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Lunes, 21 de Julio de 2025
Análisis

Entre el Chicho y la Jefa: Las definiciones que tendrá que consolidar el gobierno entrante

Carlos Tromben

Pese a lo novedoso del estilo (un presidente sub40 que lee literatura y escucha rock), el programa económico del nuevo gobierno es bastante conservador: queda por ver si decantará entre un estatismo 2.0 o el reformismo bacheletista. Los resultados de ambas experiencias están ahí.

No pasó ni una semana desde del rotundo triunfo electoral para que varios de los asesores del presidente electo comenzaran a desmarcarse del rock & roll. ¿Cierre de las AFP? “Una tontera” (Ffrench-Davis) ¿Impuestos a los superricos? “Inviable” (Repetto). Del rechazado al TPP11 o el decrecimiento, mejor ni hablar.

Un grupo de “expertos” consultados por La Segunda (los de siempre) cuestionó las nuevas empresas estatales que contempla el programa económico de Gabriel Boric. Críticas conservadoras para una visión que también lo es, pero desde la izquierda tradicional. Según esta, los problemas de desigualdad se resolverán gravando a los ricos y creando nuevas empresas estatales. Una combinación de allendismo y bacheletismo.

Sin embargo, si de algo sirve la experiencia de ambos gobiernos es como advertencia de cómo no se debe proceder frente al poder, sea monopólico, financiero o multinacional.

El túnel por el que deberán pasar ambas políticas, la redistributiva impositiva y la estatista industrializadora, es bastante estrecho en el congreso y está sembrado de minas. Entre la campaña del terror y la confianza esquiva de los mercados puede pasar de todo.

¿Será posible otro camino para un gobierno progresista exitoso (con un doble subrayado en esto último)? Esta es la pregunta que viene planteando en sus programas de conversación el economista Hassan Hakram, al parecer consciente de las limitaciones que el propio gobierno entrante se está imponiendo a sí mismo.

“Si de algo sirve la experiencia de ambos gobiernos (Allende y Bachelet) es como advertencia de cómo no se debe proceder frente al poder, sea monopólico, financiero o multinacional”.

En la entrevista realizada a Yanis Varoufakis (disponible en Youtube) hay un camino que los expertos del progresismo local ni siquiera se han planteado transitar. Un camino que, probablemente, es el que más frutos podría rendir en el esquivo plano de la política y de las expectativas.

Varoufakis, académico, exministro y actual parlamentario griego ratificó, con la delicadeza del caso, que los superimpuestos son un asunto costoso de implementar y eludible en la práctica. Recordó que los trabajadores también valoran la estabilidad y no quieren verse en situaciones como la de Argentina o Venezuela.

Ojo con la deuda soberana en dólares y con los equilibrios macroeconómicos, insistió. Al final deslizó una propuesta poco convencional y “fuera de libreto”, tanto para el progresismo liberal como para la vieja izquierda.

¿Volver a los 17?

Sin acuerdos tributarios internacionales, un impuesto local a los superricos corre el riesgo de en letra muerta. Eso por no hablar de una guerrilla interna como la que enfrentó Michelle Bachelet.

La creación de nuevas empresas estatales tampoco es un camino fácil. Se requiere de una reforma constitucional que permita al Estado crear este tipo de empresas; de aprobarse en la convención, entraría en vigor ya avanzado el período de gobierno. En los años 40 la CORFO tardó cinco años en poder crear una empresa de generación y distribución eléctrica de capital mixto. Supongamos, siendo optimistas, que hoy tarde la mitad.

Si la creación de empresas estatales tardará en materializarse y el impuesto local a los superricos es un campo minado, el espacio de Gabriel Boric para darle un contenido a su agenda de cambios podría esfumarse en la retórica.

Sin embargo, Varoufakis sostiene existe un espacio de reformas que nadie en la izquierda está mirando. Un área para realizar grandes cambios estructurales en una sociedad capitalista sin tocar el sistema tributario y sin desgastantes y costosas estructuras estatales nuevas. Algo que el nuevo gobierno puede introducir por decreto ley.

Esta ahí, delante nuestro, invisible y presente a la vez: el sistema monetario.

Varoufakis propone que el Estado cree una casilla en cada RUT individual y transfiera a ella una suma determinada en pesos. Una suma transferible a otro RUT, pero que no se pueda retirar de un cajero automático ni cambiar por dólares, euros ni bitcoins. En suma, que permanezca y circule a través del sistema tributario.

Equivale a crear dinero fiscal, dinero con todos la mayoría de atributos menos la acumulación y el uso especulativo. Gracias a este dinero fiscal miles de pequeños contribuyentes no tendrían que destinar pesos reales al pago de deudas tributarias. El nivel de emisión y sus destinatarios iniciales es un aspecto por discutir, así como la creación de incentivos para que los rentistas adquieran este dinero fiscal de manera voluntaria.

Debajo de esta propuesta discutible y novedosa, subyace una idea esencialmente progresista: que el dinero es una relación social igual o más importante que la propiedad. Una relación social de subordinación, que tiene en sí misma instalado el algoritmo de la desigualdad.

Varoufakis es de los economistas que sostienen que el mundo actual nació en 1971. Hasta ese año las monedas del mundo estaban ancladas a la paridad dólar-oro, pero Richard Nixon pateó el tablero y liberó al dólar de su vieja atadura terrenal.

Sin esta decisión (y el caos que vino después) no se habrían podido implantar el neoliberalismo ni la doble globalización financiera y comercial. El dólar-libre-demanda liberó a su vez al genio encerrado en la botella: un proceso inflacionista que no se conocía desde la década de los años 20.

Para combatir la inflación nació el Banco Central Autónomo, gracias al cual el dinero circula a través de las naciones y sistemas financieros como un río de deudas que representan activos. Las personas comunes y corrientes lo ven pasar; el 1% más rico lo acumula.

Pese a la relación entre desigualdad y sistema financiero-monetario, el foco del nuevo gobierno, al parecer estará, en ganar la guerra por los impuestos progresivos y propiedad de los medios de producción estratégicos. Dos guerras que se ganan por desgaste o se pierden en hermosos triunfos morales.

Pero el nuevo equipo de gobierno necesitará entregar buenas noticias pronto, a su propia base electoral como al numeroso público hostil que seguirá sus pasos desde Sanhattan, la bolsa, los think tanks y las redacciones del duopolio.

Los termómetros estarán muy sensibles y el gobierno no controla la tasa de interés ni el tipo de cambio. Muchos especuladores vendedores cortos saldrán a hacer de las suyas apenas se termine la ceremonia de cambio de mando y el primer político sub40, rockero y con tatuajes, se ponga la banda presidencial.

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