Iniciada la primavera, florece la opinión pública. El buen clima moviliza los ánimos para desplegar eventos y puntos de encuentro en los espacios que tenemos en común. Sin embargo, en el Chile del segundo decenio las primaveras no volverán a ser lo mismo, puesto que a su llegada le acontece la llegada de Octubre. No la fecha, sino el hecho y sus consecuencias.
El sociólogo Manuel Canales señala con precisión que Octubre no es el octubrismo, Octubre es la pregunta que nos dejó el hecho. En Chile hubo manifestaciones masivas y un sinnúmero de demandas que aún no han sido canalizadas. Cuando Octubre sale a la luz, lo hace en la forma de descontento inorgánico, por eso Octubre es tan difícil de canalizar; no es ni un partido ni un movimiento social su legado, sino una preocupación que debe hacerse presente constantemente, no se nos puede olvidar, aunque siempre se nos escape. Si a principios del siglo en nuestro país la gran pregunta era la cuestión social, en este siglo el problema —que es el mismo— se tradujo en «Octubre».
En esta columna quiero relatar las vivencias de un joven común y corriente que persigue la pregunta de Octubre, de modo que haga sentir la angustia que porta en sus entrañas. Se trata de hechos que viví el primer día de este mes, que sirven para reflejar el decadente estado del debate público chileno.
El primero de octubre asistí a la presentación del libro de mi profesor Sergio Micco 'Ocurrió en Octubre' en la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica. El salón Alberto Hurtado donde aconteció el evento inundaba un ambiente que no me era natural. Estaba lleno de hombres mayores, de terno y corbata, ojos azules y cabellos plateados, en definitiva, los anticuerpos del «octubrismo», tan necesarios como riesgosos para Chile.
¿Qué significa lo que ocurrió en Octubre? Emocionado por explorar esta pregunta, me senté a escuchar la presentación, que arrancó con los comentarios de dos académicos/as, coordinados por la periodista Soledad Onetto. Mi sensación de esta introducción fue bastante amarga. En el vocablo de estos tres, Octubre apenas apareció, y si lo hizo fue de forma tenue. Se instaló la tesis de que Octubre había pasado, y a buena hora. Nuestra democracia había sufrido un riesgo de la que supo salir a flote, y que «ya había terminado lo peor». El punto de ambos comentaristas giró en torno a lo que estuvo en juego en el 2019, el juicio a cómo Sergio Micco navegó esas aguas turbulentas, y lo tranquilos que están de que hoy la convivencia social dejara de tambalear, pues el infierno había sido efímero.
Un hielo atravesaba mi espina dorsal. No es indignación sino resignación lo que me provocan aquellas palabras. Cualquier sujeto que quiera instalar esta tesis debiera visitar un colegio en algún sector popular de Santiago para darse cuenta de que la convivencia social sigue rota, y de hecho, vive en un estado aún más decadente. Lamentablemente, la pregunta de Octubre se hipnotizó en el octubrismo, o sea, apenas la costra de la herida —la vista puesta en cómo estallan las cosas, y no en por qué estallan. En ese ejercicio no hay cómo encontrar respuestas esperanzadoras sobre el futuro. Es más, ni siquiera se tuvo una mirada amplia para ver todo lo que estalla, pues la conversación no habló más que de la violencia en las calles y el aprovechamiento político de los representantes. Es cierto y necesario tener en cuenta estos problemas, pero ahí no se puede agotar el debate. También hay que reflexionar sobre las desigualdades y los abusos que denunció la ciudadanía mayoritaria a través de movilizaciones pacíficas, que aún no encuentran puerto de canalización.
Insisto en el punto: ¿Octubre es el octubrismo? Sí, pero también es la suma de reacciones de la élite y su insensibilidad para captar lo que vive el chileno de a pie. El Informe de Desarrollo Humano del año pasado nos dejó muy en claro que no se ha resuelto nada. Chile quiere cambiar, había fuerzas para hacerlo, pero no sabíamos cómo ni hacia dónde. Tenemos una pregunta sin resolver que deberíamos estar discutiendo bajo el haz de luz del faro de la verdad, y no desde las tinieblas del fanatismo. De lo contrario, no llegaremos al punto en común para dirigir esta cuestión, y la gente sufre la precariedad hoy, no mañana.
De hecho, a pesar del consenso entre las y los académicos/as respecto a la restitución de la democracia y la convivencia social, de todos modos, ambos presentaron sus diferencias sutiles, conformando un ambiente tenso y polémico, aunque fuera más allá de la serenidad aparente de la sala. En Chile no hay una mirada en común, ni siquiera entre los más letrados del país, y esto es porque la pregunta de Octubre no se está haciendo. Las élites intelectuales no están dando abasto ante la magnificencia de lo que ocurre y ocurrió en octubre.
Micco se subió al escenario para darle la vuelta al asunto. Apenas empezó a recitar su presentación, Octubre apareció un poco. Fue alentador observar la presencia de la pregunta literal «¿Qué significa lo que pasó en Octubre?» al principio de sus diapositivas. Esperaba que una mirada distinta se desplegara, hasta que el profesor fue interrumpido por los gritos de un hombre fornido, de baja estatura y unos 40 años, que vestía una polera negra y anchas con letras rojas impresas y pantalones cortos. Su intención era enrostrar al público la figura de uno de los jóvenes que perdió un ojo durante el estallido, cuyo caso el Estado de Chile sigue sin resolver.
La muchedumbre acalló a los manifestantes antes de que empezara con su espectáculo.
—«Y… fuera».
—«Inquisidor».
—«Echen a estos violentos».
Uno de los hombres de cabeceras nevadas se levantó de su silla para empujar al rebelde hasta la salida. Comenzó un choque de pechos entre ambos personajes, que generó una imagen absurda entre hombres que ponen a prueba su insegura virilidad con movimientos inescrupulosos.
El hombre en protesta fue exiliado por razones evidentes. Pero a su lado había una mujer de pelo teñido amarillo y de baja estatura. Otra viva imagen de un estereotipo, también parte del octubrismo. Sin embargo, después de acompañar el griterío de su compañero, se quedó en silencio, como esperando que ocurriera algo o llegara alguien a quien dejarle constancia de un mensaje antes de irse.
Entre el griterío apareció la organizadora del evento. Una joven audiovisual unos pocos años mayor que yo, que se notaba ansiosa por tratar de arreglar la situación del mejor modo posible. Con una postura valerosa exclamó admirablemente que escucháramos a la mujer, aunque fuera un minuto, para que luego se fuera. Oír racional y emocionalmente su mensaje, y luego seguir con lo que veníamos a celebrar. La manifestante estaba sola y se notaba más calmada que antes, al punto en que había dejado de gritar y miraba avergonzada al suelo. Pensé que era buena y hasta simbólica la petición de la organizadora del evento. Ahí estaba Octubre invitándonos a hacernos cargo de la pregunta.
Pero la muchedumbre elitista derivó en una masa de ojos azules rodando en desconcierto. Sergio Micco me había señalado personalmente semanas atrás que el pueblo quiere a sus selectos de terno y corbata, pues anhela verse representado en los mejores, lo que me hizo reflexionar en serio sobre el asunto de la vestimenta. Pero, en definitiva, aunque los selectos tengan que vestirse de traje, eso no implica que vestirte de traje te haga un selecto inmediatamente. Una ola de vociferantes hizo romper sus cuerdas vocales gritando a mayores decibeles
—«¡No la vamos a escuchar!».
— «¡Que se vaya!».
—«¡No queremos más censura!».
—«¡No es la forma!».
—«Ni un paso a los violentos, ¡Libertad de expresión!».
De lado y lado, los extremos de Chile no se querían escuchar, y para más remate uno de estos patrones puso la guinda de la torta al señalar a la organizadora
—«¿Y tú por qué la defiendes? ¡Por algo te están pagando! ¡Te están pagando, haz tu trabajo!»
En medio estaba yo, cada vez más resignado por lo difícil que es encontrar algún camino esperanzador para el país. Ni dirigentes ni manifestantes rebeldes estuvieron a la altura de sus dolencias en esta situación. Yo tampoco, no supe qué hacer para que al menos escucháramos unos segundos a esa mujer, invitándola al diálogo. Estoy convencido de que la cultura de la cancelación hay que combatirla, pero no de ese modo. Gritar desenfrenado «¡no es la forma!» tampoco es la forma. Siempre he pensado que eso es caldo de cultivo para más despilfarro irracional. Esta cuestión debe combatirse con ingenio, haciendo uso de la ironía y tal vez dándoles algún espacio que no les permita interpretarse como activistas censurados.
En definitiva, el exilio no fue el más inteligente, pero ahí estaba el profesor nuevamente en el escenario, celebrando que era «un hombre libre», aunque más libre me hubiera parecido que invitara al diálogo en esa situación, como lo está haciendo con su libro.
La pregunta de Octubre exige una mirada panorámica sobre la historia de Chile y esto Micco algo lo tuvo claro. Su presentación estuvo inundada de contrapuntos sustanciales sobre las horrendas violaciones a los Derechos Humanos, la violencia en las calles, y las dificultades para tomar decisiones prudentes en tiempos tan agitados. Asimismo, invitó a valorar el heroísmo de nuestro país, el único de Latinoamérica fundado por un mito moderno como lo es La Araucana de Alonso de Arcilla. Micco dio lecciones de Amistad Cívica en Chile, valorando las grandes cosas que podemos llegar a hacer cuando nos escuchamos desde el corazón.
La épica retórica de Micco se vio manchada por su falta de iniciativa para resolver el escándalo previo, además de algunos errores técnicos del micrófono, pero la ejecución no arruinó el fondo. Hay un mensaje al final del programa de Mayne-Nichols que me quedó grabado en la mente. El exdirigente deportivo se autodenomina no como un centrista, sino como un «ser centrado»: No se trata del simple punto medio que negocie y conceda a la izquierda y a la derecha, sino de estar focalizado con un espíritu ponderado, y mirada panorámica de lo que ocurre en Chile. El estar centrado es más una actitud lúcida que una posición política, y me parece que Micco se centró en la pregunta de Octubre, aunque fuera desde un punto de vista que no colinda del todo con mis creencias.
Sin embargo, la misma situación recién vivida demostró que en Chile la Amistad Cívica está por los suelos, y es culpa de todos. Si ni octubristas ni elitistas se hacen la pregunta de octubre, y si nuestro pueblo queda entre medio velando por la escucha mutua, terminaremos devastados. No está de más anotarlo: A los comunes, a los que tratamos de ser centrados, también nos falta algo de carácter para pararles los carros a la fanaticada, con una forma que sí sea la forma.
Octubre está a la vuelta de la esquina. De hecho, literalmente lo estaba. A la salida del evento me encontré en las afueras del Cerro Santa Lucía una protesta de 100 manifestantes que rayaban nuestro patrimonio y destruían las calles exigiendo justicia por lo acontecido por Julia Chuñil. Se había filtrado el mismo día un audio donde Juan Carlos Morstadt señalaba que a la dirigente mapuche la habían quemado, haciendo presunta alusión a que hicieron desaparecer su cuerpo en cenizas los mismos empresarios que querían adueñarse de sus tierras. El caso lleva un año de prolongación, y con esta revelación recién se presentan los primeros avances de lo que parece ser un hecho macabro y desolador, como lo fue el de Catrillanca meses antes del estallido.
Después de la presentación de Ocurrió en Octubre presencié como en pleno 2025 todavía ocurren en la Alameda enfrentamientos entre barricadas, camotes, zorrillos y guanacos. Así como celebrábamos el 18 de septiembre chico a finales del mes pasado, esto era algo así como un 18 de octubre chico a inicios de este mes.
En medio me topé con la estatua de Fermín Vivaceta rayada. Un grafiti «Julia Chuñil presente» se impuso encima de su inscripción «Educador Sociólogo». Debo admitir que eso me produce contradicciones. Vivaceta fue un hombre soñador, que quiso transformar desde la comprensión sociológica este país. De origen proletario, se ilustró para ser el gran arquitecto de Santiago, no sin antes promover la fraterna asociación cooperativa entre obreros. Vivaceta es un ídolo del siglo XIX, y ver que su adoración era vandalizada me hizo tomarle el peso a los riesgos de octubre, que aún están latentes.
La cuestión social en Chile está ahí, como una olla a presión que en cualquier momento estalla de nuevo, probablemente de un modo menos pacífico, menos convocante y más cruel en esta segunda ocasión. Si no sometemos el debate a miradas centradas, quién sabe en lo que vamos a terminar… Personalmente no estoy de acuerdo en varias observaciones del libro Esto ocurrió en Octubre, pero reconozco en el gesto de Micco un primer paso para salir de este entuerto mediante la reflexión detenida de lo que ocurrió. Hay que dar muchos más: Debemos explorar todos los grises y medios tintes detrás de Octubre. Volvamos a palpitar la pregunta para llegar con algún tipo de preparación al momento en que la Historia exija conducción a esta cuestión tan amorfa.
El baile de los que sobran —canción fundacional del estallido— comienza con una guitarra y un acordeón, y termina con sonidos techno, atravesando la era analógica y la digital para demostrar que los perros siguen ladrando al pie de distintas generaciones que se han quedado pateando piedras. Cierro invitando a la lectura crítica de Ocurrió en Octubre, ponderando todos los justos aciertos y disparates que se le puedan señalar al autor. Pero no olvidar que los hechos relatados en esta crónica también ocurrieron en octubre. Veremos si todavía queda alguna señal de primavera en este sedado país, o si el «despertar» de 2019 se reduce a un somnífero que no asume la tarea de trabajarse a sí mismo para hacer de esta república un lugar mejor.
(*) El autor de esta columna es Sociólogo y Magíster en Ciencia Política (c) de la Universidad de Chile
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