Howard Tumber, ha descrito como una “cultura del promocionalismo”, basada en el escándalo y la espectacularidad, que favorece intereses de proyección individual y nutre a los medios de comunicación de contenidos de entretenimiento.
Quién sabe lo que habría escrito hoy día Lira Massi acerca del Congreso Nacional y de esas prácticas de aquello que el profesor de la Universidad de Londres, Howard Tumber, ha descrito como una “cultura del promocionalismo”, basada en el escándalo y la espectacularidad,}
En los últimos días tuvimos que apreciar ese esfuerzo creativo devenido en banalidad, con la guitarra del senador de RN Francisco Chahuán, como ofrenda a la inexperiencia del gobierno en materia de seguridad; y la pelota del diputado Tomás Lagomarsino, para “ponerla al suelo” y calmar las tiranteces de la negociación del nuevo proceso constituyente.
Menos bromistas pero igualmente frívolas han sido las provocaciones y actos violentos de algunos diputados republicanos, la ofensiva de destituciones contra los presidentes oficialistas de comisiones de la Cámara, las irregularidades en el uso de tarjetas de combustible, los chantajes vía rechazo de partidas presupuestarias como el financiamiento de la seguridad, entre otros.
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Los criticados actos performáticos de algunos miembros de la Convención Constitucional son anécdotas insignificantes ante la grotesca conducta de los congresistas, justamente cuando está en sus manos la segunda oportunidad de impulsar un proceso constituyente. Se trata de una luz de alerta en medio de negociaciones para que los nuevos constituyentes sean designados por estos protagonistas de la parodia barata, que se empeñan con tanto ahínco en envilecer el debate público.
Los dirigentes de la derecha insisten en que el nuevo proceso constituyente debe ser sobrio y “lo menos parecido a la fracasada convención”; axioma que hasta ahora solo se traduce en restricciones a los altos estándares democráticos que tuvo el órgano constitucional. De sobriedad, nada; de elitismo, casi todo.
Resulta dramático que la mayoría de los defectos que se atribuyeron al anterior constituyente se hayan remasterizado. En cuanto a las formas, la desmesura retórica en el debate parlamentario supera los peores momentos de la Convención. Y en lo sustantivo, el “revanchismo” que tanto se le criticaba es la calificación perfecta para referirse a la estrategia de censura de los presidentes de las comisiones, destinada a “equilibrar” la elección de Vlado Mirosevic a la cabeza de la Cámara.
Los criticados actos performáticos de algunos miembros de la Convención Constitucional son anécdotas insignificantes ante la grotesca conducta de los congresistas, justamente cuando está en sus manos la segunda oportunidad de impulsar un proceso constituyente
Sobre la crítica a las pretensiones refundacionales ¿qué podría ajustarse mejor a ese término que el intento de borrar la historia de los crímenes de la dictadura, suprimiendo el presupuesto para el museo y los lugares de memoria?
Para el alivio de muchos, la opinión pública no se ha sorprendido con estas sandeces, al contrario, se declara indiferente, porque lidiar con la inflación y la delincuencia consume toda la energía cotidiana. Se terminaron las sobremesas familiares para debatir sobre la nueva Constitución y los matinales ya casi no invitan políticos ni cientistas sociales.
La crisis económica y el miedo a la violencia criminal han permitido al conservadurismo reponer la retórica del 'cosismo' con la que el exalcalde y candidato presidencial Joaquín Lavín construyó su liderazgo desde mediados de los ’90. En una entrevista concedida a la revista Qué Pasa, en 1996, el ex director de El Mercurio Aturo Fontaine Aldunate explicaba que “el cosismo supone tanto afán por las cosas, que las distancias partidistas tienden a olvidarse en el trabajo por la comunidad”.
En el nuevo lenguaje de la elite conservadora ya no se habla de 'cosismo' sino de 'sentido común', pero es la misma estrategia de convertir las urgencias cotidianas en una forma de sustraer a los ciudadanos del debate público sustantivo.
Los retiros del 10% eran 'de sentido común'; la propiedad y heredabilidad de pensiones de miseria también son 'de sentido común', aunque distraigan del verdadero desafío que es aumentar los montos de la jubilación.
Es evidente que en situaciones de crisis lo urgente desplaza a lo importante, pero la buena política consigue distinguir entre ambas para abordar lo inmediato con eficiencia y lo sustantivo con responsabilidad. Sin embargo, la elite conservadora no lo está entendiendo así y aprovecha la circunstancia de extrema vulnerabilidad, para buscar excusas que dejen a la ciudadanía fuera del proceso constituyente.
Mientras los parlamentarios de la galería denigran los asuntos públicos con su espectáculos circenses y actos improbos, los negociadores de primera clase se ocupan de ejecutar los trazos para que la nueva Constitución sea una perfecta pieza de museo, sin participación popular. Se mira pero no se toca.
En el nuevo lenguaje de la elite conservadora ya no se habla de 'cosismo' sino de 'sentido común', pero es la misma estrategia de convertir las urgencias cotidianas en una forma de sustraer a los ciudadanos del debate público sustantivo.
Así se instala el peligro evidente que el nuevo pacto social no tendrá legitimidad suficiente si mantiene la norma elitaria del actual sistema político. El poder constituyente del Congreso no es originario sino delegado por el pueblo. Eso significa que al transferir ese poder prestado a unos expertos designados se está cometiendo un acto autoritario.
En su informe Mecanismos de cambio constitucional en el mundo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo analizó los procesos constituyentes que han tenidos lugar desde la segunda mitad del siglo 20. Entre sus conclusiones, indica que “a medida que se consolidan los regímenes efectivamente democráticos, aumenta la probabilidad que el cambio constitucional se produzca a través de una asamblea constituyente. En cambio, a medida que la democracia se restringe, aumenta la probabilidad que el proceso constituyente sea a través de una comisión de expertos”.
La última Constitución elaborada por un poder legislativo fue en Angola, el año 2010. La última carta magna escrita por un comité de expertos fue en Marruecos, en 2011. Después de aquellos, los procesos constituyentes han procurado el máximo de participación. Pero en Chile, una década después de esa experiencia, se decide volver a los tiempos en que la política se dejaba a los nobles, que en este caso, son bastante vulgares.
Comentarios
Excelente!
Es imprescindible leer y
Que gran pluma la de Yasna
Muchas gracias por esta
Interesante columna, aunque
ya veo que se corrigió, Muy
¡Seca!
Magnífica la columna de
El sustantivo "seca" se
! Provocativo y
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