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Miércoles, 17 de Abril de 2024
Capítulo 12

A las puertas del Vaticano (extracto de 'Conexiones Mafiosas')

Manuel Salazar Salvo

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Cardenal Jean Villot con Paulo VI
Cardenal Jean Villot con Paulo VI

Esta es la duodécima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro 'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe cómo a fines de los años 60’ y comienzos de los 70’, convergieron en Italia a lo menos cinco organizaciones que con distintos fines dieron forma a una poderosa estructura criminal cuyas extensas y complejas ramificaciones políticas y económicas aún permanecen en la más densa oscuridad.

Admision UDEC

A fines de los años 60’ y comienzos de los 70’, convergieron en Italia a lo menos cinco organizaciones que con distintos fines dieron forma a una poderosa estructura criminal cuyas extensas y complejas ramificaciones políticas y económicas aún permanecen en la más densa oscuridad. Los protagonistas fueron la mafia ítalo-norteamericana, la logia masónica Propaganda 2, la CIA, el Partido Demócrata Cristiano de Italia y varios de los más encumbrados habitantes del Vaticano.

La trama tiene orígenes diversos y remotos, pero es posible ubicar un punto de inflexión en el otoño europeo de 1964. En algún lugar de los montes Apeninos, en una mansión vigilada por cámaras de televisión y guardias armados, 12 hombres vestidos de esmoquin, con sus cabezas cubiertas con capuchas de seda negra, flanqueados por grandes retratos de Hitler, Mussolini y Perón, esperan el inicio de una ceremonia ritual que dirige un sujeto canoso, el único con la cara descubierta.

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Alexander Haig, coordinador de la Red Gladio
Alexander Haig, coordinador de la Red Gladio

Un desconocido ingresa al gran salón. Lleva capuz pero sus ojos están tapados. Jura ser fiel al grupo y no revelar sus secretos. Los iniciados entregan un sobre cerrado y depositan una gota de su sangre en un frasco de cristal. El celebrante extrae de los sobres las fotografías de cada uno de los asistentes y las deposita en un recipiente de oro. Agrega la del recién llegado y una gota de la sangre ya mezclada sobre los retratos, sellando el pacto suscrito.

En las fotografías aparecen, entre otros, Vito Miceli, general del Servicio Secreto de Información Italiano (SID); Carmelo Spanuolo, juez de la Corte Suprema y primer fiscal de Milán; Raffaele Giudice, jefe de Carabineros de Hacienda; Ugo Zilletti, jefe del Consejo Supremo de los Magistrados de Italia; Joseph Miceli Crimi, cirujano jefe del Departamento de Policía de Palermo; Roberto Calvi, administrador del Banco Ambrosiano; y, Antonio Viezzer, coronel del SID.

El recién iniciado es Michele Sindona, banquero que desde 1957 lava el  dinero obtenido del tráfico de heroína por la familia Gambino, cabeza de la mafia de Nueva York. El sujeto de rostro descubierto es Licio Gelli, el Gran Maestro, el “Naja Hannah” (Rey Cobra) de la organización. Los conjurados integran el núcleo principal de la logia masónica Propaganda 2, creada por Gelli para oponerse a la creciente influencia del Partido Comunista Italiano, el más activo de Europa, y actuar como dique ante la ola izquierdista que invade América Latina.

Gelli, nacido en 1919 cerca de Florencia, había combatido muy joven junto a los franquistas en la división italiana de los “camisas negras”. En 1940 se enroló en el Partido Nacional Fascista. Dos años después viajó a Albania, donde se transformó en el hombre de confianza del secretario de los fascios italianos en el exterior. En 1943 adhirió a la República Social Italiana y constituyó en su tierra natal uno de los primeros fascios republicanos.

También aceptó ser oficial de enlace de la SS alemana, participando en el interrogatorio de prisioneros ingleses y cazando desertores, muchos de los cuales fueron fusilados. Concluida la guerra, en 1945 se le detuvo por delitos cometidos durante el régimen fascista y fue condenado a dos años y medio de cárcel. En marzo de 1946 recuperó su libertad y comenzó a trabajar en comercio minorista. En 1947 consiguió pasaporte a Francia, España, Suiza, Bélgica y Holanda, países donde amplió sus negocios y contactos. Se inscribió sucesivamente en la Democracia Cristiana, en el Partido Monárquico y en el Movimiento Social Italiano. Acosado por la policía italiana, decidió viajar a Argentina donde desde 1946 gobernaba Juan Domingo Perón.

Gelli regresó a Italia en 1960 e ingresó a la Orden Masónica de la Francmasonería, conocida como el Gran Oriente. En 1962, como ejecutivo de la empresa Permaflex, gestionó una masiva venta de colchones para los ejércitos de la OTAN. Sus vínculos con jefes militares, políticos y empresarios aumentaban. En 1967 se radicó en Arezzo, como ejecutivo de la colchonería Dormire y se convirtió en uno de los principales agentes de la “Operación Gladio”, un plan de la CIA para impedir la expansión del comunismo en Europa y que dirigía el general Alexander Haig, antiguo comandante en jefe de la OTAN.

Gladio forjó acuerdos entre la mafia y ciertos funcionarios de la curia vaticana, reclutó a neofascistas para atentados que se atribuían a la izquierda y repartió millones de liras entre los partidos políticos y la prensa.

En los salones vaticanos

En 1973, Juan Domingo Perón retornó a la Argentina. En el charter de Alitalia que condujo al general a Buenos Aires iba también Gelli. Asistió a la ceremonia de asunción del líder de los descamisados y días después recibió la Orden del Libertador San Martín, en el grado de Gran Cruz. La P2 se consolidaba en el país trasandino. Entre sus hombres destacaban “El Brujo” José López Rega, el canciller Alberto Vignes, el almirante Emilio Massera y el general Carlos Suárez Manson.

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Juan Domingo Perón y José López Rega
Juan Domingo Perón y José López Rega

En 1974, surgieron por primera vez en la judicatura italiana indicios de las operaciones de Gelli con el terrorismo de ultraderecha y del financiamiento masónico a las vanguardias de la subversión neofascista.

El Gran Maestro de la P2 entraba y salía de Hungría, Rumania, Libia y diversos países de Europa y el Medio Oriente. Gestionaba millonarios contratos para Argentina y otras naciones latinoamericanas, proveía de armas a los árabes, a las dictaduras militares y a guerrillas izquierdistas. De todo ello obtenía jugosos dividendos propios. Operaba en secreto desde una habitación de un hotel en Roma. Desde allí adquiría costosas villas y haciendas en el norte de Italia, en Mónaco y en Sudamérica, pero además –y eso era lo decisivo- acrecentaba la fuente de su poder: el acopio y el manejo de información.

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Humberto Ortolani, jefe de la inteligencia italiana
Humberto Ortolani, jefe de la inteligencia italiana

Fue en ese momento en que Gelli se acercó a los salones vaticanos a través del cardenal Paolo Bertoli, un viejo conocido de la región de Toscana. Conoció a los cardenales Sebastiano Baggio, Agostino Casaroli, Ugo Poletti y Jean Villot, entre otros, quienes le facilitaron el acceso a una serie de audiencias con Paulo VI. El jefe de la P2 añadió glamour a su figura consiguiendo que se le nombrase caballero de la Orden de Malta y caballero del Santo Sepulcro.

La P2 había nacido en Italia a principios del siglo XIX, cuando se fundó la Sociedad Secreta de los Carbonari, logia similar a la masonería, donde militaban francmasones, militares y mafiosos. Lucharon contra Napoleón, reclutaron miembros para combatir por la independencia de Grecia e influyeron en España. Pertenecer a los Carbonari involucraba aceptar reglas implacables. Cualquier miembro que violase los secretos de la logia tendría una muerte segura y violenta, era la ley del silencio, la omerta.

Desde 1960, cuando Gelli vislumbró que una sociedad similar le permitiría lograr sus fines, planificó cuidadosamente su asalto al poder. La estrategia constaba de tres partes: primero debía conseguir el apoyo de jefes militares; el paso siguiente era provocar el caos económico en Italia, para lo cual organizó una sostenida fuga de capitales que convertía a dólares en el exterior, retornándolos al país para adquirir industrias y volver a sacar los beneficios en un círculo creciente hasta lograr el quiebre de la balanza de pagos y la postración de la economía italiana. La última etapa, casi simultánea, consistía en fomentar la violencia política para crear el caos y convencer a los italianos de la necesidad de reimponer el orden, con una autoridad fuerte y centralizada, lo que él llamaba la nueva era del fascismo.

Tres hombres serían sus principales apoyos: Humberto Ortolani, Michele Sindona y Roberto Calvi.

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Albino Luciano, Juan Pablo I
Albino Luciano, Juan Pablo I

Ortolani, abogado, jefe de las unidades de contraespionaje italianas durante la Segunda Guerra Mundial, amigo íntimo del Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Agostino Casaroli, anfitrión de una veintena de cardenales que se reunieron los días previos al cónclave que eligió a Paulo VI, Caballero de Su Santidad, era el brazo derecho de Gelli.

Sindona, formado por los jesuitas, rey del mercado negro de alimentos durante la Segunda Guerra Mundial, lavandero de los fondos provenientes del tráfico de heroína que dirigían Vito Genovese y Carlo Gambino, había adquirido su primer banco en 1959. Después de incorporarse a la P2 en 1964 compró otros seis bancos en Italia, Alemania, Suiza y Estados Unidos, logró el control de CIGA, la mayor cadena de hoteles de Italia, el Grand Hotel de Roma, el Hotel Meurice, de París, el diario “Daily American”, de Roma, y al menos otras 500 sociedades.

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Paul Marcinkus y Juan Pablo II
Paul Marcinkus y Juan Pablo II

Presiones fiscales

En 1969, el Papa Paulo VI, presionado por el gobierno italiano para que pagara impuestos, decidió vender gran parte del patrimonio empresarial del Vaticano. Deseaba también evitar embarazosas situaciones como explicar la propiedad de los laboratorios Sereno, una industria que fabricaba píldoras anticonceptivas. La operación era compleja y el pontífice eligió al empresario del momento, el hombre que le pareció ideal: Michele Sindona. A su lado puso al cardenal Paul Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), la verdadera caja fuerte del Vaticano.

La primera gran operación financiera fue la venta de la Societa Generale Immobiliare (SGI), la nave insignia del tramado empresarial de la Santa Sede. Sus acciones fueron transferidas al Paribas Transcontinenal de Luxemburgo y de allí a Fasco AG, compañía fundada por Sindona para administrar los dineros de la mafia. El paso siguiente fue invertir la liquidez del Vaticano en multinacionales como Procter & Gamble, General Motors, Westinghouse, Standard Oil, Colgate, Chase Manhattan y General Food, entre otras diversas.

Casi como una ironía de la historia, en 1970 la SGI adquirió la mitad de Paramount Pictures, ingresando al luminoso negocio de Hollywood al mismo tiempo en que la compañía empezaba el rodaje de “El Padrino”. Buena parte de los ingresos percibidos por las tres películas sobre los Corleone fue a engrosar las arcas de uno de los mayores entramados financieros de la mafia. 

En mayo de 1972, Sindona enfrentó una de sus cada vez más frecuentes crisis financieras. Licio Gelli, para quien “las puertas blindadas de los bancos se abren siempre hacia la derecha”, acudió presuroso en su ayuda. Tapado el escándalo, hubo que devolver el favor y pronto las arcas del Vaticano se transformaron en la lavandería de los dineros negros provenientes de los negocios de la P2, de la democracia cristiana y de la mafia italiana. Los fondos eran captados por el banco y sociedades del Vaticano y transferidos por Sindona a cuentas secretas del Finebank y del Amincor, dos bancos suizos que controlaba el mismo Sindona y que eran propiedad de la Cosa Nostra estadounidense.

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Ceremonias secretas en la Logia P-2
Ceremonias secretas en la Logia P-2

El gran soporte de estos negocios estaba en Sicilia, donde las tres principales instituciones de entonces en Italia monopolizaban el manejo del miedo: la mafia con sus luparas (escopetas con el cañón recortado); la Iglesia blandiendo la ira de Dios; y la democracia cristiana amenazando con la llegada del comunismo.

Escape hacia Argentina

El 8 de octubre de 1974 se inició la debacle. El Franklin Nacional Bank de Estados Unidos, propiedad de Sindona, sufrió el mayor colapso financiero en la historia norteamericana. El gobierno debió responder por pérdidas que subieron de los 2.000 millones de dólares.

En Italia se ordenó detener a Sindona que huyó a Estados Unidos, mientras una tras otra se desmoronaban las empresas de su imperio y las pérdidas del Vaticano bordeaban los mil millones de dólares. La Santa Sede recurrió entonces a un nuevo gestor, Roberto Calvi. Este hombre pertenecía al Banco Ambrosiano desde 1947. Allí a nadie se le daba una cuenta corriente sin que exhibiera su certificado de bautismo. Su prestigio era intachable e incluso había sido nombrado Cavaliere del Lavoro por el Presidente Giovanni Leone. Muy pocos sabían que era el tesorero de la P2.

Ocho años después, Calvi experimentaría lo mismo que Sindona. Huyendo por Europa mientras intentaba conseguir armas para Argentina, en plena guerra de las Malvinas, apareció colgado de un puente en Londres.

En 1981 estalló el escándalo en Italia. Durante un allanamiento a las oficinas de Gelli en Arezzo la policía confiscó archivos donde figuraban 962 presuntos miembros de la P2, entre ellos dos ministros del gobierno, cardenales, banqueros, altos mandos de las fuerzas armadas, de la policía, de los servicios secretos, magistrados, fiscales y otras personalidades. Gelli huyó con rumbo desconocido. Cayó el gobierno de Arnaldo Forlani mientras la península itálica se sacudía hasta sus cimientos. El mundo financiero miraba estupefacto.

Un año antes, 85 personas habían sido destrozadas en la estación ferroviaria de Bologna. El ataque había sido organizado por Gelli desde Montecarlo como parte de una “estrategia de tensión”, destinada a desviar la atención ante la posible caída de la red financiera tan delicadamente urdida 20 años antes. Los ejecutantes de la masacre fueron llevados desde Bolivia. Dos de ellos –Pierre Luigi Pagliai y Stefano Delle Chiaie– eran conocidos integrantes de la manada de lobos negros de la ultraderecha internacional, usados en más de alguna oportunidad por los gobiernos militares de Argentina, Chile, Bolivia y Paraguay.

En septiembre de 1982 Gelli fue arrestado en un banco de Ginebra cuando con identidad falsa intentaba sacar de una cuenta secreta cerca de 100 millones de dólares depositados por las subsidiarias sudamericanas del Banco Ambrosiano. Conducido a la prisión de alta seguridad de Champ-Dollon, escapó en agosto de 1983 poco antes de ser extraditado a Italia. El 21 de septiembre de 1986, Gelli reapareció en el palacio de Justicia de Ginebra, flanqueado por cuatro abogados. El juez Pierre Trembley lo recibió declarando luego que se le veía agotado, “en el límite de sus fuerzas”.

“Il Corriere Della Sera”, el mayor diario italiano, reveló que el escape de Gelli desde Champ-Dollon contó con el apoyo de la Unión de Bancos Suizos (UBS). Según el periódico, un grupo de agentes del FBI y de la DEA armaron un tinglado financiero en Luxemburgo y en el Caribe para seguir las huellas del dinero de la Cosa Nostra hacia los paraísos fiscales. La UBS organizó la fuga y la salida de Gelli hacia Argentina para evitar que se descubrieran otras cuentas secretas, aseguraron los agentes del FBI.

Muerte súbita

En agosto de 1978 un ataque al corazón terminó con la vida de Paulo VI. Pocos días después, contra todos los pronósticos periodísticos y de las personas más o menos bien informadas, Albino Luciani, patriarca de Venecia, fue elegido Papa y tomó el nombre de Juan Pablo I. “No tenemos bienes materiales para negociar ni tenemos intereses económicos que defender”, dijo el nuevo pontífice a los representantes del cuerpo diplomático cuando fueron a felicitarle por su elección.

El 27 de agosto Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot y le pidió una rápida investigación sobre todas las operaciones financieras que llevaba adelante el Vaticano. Le preocupaba mucho lo que ocurría en el Instituto para las Obras de Religión, que dirigía el cardenal Marcinkus. Una semana después, Luciano pudo examinar los primeros datos que había pedido y algunos cardenales le pusieron al tanto de lo ocurrido en los últimos años.

El 5 de septiembre, Juan Pablo I recibió a una de las mayores autoridades de la Iglesia ortodoxa, el metropolita Nicodemo de Leningrado. Ambos se sentaron a tomar café, pero tras el primer sorbo Nicodemo cayó al suelo y murió casi al instante. La versión oficial señaló que había sufrido un infarto. Tenía 49 años y una muy buena salud. 

Tres semanas más tarde, el  28 de septiembre de 1978, apenas 33 días después de haber sido electo, falleció sorpresivamente Juan Pablo I. No hubo autopsia y hasta hoy se desconocen las razones de su muerte. Los secretos del Vaticano nuevamente estaban seguros.

Mañana: Vodka y balas



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Comentarios

Comentarios

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Muy buen articulo , hay un libro de David Gallop , periodista ingles sobre la muerte de Juan Pablo I y la relación mafia e iglesia.

Que buen capitulo...despues de leerlo uno empieza a entender porqué los malos siempre ganan...porque la iglesia catolica a pesar de su debacle sigue vigente en la construccion del metarelato occidental...y la facilidad con que el centro politico consigue imponer la verdad oficial...si los tontos volaran pasaria nublado

Excelente literatura. Permítanme ingresar para seguir leyendo

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