El 23 de agosto de 1942 la fuerza área de la Alemania nazi lanzó un bombardeo masivo sobre Stalingrado. La ciudad de 600.000 habitantes era un importante centro industrial de la Unión Soviética y su ubicación junto al río Volga, que atraviesa toda Rusia central, tenía una enorme importancia geoestratégica, tanto para Josef Stalin como para Adolf Hitler.
Ese ataque aéreo marcó el inicio de la Batalla de Stalingrado, la confrontación bélica más sangrienta en la historia de la humanidad. Historiadores calculan que más de 2 millones de personas murieron en los poco más de cinco meses que duró el enfrentamiento.
La idea del masivo ataque aéreo era destruir las fuerzas soviéticas para allanarle así el camino a la artillería e infantería del Sexto Ejército alemán. Comandado por el general Friedrich Paulus, este esperaba en las cercanías de la ciudad para entrar en acción.
Sin embargo, el alto mando soviético sabía que Hitler iría por los ricos campos petroleros que quedaban más allá del Volga, en el Cáucaso, y a fines de julio de 1943 se organizó el frente Stalingrado, que movilizó más de 1 millón de soldados, agrupados en tres ejércitos bajo el mando del mariscal Semión Timoshenko. La idea era que, ante un ataque masivo alemán, los soldados rusos hicieran una retirada ordenada, evitando así los masivos cercos que habían diezmado al Ejército Rojo en los primeros meses de la invasión nazi que se inició en junio de 1941.
Pelotones rusos en las ruinas de Stalingrado.

Al mismo tiempo, Stalin emitió el decreto N° 227, el que estipulaba que los defensores de Stalingrado no podían dar “ninguno paso para atrás”.
Se calcula que en esos dos días de agosto, el 23 y el 24, la Luftwaffe lanzó más de 1 millón de bombas sobre la ciudad. El peso total de los explosivos lanzados desde el cielo superó las 100 mil toneladas. Más de 40 mil civiles fallecieron en esos días, pero Stalin no permitió hasta los primeros días de septiembre que la población civil evacuara la ciudad.
“Salían grupos de 140 hombres. En los días buenos retornaban a las barracas 40. En los malos menos 10. Y así durante semanas”.
A partir del 25 de agosto las tropas alemanas comenzaron el ataque terrestre y para el 13 de septiembre habían tomado casi toda la ciudad, excepto el centro mismo y un pequeño corredor que lo conectaba con las trincheras soviéticas en la orilla del Volga. Se trataba de una franja de playa de no más de 15 kilómetros de largo. Para hacerse una idea, Stalingrado se extendía en esos años unos 50 kilómetros junto al enorme río, el más grande de Europa continental.
Y ese domingo 13 comenzó una batalla calle por calle, edificio por edificio e incluso por pisos y habitaciones dentro de un mismo edificio. La bandera de la Alemania nazi flameó varias veces en el centro de la ciudad, sólo para después ser reconquistado por los soviéticos. En las enormes ruinas y en el paisaje arrasado por el bombardeo aéreo, se dio un combate urbano como nunca antes visto.
Tropas soviéticas perdieron y retomaron el centro de Stalingrado en numerosas ocasiones.

La resistencia urbana del 62° Ejército bajo el mando del comandante Vasily Chuikov fue tenaz, pero las bajas diarias eran terribles. El escritor y entonces corresponsal de guerra soviético, Konstantín Símonov, describiría años después en uno de sus libros como las compañías soviéticas salían cada mañana desde las playas del Volga a las ruinas de la ciudad. “Salían grupos de 140 hombres. En los días buenos retornaban a las barracas 40. En los malos menos 10. Y así durante semanas”.
Pese a la fiera resistencia, los alemanes lograban avanzar metro por metro. Pero las muertes masivas se acumulaban por ambos lados. En promedio, cada día morían unos 14 mil hombres y mujeres, siendo el lado soviético el de mayores bajas. Hacia fines de octubre, las tropas alemanas ya tenían al Ejército Rojo reducido a una franja aún menor del Volga y sólo con francotiradores rusos y tropas dispersas dentro de la ciudad. Desde la ribera alta, los soldados alemanes podían atacar con simples metralletas los barcos de suministro de hombres y armamento que venían desde la orilla oriental del Volga.
Seguro de una inminente victoria, el 8 de noviembre Hitler anunció en un discurso en Múnich que “Stalingrado es nuestro”.
La contraofensiva
Sin embargo, los soviéticos aún se aferraban a pocos pedazos de la ciudad, mientras que los soldados alemanes comenzaban a desmoralizarse por las enorme bajas y la falta de una victoria clara. Además, hacia mediados de noviembre, una ola de frío hizo bajar las temperaturas en Stalingrado a hasta 20 grados bajo cero.
Vista de Stalingrado desde la ribera oriental del Volga, 1942.

Mientras continuaban los cuentos enfrentamientos entre las ruinas de la ciudad, los mandos militares soviéticos planearon la Operación Urano. Uno de sus diseñadores principales fue el mariscal Gueorgui Zhúkov, quien en mayo de 1945 conquistaría Berlín.
Entre el 19 y 23 de noviembre de ese 1943, el Ejército Rojo atacó los flancos exteriores de los alemanes y sus tropas auxiliares rumanas e italianas, con el fin de rodear a los alemanes. Con soldados frescos provenientes de las repúblicas más orientales y asiáticas de la URSS, además de armamento suministrado por Estados Unidos y Gran Bretaña, Urano tomó por sorpresa a Paulus y el propio Hitler. A inicios de diciembre de 1942, todo el Sexto Ejército alemán se encontraba atrapado en lo que ellos llamaban “Kessel” ( la caldera).
Paulus y sus hombres sabían que era sólo cuestión de tiempo para ser completamente derrotados. Varias peticiones soviéticas para su rendición fueron negadas. Hubo intentos infructuosos de divisiones alemanes estacionadas más al sur, cerca de Crimea, para lograr abrir un corredor para romper el cerco. La fuerza aérea alemana logró durante algunos semanas volar al interior del Kessel para proveer suministros y rescatar a los heridos. Pero hacia fines de enero de 1943 la suerte estaba echada.
La aniquilación de todo un ejército alemán sacudió a la jerarquía nazi. Poco después, el 18 de febrero, el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels realizó un discurso en Berlín en que alentaba a los miles de asistentes a una guerra total.
Con sus tropas diezmadas, hambrientas, enfermas e infestadas, Paulus pidió a Hitler permiso para rendirse. El dictador alemán le respondió con un gesto: el 30 de enero de 1943 lo nombró mariscal de campo, el grado militar más alto en el Ejército alemán. Pero el subtexto era otro. Paulus sabía que nunca en la historia alemana un mariscal de campo se había rendido, sino que luchado hasta el final o se había quitado la vida ante la derrota inminente.
Sin embargo, el martes 2 de febrero de 1943, Paulus capituló ante el Ejército Rojo. De los más de 300 mil soldados que había comandado en agosto, sólo quedaban vivos unos 90 mil. Estos prisioneros de guerra fueron transportados a campos en Siberia. Finalmente, sólo 5 mil retornaron, casi una década después, a Alemania. Entre ellos Paulus, que fue liberado en 1953 y retornó a Alemania Oriental, falleciendo en Dresde en 1957.
La aniquilación de todo un ejército alemán sacudió a la jerarquía nazi. Poco después, el 18 de febrero, el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels realizó un discurso en Berlín en que alentaba a los miles de asistentes a una guerra total. “¿Quieren la guerra total?”, gritaba, a lo cual miles de gargantas contestaban con un sí. Varios lienzos en el enorme Palacio de los Deportes de Berlín consignaban: “guerra total, guerra más breve”.
“Stalingrado no tiene nada que ver con heroísmo. Fue una muerte continua sin sentido y en aras de nada: se murieron de hambre, mugrientos, congelados”, afirmó años después el mayor alemán Bernhard Becher.

La propaganda nazi retrataba la dura derrota como un sacrificio heroico de la nación alemana en contra de un enemigo poderoso. Nada más alejado de la realidad. Años después, el mayor Bernhard Becher, uno de los pocos sobrevivientes alemanes de Stalingrado, afirmaba: “En la patria todos pensaban: los héroes de Stalingrado, los que batallaron hasta la última bala. Pero si los padres, madres, hermanos hubieran visto como su hijo o hermano la palmaron. No tiene nada que ver con heroísmo. Fue una muerte continua sin sentido y en aras de nada: se murieron de hambre, llenos de piojos, mugrientos, congelados, inmovilizados por el tifus (…) Yo mismo vi cómo los últimos tanques alemanes simplemente pasaban por encima de los cuerpos de los soldados muertos o heridos… fue completamente bestial”.
Por otro lado, la derrota alemana ponía fin a tres años de éxitos militares nazis y daba esperanzas al mundo antifascista. Pablo Neruda, entonces cónsul general de Chile en México, escribió el poema ‘Canto de amor a Stalingrado’.
Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua,
describí el luto y su metal morado,
yo escribí sobre el cielo y la manzana,
ahora escribo sobre Stalingrado.
Deshechas van las invasoras manos,
triturados los ojos del soldado,
están llenos de sangre los zapatos
que pisaron tu puerta, Stalingrado.
Tu acero azul de orgullo construido,
tu pelo de planetas coronados,
tu baluarte de panes divididos,
tu frontera sombría, Stalingrado.
Libros sobre Stalingrado
Stalingrado – Antony Beevor (1998). El libro de este historiador británico recibió múltiples premios internacionales y es un recuente completo de los eventos que llevan a -y que se desarrollan en- la batalla de Stalingrado. Con acceso a archivos rusos hasta entonces clasificados, es considerado una de las obras más completas de esta batalla. Además, fue uno de los primeros historiadores en retratar también la vida de un puñado de miles de civiles que vivieron en las ruinas durante los cinco meses de horror.
Enemy at the gates – William Craig (1973). En esta novela histórica, este escritor estadounidense describe en detalle los cruentos enfrentamientos urbanos en las ruinas de Stalingrado y el papel central de los francotiradores soviéticos y alemanes. Aunque es una obra de ficción, se basa en hechos reales y relata el enfrentamiento entre el legendario francotirador soviético Vasily Záitsev y el francotirador alemán, mayor König. El libro no ha sido traducido al español. Sin embargo, la película Enemigo al acecho (2001) dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Jude Law y Ed Harris, se basa en este libro.
Rendición del mariscal de campo Friedrich Paulus, comandante del Sexto Ejército alemán en el frente de Stalingrado, febrero de 1943.

La guerra de los Ivanes – Catherine Merridale (2006). Aunque no se centra exclusivamente en Stalingrado, esta escritora e historiadora británica recopiló miles de cartas de soldados rasos del Ejército Rojo durante la llamada Gran Guerra Patriótica. Las misivas enviadas por éstos desde las trincheras y ruinas de Stalingrado -a esposas, hijos, padres y amigos- son conmovedoras y terribles, entregando una mirada ‘desde el barro y el frío’ de esta batalla.
De los vivos y los muertos (trilogía) – Konstantín Simonov (1959). Aunque está escrita como una novela, se basa en la experiencia de Simonov como corresponsal de guerra adscrito al Ejército Rojo. Simonov cubrió como periodista toda la Gran Guerra Patriótica, escribiendo decenas de artículos para el diario Pravda y medios relacionados a las fuerzas armadas soviéticas. El segundo tomo está dedicado exclusivamente a la batalla de Stalingrado.
Prisioneros de guerra alemanes en Stalingrado. De los 90 mil sobrevivientes alemanes, sólo 5 mil retornarían a Alemania años después.

Vida y Destino – Vasily Grossman (1980). Esta novela histórica es considerada por muchos críticos como la mejor de su género después del clásico Guerra y Paz de León Tolstoi. Grossman era un judío ucraniano, miembro del Partido Comunista soviético, que fue corresponsal de guerra para el diario Estrella Roja de las fuerzas armadas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Sus artículos sobre los campos de exterminio de Treblinka y Auschwitz fueron los primeros en los que se dio a conocer al mundo el alcance de la maquinaria de muerte del régimen nazi.
Escrita a fines de los años 50, el libro no pasó la censura soviética y fue publicado recién en 1980, en Francia, 16 años después de la muerte de Grossman. Recién en 1988, en medio de las políticas aperturistas de Gorbachov, esta obra fue publicada en la Unión Soviética. Aunque el libro retrata los casi cuatro años de guerra en contra de los invasores alemanes, las decenas de páginas dedicadas a la batalla de Stalingrado, basadas en su experiencia como periodista en ese frente, otorgan una mirada sin maquillajes de la carnicería diaria.
Stalingrado fue el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. Dos años y tres meses después, el Ejército Rojo izaría la bandera soviética sobre el Reichstag (parlamento) en Berlín.

Comentarios
Bueno el artículo, pero
Gracias por el artículo!
Aconsejo leer también de
Hay mucha tergiversación en
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