Columna de Yasna Lewin

Chile sufre una feroz regresión autoritaria, con políticos que reivindican el golpe y redes sociales que hierven en violencia verbal hacia quienes padecieron la brutalidad de la represión. No corresponde pedirle a las organizaciones de DDHH que se hagan cargo de aquello que no ha logrado la política: ampliar la convocatoria del cincuentenario a una conmemoración de Estado y buscar un diálogo unitario en un país severamente dividido.

La experiencia comparada es tan abundante en leyes, regulaciones y códigos de buenas prácticas contra las mentiras en redes sociales, que deja en total ridículo a los críticos locales de la comisión ministerial contra la desinformación.

La incertidumbre económica es una gran fuente de votos para consolidar la ventaja electoral de la derecha, pero en esa aventura los empresarios no se embarcan, porque no hay mejor negocio que la certeza jurídica, la paz social y la estabilidad fiscal.

Los afiliados enfermos de los que siempre han querido deshacerse, ahora son un valioso escudo humano para proteger a las aseguradoras del fallo de la Corte Suprema que los obliga a devolver cobros excesivos y a cumplir la tabla única de factores. Si la futura Constitución “protege la libre elección” del sistema de salud, como desea la derecha, el mercado seguirá segmentando a las personas por su ingreso.

La Ley Naín-Retamal ya comienza a usarse para sobreseer a los 141 policías y militares formalizados y a los 24 condenados por ataques a la población civil durante el estallido; pero resulta inútil para los mártires de Carabineros que son acribillados por delincuentes reales, sin tener oportunidad alguna de reaccionar para ejercer su legítima defensa.

La trascendencia de la estrategia del litio debiera alentar debates de mayor altura acerca de la articulación público-privada. Pero los dirigentes gremiales optaron por centrar la discusión en su cuota de propiedad en lugar de pensar en cómo atraer nuevos actores, desarrollar tecnología y expandir la industria.

El afiebrado debate parlamentario por la muerte de la Sargento Rita Olivares devino en la peor forma de rendirle homenaje: dividir a los legisladores entre amigos y enemigos de Carabineros, propiciando una burda utilización política de la institución.

Tras enterarnos que entre los candidatos de Chile Vamos al Consejo Constitucional figuran el ex presidente de la CPC, Juan Sutil, y el líder del ala dura de RN, Carlos Larraín, no queda sino observar con pesimismo el proceso que se inicia. Una partida que se juega en una cancha inclinada, tan cargada al status quo como la reciente selección de los pretendidos expertos.

Al presidente Gabriel Boric le quedan tres años para corregir las debilidades de su administración, implementar controles eficaces, elevar las competencias de su equipo y consolidar la alianza de sus coaliciones. Solo así evitará abultar las repisas donde sus predecesores han almacenado peores errores, desprolijidades, escándalos y acuerdos de salvataje.

Mientras parlamentarios de la galería denigran los asuntos públicos con sandeces e improbidad, los negociadores de primera clase se ocupan de que la nueva Constitución sea una perfecta pieza de museo, sin participación popular. Se mira pero no se toca.

La caída de Karol Cariola es parte de una secuencia de cuestionamientos a la idoneidad política y moral de profesionales comunistas nombrados en distintas tareas de Gobierno. Un déjà-vu de La Ley Maldita y el derogado artículo 8ª de la Constitución del 80 .

A pesar de su data ochentera y de la abundante evidencia de su agotamiento, los seguidores nacionales del neoliberalismo consideran que el plebiscito del 4 de septiembre fue una demostración del cariño popular a su doctrina. Por eso se indignaron con las expectativas de enterrarlo expresadas por Joseph Stiglitz y Mariana Mazzucato.

Los republicanos criollos saben que las conquistas del feminismo y las minorías sexuales desafían la moral conservadora y generan malestar en los grupos más tradicionales o religiosos, convirtiendo a una parte de la ciudadanía en presa fácil para el populismo de ultraderecha.

Históricamente la izquierda es el sector que eliminó los privilegios de la nobleza y procuró la ampliación de la democracia política y social. Su pensamiento inspiró los estados de bienestar avanzados y los derechos humanos de tercera generación. Un centroizquierdista por el Rechazo es un oximorón tan burdo como el derechista socialdemócrata; una impostación que engaña a los electores y cruza el límite de la ética política.

Sin haber dictado ninguna norma todavía, la Convención ya está cambiando la política. La paridad de género es un 'desde'; la plurinacionalidad es más visible que nunca y las diversidades sexuales se atreven, como disidencias, a exigir cambios a un modelo que estructuralmente los discrimina.

La historia de la derecha está plagada de momentos vergonzantes, pero ha tenido expresiones democráticas enterradas en el olvido, como los parlamentarios Hugo Zepeda, Armando Jaramillo y Aníbal Scarella, tempranamente críticos a los horrores de la dictadura, y Julio Subercaseaux, quien incluso integró el Grupo de los 24 para cambiar la Constitución del 80. Ya en democracia hubo intentos fallidos y hoy toman la posta los constituyentes de la derecha dialogante y el solitario detractor de José Antonio Kast, Ignacio Briones, luego que Mario Desbordes dilapidara su capital al integrarse dócilmente a la candidatura de Kast.

Fue la ciudadanía la que derrotó a José Antonio Kast y ese poder del pueblo puede ser un activo para el nuevo Gobierno, si Gabriel Boric lo convierte en un aliado para sus cambios y no en una molestia para sus acuerdos.

El populismo de Franco Parisi es como el 'FraFrá' de 1989, quien obtuvo un millón 77 mil votos, prometiendo ética y soluciones fáciles, aunque en realidad era un epítome de las malas prácticas; ¿qué harán los diputados del Partido de la Gente? Frente a situaciones similares, los constituyentes de la extinta Lista del Pueblo repudiaron los hechos y dejaron la organización.

La visión política del establishement es tan mediocre, que prefirió inventar un liderazgo fatuo como Sebastián Sichel, para remozar su ortodoxia liberal, en lugar de apostar a una oferta social a tono con el nuevo Chile. El resultado es la derrota de su 'producto', el recambio de liderazgo por un tosco centinela del modelo neoliberal y una promesa de restauración autoritaria. Esto, en el seno de un sector político que tardó décadas en desprenderse de la mochila pinochetista.